Los evangelios olvidados. El rostro desconocido de Jesús

Prácticamente desde su misma aparición, el cristianismo, al igual que la mayoría de las grandes religiones, se dedicó a purgar aquellos escritos que no convenían a quienes manejaban los hilos del poder para transmitir la «verdadera enseñanza». Así, en el Concilio de Nicea (325) se decidió qué textos eran los que contaban el verdadero origen de Jesús y habían sido revelados y señalados –como a partir de entonces los pontífices– por el Espíritu Santo. Los que se condenaron tomaron el nombre de apócrifos y, junto a los gnósticos, dormirían el sueño del olvido durante siglos.

Por Óscar Herradón ©

Concilio de Nicea

Cuando la religión católica fue adoptada como el culto oficial del Imperio Romano, en tiempos del emperador Constantino, todos aquellos manuscritos que no parecían, a los ojos de los ya por entonces magnates del espíritu, dignos de tan excelsa creencia, fueron destruidos y, por suerte, en algunos casos únicamente olvidados y recuperados para la memoria del hombre siglos más tarde. Me refiero a los conocidos como Evangelios Apócrifos y Gnósticos, textos que ofrecían versiones diferentes y polémicas de las Sagradas Escrituras y de la vida de Jesús, y que fueron catalogados por los que heredaron el trono de Pedro y sus vasallos como auténticos «libros malditos».

Los obispos y cardenales no se enfrentaban entonces con religiones opuestas, o «herejías» bien diferenciadas de su enseñanza; se trataba de crear una serie de mitos que fortalecieran la imagen de la Iglesia en toda su esfera de influencia, cada vez más grande, sin lugar a discrepancias o cuestionamientos, y muchos manuscritos pertenecientes en un principio a su dogma ponían en peligro dicha estrategia política, muy alejada, es cierto, de la espiritual que verdaderamente deberían haber seguido. Muchos textos atribuidos a seguidores de Jesús, algunos incluso coetáneos al Mesías, fueron condenados en beneficio de los únicos cuatro Evangelios que la Iglesia admite como verdaderos: los Canónicos –compuestos por los cuatro evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan–, que en no pocas ocasiones llegan a contradecirse entre sí, pero que son el corpus oficial del cristianismo.

La palabra de Dios era seleccionada por la mano del hombre para ajustarse a sus intereses. No es de extrañar, sigue sucediendo en pleno siglo XXI.

Los Evangeliso «Malditos»

Pío IX

Han corrido ríos de tinta en torno a la autenticidad y falsedad de los textos sagrados. La Iglesia católica no acepta ningún tipo de fisura en torno a los Evangelios Canónicos mientras no duda en tachar de falsos y malditos aquellos escritos que aportan datos sutilmente diferentes o alternativos de las enseñanzas de Jesús. El Papa Inocencio I, sobre los Apócrifos, afirmó lo siguiente: «Respecto a los otros (evangelios) que llevan los nombres de Matías, Santiago el Menor, o de Pedro y de Juan, y también el que lleva el nombre de Tomás, ¡no solamente hay que abandonarlos, sino incluso condenarlos!». Esta forma de proceder de los católicos ortodoxos sería una constante, mantenida también en nuestros días; en su Encíclica Noscitis et Nobiscum del año 1849, el papa Pío IX se refería a los Evangelios Apócrifos como «lecturas emponzoñadas», y añadió que los libros –fuesen religiosos o no– deben ser escritos por «hombres de sana y reconocida doctrina».

Para reforzar su autenticidad, la Santa Sede afirma que los Canónicos fueron escritos por discípulos de Jesucristo, que el Nuevo Testamento es el libro mejor documentado de la Antigüedad –por los abundantes datos de diferente naturaleza que aporta sobre la época de Jesús– y que su historicidad está fuera de toda duda, pero esto ha sido puesto en tela de juicio por los mejores expertos en numerosas ocasiones (y con pruebas). Desde la aparición del cristianismo se hicieron numerosas copias en diferentes lenguas –latín y griego fundamentalmente– de dichos textos y los más destacados escritores del mundo antiguo los citaron en sus obras. Pero, aunque estas características son la principal defensa del Vaticano para verificar su autenticidad, lo cierto es que los Evangelios Canónicos fueron escritos bastantes años después de que Jesús de Nazaret predicase en las tierras del actual Oriente Próximo.

El primero de todos ellos es el Evangelio de Marcos, que se escribió nada menos que en el año 70 después de Cristo, unos 40 años después de la muerte del nazareno. Dicho texto es una versión extendida del Urmarcus o Marcos Primitivo, una especie de borrador que Marcos escribió años antes según las enseñanzas que Pedro recogió del Mesías. Marcos es considerado por la Iglesia el más fiel de todos los testigos «contemporáneos» de las enseñanzas de Cristo, sin embargo, nunca escuchó ni siguió a Jesús como discípulo. Todo lo que dejó escrito se fundamenta en el relato oral de lo acaecido, relato que pudo ser alterado a lo largo de décadas, por personas diferentes, un tema, no obstante, que no es discutible para el Vaticano.

Benedicto XV

Un hombre, con buenas intenciones –eso nadie lo pone en duda– recogió el legado de un profeta que murió cuando él apenas era un niño o ni siquiera había nacido y, sin embargo, todo lo que dejó impreso tiene, por fuerza, que ser verdad. Su autenticidad no puede cuestionarse, algo nada extraño si nos atenemos a lo que algunos pontífices han afirmado con contundencia, que dichos textos fueron inspirados por el Espíritu Santo a los evangelistas. ¿Cómo podían entonces faltar a la verdad? En la Encíclica Spiritus Paraclitus, el papa Benedicto XV dejó escrito que «Los Libros de la Sagrada Escritura fueron compuestos bajo la inspiración, o la sugestión, o la insinuación, y aún el dictado del Espíritu Santo; más todavía, el mismo Espíritu Santo fue quien los redactó y publicó». Pocos se atrevieron después, en el seno de la Iglesia y fuera de ella, a contradecir la férrea sentencia del Sumo Pontífice.

Controversias y contradicciones

Si el Evangelio de Marcos fue escrito cuarenta años después de la crucifixión de Jesús, y su autor no tuvo contacto directo con el más venerado profeta, junto a Mahoma, de la historia de la humanidad, el caso de los otros tres textos Canónicos es todavía más controvertido. Los siguientes, el de Mateo y Lucas, fueron concluidos décadas después. El de Mateo fue escrito en lengua griega en Antioquía, hacia el año 90 después de Cristo, mientras que el de Lucas se terminó de escribir hacia el año 80 en algún punto de Grecia. Se cree que Mateo utilizó para su redacción dos documentos perdidos: el «Q» y el Urmarcus ya citado. Lucas utilizó, al parecer, las mismas fuentes –de ahí que ambos sean denominados Evangelios Sinópticos–. 

Juan

El de Juan, supuesto hijo de Zebedeo, es sustancialmente diferente a los tres anteriores y el único en el que se afirma la divinidad de Jesús. Fue escrito todavía más tarde: al parecer en el año 115. Algunos investigadores han afirmado que dichos textos fueron modificados y engalanados intencionadamente por sus autores, con la finalidad de ajustar sus testimonios a unos intereses creados, aunque es difícil delimitar si dicha intencionalidad parte de los manuscritos originales o fue promovida posteriormente desde Roma bajo el mandato de ciertos pontífices y emperadores.

Lo cierto es que las características y enseñanzas de Jesús, al igual que muchos de los episodios que se recogen en los Evangelios, poseen una sospechosa similitud con leyendas y mitos del mundo antiguo, de las religiones conocidas como mistéricas. ¿Pudo la Iglesia recoger algunas de esas influencias para perfilar la figura de Jesús y dotarla de divinidad? Parece vislumbrarse, según muchos investigadores e historiadores como Timothy Freke, Peter Gandy, Keith Hopkins o Margaret Starbirt -que han penetrado en las raíces del cristianismo primitivo con la única intención de demostrar la verdad, sin intereses a favor de credo alguno- una respuesta afirmativa.

Este post tendrá una inminente continuación.

PARA SABER (MUCHO) MÁS:

Pagels

La editorial Crítica, tan querida de este blog, relanza una obra fundamental para comprender los textos cristianos prohibidos por la ortodoxia, nada menos que la obra de referencia Los Evangelios Gnósticos, de la profesora de religión de la Universidad de Princeton y una de las mayores expertas mundiales en el cristianismo, Elaine Pagels. Un texto que la editorial española lanzó por primera vez en castellano en 1982 pero que cuarenta años después mantiene su frescura y su lucidez.

El libro fue distinguido en su día en Estados Unidos con el premio del National Book Critics Circle y con el National Book Award, y desde entonces es una obra de referencia indiscutible sobre el primer cristianismo pero sin aceptar las doctrinas oficiales de su iglesia. En sus páginas Pagels revela las numerosas discrepancias que separaban a los cristianos primitivos en relación a los mismos hechos de la vida de Cristo, el sentido de sus enseñanzas o la forma que debía adoptar su Iglesia, y describe con elocuencia las doctrinas gnósticas que niegan la resurrección de Jesús y rechazan la autoridad sacerdotal, explicando con claridad meridiana por qué y cómo la ortodoxia que finalmente se impuso declaró heréticos a los gnósticos y trató de eliminar –por suerte, de forma fallida– todos los textos que contenían sus doctrinas.

He aquí el enlace para adquirir este clásico:

https://www.planetadelibros.com/libro-los-evangelios-gnosticos/348552

Y también a través de la Editorial Crítica, y de la misma autora, tenemos disponible Más allá de la fe. El evangelio de Tomás, nada menos que un recorrido por los entresijos de uno de los textos gnósticos fundamentales para entender a Jesús. Pagels pretende explicar al lector que, si somos capaz de recuperar lo mejor del judaísmo y el cristianismo, podremos abrazar un camino de espiritualidad que nos inspire la visión de una nueva sociedad basada en la justicia y en el amor. Nada más lejos de la situación en la que ahora se encuentra el mundo, asomado al abismo. Quizá lo mejor sea recuperar los textos antiguos, comprenderlos, y hacernos esas mejores personas que no logró ni siquiera la pandemia de Covid-19. En palabras de Pagels, cuya figura debemos reivindicar –seamos o no religiosos–: «lo que más admiro en la riqueza y diversidad de nuestras tradiciones religiosas es el testimonio de innumerables personas que luchan por descubrir la vida espiritual y nos dicen, con Jesús, ‘buscad, y encontraréis’». Falta nos hace.

El Jesús Histórico (Editorial Trotta)

El filólogo y catedrático español Antonio Piñero, una de las personas que más saben –a nivel mundial– sobre la figura de Jesús y el cristianismo primitivo, a través de la Editorial Trotta, vieja conocida de este blog, muestra en El Jesús Histórico. Otras aproximaciones, una visión general de la figura de Cristo ofrecida por algunas de las obras más obras exegéticas más importantes en castellano.

No es un trabajo fácil, puesto que aquellos libros escritos sobre Jesús en lengua castellana son, en su mayoría, textos escritos por autores de una u otra confesión cristiana, lo que va en detrimento de la objetividad de sus argumentos. La intención de Piñero en Otras aproximaciones es poner a disposición de un público crítico un panorama breve pero bastante completo de lo que se está escribiendo en lengua española en estos momentos, incluido un tipo de textos, minoritario, compuesto por estudios de autores independientes no confesionales, que procuran no ser subjetivos ni militantes y que ofrecen una aproximación a Jesús obtenida a partir de fuentes similares para acercarse a la biografía de cualquier otro personajes ilustre de la Antigüedad.

La intención de esta selección y crítica es construir una imagen de Jesús sobre la base de lo que razonablemente podemos saber en la actualidad acerca del personaje histórico –libre de fábulas y hechos sobrenaturales–utilizando todas las herramientas habituales en la investigación de la historia antigua. La imagen del Nazareno obtenida a través de este procedimiento crítico está escrita con la plena consciencia de que su vida, aun siendo la de un personaje históricamente remoto con numerosas lagunas historiográficas, está totalmente viva en la inmensa mayoría de los cristianos –y en muchos que no profesan dicho credo–, por lo que dicha vida sigue interesando por sí misma.

El libro es una suerte de continuación de otro título de Piñero que cosechó notable éxito y que Trotta publicó en 2018: Aproximación al Jesús Histórico. Asimismo, la editorial ha publicado numerosos textos del citado estudioso que podéis adquirir en su web, como Guía para entender el Nuevo Testamento, Jesús y las mujeres o Guía para entender a Pablo de Tarso. Una aproximación del pensamiento paulino.

Operación Underworld: la Cosa Nostra contra Hitler (II)

Para preparar la invasión aliada de Sicilia, se orquestaron numerosos planes secretos. Uno de ellos, que permanecería clasificado hasta tiempos muy recientes, tuvo como protagonistas a algunos de los personajes más oscuros de la Mafia italoamericana de aquel tiempo. Ahora que Ático de los Libros publica Sicilia 1943. El primer asalto a la fortaleza Europa, del historiador británico James Holland, recordamos aquel singular episodio de la guerra secreta.

Por Óscar Herradón ©

Mientras transcurría la guerra en Europa y en los EEUU metían a los japoneses –muchos de ellos naturalizados norteamericanos– en campos de internamiento bajo un riguroso control, en uno de los episodios más ignominiosos de la guerra por parte aliada, Luciano, unos meses después de iniciar su colaboración, recibió una nueva visita en Great Meadow; eran varios miembros de la ONI (Office of Naval Intelligence) que querían hablarle sobre Sicilia, la tierra de sus antepasados.

Lucchese

Al parecer, la información que tenían sobre la isla italiana era insuficiente: no conocían ni la cantidad ni la preparación de las tropas del Eje allí estacionadas; tampoco la situación de los campos minados y fortificaciones, así como otro tipo de infraestructuras. Aunque esta parte del «pacto» ha sido negada por varios historiadores, lo cierto es que existen pruebas recogidas en el Informe Herlands y otros expedientes (ya no tan) secretos que señalan que los agentes de contrainteligencia se reunieron hasta en 15 ocasiones con Luciano, a quien le entusiasmaba seguir el curso de la guerra desde su celda, en cuyas paredes colgaba un enorme mapa del escenario del conflicto europeo. Desesperado con la situación de los acontecimientos en 1943, al ver que los aliados no abrían un segundo frente que también Stalin ansiaba, Luciano llamó a su presencia a dos de sus mejores pistoleros, Tommy Lucchese y Joe Adonis, a quienes instó a acabar con la vida del propio ¡Adolf Hitler! Sí, tal cual.

Luciano pensó entonces en uno de los mafiosos más célebres que se encontraban en Sicilia –y que, contrariamente al resto de la Cosa Nostra, había mantenido estrechos lazos con el régimen de Mussolini–. Sin embargo, aquel alocado plan nunca pudo llevarse a cabo. El Führer sufrió al menos 40 tentativas de magnicidio y de todas ellas salió bien parado, incluso del atentado del 20 de julio de 1944 en la Guarida del Lobo, en Prusia Oriental, cuando el coronel Claus von Stauffenberg colocó una bomba que estalló al lado de Hitler, en el marco de la conocida como Operación Valkiria.

La invasión de Sicilia

A partir del momento en que se reunieron en Great Meadow, cientos de norteamericanos de origen siciliano acudieron a comisarías y centros de Inteligencia americanos para facilitar todo tipo de informaciones sobre sus lugares de origen. Se organizó además un equipo de comunicaciones, formado por agentes del ONI y algunos mafiosos expulsados de Sicilia por el Duce instalados en Canadá, que aún mantenían un estrecho contacto con la isla. Todo ello sería de vital importancia para la Operación Husky, nombre en clave con el que se conocería la inminente invasión aliada de la isla mediterránea.

Aquello facilitó la realización de numerosos sabotajes a las tropas alemanas en la isla, y las primeras tropas alidadas que desembarcaron en sus costas fueron guiadas a través de los campos de minas precisamente por colaboradores de la mafia vestidos de paisano –o al menos eso reza la leyenda negra–. Sobre este punto no hay consenso entre investigadores, surgiendo múltiples historias que le interesaba mantener vivas a la Cosa Nostra para edulcorar su siniestra trayectoria criminal.

La pregunta de hasta qué punto el alto mando aliado confesó un secreto tan delicado como una gran operación militar a una banda de delincuentes es algo a lo que no se ha podido dar una respuesta convincente. El «pacto secreto» existió, sobre todo en relación con la protección de los muelles de Nueva York, y parece que continuó hasta la liberación de Sicilia, aunque fueron solo unos grupos minoritarios dentro de las autoridades militares aliadas quienes lo conocían y lo apoyaron e impulsaron para derrotar al nazismo.

Don Calò

De hecho, en los diarios de campaña de las unidades norteamericanas que pasaron por distintos pueblos supuestamente controlados por la «Honorable Sociedad» –como la localidad siciliana de Villalba, controlada por Calogero Vizzini, alias «Don Calò»–, no aparece registro alguno de las historias contadas por algunos capos tras la guerra. Lo único cierto es que Charles ««Lucky» Luciano volvió a demostrar que era un hombre afortunado, como rezaba su apodo de juventud. Condenado en un principio a 35 años de cárcel por proxenetismo, fue puesto en libertad en 1946, habiendo cumplido tan solo nueve años de su condena. Sin duda, la colaboración con la contrainteligencia de la Marina tuvo sin frutos; de hecho, llegó, incluso, a ofrecerse él mismo para dejarse caer en paracaídas sobre Sicilia. No se lo permitieron, claro.

Luego, y muy probablemente gracias a aquella colaboración soterrada con el gobierno en la contienda, fue deportado a Italia, muriendo en extrañas circunstancias el 26 de enero de 1962 en el aeropuerto internacional de Nápoles, donde sufrió un infarto mientras se disponía a encontrarse con el productor estadounidense Martin Gosch, con la idea de realizar una película sobre su vida en los bajos fondos. ¿Pudo ser asesinado? Quién sabe. A su ostentoso funeral asistieron más de 300 personas. Su ataúd, como si se tratase del mismo féretro de un rey, fue paseado por las calles de Nápoles en un coche fúnebre tirado por caballos.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

En mi libro Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial (Luciérnaga, 2018) dedico un amplio capítulo a esta operación clandestina. El ensayo que me sirvió de principal referencia y que aborda aquel «secreto de Estado» de la Administración Roosevelt es Aliados de la Mafia, de Tim Newark (Alianza Editorial, 2009), que a su vez bebe de otro previo, The Luciano Project: The Secret Wartime Collaboration of the Mafia and the U.S. Navy, publicado en la lejana fecha de 1977.

Para conocer con detalle el aspecto estratégico y militar (planificación, comandos, comunicaciones…), la editorial Ático de los Libros acaba de publicar un detallado libro que arroja importante información, alguna de ella hasta ahora clasificada: Sicilia 1943. El primer asalto a la fortaleza Europa. Un volumen con un proceso documental de infarto y una fuerza narrativa digna del mejor relato de ficción, hasta el punto de que Gerard DeGroot, del diario The Times, ha dicho de él que «El talento de Holland radica en su habilidad de resucitar a estos guerreros con una vívida prosa». No ha sido el único elogio, pues la crítica se muestra unánime a uno y otro lado del Atlántico.

El asalto aliado de Sicilia, el país natal de Lucky Luciano, fue previo al Desembarco de Normandía y bajo el nombre en clave de Operación Husky, fue, a partir del 10 de julio de 1943, la mayor operación anfibia de la historia y el primer gran asalto a la Fortaleza Europa, como reza el subtítulo del ensayo. Y es que el viejo continente estaba blindado en su salida hacia el mar por fuerzas del Tercer Reich. Para facilitar la operación Husky, se puso en marcha otra obra maestra del engaño en inteligencia y de la que hemos hablado en Dentro del Pandemónium, la Operación Carne Picada, que vuelve a estar de actualidad ante el estreno de una nueva película centrada en el caso, El arma del engaño, adaptación del ensayo superventas del periodista británico Ben Macyntire El hombre que nunca existió (a su vez, título de una película de 1956 dirigida por Ronald Neame).

El día 10 de julio de 1943, y en gran parte gracias al engaño a Hitler, cuyo alto mando creyó más probable que una incursión aliada sería por Grecia y no por Sicilia, más de 160.000 tropas británicas desembarcaron en la isla italiana para comenzar el avance hacia el corazón del Reich alemán. Tras una campaña aérea que consolidó una nueva forma de hacer la guerra y señaló el comienzo de la hegemonía aliada en los cielos europeos, la batalla por Sicilia fue una de las campañas más dramáticas y trascendentales de toda la Segunda Guerra Mundial.

Bajo un sol abrasador y en una isla infestada por los mosquitos y las enfermedades y controlada por la mafia (que había recibido instrucciones de facilitar el apoyo a las fuerzas aliadas, en gran parte para vengarse del cerco al que les había sometido Mussolini), los Aliados participaron en combates de una violencia inusitada en entornos hostiles, con recursos limitados y contra un enemigo que se negaba a rendirse.

En este monumental trabajo, Finalista al Mejor Libro de Historia Militar del Ejército británico, James Holland, principal exponente de la nueva generación de historiadores que están reinterpretando aquel sanguinario conflicto (y que ha entrevistado a varios de los supervivientes, de los que cada vez, por desgracia, hay menos), ofrece al lector el apasionante y vívido relato de uno de los grandes puntos de inflexión de la guerra y que cambiaría su rumbo hacia el comienzo del fin del dominio del Eje. Sin la misma, y sin lo que sobrevendría el Día D a partir de otras numerosas operaciones clandestinas que ya abordamos en el blog, la victoria aliada habría sido imposible.

He aquí el enlace para adquirir el libro:

https://aticodeloslibros.com/index.php?id_product=232&controller=product

Comandos y operaciones especiales en la II Guerra Mundial (Susaeta):

Y si lo que queremos es realizar un acercamiento, ameno a la vez que instructivo, al gran teatro de operaciones secretas y clandestinas que tuvieron lugar en aquella brutal conflagración, nada mejor que sumergirnos en las páginas, profusamente ilustradas a todo color y acompañadas de mapas y gráficos, de Comandos y operaciones especiales de la II Guerra Mundial, una joya gráfica editada por Susaeta Ediciones. Un recorrido vertiginoso por las unidades de comandos de ambos contendientes que, alcanzando un desarrollo y perfeccionamiento colosal, se desplegaron por desiertos, mares, selvas, acantilados, montañas y urbes asediadas como Stalingrado o Berlín…

Esta magnífica selección –pues fueron tantas que harían falta miles de páginas para detallar cada una de ellas– contempla operaciones famosas como la Operación Fortitude (que permitió el Desembarco de Normandía, el gran asalto a la Fortaleza Europa), o la Operación León Marino, que planeó la invasión –frustrada– de Gran Bretaña por la Wehrmacht, y otras menos conocidas, como la Operación Gleiwitz (una operación de falsa bandera que atribuyó a los polacos el ataque a la frontera alemana y justificó la invasión del país por los ejércitos de Hitler) pero que contribuyeron, algunas de manera decisiva, al resultado final de la mayor sangría conocida por el hombre contemporáneo.

He aquí el enlace para hacerse con este volumen:

https://www.editorialsusaeta.com/es/libros-de-guerra/11847-comandos-y-operaciones-especiales-en-la-ii-guerra-mundial-9788499284859.html

Operación Underworld: la Cosa Nostra contra Hitler (I)

Para preparar la invasión aliada de Sicilia, se orquestaron numerosos planes secretos. Uno de ellos, que permanecería clasificado hasta tiempos muy recientes, tuvo como protagonistas a algunos de los personajes más oscuros de la Mafia italoamericana de aquel tiempo. Ahora que Ático de los Libros publica Sicilia 1943. El primer asalto a la fortaleza Europa, del historiador británico James Holland, recordamos aquel singular episodio de la guerra secreta.

Por Óscar Herradón ©

A comienzos de 1942, los muelles neoyorquinos eran un objetivo bastante sencillo para los submarinos alemanes: las luces de Brooklyn creaban una silueta perfecta de los buques mercantes que podrían convertirse en objetivo del enemigo. Una serie de misteriosos incendios a lo largo de todo el puerto inquietaron sobremanera a las autoridades de la ciudad de los rascacielos y al Gobierno estadounidense, sobre todo desde que los EEUU entraran oficialmente en guerra tras el bombardeo de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941.

Aunque muchos de aquellos fuegos se demostraron fortuitos, la mayoría de ciudadanos pensaba que habían sido intencionados y que tenían lugar sabotajes, probablemente de mano de los simpatizantes nazis, seguidores de Mussolini o incluso espías japoneses. Proteger los puertos era fundamental porque desde la costa Este partían la mayoría de barcos de víveres y abastecimiento con rumbo a Inglaterra para apoyar a los aliados en Europa. Toneladas de embarcaciones eran hundidas por los U-Boote alemanes y había que tomar medidas para que los barcos no fueran también saboteados incluso antes de partir.

Los organismos encargados de la defensa de EEUU estaban dispuestos a hacer un trato con quien fuera, incluso traspasando los límites de la legalidad, algo que en tiempos de guerra no suponía un gran problema para ningún bando. Según recoge el historiador Rodney Campbell en The Luciano Project, el comandante Charles Radcliffe Haffenden, que por aquel entonces fue nombrado responsable de la sección de investigaciones del Tercer Distrito Naval en Manhattan, le confesó a un asistente de la Marina lo siguiente: «Hablaría con cualquiera; con un cura, con un gerente de banco, con un gánster o con el diablo en persona si así pudiera conseguir la información que necesito. Esto es una guerra y hay vidas americanas en peligro».

¡Protejamos los puertos!

Aquél sería el comienzo, en el marco de la contienda, de una de las operaciones clandestinas más sorprendentes y a su vez desconocidas por el gran público. En un primer intento de controlar los muelles, agentes de Inteligencia de la Marina probaron a conseguir información de los trabajadores portuarios, pero no obtenían pista alguna porque todo aquel enorme espacio estaba controlado por la Mafia. Por aquel entonces, llevaba varios años en prisión el que fuera «Don» de la Cosa Nostra neoyorquina, el todopoderoso Charles «Lucky» Luciano.

Ficha policial de Charles «Lucky» Luciano
Muelle 88 NY

Éste seguía desde prisión los avances de la contienda, y era consciente de que debía dar un golpe de mano para poder reducir su condena. Vio su oportunidad con el incendio del buque Lafayette, como se había rebautizado el transatlántico de lujo de propiedad francesa Normandie, que había sido embargado por la Administración Roosevelt tras la claudicación de Francia, un gigantesco navío para el que se construyó ex profeso el Muelle 88 de Nueva York y que había sido rehabilitado como buque de guerra, destinado a enviar a Europa numerosas tropas de apoyo. El 28 de febrero de 1942 debía partir hacia Boston a recoger al primer cargamento de soldados, pero aquello nunca sucedió, porque el día 9 del mismo mes ardía en un cataclismo que trajo en vilo a los miles de curiosos y causó un verdadero revuelo en los pasillos de Washington.

Albert Anastasia

Aunque con los años los propios mafiosos dirían que ellos incendiaron el SS-Normandie para acercar al gobierno estadounidense a Luciano –al parecer lo habrían quemado Albert Anastasia y su hermano Tony, por orden de Frank Costello–, de las pesquisas de las autoridades se desprendió que fue fortuito, aunque sirvió de excelente baza a los hombres del «Don». No obstante, el misterio sobre el fuego no ha sido completamente desvelado tantas décadas después. Tras una serie de movimientos que, de describirlos, alargarían en demasía el post, finalmente los oficiales de la Marina decidieron realizar una suerte de trato, silenciado durante décadas, con los hombres de la Cosa Nostra para proteger los puertos. Aquel pacto secreto sería conocido como «Operación Underworld» –Bajos Fondos– y sus detalles se recogen en un expediente hasta hace pocos años secreto: el «Informe Herlands».

La Alianza Secreta

McFall

La poca ortodoxa idea de que los agentes de la Marina contactaran con informadores del crimen organizado para mantener la seguridad marítima gracias a sus contactos con los sindicatos portuarios –que no gustó a muchos– surgió del capitán Roscoe C. MacFall, oficial al mando del servicio de Inteligencia del Tercer Distrito Naval, que abarcaba la vigilancia entre Nueva York y Nueva Jersey. Sin demasiado esfuerzo, obtuvo el respaldo del contraalmirante Carl F. Espe, director del servicio de Inteligencia naval, y del teniente Anthony J. Marsloe.

MacFall propuso que se pusieran en contacto con Joseph «Socks» Lanza, un brutal gánster y uno de los más estrechos aliados de Luciano. Lanza dirigía el mercado del pescado de Fulton y ni una sola embarcación de pesca atracaba en los muelles de Nueva York sin pagarle un tributo. Un negocio de lo más rentable basado en la extorsión, el chantaje y el control de los sindicatos.

Joseph «Calcetines» Lanza
Lansky

Realizaron tan delicado acercamiento a través del abogado de Luciano, Moses Polakoff. Éste y Guerin se reunieron en secreto en su bufete en Wall Street y propusieron como intermediario entre Luciano y el gobierno a Meyer Lanski. Este bajito pero implacable mafioso era de origen judío, y sentía un odio terrible hacia Adolf Hitler y su política antisemita. De hecho, ya había reventado varias reuniones de simpatizantes nazis enrolados en el Bund Germano Americano, organización que llegó a reunir a 20.000 seguidores en el icónico Madison Square Garden el 20 de febrero de 1939.

El 11 de abril de 1942 se celebraba una reunión secreta en un restaurante de la calle 58 en Nueva York entre Moses Polakoff, Murray Gurfin, fiscal del distrito de Manhattan –a las órdenes de Dewey–, el comandante de la ONIOffice of Naval Intelligence– Haffenden, y Meyer Lansky. Allí le contaron al gánster noticias sobre lo que estaba sucediendo con su pueblo en Europa en los campos nazis e, impresionado, fue autorizado a reunirse con su jefe en Dannemora. Nunca se sabrá qué hablaron en la misma, más allá de lo narrado en unas memorias poco ortodoxas del propio Lansky y algunas conversaciones que mantuvo el «Don» con varios periodistas.

La primera consecuencia pronto se hizo visible. Gurfein les dejó claro que Luciano no recibiría recompensa alguna, sino que se trataba de un deber para con su patria; sin embargo, puesto que Lansky y Polakoff debían reunirse con el jefe mafioso de forma frecuente en vistas a que prosperase la «alianza secreta», que bajo ningún concepto debía trascender a la opinión pública teniendo en cuenta la carrera criminal del jefe de la Cosa Nostra, se barajó la posibilidad de trasladarlo de prisión, primera concesión gubernamental al capo.

Dewey
Great Meadow

A pesar de la voz en contra de Thomas E. Dewey, Luciano fue trasladado de la prisión de Dannemora, conocida como la «Pequeña Siberia» por sus duras condiciones, a la de Great Meadow, en Comstock, muy cerca de Nueva York, donde gozaba de un régimen más abierto, y podía incluso jugar al béisbol. John A. Lyons, responsable del sistema penitenciario neoyorkino, dio instrucciones al alcaide de Great Meadow para que no aplicase a las visitas al «Don» las ordenanzas sobre el registro de huellas digitales para que agentes del Gobierno y mafiosos pudiesen hablar con él en privado. En su nuevo presidio, comenzó a recibir numerosas visitas de sus subordinados, que recibían instrucciones personalmente del otrora Capo di tutti capi.

Bandera del Bund Germano Americano

Agentes del ONI comenzaron a infiltrarse en los muelles sin problema e incluso, gracias a «Socks» Lanza, se les permitió infiltrarse en los sindicatos de estibadores. De hecho, hasta 42 líderes sindicales y trabajadores portuarios opuestos a la Cosa Nostra fueron asesinados en los cuatro años siguientes, apareciendo también los cadáveres de varios miembros de la comunidad alemana neoyorquina flotando en el río con un trozo de seda amarilla cosido a su ropa, con una gran «L» negra dibujada que, al parecer, aludía a Luciano. El trabajo en los muelles continuó sin incidentes para el esfuerzo bélico norteamericano. El siguiente paso era planificar la invasión de Sicilia y golpear a Hitler en la fortaleza Europa.

Este post tendrá una próxima e inminente entrega.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

En mi libro Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial (Luciérnaga, 2018) dedico un amplio capítulo a esta operación clandestina. El ensayo que me sirvió de principal referencia y que aborda aquel «secreto de Estado» de la Administración Roosevelt es Aliados de la Mafia, de Tim Newark (Alianza Editorial, 2009), que a su vez bebe de otro previo, The Luciano Project: The Secret Wartime Collaboration of the Mafia and the U.S. Navy, publicado en la lejana fecha de 1977.

Para conocer con detalle el aspecto estratégico y militar (planificación, comandos, comunicaciones…), la editorial Ático de los Libros acaba de publicar un detallado libro que arroja importante información, alguna de ella hasta ahora clasificada: Sicilia 1943. El primer asalto a la fortaleza Europa. Un volumen con un proceso documental de infarto y una fuerza narrativa digna del mejor relato de ficción, hasta el punto de que Gerard DeGroot, del diario The Times, ha dicho de él que «El talento de Holland radica en su habilidad de resucitar a estos guerreros con una vívida prosa». No ha sido el único elogio, pues la crítica se muestra unánime a uno y otro lado del Atlántico.

El asalto aliado de Sicilia, el país natal de Lucky Luciano, fue previo al Desembarco de Normandía y bajo el nombre en clave de Operación Husky, fue, a partir del 10 de julio de 1943, la mayor operación anfibia de la historia y el primer gran asalto a la Fortaleza Europa, como reza el subtítulo del ensayo. Y es que el viejo continente estaba blindado en su salida hacia el mar por fuerzas del Tercer Reich. Para facilitar la operación Husky, se puso en marcha otra obra maestra del engaño en inteligencia y de la que hemos hablado en Dentro del Pandemónium, la Operación Carne Picada, que vuelve a estar de actualidad ante el estreno de una nueva película centrada en el caso, El arma del engaño, adaptación del ensayo superventas del periodista británico Ben Macyntire El hombre que nunca existió (a su vez, título de una película de 1956 dirigida por Ronald Neame).

El día 10 de julio de 1943, y en gran parte gracias al engaño a Hitler, cuyo alto mando creyó más probable que una incursión aliada sería por Grecia y no por Sicilia, más de 160.000 tropas británicas desembarcaron en la isla italiana para comenzar el avance hacia el corazón del Reich alemán. Tras una campaña aérea que consolidó una nueva forma de hacer la guerra y señaló el comienzo de la hegemonía aliada en los cielos europeos, la batalla por Sicilia fue una de las campañas más dramáticas y trascendentales de toda la Segunda Guerra Mundial.

Bajo un sol abrasador y en una isla infestada por los mosquitos y las enfermedades y controlada por la mafia (que había recibido instrucciones de facilitar el apoyo a las fuerzas aliadas, en gran parte para vengarse del cerco al que les había sometido Mussolini), los Aliados participaron en combates de una violencia inusitada en entornos hostiles, con recursos limitados y contra un enemigo que se negaba a rendirse.

En este monumental trabajo, James Holland, principal exponente de la nueva generación de historiadores que están reinterpretando aquel sanguinario conflicto (y que ha entrevistado a varios de los supervivientes, de los que cada vez, por desgracia, hay menos), ofrece al lector el apasionante y vívido relato de uno de los grandes puntos de inflexión de la guerra y que cambiaría su rumbo hacia el comienzo del fin del dominio del Eje. Sin la misma, y sin lo que sobrevendría el Día D a partir de otras numerosas operaciones clandestinas que ya abordamos en el blog, la victoria aliada habría sido imposible.

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Comandos y operaciones especiales en la II Guerra Mundial (Susaeta):

Y si lo que queremos es realizar un acercamiento, ameno a la vez que instructivo, al gran teatro de operaciones secretas y clandestinas que tuvieron lugar en aquella brutal conflagración, nada mejor que sumergirnos en las páginas, profusamente ilustradas a todo color y acompañadas de mapas y gráficos, de Comandos y operaciones especiales de la II Guerra Mundial, una joya gráfica editada por Susaeta Ediciones. Un recorrido vertiginoso por las unidades de comandos de ambos contendientes que, alcanzando un desarrollo y perfeccionamiento colosal, se desplegaron por desiertos, mares, selvas, acantilados, montañas y urbes asediadas como Stalingrado o Berlín…

Esta magnífica selección –pues fueron tantas que harían falta miles de páginas para detallar cada una de ellas– contempla operaciones famosas como la Operación Fortitude (que permitió el Desembarco de Normandía, el gran asalto a la Fortaleza Europa), o la Operación León Marino, que planeó la invasión –frustrada– de Gran Bretaña por la Wehrmacht, y otras menos conocidas, como la Operación Gleiwitz (una operación de falsa bandera que atribuyó a los polacos el ataque a la frontera alemana y justificó la invasión del país por los ejércitos de Hitler) pero que contribuyeron, algunas de manera decisiva, al resultado final de la mayor sangría conocida por el hombre contemporáneo.

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