Por fin se lanza, de la mano de Norma Editorial, la segunda parte de Todo Cae, el séptimo volumen de la saga protagonizada por John Blacksad, firmado por Juan Díaz Canales y Juanjo Guarnido, una de las series más brillantes y exitosas del cómic patrio. El regreso por todo lo alto del gato detective de la Norteamérica de posguerra curtido en mil batallas.
Blacksad, la que es hoy una de las series noir gráficas más célebres no solo en España sino a nivel internacional, nació con el nuevo milenio, que parece que fue ayer, pero hace ya la friolera de 23 años. Cuando el guionista de historietas Juan Díaz Canales y el dibujante también patrio Juanjo Garnido se conocen, pergeñan el personaje de Blacksad, un detective antropomorfo (con forma de gato) de vuelta de todo y dispuesto a poner orden allá donde le es posible, en ocasiones, cual némesis del mejor detective del cine negro del Hollywood clásico, saltándose (solo un poquito) la ley.
Tras contactar con varias editoriales, y llevarse alguna que otra negativa (más de un editor estará hoy tirándose de los pelos) la francesa Dargaud da el visto bueno al proyecto y en noviembre de 2000 (hace justo ahora 23 años) se publica el primer volumen: Quel part entre les ombres (Algún lugar entre las sombras). A partir de ahí, su éxito será imparable y hoy la serie goza de numerosos reconocimientos internacionales, y lo más importante, el cariño de un nutrido público.
Diseccionando la América de posguerra
En sus aventuras Blacksad está acompañado –al menos desde la segunda parte, Arctic Nation, publicada en 2003, hace ahora dos décadas– del reportero Weekly (con forma de garduña), un periodista de raza (y sinvergüenza de espíritu) que lo acompañará en diversas aventuras –o desventuras más bien–. Juntos intentarán desmontar una oscura conspiración orquestada por las élites blancas en un escenario de marcada segregación racial, que no es sino la traslación a la viñeta del fuerte movimiento de extrema derecha y racista que cosechó éxito en tierras estadounidenses por aquel tiempo y que mantiene hoy, con fuertes vínculos con el Ku Klux Klan, una extensa ramificación en el país de las barras y estrellas (otro acierto más, a mi parecer, de la serie: el darle una impecable verosimilitud histórica a cada trama).
También se asoman a la caza de brujas promovida por el senador Joseph McCarthy en una fiebre anticomunista que azotó principalmente a los creadores de Hollywood y que sembró un estigma generacional que todavía pudo comprobarse en la reacción del público en 1999 cuando la Academia le concedió el Oscar honorífico a Elia Kazan y media platea no se levantó porque el realizador había sido uno de los delatores. Al margen de la política, fue uno de los grandes directores de todos los tiempos. Tanto daño hizo aquella persecución…
Canales y Guarnido nos sumergen igualmente en el sórdido mundo de la noche (en este caso en la mítica Nueva Orleans) donde se dan la mano clubes de jazz, tipos peligrosos –una vez más– y la heroína, ese «polvo mágico» que hoy vuelve a estar tristemente de moda entre los sectores más bajos de las sociedad estadounidense junto al fentanilo; crímenes de todo tipo, guiños a la generación beat… todo un fresco de la América de finales de los cuarenta y la década de los cincuenta. Noir «de raza» (en este caso gatuna) en su más pura esencia.
Todo Cae, segunda parte
Ahora, Norma Editorial nos brinda la oportunidad de acercarnos a la nueva aventura del gato con gabardina y mucho arrojo: lanza la segunda parte de Todo Cae. En la primera entrega, nuestro (anti)héroe gatuno recibe el encargo de proteger a un líder sindical de trabajadores del metro que está bajo amenaza de la mafia de las comadrejas (otro claro guiño a la parte más turbia de la historia estadounidense, la de los sindicatos, en este caso de camioneros, controlados por Jimmy Hoffa, con importantes vínculos con el crimen organizado). Su investigación se topará entonces con una enrevesada trama que involucra a las altas esferas de la sociedad. ¿Hay algo más actual que la corrupción y el poder político en cualquier rincón del planeta?
Misma elegancia en cada página, igual mimo en el tratamiento del dibujo (¡qué maravilla de color!) y los personajes y el guion dignos del mejor creador de thrillers del siglo XX, incluso un Marlowe o un Hammett (a los que sin duda homenajean sus creadores en cada página). ¿Qué más se puede pedir? Para aquellos que no se hayan sumergido todavía en el rico y adictivo universo de esta serie de la viñeta (pocos, seguro, entre los amantes del noveno arte), Norma Editorial también dispone de un maravilloso volumen integral de Blacksad que integra los cinco primeros títulos previos a Todo Cae. Una joya gráfica que sin duda merece la pena.
He aquí el enlace para adquirir el segundo tomo de Todo Cae, y eso… dejarse caer a plomo en sus maravillosas páginas:
La editorial Edaf acaba de publicar un exhaustivo y a la vez entretenidísimo ensayo que sitúa a la Inquisición española en su justo lugar en la historia. Un tribunal, el del Santo Oficio, que durante siglos fue objeto de grandilocuentes ataques por los partidarios de la llamada «Leyenda Negra» que tanto daño ha hecho al estudio del imperio español (lo que forjó un desvirtuado imaginario colectivo sobre su proceder), y cuyos procesos –del comienzo de las pesquisas al dictamen de las sentencias– son explicados con detalle en sus muy documentadas páginas.
No es un tribunal que despierte simpatía. Obvio: perseguía prácticas y creencias y fue el responsable de castigos que en muchos casos implicaban la pena de muerte. Cuando te delataban y ya eras sospechoso, nada bueno cabía esperar (aunque también se leyeron sentencias exculpatorias y se persiguió la falsa delación, como bien indican las Instrucciones del organismo). Hay que tener en cuenta que se estableció, y desarrolló, en un tiempo donde Dios y la Iglesia tenían la entidad que hoy tiene la política, algo que no es fácil de comprender para la mentalidad actual, y eso es capital a la hora de estudiar sus acciones, que es lo que hace el autor de La Inquisición Española. Realidad y procedimiento del Santo Oficio, Darío Madrid.
No es que fueran dignos de elogio muchos de sus procesos ni que haya que cantar las glorias de un tribunal constituido para castigar la herejía (en ocasiones con la pena capital –no, no había eso que hoy llamamos libertad de conciencia ni de religión–), pero tampoco fue el organismo aterrador, siniestro y despiadado que vendieron los enemigos de España, que eran muchos, ni el único de este tipo que funcionó en aquellos tiempos (incluidos los de la órbita protestante, en algunos casos mucho más sanguinarios). Ya sé, lo de «mal de muchos…» no es lo mejor a lo que agarrarse, pero es que era como funcionaba el sistema, nos gustase o no. Y no solo en Occidente.
Tampoco la Inquisición nació en estas latitudes, como cree erróneamente un amplio número de personas, sino que debemos remontarnos a tiempos medievales (a raíz de la herejía cátara) para ver su origen, aunque bajo el orbe de los Reyes Católicos Roma otorgaría privilegios especiales a los inquisidores de los reinos hispánicos que harían que la institución gozara por estos lares de gran popularidad (y a su vez fuera fruto de numerosos ataques, la de todos los enemigos de una Corona cada vez más poderosa) y se impulsara su expansión. Aquel proceso no estuvo exento tampoco de problemas y diferencias entre la corte española y el Vaticano.
Leyenda Negra VS Leyenda Rosa
Durante siglos la llamada Leyenda Negra vomitó pestes (y falsedades) contra diversas instituciones españolas, entre ellas, ocupando un lugar de honor, el Santo Oficio. Yo mismo, hace bastantes años, en un reportaje sobre instrumentos de tortura inquisitoriales, cometí el error de repetir datos –en gran parte erróneos– que se han divulgado hasta la saciedad sobre artefactos que jamás utilizó la Inquisición española (y sí, en varios casos, las «inquisiciones» de la órbita protestante); leer un libro así sirve para solventar errores de este tipo, de los que ninguno estamos a salvo, menos ahora con la información sin control que agita la red.
El autor incluye un amplio y detallado epígrafe, muy clarificador, sobre este punto, donde señala que la mayoría de instrumentos atribuidos al Santo Oficio son falsos, creaciones decimonónicas creadas para los llamados «Museos de la Inquisición» que pretendían aterrorizar a los visitantes, pero no siendo precisamente históricamente rigurosos; museos que hoy en día se pueden ver en muchos puntos de España, como Toledo o Cantabria.
No, la Inquisición Española no usó las llamadas «damas o doncellas de hierro», que parece que fueron un invento tardío inspirado en la denominada «capa de la infamia», usada en Alemania, ni tampoco artilugios como el «aplastacabezas» o la «pera vaginal u anal». Una de las directrices del Santo Oficio, recogida en sus Instrucciones, era precisamente que el reo, durante el tormento, no debía sangrar, y tampoco (en la medida de lo posible, aunque no siempre se lograba) se debía dañar ningún miembro, pues la finalidad última era la confesión. Entonces, ¿qué sentido tendría sacarle a un acusado literalmente los sesos o reventarle los intestinos?
El Auto de Fe de 1680 en la Plaza Mayor de Madrid.
No, no se usaban dichos artilugios, lo que no quiere decir que no se hiciera uso del tormento ni que no hubiese un procedimiento que el derecho actual no podría siguiera plantearse: «En el caso de que la denuncia tuviera verisimilitud, cierta gravedad a ojos de los inquisidores y no fuera anónima, se procedía a la detención preventiva del acusado. Debemos partir del hecho, al contrario de lo que es norma para el derecho penal actual, de que por aquel entonces se presumía que las denuncias eran ciertas. No regía el principio en base al cual el denunciado no era culpable hasta que se demostraran los hechos de que le acusaban. Era al revés: se presumía que el denunciado era culpable hasta que se demostrara su inocencia». Para más inri, el acusado no conocía la identidad de sus acusadores, aunque le quedaba el recurso del llamado «escrito de tachas», que explica muy bien el autor en estas páginas.
Aquello, claro, dificultaba las cosas para el que se encontraba en el punto de mira del Santo Oficio. Como cuenta Darío Madrid, fueron tres los colectivos que más denuncias presentaron ante la Inquisición: los vecinos y conocidos de los denunciados, los religiosos y sacerdotes, y personas que se encontraban detenidas que, en el curso de sus interrogatorios, ya fuera por los tribunales seglares o de la Inquisición, denunciaron a otras personas.
Está claro, por lo que se desprende del revelador contenido de este ensayo, que el autor no pretende ni mucho menos ensalzar la otra leyenda, la «rosa», que tiende a blanquear, también de manera fraudulenta, el pasado, pero la historia de hace cinco siglos no puede narrarse desde el punto de vista de los derechos humanos actuales (que no existían) ni las guerras desde el punto de vista (por otro lado loable) de un pacifismo que en siglos pretéritos no se concebía, pues la guerra formaba parte del desarrollo mismo de los estados.
Las persecuciones protestantes
En las páginas de este trabajo, que viene con un pliego central de fotografías que resumen a la perfección lo más notable de su contenido, Darío Madrid también nos sumerge en esa otra historia oscura de aquel tiempo en el que no solo la Inquisición española actuaba de forma implacable: también lo hacían –en ocasiones con muchos menos miramientos y sin ajustarse a norma alguna– las autoridades (por lo general civiles) de los países protestantes. Así, cuenta el martirio y ejecución del español Miguel Servet por la inquina de Juan Calvino (Servet había sido declarado hereje tanto por la Inquisición romana como por los protestantes), la persecución de los católicos en tiempos de Enrique VIII y su hija Isabel I (sin obviar la persecución protestante durante el reinado de la medio hermana de esta, María Tudor, quien llegaría a casarse con el español Felipe II), las guerras de religión en Francia o casos celebérrimos de brujería que afectaron al Santo Oficio (pocos), el más tristemente célebre el de las brujas de Zugarramurdi, que se materializó en el Auto de Fe de Logroño de 1606.
Como colofón, el autor nos ofrece sucintos apéndices, nada menos que las Instrucciones del Santo Oficio de Tomás de Torquemada así como las que fueron redactadas casi un siglo después por el también inquisidor general Fernando de Valdés.
He aquí el enlace para adquirirlo en la página de la editorial:
Aunque es habitual atribuir el término «leyenda negra» en relación a la manipulación de la historiografía hispánica al historiador y periodista madrileño Julián Juderías (1877-1918), no se sabe con exactitud su origen. Hay registros de que lo utilizaron antes que él escritores de la talla de Emilia Pardo Bazán (durante una conferencia en París) o Vicente Blasco Ibáñez. No obstante, las obras de Juderías (La leyenda negra y la verdad histórica y La leyenda negra: estudios acerca del concepto de España en el extranjero, entre otros títulos) contribuyeron como ninguna a extender el concepto por toda la comunidad hispanohablante.
Dando un salto a la actualidad, un libro que en los últimos años ha contribuido como pocos a internacionalizar dicha idea y a desmontar falsos mitos sobre nuestro pasado es un auténtico éxito de ventas que publicó (y ha reeditado numerosas veces en distintos formatos) Ediciones Siruela: Imperiofobia y Leyenda Negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español, de la prestigiosa filóloga Elvira Roca Barea, con prólogo de Arcadi Espada, un ensayo que ha cosechado ya más de 150.000 lectores.
La autora acomete en este portentoso y revelador libro la cuestión de delimitar las ideas de imperio, leyenda negra e imperiofobia. De esta manera el lector podrá entender qué tienen en común los imperios y las leyendas negras que irremediablemente van unidas a ellos, cómo surgen creadas por intelectuales ligados a poderes locales y cómo los mismos imperios las asumen. El orgullo, la hybris, la envidia, no son ajenos a la dinámica imperial. La autora se ocupa de la imperiofobia en los casos de Roma, los Estados Unidos y Rusia para analizar con más profundidad y mejor perspectiva el Imperio español. El lector descubrirá cómo el relato actual de la historia de España y de Europa se sustenta en ideas basadas más en sentimientos nacidos de la propaganda que en hechos reales.
La primera manifestación de hispanofobia en Italia surgió vinculada al desarrollo del humanismo, lo que dio a la leyenda negra un lustre intelectual del que todavía goza. Más tarde, la hispanofobia se convirtió en el eje central del nacionalismo luterano y de otras tendencias centrífugas que se manifestaron en los Países Bajos e Inglaterra. Roca Barea investiga las causas de la perdurabilidad de la hispanofobia, que, como ha probado su uso consciente y deliberado en la crisis de deuda, sigue resultando rentable a más de un país. Es sabido por todos que el conocimiento de la historia es la mejor manera de comprender el presente y plantearse el futuro.
Tras el estreno de Oppenheimer, cinta dirigida por el visionario Christopher Nolan y protagonizada por un inconmensurable Cillian Murphy en la piel del científico que comandó el Proyecto Manhattan, y con la amenaza (no tan) velada de los rusos y sus armas atómicas en el marco de una nueva Guerra Fría, se puso de nuevo de completa actualidad el tema del desarrollo de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora, Norma Editorial lanza la que probablemente sea la novela gráfica definitiva de aquellos tiempos tumultuosos.
La novela gráfica en cuestión es un monumental volumen de 472 páginas que bajo el título de La Bomba ha publicado recientemente la siempre exigente Norma Editorial. Fruto del trabajo conjunto y la creatividad del historietista belga Didier Alcante, el guionista francés Laurent-Frederic Bollée y el ilustrador canadiense Denis Rodier, todos ellos grandes exponentes contemporáneos de la Bandé-dessinée, es un detallado y revelador fresco de cada uno de los participantes en esa carrera atómica contrarreloj en los años más devastadores de la contienda.
Con un trabajo de documentación previo colosal (no en vano, sus artífices tardaron cinco años en completarlo), en sus páginas vemos las dudas existenciales de los físicos y químicos que sentarían las bases de la fisión nuclear, las luchas intestinas de los militares con los políticos para llevar a cabo proyectos que debían permanecer en el más absoluto de los secretos en la era dorada del espionaje internacional, y cómo la tragedia se va palpando, como una muerte anunciada a voces –y también en silencio–, vaticinando el desastre que se avecina sobre la humanidad. Tecnología y ciencia, PROGRESO frente a DESTRUCCIÓN, una dicotomía largamente asentada en la historia contemporánea.
En los trazos en blanco y negro (que lo dotan de mayor sobriedad, y cierta coherencia acorde con aquellos tiempos en que los informativos que abrían las largas sesiones de cine también eran en escala de grises, como nuestro patrio NO-DO, que emitió desde 1942, en plena guerra mundial, hasta 1981) se materializan las inquietudes de físicos y premios Nobel como el italiano Enrico Fermi (que, seguido de cerca por las autoridades fascistas, decidirá exiliarse en Estados Unidos, contribuyendo al avance atómico norteamericano) o el húngaro Leó Szilárd y su amigo alemán, el Premio Nobel Albert Einstein, quienes hubieron de escoger el camino del exilio cuando los nazis llegaron al poder, aventurando la tragedia que se cerniría sobre el pueblo judío pocos años después. Ellos sí lo consiguieron, muchos otros no.
También desfilan por estas sensacionales páginas los científicos alemanes que permanecieron en el Reich (bien por decisión propia, como Heisenberg, bien porque las autoridades hitlerianas les obligaron) y hubieron de trabajar en el desarrollo atómico nazi aún a sabiendas de que su comandante en jefe poseía un hálito destructor imparable. El narrador –el plutonio– hace suya la frase: «Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos», una sentencia que se atribuye a Robert Oppenheimer, terriblemente arrepentido de trabajar en la creación de «La Bomba» cuando fue detonada la primera en la prueba Trinity, en el desierto de Nuevo México, momento en que le vinieron a la mente esas palabras del texto cosmogónico hindú Bhagavad-Gita (que, por cierto, obsesionaba a Heinrich Himmler, que consideraba los bastiones helados del Himalaya la cuna de la raza aria).
Precisamente Szilárd y Einstein serían los impulsores de la obtención estadounidense de la bomba atómica al escribir varias cartas al entonces presidente Franklin Delano Roosevelt sobre el peligro que suponía el avance de las investigaciones atómicas alemanas, detonante del ultra-secreto Proyecto Manhattan. Con el tiempo, al igual que su colega Oppenheimer, se darían cuenta del terrible error de construir un arma tan devastadora, pero en aquellos momentos de guerra contra Hitler consideraron que era la única forma de frenar sus aspiraciones megalómanas (sí, la bomba se creó para ser lanzada contra el Reich, pero la claudicación del mismo «obligó» a lanzarla contra los japoneses).
Los autores, en su minucioso trabajo de reconstrucción histórica, tampoco dejan fuera episodios del proceso nuclear bélico mucho menos publicitados y casi desconocidos por el gran público, como el papel desarrollado por los japoneses en dichas investigaciones o cómo los militares que estaban a cargo de la construcción del Pentágono (un proyecto igualmente «top secret» que impulsó la contienda) serían puestos también al frente de la comisión atómica estadounidense.
Con un ritmo endiablado, como el que hubieron de mantener los verdaderos protagonistas en aquellos tiempos de sangre y fuego en el interior de sus laboratorios ultrasecretos para conseguir objetivos palpables, presionados por gobiernos y militares, en la trama, a modo de flashes, también se recuerdan episodios clave de la Segunda Guerra Mundial como el ataque japonés a Pearl Harbor, la derrota del Tercer Reich, y por supuesto el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, el trágico epílogo largamente anunciado de aquella costosa investigación secreta.
Una verdadera joya gráfica (que Norma nos ofrece en edición cartoné y en rústica –recomiendo la primera, aunque sea a un precio bastante mayor–) que ha sido definida por la empresa de radio difusión pública de Bélgica RTBF como «El cómic definitivo». No sé si me atrevería a decir tanto, pero desde luego estamos ante una de las mejores obras sobre el tema publicadas en los últimos años, y la más completa de BD centrada en la bomba atómica en el marco de la guerra jamás editada. Una auténtica delicia para apasionados del cómic y de la historia que podéis adquirir en el siguiente enlace: