La Cacería Salvaje. La procesión espectral en tierras nórdicas

En la mitología vikinga, Odín era representado en ocasiones cabalgando por el aire sobre su corcel de ocho patas a gran velocidad en medio de la tormenta, acompañado de un séquito de espíritus incorpóreos sobre corceles jadeantes con perros ladrando. Aquella turba guerrera sobrenatural era conocida como «la Cacería Salvaje», una suerte de procesión de ánimas a medianoche que con sus particularidades es recogida por los mitos de varios pueblos.

Óscar Herradón ©

De hecho, con sus diferencias con los cultos nórdicos, en España adquiere diversas formas y nombres: la Huéspeda o la Güestia en León y Asturias, la Genti de Muerti en las Hurdes, Estantigua en Castilla (derivado de Hoste Antica y Hestantigua) y la célebre Santa Compaña del folclore gallego. Todas ellas, por lo general, presagian la muerte o son portadoras de malos augurios. De hecho, esa tradición en parte se debe a una herencia de origen céltico que en Irlanda tiene su propia manifestación en los denominados Banshees, espíritus femeninos que según la mitología se aparecen a las personas para anunciar con sus llantos y gritos la muerte de un familiar; una suerte de «hadas verdes» mensajeras de otro mundo o, en otras interpretaciones, ángeles caídos del folclore irlandés.

Volviendo a la Cacería Salvaje nórdica, Jacob Grimm, uno de los hermanos que dieron forma a los inolvidables cuentos infantiles, recogió en Deutsche Mythologie (1835) alusiones a esa siniestra partida de caza en la que un grupo de cazadores fantasmales y oscuros, a caballo y acompañados de perros furiosos, se manifestaba a algún viajero en una especie de montería celeste de mal agüero. Aunque fascinado por el pasado germánico y el paganismo interpretó mal algunas señales y recogió los mitos pecando de escaso cientificismo, fue Grimm quien bautizó dicha procesión espectral como Wilde Jagd («Caza Salvaje»).

Cuando las gentes oían el rugido del viento, temerosas, gritaban ruidosamente, para evitar ser arrastrados por la furiosa comitiva. Incluso tras la implantación del cristianismo, las gentes del norte seguían temiendo las tormentas. ¿Y qué cazaban aquellos espectros a lomos de corceles? Dependiendo de la saga nórdica a la que nos remitamos, el trofeo podía ser un caballo salvaje, un jabalí visionario o las Doncellas del Musgo –Ninfas de la madera–, simbolizadas por las hojas caídas en otoño.

Un mito largamente extendido

En distintos lugares de la vieja Europa, era una forma alegórica de explicar las tormentas. Se encuentran mitos similares en Polonia, Suiza, Inglaterra, Austria, la propia España, Francia… Ser testigo de la Cacería Salvaje podía presagiar la muerte de un familiar o la propia, pero también el anuncio profético de alguna catástrofe, ya fuera en forma de guerra o de plaga como la peste negra, tan extendida en la Edad Media. Los testigos podían optar por arrojarse al suelo –y sentir sobre sus atormentadas espaldas los cascos de las monturas–, o bien dejarse llevar por la partida, lo que podía arrojarlos lejos de sus casas o provocarles la muerte por la furiosa embestida, por lo que pasaban a convertirse en uno de más de la comitiva nocturna, algo relativamente similar a la Santa Compaña y sus luceros.

En ciertas zonas de Gran Bretaña, la Cacería Salvaje se relacionaba con perros de presa infernales que perseguían a los pecadores y a aquellos que no habían sido bautizados, por obra y gracia de la institución eclesial. Con el paso de los siglos, en alguna zonas como el norte de Inglaterra el mito se fue modificando y los dioses nórdicos originarios (como Wotan u Odín) fueron dando paso a otras deidades o héroes populares como el corsario y azote de la flota hispánica sir Francis Drake, o el mismísimo Rey Arturo en la Bretaña francesa. En otros rincones de Francia, comandaba la cacería Carlomagno, acompañado de su fiel paladín Roldán.

En Cataluña el líder de tan siniestra comitiva, según una popular balada, era el Conde Arnau (Comte Arnau), un noble legendario oriundo del Ripollés, cuya crueldad le condenó a conducir durante toda la eternidad a los perros cazadores mientras su carne es devorada por las llamas. La Cacería Salvaje fue un mito de origen principalmente nórdico que muy probablemente se extendió –adquiriendo diferentes formas y particularidades dependiendo de la zona– con las conquistas vikingas de Europa.

PARA SABER ALGO (MUCHÍSIMO) MÁS:

Si lo que queremos es una visión global (pero exhaustiva) de los señores del norte, nada mejor que sumergirnos en las páginas de Vikingos. La historia definitiva de los pueblos del norte, de Neil Price, que ha publicado recientemente la editorial de referencia Ático de los Libros.

Price es un distinguido profesor y catedrático de Arqueología en la Universidad de Upsala, en Suecia. Ha investigado, enseñado y escrito sobre la época vikinga durante casi treinta y cinco años y es autor de diversos trabajos. En el presente ensayo, el autor presenta por vez primera un retrato fidedigno de los vikingos basado en las últimas investigaciones y descubrimientos arqueológicos. Y es que la época vikinga fue testigo de una expansión sin precedentes de los pueblos escandinavos, durante la cual comerciantes, piratas, exploradores y colonizadores nórdicos viajaron desde América del Norte hasta las estepas asiáticas y navegaron por todos los mares, conquistando gran parte de Inglaterra, Irlanda, Escocia, Gales, Islandia y Groenlandia. Sin embargo, durante siglos, estos pueblos vikingos se han presentado a través de una óptica distorsionada para satisfacer los gustos de cronistas medievales, dramaturgos de la Inglaterra isabelina, potencias imperialistas y otros intereses.

En un épico recorrido que abarca desde la caída del Imperio romano al siglo XII, Price rastrea el origen de los vikingos, nos descubre su cultura y cosmología, y explica qué los impulsó a lanzarse a las razias y saqueos que los hicieron temidos en toda Europa. El autor nos muestra a estos aguerridos hombres tal y como ellos mismos se veían. En las páginas de este absorbente ensayo cobra vida un pueblo totalmente distinto a nosotros, glorioso pero terrible, nacido del frío invernal, la guerra y el comercio, sangriento a la vez que exquisito.

Una historia monumental sobre uno de los periodos más fascinantes del pasado que cambió para siempre el rumbo del continente europeo de la que el escritor británico Tom Holland, viejo conocido del Pandemónium, ha dicho: «Esta es la historia de los vikingos más brillante que uno puede leer». ¿Qué más se necesita?

Hades y el oráculo de los muertos (II)

Fermín Bocos realiza un erudito, directo e irónico recorrido por algunos de los mitos y rituales más notorios del mundo clásico en su último libro, Zeus y familia. Dioses, templos y héroes, que ha publicado la editorial Ariel. Uno de los temas que trata es el de los oráculos, concretamente el de Éfira, que la tradición vincula con el Hades, el inframundo griego. Viajamos hasta allí para desvelar sus secretos.

Óscar Herradón ©

Los actos mágicos, las misteriosas oraciones y los relatos sugestivos sobre las almas de los difuntos que proferían los sacerdotes, convertían al consultante del oráculo, despojado de su voluntad según Philip Vandenberg, en un instrumento de los religiosos, lo que hacía que estuviera predispuesto a interpretar sueños y a ver apariciones que casi con seguridad eran inexistentes.

Tras varios días entre la vigilia y el sueño, en trance, se presentaba el sacerdote iluminado con una antorcha, semejante a una aparición, blanco como se creía era el alma de los muertos, murmurando en voz muy baja, casi imperceptible y pidiendo al visitante que le siguiera; le daba una piedra y le ordenaba que, una vez llegado al largo corredor, la arrojara hacia atrás en un gesto que alejaría de su persona todo mal. Piedras que han sido halladas por los arqueólogos en grandes cantidades y que demuestran la veracidad del relato. En un extremo del corredor se encontraba una habitación, aún más pequeña que la primera, donde el consultante proseguía con su interminable letargo.

Hades y Perséfone

Al final del corredor, a la derecha, se hallaba, según la leyenda, un laberinto que Dakaris efectivamenteencontró. Llegado a este punto, el consultante, que aún no había perdido por completo el sentido de la orientación, olvidaría por completo cuanto había dejado atrás. Diminutos cuartos que estaban cerrados con puertas guarnecidas de hierro que no se abrían hasta que la anterior no había sido cerrada, en medio de un ambiente asfixiante. Los sacerdotes habían avisado previamente al consultante de que, cuando hubiese atravesado el último umbral, hallaría bajo sus pies la hirviente morada del dios de los muertos, Hades, y de Perséfone, su esposa. Se hallaba ante el mismísimo reino de las sombras. Entonces, en el suelo se abría un agujero del tamaño de un sillar, donde el consultante debía verter la sangre de los animales sacrificados que llevaba consigo en un jarro. Las almas de los muertos debían beberla para recobrar su conciencia y así poder revelar el futuro a aquél que les había hecho una pregunta.

El «Hades» medía apenas 15 metros de largo y Sotiris Dakaris había conseguido sacarlo a la luz tras más de 2.000 años sin que ningún ser humano hubiese pisado su suelo sagrado. Aterrado, casi sumido en el delirio e incapaz de distinguir entre el sueño y la realidad, el consultante, tras verter la sangre del sacrificio, esperaba casi desvanecido el momento culmen: la aparición del «muerto» que estaba deseando ver y que le aportaría luz sobre su futuro. Ya habían pasado los veintinueve días de rigor, y los sacerdotes proyectaban, con el humo y las antorchas, siluetas fantasmagóricas en las paredes de la sala, mientras continuaban con su interminable cántico. De repente –siguiendo el trabajo de Philipp Vandenberg y lo recopilado por Dakaris–, se podían escuchar un gemido y un crujido, mientras sonidos inhumanos llenaban la estancia.

Entidades de ultratumba

En el extremo opuesto colgaba del techo un enorme caldero de cuyo borde sobresalía una mano… después podía verse otra y por último la cabeza, un rostro pálido y una figura extrañamente inhumana que acababa manteniéndose de pie dentro del recipiente. Para el consultante no podía ser otro que el difunto. La aparición comenzaba a moverse y hablaba con palabras mesuradas, mientras una balaustrada impedía al visitante acercarse más a la aparición. Una vez dada la respuesta –que no siempre se ajustaba a los deseos del que realizaba la pregunta- se escuchaba un gran estruendo y el caldero volvía a ponerse en marcha, se elevaba hacia el techo y desaparecía en medio de una densa nube de humo, mientas el canto monótono de los sacerdotes se iba extinguiendo, las antorchas se apagaban y la estancia quedaba en completo silencio.

Entonces, el visitante era cogido del brazo y trasladado a lo largo de las pequeñas estancias y los corredores citados hasta un pequeño cuarto destinado al último tratamiento al que debía ser sometido y donde era expuesto a los procesos de purificación obligatorios después de haber «contactado» con los muertos. Para Dakaris, todo era real, incluso la aparición, pero se debía a una ingeniosa escenificación de los sacerdotes del oráculo, un papel que es posible que interpretaran los mismos religiosos, temerosos de que un actor pudiera delatar el fraude. Durante el tiempo que el consultante permanecía incomunicado y en trance, los sacerdotes parece ser que obtenían del mismo, sutilmente, la información precisa para que después el alma de los «difuntos» pudiera darle una respuesta adecuada a sus inquietudes. Toda una puesta en escena ancestral.

BIBLIOGRAFÍA:

DAKARIS, Sotirios: Dodona (en inglés) 1993.

VANDENBERG, Philipp: El Secreto de los Oráculos. Destino, 1991.

Imágenes: Wikimedia Commons. Free License

PARA SABER MÁS:

En Zeus y familia. Dioses, héroes y templos, el veterano escritor y periodista Fermín Bocos (que en Viaje a las puertas del infierno, también publicado por Ariel, se sumergió en los insondables secretos del Hades y los oráculos de la antigüedad) nos presenta esta historia y muchas otras en una obra que rezuma amor por la historia, la filosofía y el arte, y que lanza puentes con el presente «para dejar constancia de la influyente vigencia que la producción intelectual de griegos y romanos tiene hoy en día». Un sucinto muestrario de divinidades olímpicas y de otras entidades de la Antigüedad; un recorrido subjetivo, divertido y culto a la vez que contribuye a desvelar parte de los misterios de nuestro pasado fundacional.

Malleus Maleficarum: el libro más peligroso de la historia (III)

La obsesión de la iglesia por erradicar los cultos paganos de brujas y hechiceros, a los que consideraba enemigos mortales de Dios, necesitaba dotarse de un texto que convirtiese en oficial el procedimiento a seguir para la lucha contra el Maligno. En este contexto apareció un libro que ha sido descrito en numerosas ocasiones como «el más funesto de la historia literaria». Con motivo de la publicación de Brujas. La locura de Europa en la Edad Moderna (Debate) y Vienen de noche. Estudio sobre las brujas y la otredad (Luciérnaga), recordamos el origen de este pérfido volumen.

Por Óscar Herradón ©

La descripción de la secta de las brujas rozaba en ocasiones el delirio:

«Las brujas de la clase superior engullen y devoran a los niños de la propia especie, contra todo lo que pediría la humana naturaleza, y aún la naturaleza simplemente animal. Esta es la peor clase de brujas que hay ya que persigue causarles a sus semejantes daños inconmesurables. Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran, y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Claro está que en estos casos se trata casi siempre de niños aún no bautizados; si alguna vez llegan a devorar a los bautizados, es que lo hacen, como más adelante explicaremos, por especial permisión de Dios.

Pueden también estas brujas lanzar los niños al agua delante de los mismos ojos de los padres, sin que nadie lo note; pueden tomar de pronto espantadizo al caballo bajo la silla; pueden emprender vuelos, bien corporalmente, bien en contrafigura, y trasladarse así por los aires de un lugar a otro […] Saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con solo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás».

La segunda parte del Malleus abordaba los tres tipos de maleficia de las brujas y qué procedimientos debían abordar los jueces de Dios para contrarrestar los efectos de tales hechizos. Junto a ellos, los dominicos ofrecían un amplio abanico de ejemplos prácticos recogidos de manuales anteriores, como el citado Formicarius, o directamente sacados de su propia experiencia como inquisidores en Alemania. Dichos ejemplos constituyen un cúmulo de absurda credulidad que difícilmente podían tomar como verdadero hombres supuestamente doctos. Veamos algunos ejemplos que ilustran dicha torpeza mental, en la que se dan por ciertos cuentos de viejas y leyendas rurales sin ningún fundamento. Krämer y Sprenger recogen la creencia popular de la antigua Grecia según la cual las brujas robaban las narices de los cadáveres y de los hombres vivos, a quienes se las arrancaban sin piedad sumiéndolos en un profundo trance.

Los dominicos adaptaron dicho cuento legendario a la realidad, aún más brutal, de la Alemania del siglo XV; las brujas ya no solo arrebataban narices a sus víctimas, generalmente hombres dormidos, sino sus mismísimas partes íntimas. Después, sus órganos genitales eran escondidos en tenebrosos nidos situados en árboles de gran altura. Uno de estos ejemplos prácticos raya en la frivolidad, sobre todo porque la institución eclesiástica del momento lo consideró auténtico: una aldea germana estaba tan afligida por la tremebunda actividad de las brujas que los aldeanos emprendieron la dificultosa tarea de encontrar el nido en el que se encontraban tan lujuriosos objetos. Cuando lo encontraron, los arriesgados exploradores, atónitos, descubrieron el pene del cura del pueblo, que fue reconocido, según señala el descriptivo Institor, «porque era mucho más largo que cualquiera de los otros». Sobran las palabras.

Si la primera y segunda partes del tratado eran sórdidas y enfermizas, la tercera superó los límites de la locura –algunos autores sugieren que el propio Enrich fue probablemente un demente, única excusa para justificar tan deplorable escritura–. En esta última sección, a la que los religiosos prestaron mayor interés, se incluía un extenso manual de los procedimientos a seguir por los inquisidores, clases de torturas incluidas, para obtener de los acusados/as una confesión que, generalmente, implicaba a terceras personas inocentes.

Para llevar a cabo un proceso, únicamente era necesaria la denuncia de un particular o de cualquier persona que se sintiese celosa del vecino; no se precisaban pruebas, ni era necesario que los testigos fuesen hombres de reconocida credibilidad. A partir de entonces, cualquiera, delincuentes y asesinos incluidos, podía convertirse en confidente de la Inquisición. Su palabra valía para enviar a cualquier desgraciado/a a la hoguera. Lo más habitual, no obstante, como señala el prestigioso antropólogo y folklorista español Julio Caro Baroja en Las brujas y su mundo (1961), era que el propio juez abriese la causa ante los rumores que corrían entre el público. Se llegó incluso a dar por válido el testimonio de niños, generalmente asustados o coaccionados por sus padres, para acusar a alguien de brujería.

La tortura como procedimiento válido para obtener una confesión

Según Sprenger y Krämer el juicio debía ser rápido, sencillo y concluyente, de modo que el acusado no tenía opción de recurrir la sentencia. Con esta forma de proceder los inquisidores se aseguraban el veredicto de culpabilidad rápidamente y sin dar tiempo a la aparición de testigos de la defensa. Las competencias del juez eran absolutas, lo que se desprendía ya de la Bula Bruja de Inocencio VIII, que entregaba a los inquisidores plenas facultades para proceder en los juicios. El magistrado decidía si el acusado tenía derecho o no a defenderse –generalmente no lo tenía–; decidía, también, quién estaba capacitado para ejercer de abogado defensor, convirtiendo a éste en una figura sin voz ni voto. La tortura era la forma mediante la cual debía obtenerse la declaración de culpabilidad del reo que, aunque se retractase o arrepintiese, era enviado irremediablemente a la hoguera.

Los procedimientos de tortura, cuya brutalidad no había sido conocida por civilización alguna hasta bien entrado el siglo XV con el invento de máquinas horribles –y eso que la tortura es tan antigua como el mismo hombre–, servían también a otro cometido: la implicación de terceras personas acusadas por el reo de brujería; claro está que con tales sufrimientos la imaginación del torturado era tal que podía tachar de bruja a toda mujer de su comunidad. Al cobrar dinero por la entrega de un sospechoso/a, muchos mercenarios se dedicaron de por vida a la labor de dar caza a las desdichadas. En Inglaterra éstos fueron conocidos como «punzadores»; solían buscar en el cuerpo de las supuestas brujas las conocidas como «marcas del diablo», cicatrices o manchas de nacimiento que, al no sangrar ni producir dolor cuando eran punzadas por los verdugos, se consideraban un claro ejemplo de que la acusada estaba en concierto con el Maligno.

Todo era generalmente un fraude, pues la mayoría de las veces la aguja ni siquiera penetraba en la carne, bastaba con una simple inclinación de la mano para simular un efecto óptico. Cuenta el multifacético astrónomo Carl Sagan en El mundo y sus demonios (1995) que, cuando no había marcas visibles –lunares, antojos o cualquier otra señal de nacimiento–bastaba con «marcas invisibles», que podían ser de cualquier tipo, según la decisión del inquisidor o del propio punzador. Al parecer, añade el erudito, en las galeras de la flota inglesa del siglo XVII un punzador llegó a confesar que había causado la muerte de más de doscientas veinte mujeres en Inglaterra y Escocia por el beneficio de veinte chelines la pieza. Escalofriante.

A partir de la publicación del Malleus Maleficarum, el texto maldito más temible de la historia, las hogueras comenzaron a refulgir en media Europa; comenzaba una larga etapa de terror que, lejos de ser producido por féminas que volaban con escobas y raptaban a niños para cocinarlos, era fruto de la depravación de unos hombres de negro que más parecían siervos del diablo que del Dios de las Sagradas Escrituras. Profundamente misóginos, su brutalidad y sadismo superaba con creces la ira del vengativo Yahve del Antiguo Testamento. Decían luchar contra los demonios, pero lo cierto es que con sus terribles actos dieron forma a un auténtico infierno sobre la Tierra, una tierra sobre la que se derramaron ríos de sangre que nunca recuperaría su inocencia. 

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

Llevo una buena cantidad de años sumergiéndome en todo tipo de literatura relacionada con la brujería, la Inquisición y el ocultismo, pasión que comenzó con la llegada a la redacción de mi añorada revista Enigmas hace la friolera de casi 20 años. Así que cuando se publica un nuevo título centrado en el tema suelo estar atento y no tardar en hincarle el diente, y aunque abundan los textos superficiales o «corta-pega» en este mundo de edición a veces sin control física y digital, lo cierto es que algunos trabajos sorprenden por su meticulosidad y buen hacer.

Es el caso del ensayo Brujas. La locura de Europa en la Edad Moderna, que acaba de lanzar la editorial Debate, uno de los paladines de la divulgación histórica en nuestro país, de la autora Adela Muñoz Páez que, curiosamente, no es ni antropóloga ni historiadora, ni siquiera periodista, sino catedrática de Química Inorgánica en la Universidad de Sevilla, eso sí, responsable de exitosos libros de divulgación como Historia del Veneno (2012), Sabias (2017) y Marie Curie (2020), todos ellos publicados en Debate.

Muñoz Páez explora el proceso por el que a comienzos de la Edad Moderna, en el Viejo Continente hoy asolado por nuevas e incomprensibles guerras, se persiguió a centenares de miles de personas, la mayoría mujeres, y se asesinó, que quede constancia documental, a unas 60.000, en el marco de una sociedad patriarcal y temerosa de Dios, profundamente machista, en la que la Iglesia católica (y también la protestante, en cuyo seno se produjo una persecución mucho más virulenta y sanguinaria, mal que le pese a la leyenda negra) decidiría el rumbo a seguir de toda la sociedad, de reyes a labradores.

Una institución gobernada por hombres profundamente misógina y que convirtió a la mujer en el chivo expiatorio de todos los males, los del «averno» incluidos. Un libro, además, que desmonta mitos, como que España fue una de las naciones más intolerantes en este punto (fruto nuevamente de la leyenda negra, lo que no exime a nuestro país de ser uno de los principales azotes de protestantes y judaizantes), que las penas más crueles las impuso la Iglesia (no fue así, sino los tribunales civiles) o que la Inquisición fue el principal brazo ejecutor de la caza, pues, curiosamente, se erigió en uno de sus principales opositores (no en vano, fue precisamente el inquisidor burgalés Alonso de Salazar y Frías, que se incorporó al tribunal que juzgó el caso de las brujas de Zugarramurdi cuando ya se habían impuesto la mayoría de penas, el responsable de echar el freno a la Caza de Brujas en nuestro país).

Un completo recorrido por la brujería en la historia moderna que a pesar de su título no se circunscribe únicamente al continente europeo y también se ocupa de casos trasatlánticos como el de Salem, que tiene algunos puntos en común con el de Zugarramurdi (ficciones, presiones eclesiásticas, envidias, teriantropía…) aunque tuvo lugar casi 100 años después y a miles de kilómetros de los frondosos bosques navarros.

He aquí la forma de adquirir el ensayo:

https://www.penguinlibros.com/es/historia/276340-libro-brujas-9788418619571#

VIENEN DE NOCHE (LUCIÉRNAGA):

La filóloga (estudió Filología Germánica en Barcelona) y etnobotánica Julia Carreras Tort acaba de publicar un libro con uno de los títulos más originales del año: Vienen de noche. Estudio sobre las brujas y la otredad. Lo hace en Ediciones Luciérnaga, sello de Planeta al que tengo mucho cariño y con el que publiqué dos libros (Espías de Hitler y Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial), con un catálogo de vértigo sobre el misterio y lo insólito. En un elogiable trabajo de campo, la autora sigue el rastro de aquellas mujeres perseguidas con inquina durante siglos en un delirio misógino y supercheril que convirtió la brujomanía en la gran histeria de tiempos pasados: todo era culpa del diablo y de las mujeres, sus concubinas.

La filóloga (estudió Filología Germánica en Barcelona) y etnobotánica Julia Carreras Tort acaba de publicar un libro con uno de los títulos más originales del año: Vienen de noche. Estudio sobre las brujas y la otredad. Lo hace en Ediciones Luciérnaga, sello de Planeta al que tengo mucho cariño y con el que publiqué dos libros (Espías de Hitler y Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial), con un catálogo de vértigo sobre el misterio y lo insólito. En un elogiable trabajo de campo, la autora sigue el rastro de aquellas mujeres perseguidas con inquina durante siglos en un delirio misógino y supercheril que convirtió la brujomanía en la gran histeria de tiempos pasados: todo era culpa del diablo y de las mujeres, sus concubinas.

Además de trabajar en el Ecomuseu de les Valls d’Àneu, en Lleida, una casa típica palleresa que mantiene su estructura original y muestra al visitante la vida familiar y el espacio doméstico en los valles pirenaicos durante la primera mitad del siglo XX, Tort tiene una web (occvlta.org), donde muestra sus investigaciones (algunas de las cuales engrosan las páginas de este libro), vende recetas e imparte curso online sobre tradición. En el citado museo, realiza talleres y diferentes recorridos por el campo sobre brujas y plantas protectoras del Pirineo, remedios populares y mágicos que ha rescatado del olvido tras una ingente investigación y exploración de los espacios naturales, así como entrevistas a los lugareños de mayor edad que aún pueblan las montañas.

Nada mejor que las palabras de la propia autora para describir el contenido de este sugerente ensayo:

«La bruja habita dentro y fuera de nosotros, vagando en senderos olvidados, aguardando en territorios familiares y en la oscuridad de la habitación que es nuestra mente. Las brujas han habitado en las sombras de la noche mucho antes de que decidiéramos cazarlas, se han presentado ante la humanidad bajo múltiples máscaras, deformadas e instrumentalizadas por el poder. Pero entre todas ellas, hay una máscara que jamás desaparece, aquella que personifica nuestros miedos más primitivos, y que, al mismo tiempo, nos atrae. Al reencontrar su origen primordial y remoto, la bruja se erige como una entidad nocturna que alberga en la Otredad, la oposición más absoluta y necesaria a todo lo que tenemos por cierto o lógico. Al retirar sus máscaras, al buscar entre las sombras de la historia y en los confines olvidados de nuestro territorio, quizás podamos redescubrir partes ocultas e ignoradas de nosotros mismos».

Por lo tanto, además de un recorrido antropológico por la historia brujeril, por el pasado y los mitos, el libro es una suerte de viaje iniciático en el que nosotros mismos quizá redescubramos facetas desconocidas de nuestros ancestros, un vínculo cuasi olvidado con la naturaleza y las fuerzas elementales que el vertiginoso mundo moderno nos ha obligado a sepultar. ¿Seremos acaso todos nosotros/as brujos/as?

He aquí el enlace para adquirir este título:

https://www.planetadelibros.com/libro-vienen-de-noche/348480