Cien vistas del monte Fuji (Satori Ediciones)

Satori, editorial especializada en textos japoneses (en un amplio abanico que abarca ficción –novela, relatos y poesía tanto clásica como contemporánea-, ensayo, arte y novela gráfica), recupera un clásico que ya publicó en distintas ediciones en una versión muy económica pero igualmente deliciosa: Cien vistas del monte Fuji, que se inserta en la larga tradición representativa de la estampa natural más conocida del país del sol naciente.

Óscar Herradón ©

Es obra del inmortal artista Osamu Dazai (1909-1948), que nació en el seno de una importante familia de Aomori, en el norte de Japón. Introvertido y solitario, era un joven dotado de un talento literario innato y una sensibilidad única. Se matriculó en el Departamento de Francés de la exclusiva Universidad Imperial de Tokio a los 21 años, aunque nunca llegaría a finalizar sus estudios superiores. En la capital, Dazai, se entregaría a una vida disipada con mujeres, alcohol y escritura, siempre la escritura. Excluido de su elitista familia por convivir con una geisha y atenazado por las deudas, viviría sumido en un pozo de oscuridad, adicto a la morfina a la vez que se dedicaba de forma febril a la creatividad literaria, en la que fue un maestro. Tras un periodo de cierta tranquilidad familiar y prestigio literario, en 1948, en medio de una espiral de autodestrucción, puso fin a su vida arrojándose al río Tama con su amante.

En la obra que hoy recomendamos en el Pandemónium, y siguiendo la estela de artistas como Buncho, Hiroshige y Hokusai, Dazai Osamu reconstruye su particular visión del monte Fuji, enlazándolas con las distintas experiencias que vive durante su estancia en el paso de Misaka, donde, frente a sus ojos, se dibujaba cada día la ladera de la montaña. Impresionista y autobiográfico, Cien vistas del monte Fuji se inserta en la larga tradición representativa de la estampa natural más conocida de Japón.

Milenario símbolo sagrado

Santuario de Senge

Y es que el monte Fuji es uno de los lugares más representativos del país del sol naciente, que ha atraído la miradas de infinidad de artistas, y que también tiene una importancia capital como centro sagrado. El monte Fuji es el pico más alto de la isla de Houshu y de todo Japón, con 3.776 metros de altitud, al oeste de Tokio. Es un estratovolcán y el símbolo del país, considerado sagrado desde la Antigüedad, lo que hizo que fuera prohibido para las mujeres llegar a su cima hasta la era Meiji, a finales del siglo XIX. Es, además, un conocido destino turístico y un popular enclave para practicar el alpinismo y el parapentismo.

Se considera una montaña sagrada desde al menos el siglo VII de nuestra era; el sintoísmo recoge la tradición de que un emperador ordenó destruir la parte superior de la montaña para obtener un elixir de la inmortalidad que poseía la cima (no debemos olvidar la gran importancia de esto en la alquimia oriental, principalmente en la china): el humo que en ocasiones se escapan afirman que se debe precisamente a que dicha poción se consume (aunque en realidad está relacionado con su morfología volcánica). En su cima, según la tradición, vivieron los dioses sintoístas, así como  Fuji-Hime y Sakuya-Hime. Por su parte, los budistas lo veneran porque su forma dicen que recuerda el botón blanco y los ocho pétalos de la flor de loto.

Monumento de Jikigyo Miroku

Sobre o a los pies del monte Fuji se construyeron varios santuarios para venerar a las muchas divinidades de las distintas religiones y numerosos torii (puerta tradicional japonesa que suele hallarse a la entrada de los santuarios y que simbólicamente marca la transición de lo mundano a lo sagrado), que marcan el recorrido para señalar los límites del recinto sacro, a donde se han realizado peregrinaciones, una de las más célebres, la de Hasegawa Takenetsu en 1630. Su ascensión se convirtió en ritual desde que tuvo lugar la muerte por ayuno en el Fuji de Jikigyo Miroku (1671-1733).

Debido a su perfil montañoso excepcionalmente simétrico y a su trascendencia histórico-religiosa, el Fuji, símbolo del país, sirvió de fuente de inspiración a numerosos poetas pero también a infinidad de artistas como Osamu Dazai, que lo plasmaron en las representaciones artísticas (e-naki monogatari), en los mandalas Fuji Sankei o en las impresiones o artesanía ukiyo-e. Destacan las Treinta y seis vistas del monte Fuji, del maestro del grabado japonés Katsushika Hokusai (1760-1849); a su vez, otro gran artista nipón, Hiroshige (1797-1858) pintó dos series de Treinta y seis vistas del monte Fuji.

He aquí el enlace para hacerse con esta hermosa edición de Satori dentro de la colección de cuadernos artesanales con hilo visto en cosido Singer antes de que se agote (nota: el que avisa no es traidor):

https://satoriediciones.com/libros/cien-vistas-del-monte-fuji/

El castillo de los animales (Integral 1)

Norma editorial lanza en formato integral (en un primer volumen) el que es considerado por la crítica especializada uno de los mejores cómics europeos de las últimas décadas.

Óscar Herradón ©

Como los propios autores reconocen en la introducción, El castillo de los animales no existiría sin la excelsa obra literaria Rebelión en la Granja, del inglés George Orwell (artífice de la igualmente distópica y sensacional 1984), en la que está basada. Sin embargo, la novela gráfica, aprovechando la materia prima, sin duda oro puro, tiene una importante carga de originalidad teniendo en cuenta el desafío (algo así como convertir el metal dorado en joya en un proceso alquímico a través del lápiz y el papel), y lo que es más importante, transmite con mayor eficacia lo que en la novela se pretende contar, gracias a la potencia de las imágenes, pues no escatima ni en crueldad ni en violencia ni en desolación, tanto, que algunas viñetas te encogen el corazón. Y aún así hay espacio en sus páginas para la ternura y la bondad (cosas de la ambivalencia humano/animal).

Como apunta uno de sus autores, el guionista parisiense Xavier Dorison, en el conciso preámbulo, Rebelión en la Granja puede que sea la novela que mejor describe «a través de una fábula con animales –género por excelencia del relato universal y atemporal– la gran tragedia de su tiempo: el proceso de confiscación de los ideales democráticos por dictadores sangrientos»

Y es que George Orwell estuvo en España en la Guerra Civil, prolegómeno de la Segunda Guerra Mundial (donde luchó en el POUM, origen de su obra Homenaje a Cataluña), viviría el ascenso del nazismo y después sería un «traidor» al comunismo en un episodio un tanto oscuro de su biografía. Vivió entre fascismos y totalitarismos, como queramos llamarlos (de izquierdas y de derechas) y eso dejó una profunda huella en su obra –y en su atormentada alma–.

De hecho, el cerdo Napoleón «no es solo un retrato de Stalin; lo es también de los artífices del Terror de la Revolución Francesa y, premonitoriamente, el de las derivas de movimientos independentistas en Cuba, Libia o Irán». Como apunta Dorison, a pesar de sus sombre, Orwell conocía las dictaduras: «las vio, las combatió y las entendió. El retrato que hizo de ellas fue y es asombrosamente real».

El poder de la determinación

En El Castillo en los Animales el rol del cerdo Napoleón lo representa el toro Silvio, y los perros serán, igual que en la novela original, la «guardia pretoriana» del dictador astado. Esos canes sumisos a su líder y sanguinarios para con el resto eran para Orwell una representación de la NKVD, la policía secreta de la URSS, del «Hombre de Hierro» Stalin, pero bien podrían haber sido reflejo de la Gestapo nazi o cualquier otra policía del Estado totalitaria del pasado siglo XX, abundante en ellas.

Por supuesto, habrá una rebelión, pero no la rebelión que habrían llevado a cabo (y en ocasiones hicieron realmente) personajes que como Stalin acabarían por convertirse en dictadores (la inspiración de los autores va más en la línea de un Gandhi), una lucha no a través de las armas ni de llamadas al odio, a la rabia o a la venganza, sino hecha por héroes anónimos dispuestos a morir por la causa, no a matar.

Como apunta Dorison al final de su elocuente introducción: «Esta fábula espera rendir un modesto homenaje a todos aquellos que mostraron que existía un camino –estrecho, peligroso, incierto, pero muy real– hacia un mundo mejor». La sinopsis de la novela gráfica no puede ser más reveladora: «Érase una vez un castillo en mitad del bosque. Al principio fue una fortaleza, luego fue una granja hasta que los hombres que la explotaban la abandonaron dejando allí, olvidados, unos pocos animales que fundaron una república. Por desgracia, el egoísmo y el paso del tiempo han erosionado esa utopía animal. Hoy es gobernada por una casta privilegiada mientras que el resto se resigna, se indigna o se rebela. Pero ¿cuál es la forma más efectiva de cambiar las cosas?

Toneladas de talento

No había nadie mejor que Xavier Dorison para llevar adelante este proyecto: es uno de los guionistas más célebres de la Bande dessinée francobelga y ha firmado joyas gráficas como Undertaker, publicado también en Norma, que hace no mucho sacó un monumental Integral de la serie en blanco y negro, Aristophania o Long John Silver, esta última editada también en España por Norma, con Integral de lujo incluido. Félix Delep, mucho más joven, se graduó en la escuela de Arte Émile-Cohs, quien publicó algunas páginas de cómics de animales en Spirou. Su talento, y quizá la suerte, hicieron que Xavier Dorison lo descubriera, y le pidiera que dibujara El Castillo de los Animales, que lo ha catapultado a la fama internacional gracias a su trazo limpio, una excelente combinación de los colores que genera un impacto visual que tarda en borrarse de la retina y una fluidez que agiliza la trama; los movimientos de los animales, las expresiones tan humanas (en el buen y en el mal sentido) de sus rostros y detalles como su pelaje o su plumaje hacen de este un trabajo minimalista y casi excelso.

Puesto que la historia no concluye con este primer integral, estamos impacientes en «Dentro del Pandemónium» por el lanzamiento del segundo y saber cómo se desenvuelven estos animales personificados cuya epopeya pretende transmitir una revisión de los poderosos mensajes de George Orwell a este también muy incierto y belicoso siglo XXI. ¿No hemos aprendido nada? Teniendo en cuenta la situación en Ucrania, la franja de Gaza, Siria y tantos otros rincones, parece que no.

He aquí el enlace para adquirir esta magnífica novela gráfica que nos hará pensar:

https://www.normaeditorial.com/ficha/comic-europeo/el-castillo-de-los-animales/el-castillo-de-los-animales-integral-1

Este del Oeste: Integral

Norma Editorial publica un integral de Este del Oeste. El Apocalipsis: Año Uno, una de las novelas gráficas más reveladoras de los últimos años, tras la que se encuentra el guionista y creador estadounidense Jonathan Hickman y el versátil artista Nick Dragotta.

Por Óscar Herradón

Este del Oeste comenzó su andadura en 2013, cuando el guionista Jonathan Hickman, oriundo de Carolina del Sur, se alió con Nick Dragotta y el colorista Frank Martin. Hickman había destacado por sus trabajos en la casa Marvel, en series como Los Cuatro Fantásticos, Los Vengadores o X-Men, pero el trabajo que comenzó en esta etapa sería con la editorial independiente Image Comics.

Este del Oeste es una fábula política de ecos distópicos sobre los Estados Unidos que se sitúa en un futuro cercano, concretamente en el año 2064. En un relato que en ocasiones recuerda al también distópico El hombre en el castillo (The man in the high castle) del visionario Philip K. Dick, este cómic evoca al viejo Oeste, cuando los primeros colonizadores penetraron en territorio indio.

Tras el impacto de un cometa en Kansas en 1908, el país estará dividido en varias naciones soberanas, concretamente siete: las siete Naciones de América, conformadas por La Unión, los viejos estados del Norte; el Armisticio, el nombre que recibe el cráter que dejó el asteroide, donde se custodian nada menos que las profecías que describen el Armagedón–; los viejos estados sureños engloban la Confederación; la República de Texas y el Reino de Nueva Orleans, de mayoría afroamericana; la llamada Nación sin Fin (formada por los estados del norte, que poseen una tecnología vanguardista) y, en otro guiño de ucronía que recuerda a la nación estadounidense controlada por los Japoneses tras su victoria en la Segunda Guerra Mundial (junto a los nazis) en El hombre del castillo, se encuentra la llamada República Popular de América, en este caso en la costa Oeste, controlada por una república comunista china.

En ese enorme puzle geoestratégico tendrán lugar toda una serie de increíbles tramas narrativas que solo la imaginación desbordante (y el atrevimiento) de Hickman harán posibles. Una novela gráfica futurista que a su vez es un relato del oeste, un western en estado puro. Por ejemplo, en alusión a lo «mágico», el final de todas las cosas llegará tras el cumplimiento de las profecías, y precisamente cumplir sus designios será la tarea de una serie de poderosos elegidos. Por supuesto, los textos proféticos no han terminado de escribirse y, como ha sucedidos con los escritos religiosos o revelados a lo largo de los siglos (en nuestra realidad, más allá de la ficción), están abiertos a la interpretación, lo que permitirá a aquellos que creen en ellos manipular el mensaje a su antojo.

Cosas de la condición humana. Y es que Hickman vehicula a través de la ficción distópica toda una serie de críticas a la sociedad estadounidense contemporánea, como ya hiciera en sus incursiones en el fantástico a través de Marvel. En Este del Oeste, la presentación de los poderosos y las clases sociales más altas, la búsqueda del caos y el poder, donde el cinismo es más que evidente, un crisol de culturas abocadas al enfrentamiento constante, quizá marcado por el hecho de que Hinckman concibió la obra en gran parte durante el agitado mandato de Donald Trump.

Una obra que, a pesar de contar con un crisol de personajes que destacan como protagonistas, es una historia coral, donde ninguno sobresale por encima de los otros, salvo el de La Muerte, cuya historia de tintes épicos narra el romance entre este (pues es un personaje masculino) y su esposa. Y es que Muerte, uno de los cuatro Jinetes del Apocalipsis que han renacido para destruir el mundo nuevamente, no está donde debiera: ha roto las reglas y tiene su propia Misión, una búsqueda que le llevará a través de todo el continente estadounidense en un viaje casi iniciático en el que el personaje experimentará una evolución e importantes cambios que obligan a cuestionarnos dónde acaba la maldad y comienza la bondad, y la fina línea que las separa.

Un western distópico en el que la muerte (el concepto, no el personaje) se erige en telón de fondo de la trama: solo a través de la guerra, la venganza y el asesinato podrán los personajes que pueblan sus páginas hacer justicia y hallar la paz. La violencia, por tanto, es omnipresente a lo largo de toda la saga.

He aquí el enlace para adquirir esta joya del noveno arte en la web de Norma:

https://www.normaeditorial.com/catalogo/comic-americano/este-del-oeste/este-del-oeste-integral