Ignacio de Loyola: el soldado que juró defender a Dios (parte II)

Este 2021 la Compañía de Jesús conmemora el Quinto Centenario de la conversión de Ignacio de Loyola, un personaje histórico fascinante y cuya labor evangelizadora marcaría un antes y un después no solo en la trayectoria del catolicismo sino en la configuración del mundo contemporáneo occidental. Extendida por todo el orbe, la Compañía de Jesús se convertiría en la milicia de la Iglesia católica en tiempos de la Contrarreforma, pero también tendría abiertas disputas –y algo más– con la Santa Sede. Esta es la historia de un hombre corriente reconvertido en militante de la fe, un «soldado de Dios» con sus luces y sus sombras.

Óscar Herradón ©

Pío V

Pocos años después de la muerte del fundador, Ignacio de Loyola, el catolicismo se enfrentaba como nunca antes con el avance de la herejía. Con la amenaza latente del protestantismo, se sentó en el trono de San Pedro un pontífice que sería estandarte de la llamada Contrarreforma. Su nombre era Pío V, un religioso con amplia experiencia al frente de la Inquisición que sería el responsable de fundar la llamada Santa Alianza en 1566, llamada así en honor del acuerdo firmado entre éste y la reina católica María Estuardo, un auténtico servicio de espionaje vaticano cuyo fin era contrarrestar la amenaza protestante inglesa.

La Santa Alianza

Rizzio

Uno de los espías del Papa fue el italiano David Rizzio, quien se convertiría en amante de la reina escocesa y era el hombre de Roma en la corte inglesa, quien acabaría asesinado por el marido de ésta, el rey consorte Henry Darnley y otros conspiradores. Más tarde sería enviado a las islas el jesuita Lamberto Macchi. Hábil espadachín, Macchi había ingresado en la Compañía de Jesús con ánimo aventurero. En aquel tiempo, y al contrario de lo que sucedería después, cuando los jesuitas mantendrían abiertos enfrentamientos con Roma, sus miembros eran considerados los «soldados del Papa» por su voto especial de obediencia al pontífice de turno.

Lord Darnley

Macchi era hombre de gran destreza y avezado esgrimista y no tardaron en llegar rumores sobre sus habilidades a oídos del jefe del servicio de espionaje papal, Marco Antonio Maffei. El propio pontífice le encargó entonces a Macchi la tarea de acabar con la vida de los asesinos de Rizzio. Partió hacia Inglaterra junto a otros dos jesuitas y el hermano del espía asesinado, Giuseppe Rizzio. Meses después, éstos acabaron con la vida de Darnley, al que estrangularon, para ir matando uno a uno a todos los conspiradores.

Los jesuitas también intentaron quitar de en medio a la misma Isabel de Inglaterra, atentado frustrado gracias a los hombres de Sir Francis Walsingham, creador del más eficiente servicio de espionaje de su tiempo, junto al papal, y mano derecha de la reina inglesa. El final de Macchio está rodeado de sombras, ocultado por la propio Santa Sede precisamente por las implicaciones políticas que tuvieron sus acciones en la sombra.

Isabel I de Inglaterra, la «Reina Virgen»

Una versión apunta a su muerte en la toma de Amberes, mientras servía como capellán en los tercios de Alejandro Farnesio; la otra habla de su fallecimiento durante una misión en Japón, donde habría sido ejecutado por el shogun Toyotomi Hideyoshi tras sufrir el suplicio conocido como Tsurushi, el llamado «potro japonés», consistente en colgar a la víctima de una fosa llena de excrementos humanos mientras se le realizan cortes para ir desangrándola lentamente. Lo más probable, no obstante, es que esta segunda versión sea apócrifa. Lo que sí es seguro es que de esta forma fue martirizado el también jesuita Cristóvao, Ferreira, quien se hizo célebre por cometer apostasía después de ser torturados durante las purgas anticristianas de Japón. Fue autor de un texto que roza el ateísmo, La superchería desvelada, escrito tras haber abrazado la religión budista. Su epopeya sería recordada por el genial cineasta Martin Scorsese en la película Silencio (2016).

Matar al Papa

Uno de los más enconados detractores de la Orden jesuítica fue el papa Clemente XIV, en un siglo, el XVIII, en el que la Compañía sería expulsada de varios países. Este pontífice, cediendo a las presiones de los gobiernos de Francia y España, promulgó el breve Dominus ac Redemptor, por el que disolvía la Compañía, entonces comandada por Lorenzo Ricci. Inmersos en la esfera de la conspiración, que perseguirá siempre a los jesuitas, algunos personajes culparán a sus miembros nada menos que de la muerte del pontífice «por haber disuelto la Orden de Jesús».

Clemente XIV
Felipe V

En su apasionante libro El Secreto de los Jesuitas (Almuzara, 2006), el periodista Manuel Barrios, fallecido en 2012, recoge frases como las siguientes respecto a este oscuro asunto: «De nuevo, la muerte es usada con finalidades turbias, en concreto para atacar a los odiados jesuitas». Al parecer, los manuscritos de los que extracta estas acusaciones parecen corresponder a cartas de un cardenal anónimo dirigidas en aquella época a un noble señor de la Corte madrileña, en las que pide venganza, «pues de lo contrario veré que triunfan los más inicuos que hay en el mundo, que son los jesuitas y sus parciales, que componen la facción más poderosa que hay en Roma, por cuanto se junta con ella la mayor parte de los cardenales (…); supuesto que ahora se dice por roma que morirá de veneno el monarca de España. Toda Roma está llena de esta voz; lo dicen los ex jesuitas españoles en el café que está frente de Venecia y con ellos lo dicen también sus terciarios que allí concurren…». Seguro que no imaginaba el autor de estas letras y otros detractores de la Orden que un jesuita, en 2013, se sentaría en el mismo trono de San Pedro…

Las misivas, autorizadas aunque hasta entonces secretas, continúan afirmando que «El Jueves Santo de 1774 tomó el Papa chocolate en San Pedro y, apenas dio unos sorbos, profirió: ‘¡Caí!’; el sujeto que le servía, para manifestar que no tenía veneno, se tomó lo restante del chocolate y ayer murió; éste no puede haber sido el autor, según infiero, pero sí creo que había sido una mano más inicua la autora…». Ya construida toda una teoría de la conspiración, probablemente sin más fundamento que el odio de este personaje anónimo hacia los monjes que se erigieron «soldados» de Dios, continúa: «…Ya hace dos días más fue forzoso que los cirujanos sajaran toda aquella carne que quedaba en el cadáver e introdujesen cal en las sajaduras que se le hicieron y, juntamente, bálsamos y después fajarle todo; y pues que toda Roma decía a voces que el Papa había muerto de veneno, ponerle una mascarilla para que quedase oculta la iniquidad de los señores cardenales cómplices con el Camarlengo por cabeza…».

Este post tendrá una tercera y última parte. En breve, en «Dentro del Pandemónium».

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

GARCÍA HERNÁN, Enrique: Ignacio de Loyola (Colección Españoles Eminentes). Taurus 2013.

J. LOZANO NAVARRO, Julián: La Compañía de Jesús y el poder en la España de los Austrias. Cátedra 2005.

LARA MARTÍNEZ, María y Laura: Ignacio y la Compañía. Del castillo a la misión. Edaf (XIII Premio Algaba), 2015.

MARTIN, Malachi: La Compañía de Jesús y la traición a la Iglesia Católica. Plaza & Janés, 1988.

P. LUIS GONÇALVES DA CÁMARA: San Ignacio de Loyola. Biografía. Editorial Verbum 2020.

BREAKING NEWS!:

Recientemente, la editorial La Esfera de los Libros publicaba una novela de ecos biográficos de Ignacio de Loyola escrita con escrupulosa fidelidad a los hechos históricos y con un pulso narrativo encomiable, precisamente en el V Centenario «de la herida y conversión que transformaron al gentilhombre Íñigo (que también así le llamaban) de Loyola». El libro en cuestión se titula Para alcanzar amor. Ignacio de Loyola y los primeros jesuitas, y su autor es el sacerdote y periodista español Pedro Miguel Lamet, quien nos introduce en los apasionantes hechos que rodearon al nacimiento de la Compañía de Jesús, las «visiones» y la búsqueda de una misión como hemos narrado en el post. Los sitúa con maestría dentro del complejo ambiente político y social de una de las épocas más ricas de nuestra historia, el Siglo de Oro.

Y lo hace a través de la mirada de su amigo, el historiador Pedro de Ribadeneyra (primer biógrafo de Loyola y uno de los hombres que más estrechamente le trataron): así, se va desgranando la peripecia vital (y compleja personalidad) de Ignacio, que estuvo a punto de ser canonizado en la España de Felipe II pero que finalmente sería elevado a los altares un siglo después: fue beatificado en 1609 y beatificado en 1622 bajo el pontificado de Gregorio XV.

Asistimos a sus raíces, a su vida laica como soldado, su experiencia mística y conversión, los tiempos de estudio y peregrinaje, de fundación y de estrecha relación con sus compañeros y también los del oculto gobernante de la Orden que ya se extendía por prácticamente todo el mundo conocido y que llegaría a poner en jaque a la mismísima Iglesia católica.

He aquí el enlace para adquirir esta magnífica novela:

http://www.esferalibros.com/libro/para-alcanzar-amor/

¿Qué es la Gnosis? Nag-Hammadi. Los Evangelios Apócrifos (parte III)

Para poder entender los escritos de Nag-Hammadi, y por extensión todos los textos apócrifos del cristianismo antiguo, entre ellos los Evangelios de Tomás y Felipe, sin duda los más relevantes, es necesario que nos detengamos brevemente en la noción de gnosis y qué se entiende comúnmente por gnosticismo.

Óscar Herradón ©

La palabra gnosis, que proviene de la palabra griega gnôsis (conocimiento) se erigió en concepto fundamental de la doctrina conocida como gnosticismo o movimiento gnóstico. Sus orígenes son bastante oscuros: surgido en el siglo II de nuestra era –aunque algunos autores lo creen bastante anterior– fue el principal competidor del cristianismo ortodoxo, que acabaría venciendo la batalla de la oficialidad.

En sus años de mayor auge (siglos II al III) el gnosticismo no constituyó un movimiento unificado; estaba formado por una serie de escuelas y maestros dispersos que, sin embargo, compartían algunos rasgos comunes, entre ellos el de alcanzar un estado de iluminación interior. El gnosticismo fue una corriente de enorme importancia en Egipto y Palestina durante los siglos I al IV, condenado más tarde a desaparecer, si bien, y aunque perseguido, se mantuvo vigente en algunas escuelas de pensamiento muchos siglos después y fue la vía principal de conocimiento de diversas corrientes, generalmente esotéricas, como la alquimia o el hermetismo, que tuvieron su momento de esplendor durante la apertura cultural del Renacimiento y que, más adelante, volverían a ser perseguidas, algo tristemente habitual en relación a la heterodoxia. En el siglo XX el gnosticismo influyó sobremanera en el psicólogo Carl Gustav Jung, creador de la psicología analítica, quien fuera gran amigo, maestro y más tarde antagonista de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis.

Una doctrina elitista

Aunque difícil de definir con exactitud, pues su esencia se perdió durante muchos siglos, limitada al estrecho círculo de unos cuantos elegidos, para Pierre Crepon, presidente de la Unión Budista de Francia y experto en ciencias herméticas, el gnosticismo es un tipo especial de religiosidad, de actitud existencial. Según esta doctrina, los hombres que penetran el conocimiento a través de la sabiduría y alcanzan la gnosis, pueden acceder a la salvación divina. La gnosis sería, por tanto, una experiencia interior del hombre mediante la cual alcanzaría la iluminación divina; sería muy similar a la vía hacia el Uno cabalística, no en vano, se encuentran tendencias gnósticas en el judaísmo, el islam, el hinduismo y la filosofía griega.

La historiadora Elaine Paigels, una de las máximas autoridades mundiales sobre los Evangelios Gnósticos y el cristianismo de los primeros años, lo define como «el conocimiento de sí mismo como conocimiento de Dios». El enfoque literalista, agnóstico, promovido por Pablo de Tarso y erigido como oficial del cristianismo, es que Dios está fuera del hombre, fuera del Universo, por lo que es necesario la intercesión de mediadores, empezando por el Papa, que nos pongan en comunicación con éste. Para los gnósticos, sin embargo, profundamente influidos por las religiones mistéricas del paganismo, todo es Uno, de esta forma, según Timothy Freke: «Cristo está en ti o tú estás en Cristo»; correspondería a la salvación por la contemplación, una comunicación con Dios buscando en uno mismo, sin la ayuda del Vicario de Cristo, ni de sacerdotes u obispos.

Siguiendo a investigadores como Keith Hopkins o Robert Eisenman, el gnosticismo promueve una religión para el individuo, para el hombre, no para una Iglesia. Consiste en hallar la divinidad por uno mismo: hay en el hombre una chispa divina de la que es inconsciente y que hay que despertar a través de la iniciación que nos lleva a la transformación. La esencia del hombre no es el cuerpo –de ahí que se niegue muchas veces la apariencia física de Jesús en estos escritos-, necesitamos morir el cuerpo y resucitar a nuestra auténtica identidad, que es Cristo, por ello, y para el gnosticismo, todos seríamos, tras la iluminación, un Cristo, pues todos somos hijos de Dios. En el Evangelio de Tomás podemos leer: «Dijo Jesús: ‘Cuando saquéis lo que hay dentro de  vosotros, esto que tenéis os salvará. Si no tenéis eso dentro de vosotros, lo que no tenéis dentro de vosotros os matará’» (Proverbio 70). En otra sentencia se puede leer: «Dijo Jesús: ‘¡Ay de la carne que depende del alma!¡Ay del alma que depende de la carne!’».

Para el autor británico experto en misticismo Peter Gandy, si quieres construir una Iglesia debes afirmar que la salvación solo es posible a través de ella. Si la divinidad puede alcanzarla cada hombre, sin intermediarios, ésta ya no tiene sentido alguno. Por ello el gnosticismo fue perseguido hasta su erradicación.

Mitra

Esta idea de la Transformación, concepto básico del misterio de dioses como Isis, Mitra o Adonis, ponía en serio peligro la edificación de una «casa de Dios» profundamente poderosa y jerarquizada. Era una corriente «demoníaca» y sus textos, escritos malditos que había que destruir a toda costa. La casta sacerdotal se encontraba en peligro y aquello no podía permitirse. Como cualquier otro escrito hereje, o quizá con más razón por su peculiar contenido, los textos gnósticos de Nag-Hammadi merecen el calificativo de «malditos» como pocos en la historia, al menos desde el punto de vista del cristianismo oficial. Los gnósticos fueron los primeros en ser clasificados de herejes por el cristianismo ortodoxo, siendo perseguidos sin misericordia. Sus escritos estaban condenados a desaparecer, pero, en una de esas muchas ironías del destino, llegaron hasta el hombre moderno. ¿Cuántos otros se perderían en ese largo e incierto camino del paso del tiempo?

Heterodoxia cristiana

No obstante, y a pesar del progreso y la supuesta apertura mental del hombre contemporáneo, en pleno siglo XXI la ortodoxia representada por la Santa Sede sigue considerando los Evangelios Gnósticos falsos testimonios, pero lo cierto es que pueden ser tan falsos o verdaderos como los evangelios que en el siglo IV fueron seleccionados como canónicos, según las crónicas, porque una paloma blanca se fue posando en cada uno de ellos (aunque ya sabemos qué bien se le daba al emperador Constantino y a sus acólitos la propaganda). Si estaban inspirados por el Espíritu Santo, cuestionar su verdad sigue considerándose una grave herejía, y es que los siglos XX y lo que llevamos del XXI, aunque de forma más moderada, no han dejado de saborear también las mieles de la intolerancia. Y no solo de parte del cristianismo, más abierto en los últimos años desde algunos sectores a las opiniones disidentes, sino de muchas religiones (por no decir todas) y algunos sistemas políticos encubiertos que, bajo la bandera de la libertad democrática, continúan prohibiendo, censurando y condenando muchos textos, ideas y formas de entender la vida.

A pesar de ello, gracias al gran descubrimiento acaecido en Nag-Hammadi, el gnosticismo ha podido ser estudiado en profundidad por los expertos y su esencia enriquecer nuestra mente y espíritu en una época marcada por un excesivo materialismo. Hablar aquí de cada uno de los textos que se encontraron en Egipto escapa a la intencionalidad de este post; sería arduo y pesado y además, para ello ya tenemos los magníficos textos de expertos en la materia que saben infinitamente más del asunto. Así, me centraré únicamente en el manuscrito considerado más importante de todos los encontrados en Egipto –sin menoscabar la relevancia del de Felipe–: el Evangelio según Tomás. Eso será en una inminente entrada en Dentro del Pandemónium, una cuarta y última entrega sobre tan fascinante asunto.

Yeshua, Qumrán y la manipulación de los Evangelios. Los manuscritos del Mar Muerto (IV)

A pesar de los tiempos inciertos que vivimos y de que la pandemia y el confinamiento hayan provocado que muchos yacimientos estuvieran inactivos durante meses –algunos todavía permanecen cerrados–, la arqueología está de enhorabuena: hallan nuevos fragmentos de los Manuscritos del Mar Muerto por primera vez en 60 años. El descubrimiento no es baladí, y nos sirve para recordar en «Dentro del Pandemónium», en plena víspera del Domingo de Resurrección, la historia y el valor de estos documentos capitales de la antigüedad.

Por Óscar Herradón ©

La figura de Jesús –Yeshua, según su antigua forma- y sus andanzas como predicador también muestran ciertas similitudes con lo expuesto en los rollos de Qumrán, si bien estas comparaciones están abiertas a una mayor polémica entre los estudiosos y en el seno de la Iglesia católica que la figura del Bautista, ya que esta institución no acepta como válido ningún posible indicio de vínculo entre su máxima figura y el grupo de los esenios.

Será difícil encontrar paralelismos si, como señala el estudio llevado a cabo en 1993 por 200 eruditos bíblicos, no pueden ser consideradas como auténticas más del 20 por ciento de las palabras atribuidas a Jesús en el Nuevo Testamento, lo que vendría a corroborar la teoría de una manipulación histórica iniciada con Pablo de Tarso –al que algunos estudiosos como Robert H. Eisenman relacionan con el personaje del Mentiroso que aparece recogido en los rollos- y más tarde con Constantino en el Concilio de Nicea. De ser cierto, lo que parece muy probable cuando es analizado y verificado por los más reputados investigadores, algunos de ellos católicos, es probable que muchas de las coincidencias entre Yeshua y los esenios no respondan sino a una adaptación de los textos cristianos. Ya sabemos que muchos de los escritos de Qumrán desaparecieron hace siglos –muchos de ellos incluso pocos años después de ser escondidos en las cuevas- lo que convierte en nada descabellada la teoría según la cual algunos de estos escritos pudieron ser utilizados por los primeros cronistas del cristianismo: ahí podría radicar la razón por la que no existe mención alguna a la comunidad de los esenios en el Nuevo Testamento, cuando es demostrado que tuvieron cierta relevancia en los tiempos del primer cristianismo.

Qumrán y los primeros cristianos, extrañas coindicencias

Pero centrémonos en las sospechosas coincidencias entre los seguidores del Mesías y los escritos de la Comunidad, unos escritos que siguen manteniendo para muchos su carácter maldito, sin duda por lo que su contenido implica en parte para el dogma establecido. Aunque, como señala Hodge, Jesús fue un hombre devoto y santo que habría compartido muchas de las ideas de su doctrina con los hasidim, existen ciertas similitudes que llevan a pensar que Yeshua estaba más cerca de las enseñanzas de los esenios que de cualquier otro grupo de la Palestina de la época.

Hasidim en la antigua Israel

Hemos señalado que la Comunidad de Qumrán promulgaba la colectividad y una forma de vida que excluyera la posesión de bienes y riquezas. Del mismo modo, Jesús advertía a sus seguidores que una riqueza excesiva no servía sino para corromper al hombre –algo que debieron olvidar muchos de nuestros queridos obispos y cardenales-. Parece ser que, además, los primeros cristianos seguían la costumbre de colectivizar sus bienes. En los Hechos de los Apóstoles, Lucas (2, 44-45), podemos leer lo siguiente: «Todos los que creían vivían unidos y tenían todo en común: vendían las posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno». Casi un guiño ancestral al comunismo.

Ambos grupos seguían la concepción de lo que Stephen Hodge ha dado en llamar «dualismo escatológico», según el cual la humanidad estaría dividida entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, idea que se desprende tanto del contenido de La Regla de la Comunidad encontrada en Qumrán como del Evangelio de Juan y el Libro de la Revelación. No obstante, existe una marcada diferencia entre la forma en que los esenios actuaban respecto de sus enemigos y lo predicado por Jesús. Mientras los primeros incitaban a odiar y maldecir a los «Hijos de la Oscuridad», a sus enemigos –tanto los romanos como los sacerdotes del Templo-, Jesús abogaba por todo lo contrario: «…pero yo os digo esto: ama a tus enemigos y reza por los que te persiguen» (Mateo 5:43). Parecen existir, sin embargo, algunas controversias sobre la actitud de Jesús respecto a este tema, pues en uno de los episodios más célebres de su vida fue el ataque a los mercaderes a las puertas del Templo, lo que contradice profundamente la enseñanza de «poner la otra mejilla». Asimismo, en uno de los textos de Nag-Hammadi se describe al Jesús de la infancia como un niño vengativo y cruel, lo cual no hace sino avivar enormemente la polémica sobre este punto.

Volviendo a la posible relación del Mesías con la Comunidad, existen aún más paralelismos entre lo que se afirma en los rollos y en el Nuevo Testamento: ambos condenaban el divorcio y los segundos casamientos como algo impuro, una actitud que se creía original de los primeros cristianos pero que el Documento de Damasco, encontrado en Qumrán, revela como propia también de los esenios. En cuanto a la comida ritual, a pesar de los añadidos posteriores que existen en las Escrituras sobre la Última Cena, tema en el que tampoco se ponen totalmente de acuerdo los literalistas bíblicos, sabemos que Jesús bendecía el pan y el vino, al igual que la comida era bendecida por el sacerdote o Maestro de la Luz en los ritos gastronómicos de la Comunidad: «Y el sacerdote será el primero en extender la mano y bendecir los primeros frutos»(extraído de La Regla de la Comunidad). Sobre este punto, el cardenal y jesuita francés Jean Danielou se atrevió a señalar en su obra Los Rollos del Mar Muerto y el cristianismo primitivo que «Cristo debe haber celebrado la Última Cena la víspera de la Pascua según el calendario esenio».

El documento de Damasco

Pero aún hay más, y este es el punto de encuentro más relevante entre ambos grupos: los exorcismos. Sabemos por los Evangelios que Jesús realizaba estos rituales de expulsión de los demonios como forma de sanar a los enfermos. Los esenios creían, al igual que los fariseos –de cuyas enseñanzas también bebió profundamente el Mesías cristiano- que existían ángeles buenos y malos, y que conocer su nombre permitía parcialmente controlarlos, de manera que creían poder curar a un enfermo si expulsaban a los «ángeles malos» o demonios que se habían instalado en su mente. Los esenios, por tanto, con fama de grandes sanadores, realizaban exorcismos como Jesús, lo que se desprende de documentos como el Génesis Apócrifo, también encontrado en Qumrán, una práctica que, al igual que la condena al divorcio, se atribuye como originaria a Jesús, a pesar de que ya en el Antiguo Testamento encontramos relatos sobre posesión y exorcismos.

Demasiados paralelismos que deben ser considerados, no obstante, con mucha cautela, pues ninguna similitud permite relacionar a Yeshua ni a Juan de forma definitiva con Qumrán y los esenios. Quizá los últimos encontrados por el equipo de arqueólogos israelíes en nuevas cuevas arrojen algo más de luz sobre aquel fascinante periodo de nuestro pasado. Seguiremos informando.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

The Nag-Hammadi Library.

–DANIELOU, Jean: Los Manuscritos del Mar Muerto y el cristianismo primitivo. Ediciones Criterio, 1960.

–GREZ, David: Los Evangelios Gnósticos. Las enseñanzas secretas de Jesús. Editorial Sirio, 2004.

–HODGE, Stephen: Los Manuscritos del Mar Muerto. Edaf, 2001.