Gremlins. 40 años sin comer a medianoche

Este verano se cumplen 40 años del estreno de una de las cintas familiares más icónicas de los 80, Gremlins, de Joe Dante. Todos sus entresijos se cuentan con detalle y especial cariño en el libro Gremlins. Nunca les des de comer después de medianoche, firmado por Francisco Javier Millán y publicado por Diábolo Ediciones.

1984 fue un año muy productivo en lo que al séptimo arte se refiere, e inolvidable para los nostálgicos. Un servidor tenía solo cuatro años por aquel entonces (vamos, que veía Barrio Sésamo, la Bruja Avería y, sin entenderlo mucho, V y El Gran Héroe Americano), lo que significa que realmente no eran series y películas «de mi época», como suele decirse, pero con los años, las visitas a los inolvidables videoclubs y las eternas reposiciones por televisión (de dos canales), se convirtieron por derecho propio en el lugar para soñar de toda una generación (ya de varias).

Cuatro décadas más tarde, basta con echar un vistazo al infinito merchandising, las ediciones especiales en múltiples formatos o su éxito en plataformas digitales (donde compiten, y muchas veces ganan, a producciones multimillonarias que utilizan la vanguardia tecnológica para sus efectos especiales), para comprobar que su empuje no ha decaído. Que forman parte de la cultura popular (pop o como quiera llamarse). Hablo de películas como Regreso al futuro, Cazafantasmas o la que aquí nos ocupa, Gremlins. Y vamos ya al turrón, que en el Pandemónium tenemos tendencia a irnos un poco por las ramas cuando el tema nos toca el corazoncito.

En este post, con motivo de ese 40 aniversario y del lanzamiento de un libro único que lo conmemora, realizado con mimo por una editorial habitual de este blog, Diábolo Ediciones, recogemos 10 cosas que (probablemente) no sabías –cinéfagos aparte– sobre Gremlins, dirigida por Joe Dante, con guion de Chris Columbus y producida por un visionario Steven Spielberg a través de Amblin Entertainment. 

-El libreto original era cosecha de un joven y desconocido guionista llamado Chris Columbus, y pasó por las manos de al menos 20 productores, hasta que llegó a Steven Spielberg, al que le llamó la atención el título y decidió comprarlo. El propio realizador diría más tarde: «Es una de las cosas más originales que he encontrado en muchos años, por eso compré el guion y se lo di a Joe para que la hiciera». El propio Spielberg encargaría más tarde a Columbus escribir el libreto de Los Goonies, otra cinta familiar que marcó los 80.

-La fuente original de Gremlins se hallaba en una leyenda que contaban los pilotos de la Royal Air Force (RAF) durante la Segunda Guerra Mundial, principalmente durante la Operación León Marino mediante la cual los alemanes pretendían conquistar Inglaterra: hablaban de unas criaturas extrañas y traviesas que se introducían en los motores de los bombarderos pesados trimotor (Fortalezas Volantes) Boeing B-17 Flying Fortress. Pero existían referencias anteriores: la primera, en la revista Airplane, publicada el 10 de abril de 1929 en Malta, donde se señalaba que pilotos británicos destinados en la isla mediterránea, en Oriente Medio y en la India, ya hablaban de ellos.

-Nuevamente, en plena Segunda Guerra Mundial, el escritor Roald Dahl (autor de clásicos infantiles como Charlie y la Fábrica de Chocolate o Matilda), escribió su primera obra para niños tras ser enviado a Washington DC como agregado aéreo de la embajada británica en enero de 1942 (precisamente, Dahl había realizado el servicio militar en el Escuadrón 80 de la RAF en Oriente Medio). En el cuento, los gremlins son hombres diminutos que habitan dentro de los aviones de la fuerza aérea británica, y que a punto estuvieron de protagonizar una producción animada de Disney.

-El guion original de Columbus era bastante más oscuro y las sucesivas reescrituras irían cambiando la idea primigenia hacia una vertiente más familiar (no exenta de momentos desconcertantes, como la confesión de Kate –Phoebe Cates– sobre la muerte de su padre y otros también truculentos ). Nada que ver, no obstante, con la idea primigenia: las criaturas se comían al perro de Billy (escena que se sustituiría finalmente por la de colgarlo de las luces navideñas), mataban a su madre (que finalmente sería capaz de acabar con la vida de varios gremlins, entre ellos el que explota en la memorable escena del microondas –cuando en España no sabíamos ni qué electrodoméstico era-) y en otro alarde retorcido made in Columbus los bichejos se ponían las botas con carne humana en el McDonald’s de Kingston Falls, secuencia sustituida por los excesos alcohólicos de la parranda en la taberna de Dorry. Otra muerte terrible que se recogía en el libreto original y nunca se llegó a rodar era la del mejor amigo de Billy, Pete (interpretado por Corey Feldman, secundario de lujo en producciones ochenteras posteriores de la talla de Los Goonies, Cuenta Conmigo o Jóvenes Ocultos) al que devoraban algunos gremlins en medio de terribles gritos de agonía que nadie escuchaba debido a los villancicos entonados por los niños.

– Si algo destaca en la cinta, y contribuyó sin duda a su enorme éxito, es la gran expresividad de Gizmo, el mogwai que la protagoniza (todo ternura, menos cuando le dan de comer después de medianoche o lo mojan). Fue fruto de un minucioso trabajo del equipo de marionetistas. Según su responsable, Chris Walas, acerca de las pruebas previas que tuvieron que realizar: «Nos colocábamos frente a un espejo y hacíamos pequeñas actuaciones, solo para comprender los conceptos básicos de los títeres. Una vez que éramos conscientes de su movimiento buscamos los pequeños rasgos que definían al personaje. La dificultad de movimientos, y el hecho de que la cabeza del mogwai tenía solo 6 centímetros (lo que limitaba los espacios para colocar los mecanismos electrónicos) hizo que Walas optara por crear 10 cabezas de Gizmo con diferentes acciones: estas se fotografiaron con una máquina Polaroid y, cuando Joe Dante preparaba una toma, conectaban el mecanismo y ponían al adorable muñeco frente a la cámara. Además, a las max puppets (como se conocían) se sumaron las cabezas superfaces, con un tamaño algo más grande para que soportasen bien los primeros planos,  controladas mediante cables, dando lugar, en palabras de Javier Millán, «a matices inimaginables que parecían extraídos de los dibujos animados ».         

-Puesto que Gremlins se rodó casi en verano y estaba ambientada en navidad, tuvieron que usar grandes cantidades de nieve artificial: varios sets tenían que ser preparados a diario con un empavesado de poliéster blanco que creaba la ilusión de la nieve acumulada en las calles y tejados; además, se utilizó yeso en polvo que se espolvoreó sobre las copas de los árboles. El jefe de efectos especiales, Bob McDonald Jr., recordaba cómo se logró crear esa ilusión a mediados de mayo de 1983 en la calurosa e iluminada California: «Para hacer que la nieve cayese, usamos máquinas de viento. La echábamos desde elevadores frente a dichas máquinas y simplemente la dejábamos caer». También se usó piedra caliza para simular que los bancos estaban llenos de nieve. Una tarea compleja si tenemos en cuenta que cuando rodaban por las noches en exteriores la temperatura ambiente llegaba a oscilar entre los 18 y 20 grados y el equipo, por supuesto, debía ser muy rápido y eficiente con las escenas, trabajando a contrarreloj frente a la descongelación del hielo.

-A todo ello se añadía otra dificultad: ocultar todo el entramado de cables, para manejar las marionetas, fuera del objetivo de la cámara. Todo el set estaba construido sobre una plataforma, varios metros por encima del suelo, con un hueco donde los marionetistas trabajaban tirados por los suelos. Con el fin de facilitar la manipulación, se instalaron monitores para que pudieran ver en directo –como si se tratase de un espejo– la interacción de los actores. Para mover las criaturas más complejas, hacía falta en ocasiones el trabajo de hasta 18 operadores y unos 14 cables, todo un desafío del lenguaje corporal que obligaba a los operadores a estar horas interminables en posiciones incómodas y hasta dolorosas.

-Si uno presta atención al ver ambas películas –estrenadas apenas con un año de diferencia–, verá que son muy similares la plaza de Kingston Falls en Gremlins y la de Hill Valley en Regreso al Futuro. ¿La razón? Ambas son en realidad Courthouse Square, un veterano decorado de los estudios Universal que se levantó un lejano año de 1949 y que aparece en otras producciones de Hollywood como Matar a un Ruiseñor, ¡Como Dios! o Batman y Robin y que ardió en 2008, quedando únicamente en pie la icónica fachada y el ayuntamiento. Durante la fotografía principal, el equipo tuvo muchos problemas con otro rodaje que se estaba llevando a cabo en los alrededores, casi pared con pared del decorado: Calles de Fuego, dirigida por Walter Hill y protagonizada por Michael Paré y Diane Lane; según cuenta Francisco Javier Millán, los responsables de esta producción comenzaron a levantar grandes postes y lonas, impidiendo al equipo de Gremlins encuadrar la parte superior de los edificios. Había una legión de carpinteros al otro lado de los decorados que tan solo guardaban silencio durante la filmación, lo que obligó a que tuvieran que añadir una pintura mate en el arranque de los créditos realizada por Rocco Gioffre, artista de la empresa de efectos especiales Dream Factory que trabajó en otras producciones de la talla de 1997: Rescate en Nueva York (John Carpenter, 1981) o ET, el Extraterrestre, de 1982.

-Durante la convención de inventores a la que asiste el padre del protagonista, Randall «Rand» Peltzer (interpretado por Hoyt Axton), Dante hizo alarde de su pasión por el cine fantástico y sci-fi: pueden verse la máquina transtemporal pilotada por Rod Taylor en El tiempo en sus manos (1960), y a Robby, el robot de Planeta Prohibido (1956); además de un maletín en el que puede leerse S.S. Enterprises (hoy nombre de algunas empresas muy potentes, entonces un guiño a Star Trek), y un monitor con lo que parece ser una escena que alude a Poltergeist (otro de los éxitos de Spielberg como productor, estrenada dos años antes, en 1982, y dirigida por Tobe Hooper, el célebre realizador de La Matanza de Texas, de 1974).

-La frase que enuncia el padre de Billy sobre Gizmo acabaría por hacerse profética: «Todos los niños de América querrán tener uno». Es más, no solo de América, de prácticamente todo el planeta (al menos en Occidente). Me refiero al merchandising. El visionario Spielberg ya había sido un maestro de este tipo de beneficios añadidos a la industria cinematográfica con E.T., y su colega George Lucas principalmente con las figuras de Kenner de Star Wars, historia que da para varios post. El Rey Midas de Hollywood vio el potencial del mogwai desde el primer momento y, según Joe Dante: «El merchandising comenzó cuando nosotros ya estábamos inmersos en el rodaje, conceptualmente, esto jugó un papel muy importante».

-Según recogía la revista Variety, Gremlins fue una de las campañas más lucrativas de la historia de Warner Bros. Logró arañar parte del mercado que hasta entonces estaba monopolizado por Star Wars y E.T. Las figuras de PVC fueron unas de las más exitosas. En España fue la empresa Comic Figure Spain S.L. la que disponía de las licencias para explotarlas y sacó al mercado una figura de Gizmo y otra de Stripe. Todavía conservo un ejemplar de esta última, cuando con solo cuatro o cinco años mis padres, por supuesto, no me pusieron la película –y eso que llegamos a tener un Beta–, que vería por vez primera a los ocho o nueve años para no dejar de volver a visionar mil veces hasta hoy. Actualmente, el merchandising de Gremlins (y tantas cintas ochenteras) goza de un renacimiento, o más bien una segunda vida, y son infinitas las figuras que existen de sus criaturas, la mayoría fabricadas por la empresa estadounidense NECA –de la que me confieso fan incondicional–, con un realismo impensable hace cuatro décadas (y unos precios en sintonía, claro).

10 cosas que (quizá) no sabías de E.T. El Extraterrestre

Inauguramos en el Pandemónium nueva sección con una conmemoración: nada menos que el 40 aniversario del lanzamiento de una de las cumbres del cine fantástico: E.T. el Extraterrestre, del Rey Midas de Hollywood Steven Spielberg, cuya trastienda es narrada con detalle en una joya ilustrada publicada recientemente por Norma Editorial.

Óscar Herradón ©

Pixabay. Free license.

Arrancamos nueva sección en el blog. Puesto que estamos saturados de información y a golpe de click uno puede encontrar lo que quiera (siempre con la cautela de no caer en el fake o la falta de verosimilitud), eso tan mentado ahora de la infoxicación, tocaré algunos temas de actualidad (muchos, sin ser nuevos, lo están por una u otra razón), la mayoría relacionados con la publicación de novedades editoriales, de forma breve, dejando la escritura torrencial de mis habituales entradas para otros asuntos, que los habrá, sin duda. Estas son las 10 cosas que probablemente no sabías sobre aquella joya familiar que cambió para siempre el séptimo arte:

–El niño de la cinta, Elliot (interpretado por Henry Thomas) sufre por la ausencia de su padre y precisamente el divorcio de sus progenitores provocó (o al menos eso confesaba en su día) que Spielberg inventase un amigo imaginario, un extraterrestre que podía ser «el hermano que nunca tendría y el padre que sentía que ya no tenía». Fue la semilla de una de sus cintas inolvidables. Precisamente el realizador recuerda aquellos convulsos años de infancia y realiza un emotivo homenaje al cine, una carta de amor al celuloide, en la aclamada Los Fabelman.

–Spielberg ya se acercó años antes, en 1977, al tema de los OVNIs en otra de sus obras maestras, Encuentros en la Tercera Fase (que en realidad, ajustándonos al lenguaje ufológico y al título original, debió traducirse como Encuentros Cercanos del Tercer Tipo), donde contó con la colaboración del astrónomo y ufólogo Joseph Hyneck, pero muchos de los elementos que rescataría ET se hallaban en el guión de una película que nunca llegaría a realizar, una suerte de secuela de la cinta protagonizada por un Richard Dreyfuss en estado de gracia: la terrorífica Night Skies, con guión de John Sayles, donde había varios extraterrestres malvados y uno de ellos poseía un único dedo largo y huesudo que desprendía luz en la punta. ¿Os suena? Con dicha luz mataba a los animales de una granja. Por contrapartida, había uno bueno, de nombre Buddy, que tenía una hermosa relación con un niño afectado de TEA.

–Cuentan que cuando estaban en pleno rodaje de Indiana Jones. En busca del Arca Perdida, primera entrega de la célebre saga del arqueólogo que odiaba a los nazis, cuando Spielberg leyó el guión de Night Skies a la entonces novia de Harrison Ford, Melissa Mathison, esta se echó a llorar ante la relación de un extraterrestre bondadoso y un niño fruto de un hogar roto. Sería ella precisamente quien escribiría el guión de ET. El extraterrestre, y es que un trabajo suyo, El corcel negro, había cautivado a Spielberg. Según reveló el director, ella fue la responsable de la mítica frase «Teléfono, mi casa». Nada volvería a ser lo mismo para el séptimo arte.

–Puesto que el jefe de marketing de Columbia Pictures pensó que ET no tenía un gran potencial comercial y que su argumento era solo propicio para los más pequeños, la productora rechazó el proyecto y entró en el mismo Universal Pictures, que se hizo de oro: ET se convirtió en la película entonces más taquillera de la historia al recaudar 359 millones de dólares en todo el mundo; hasta el momento el récord lo tenía La Guerra de las Galaxias, con 307 millones, del colega de Spielberg (y productor de Indiana Jones) George Lucas. ¿No tenía potencial comercial? Hace unos meses la marca NECA anunciaba el lanzamiento de varias figuras articuladas de la película en el marco del 40 aniversario. Y uno que es coleccionista avisa de que no tardarán en descatalogarse y alcanzar precios desorbitados. ¿Quién no ha tenido un peluche de ET?

–La única película que conseguiría romper el récord alcanzado por la cinta sería Parque Jurásico, también firmada por el visionario Spielberg y basada en el bestseller de Michael Crichton 11 años después: nada menos que 978 millones de dólares. Y es que el realismo de sus saurios extintos provocaba escalofríos y parecía llevarnos a plena era jurásica. Solo Spielberg podía hacer aquello. Vi la cinta en el cine con 13 añitos (ya han llovido 30 desde aquello), y salí cautivado.

Rambaldi

–Siempre se ha dicho que el rostro de ET nos resulta familiar. La razón estriba en que se ideó a partir de las fotografías de los rostros del físico Albert Einstein y los escritores Ernest Hemingway y Carl Sandburg, más algunas pequeñas inspiraciones. Su creación se debe al italiano Carlo Rambaldi, diseñador de las criaturas de Encuentros en la Tercera Fase y artista de efectos especiales de películas como La Posesión o Dune, de David Lynch, quien se inspiró en su propio cuadro Women of Delta para dotar al personaje principal de ese característico largo cuello.

–Los actores aquejados de enanismo Tamara de Treaux y Pat Bilou se introdujeron en el disfraz de goma del personaje, e incluso el niño minusválido al que le faltaban las piernas Matthew Merritt, de entonces 12 años, que caminaba con las manos. También se crearon marionetas que se movían de forma electrónica en un tiempo en que no existían efectos digitales ni el recurrente CGI. La creación de la criatura costó un millón y medio de dólares, una cantidad nada desdeñable hace cuarenta largos años.

–El casting no fue ni mucho menos sencillo. Henry Thomas realizó una dura prueba para convertirse en Elliot de la que existen vídeos en el Making-of. «La improvisación fue tan sentida y honesta que le di el papel allí mismo», confesaría más tarde Steven Spielberg. Al parecer, el chiquillo lloró con tanta convicción pensando en su perro muerto. Para el resto del casting la cosa no fue tan fácil, y el director vio a más de 300 niños antes de decantarse por Drew Barrymore (que había realizado la audiencia para Poltergeist, otro éxito del que Spielberg fue productor) y Robert MacNaughton.

Williams

–El éxito internacional de ET, que se estrenó en el mercado estadounidense el 11 de junio de 1982 (en España lo hizo el 6 de diciembre de ese año, inaugurando una Navidad inolvidable para aquellos que acudieron a verla), se manifestó al año siguiente en nueve nominaciones a los premios Oscar, de los que ganó cuatro: Mejor Sonido, Mejores Efectos Visuales y Mejor Edición de Sonido, así como a la Mejor Banda Sonora firmada por el inolvidable John Williams, autor de las melodías de Star Wars, Indiana Jones, Superman, y prácticamente todo el cine de Spielberg: Tiburón, Encuentros en la Tercera Fase, La lista de Schindler, Hook, Parque Jurásico, Salvar al Soldado Ryan… y cómo no, Los Fabelman e Indiana Jones y el Dial del Destino, cinta que pone punto y final a la saga protagonizada por Harrison Ford que finalmente ha dirigido James Mangold.

–En una producción de tamaño éxito no es extraño que surjan dificultades. La cinta recibió varias demandas y acusaciones de plagio: el prestigioso director indio Satyajit Ray acusó a Steven Spielberg de copiarle el personaje de un guión que había escrito en 1967 titulado The Alien, con una idea y conceptos similares, proyecto frustrado donde –dijo– iba a contar con Marlon Brando y Peter Sellers. La otra demanda vino de parte del dibujante catalán Joaquín Blázquez, quien había creado en 1975 un dibujo de un alienígena llamado Melvin para el medio estadounidense Warren Magazines,  de notable parecido, que protagonizó al año siguiente la historieta publicada en Vampirella «Then one foggy Christmas Eve». Blázquez murió a los 40 años sin ganar el pleito.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

E.T. El Extraterrestre: la historia visual definitiva

Esta joya recientemente publicada por Norma Editorial profundiza en los archivos de producción de la película para presentarnos, de la manera más completa y apasionante, la creación de la obra maestra de Steven Spielberg y el impacto que todavía tiene en varias generaciones de admiradores. Este monumental volumen de 240 páginas en gran formato y a todo color incluye entrevistas exclusivas con una parte clave del equipo, como el propio director, la productora Kathleen Kennedy y las estrellas Robert MacNaughton, Dee Wallace y Peter Coyote.

ET. El Extraterrestre: la Historia visual definitiva, revive el proceso de una extraordinaria producción que trascendió los límites de lo que era posible en el cine. Cargado de imágenes poco conocidas, el libro incluye fotografías promocionales, arte conceptual, storyboards y contenidos del universo de la película al completo, como los artículos de publicidad comercial de la misma, la novela y su secuela, y la atracción de Universal Studios hacia el proyecto, como contamos en el post. Este tomo constituye el homenaje perfecto para una película que definió la magia del séptimo arte, un libro imprescindible para cualquier entusiasta de este inolvidable título que incluye además 19 elementos especiales, como el pase de seguridad de Spielberg para el set, la hoja de rodaje o páginas del guión original.

35 años de «Regreso al Futuro»

Es una de las películas más emblemáticas de aquellos nostálgicos ochenta. Uno de los grandes éxitos de la productora Amblin impulsada por Spielberg, junto a cintas como Los Goonies, Gremlins o El secreto de la pirámide, todas ellas iconos pop de toda una generación. Desentrañamos los secretos de aquella cinta más de tres décadas después de su estreno. No es un post para «gallinas»…

Óscar Herradón ©

Generación Goonies (Diábolo). Un libro fascinante.
 

Los ochenta están más vivos que nunca. En aquella década en que algunos, como quien esto suscribe, éramos unos renacuajos soñadores, se miraba con nostalgia a los 60. Los 70, más cool con el paso del tiempo, se tenían entonces por época de decadencia y marginalidad; hablo de Occidente el general, claro, no de España en particular, pues sus 70 fueron el comienzo de la normalidad democrática y el inicio de una modernidad largamente lastrada por la censura.

Aquellos años 80, como digo, de hombreras gigantes, pelo cardado, de reyes y reinas del reimpulsado Pop, de dúos cómicos y papel couché, eran considerados, ya en su momento, y por supuesto en los 90 y hasta bien entrado nuestro siglo XXI, una invitación al exceso y una exaltación de lo hortera y lo extravagante. Y en cambio, cosas del misterioso paso del tiempo, hoy miramos con ojos nostálgicos a aquellos tiempos –los sesenta, con sus discos de vinilo de siete pulgadas y sus acordeones nos parecen tiempos remotos incluso a los que grabábamos en cassette los hits de la radio–, y es que, sin olvidar ese halo de «horterismo» a medio camino entre el desafío y la inocencia, tenían una frescura que ya quisiéramos hoy, cuando, entre dispositivos móviles, patinetes eléctricos y, para más inri, mascarillas higiénicas por apremio de la necesidad, es difícil recobrar.

Sin los 80 no tendríamos a Almodóvar, ni habría nacido la Movida, ni hubiésemos llevado el Walkman a todas horas, ni jugado a la Game Boy, ni aficionado a los ratones de golosina a imitación de la Diana de V o comido palulú. Añoramos sus series y programas de televisión en dos cadenas y su merchandising de bollería, con figurillas de PVC de Masters del Universo, D’Artacán o El inspector Gadget, sus calcomanías, Seat Pandas y peonzas. Pero, sobre todo, los más frikis revivimos una y otra vez aquel tiempo a través de sus películas entonces de bajo coste –algunas, otras no tanto– que hoy llevan colgado el marchamo «de culto».

Hoy muchas series catódicas hacen una equilibrada mezcla de imitación y homenaje de aquellos años cuando triunfaron ET, Alf, los Fraguel Rock, Macgyver, Michael Knight y Kit, El Equipo A o los Goonies, entre un largo etcétera de títulos emblemáticos. Series y también películas, solo hay que recordar la cinta Súper 8, dirigida por J. J. Abrams antes de embarcarse en la tercera trilogía de Star Wars, todo un homenaje al cine de Spielberg más familiar y de acertados clichés. Y yendo directamente a la televisión, que hoy se alimenta sobre todo de plataformas digitales con un catálogo infinito que ni habrían soñado los mejores «vídeos comunitarios» –abstenerse los que nacieron después del 90–, el ejemplo más evidente es el de Stranger Things, de los hermanos Duffer (sí, suena más cool The Duffer Brothers), cuyo éxito catódico es directamente deudor de esa estética y esa morriña cuyos argumentos tan bien funcionaban en el sofá con la bata puesta comiéndose un bollycao o un phoskitos.

La serie ha generado un aluvión de merchandising de todo tipo, desde Funko Pop que se agotan y revalorizan en apenas meses a libros, camisetas, tazas, peluches e incluso su propia línea oficial de cómics que nos descubren tramas o escenarios que la serie ha dejado en el aire. Norma Editorial ha sido la encargada, con el buen hacer que los caracteriza, y su casi visionaria capacidad comercial, de publicar la serie en España, de la que ya se han editado varios títulos, y todo apunta a que habrá muchos más ahora que se ha anunciado el rodaje de la cuarta temporada e incluso que Robert Englund –el inolvidable intérprete de Freddy Krueger y del lagarto bueno de V, otro icono ochentero– estará en el elenco ¡haciendo de asesino!

«A donde vamos no hay carreteras…»

Si la impronta ochentera era tan evidente en muchos ámbitos, encima este 2020 se cumplieron –concretamente el mes de agosto– 35 años del estreno de una de las películas más icónicas de aquella década «prodigiosa», y por qué no decirlo, al fin y al cabo suscribo este blog, uno de los lugares comunes de mi infancia. Hablo de Regreso al FuturoBack to the Future en el mundo anglosajón, Volver al Futuro en Latinoamérica– de Robert Zemeckis, que con los años dirigiría obras maestras como Forrest Gump o Náufrago, ambas con un Tom Hanks en estado de gracia. Si entonces la cinta gozó de un gran e inesperado éxito –enseguida ampliaré el asunto–, y era lo que sin duda merecía aquel golpe de aire fresco y original al cine familiar, lo que se ha generado hoy en torno a aquel largo que tendría dos secuelas es algo más que respeto a una saga, es verdadera devoción cuasi religiosa.

Uno puede adquirir sin moverse de casa –la Red en los ochenta era algo más inimaginable que un mundo regido por Terminators– el Delorean DMC-12 en todas las escalas posibles y colores que pueda imaginarse, tuneado con el alimentador de desechos de la segunda parte, con la tonalidad marrón de la tercera o comprar el Condensador de Fluzo a escala real; pero también existen figuras muy detalladas de los protagonistas de la saga en escala 1/6 de Hot Toys, tan descatalogadas que puedes llegar a pagar hasta 800 euros por en su caja original precintada.

El Delorean de mi colección particular. ¡Brilla hasta el Condensador de Fluzo!

NECA, una de las marcas de referencia en el merchandising cinematográfico y televisivo ha sido la última en sumarse, junto a Playmobil y LEGO, a esta tendencia, la de explotar la nostalgia por la trilogía –y por otras sagas ochenteras, como Cazafantasmas–. He de reconocer que tengo unas cuantas de estas piezas en mi casa, bastante cargada de iconos ochenteros (ver fotos). Pues bien, en los últimos meses he disfrutado como la primera vez que visioné la película de Zemeckis descubriendo las curiosidades que rodearon al rodaje de esta cinta y sus secuelas y el de otras películas hoy veneradas como Los Goonies, Cazafantasmas o Gremlins; todas ellas cosecha de la emblemática productora Amblin Entertainment fundada en 1981 por el visionario Steven Spielberg y los productores Kathleen Kennedy y Frank Marshal, y que debía su nombre al corto con el que el multipremiado realizador empezaría su carrera dorada. De hecho, su logo es la famosa silueta del vuelo de bicicleta de ET. Quién si no podía estar detrás de algo así. Sin él y sin George Lucas la vida de los que formamos parte de la Generación X no sería la misma. Al menos la de muchos, como servidor.

Mi «Marty» de Hot Toys. Joya donde las haya.

En la edición en Steelbook que acaba de lanzarse al mercado de la trilogía original hay horas de este tipo de contenidos, pero me acerqué a ellos antes gracias al maravilloso y entretenido libro Generación Goonies. Los años dorados de la productora Amblin, de Francisco Javier Millán, realizado con mimo por Diábolo Ediciones, una edición (ahora definitiva) a todo color repleta de píldoras para el nostálgico más friki. También para los neófitos que descubren con sorpresa por primera vez aquellas películas que nuestros padres alquilaban en cintas Beta o VHS en el videoclub que había debajo de casa, una especie entonces prolífica hoy a punto de desaparecer.

Un proyecto atípico y arriesgado

Robert Zemeckis y Bob Gale no lo tuvieron fácil al comienzo de sus carreras cinematográficas. En 1978, según cuenta en el libro citado Francisco Javier Millán, vendieron a Steven Spielberg la primera película que éste financiaría como productor: Locos por ellos, una cinta centrada en el fenómeno fan de The Beatles que llevaba un título original más apropiado, precisamente el título de una de las canciones del cuarteto de Liverpool: I Wanna Hold your Hand. Influenciada por la película de culto American Graffitti (1973) de otro visionario del nuevo cine, George Lucas, no tuvo apenas reconocimiento, salvo entre los mitómanos de McCartney y Lennon, que ya entonces se habían separado en medio de múltiples escándalos legales.

Su nueva colaboración, esta vez con Spielberg en la silla del director, fue otro fiasco. Su título era 1941 y su protagonista un actor entonces en lo más alto, el malogrado John Belushi, muerto en 1982 por una sobredosis de speedball –mezcla de cocacína y heroía–. Aquella cinta fue una «rara avis» en la filmografía del Rey de Midas de Hollywood que ya había cosechado grandes éxitos con su ópera prima, El Diablo sobre ruedas (Duel, 1971) y también con Tiburón (Jaws, 1975). El tercer intento de Zemeckis y Gale fue ¡otro fracaso! Muchos realizadores fueron sentenciados en taquilla por mucho menos, pero el incombustible Zemeckis no se dio por vencido y cuando ya rondaba en su mente la idea de dar forma al universo de saltos temporales alcanzó notable éxito con Tras el corazón verde (1984), una cinta que seguía la senda marcada por Indiana Jones protagonizada por Michael Douglas y una Kathleen Turner ya convertida en mito erótico.

Y entonces llegó el delicado asunto de mover un guión cuyo título, Regreso al Futuro, era para la mayoría de productores un desvarío sin posibilidad de éxito. El proyecto llegó a ser rechazado ¡más de 40 veces! La idea partía de otra previa de Bob Gale, quien afirmó que le habría gustado conocer a sus padres cuando éstos iban al instituto, tras ojear un anuario de aquella época: pensó lo maravilloso que sería construir una máquina del tiempo y presentarse allí, y ver si era capaz de hacerse amigo de su progenitor. Gale ideó para su «time-machine» una nevera, pero sería finalmente un coche de poco éxito hasta el lanzamiento de la cinta, el flamante Delorean, cuyas ventas se dispararían tras el boom (el modelo dejó de fabricarse por la Delorean Motor Company tres años antes del estreno de la primera película) y que hoy es todo un icono del séptimo arte. La bañera, por otra parte, aparecería como un guiño en una secuencia de la floja Indiana Jones y el reino de la la Calavera de Cristal, en un momento en el que sirve al Dr. Jones para salvarse in extremis de una explosión nuclear en el desierto –Spielberg no había olvidado la idea original–.

La primera productora en rechazar financiar el proyecto fue Columbia Pictures, que mostró un interés inicial en el mismo pero que después acusó a su argumento de falta de madurez y sensiblería, cargado tan solo de «buenas intenciones» y poco más. A la negativa le siguió la de Disney: si para Columbia el guión era demasiado inocente, para el estudio garante de la moral estadounidense se trataba de una aberración: en el argumento se sugería un… ¡incesto! Era algo impensable. Así que a Zemeckis no le quedaba sino volver a llamar a las puertas de Amblin y de nuevo fue Spielberg el que no dudó en apoyar aquella aventura –y eso a pesar del recelo de sus colaboradores– una trama ambientada en los años 50, una década «maravillosa» para el pueblo estadounidense a la que se miraba con añoranza en los confusos años 80.

Para recrear la década del boom del rock n’ Roll y de la iconografía pop –cafeterías multicolores, monopatines, chicles, gomina y coches de ensueño–, se utilizaron los estudios Universal, y se aprovecharon los decorados utilizados para dar forma al pueblecito Kingston Falls infestado un año antes por las verdes, pegajosas y carnívoras criaturas de Gremlins, la cinta que encumbró a otro de los directores estrellas de Amblin: Joe Dante, quien ya tenía en su haber largos del género de terror como Piraña o Aullidos. Algún día visitaremos aquel set de rodaje en «Dentro del Pandemonium». Allí se reproduciría Hill Valley y su famosa torre del reloj, todo un símbolo del cine como hacedor de sueños hoy visitado por millones de curiosos, al menos hasta que el Covid vino a jodernos bastante la vida. Pronto volverá a recibir millares de visitas, no lo dudo.

Pero volvamos con «Marty»… Precisamente para interpretar al adolescente que viajará en el tiempo para lidiar con una madre que se enamora de él se decidieron en un primer momento por el actor Eric Stoltz, célebre por el drama hospitalario St. Elsewhere, que comenzó en 1982 y que permanecería en antena hasta 1988, debido principalmente a los problemas de contrato de Michael J. Fox, inmerso entonces en la sitcom Enredos de Familia. Stoltz, otra cara bonita de la «caja tonta» de entonces ya había rodado un buen número de escenas –que ahora hacen las delicias de los fans en los contenidos extras–, y su sustitución supuso un sobrecoste de 3 millones de dólares, cifra nada baladí hace más de tres décadas.

Pero Stoltz era problemático y tenían desavenencias con el director y el equipo, incluido el veterano Christopher Lloyd –Emmett «Doc» Brown–, que ya había coincidido con el productor Neil Canton en Las aventuras de Buckaroo Banzai (1984) y era célebre por la serie Taxi (1978-1983). Desde su llegada al set, Stoltz, que se consideraba un actor del método, pidió que durante todo el rodaje se dirigieran a él exclusivamente como «Marty» y lo llevó a tal extremo que ni siquiera respondía cuando le llamaban por su nombre real. En la escena en que se enfrenta a Biff Tannen (interpretado por el actor Tom Wilson), se metió tanto en el papel que le dio un fuerte golpe real en la mandíbula a su compañero. Aunque Wilson le pidió educadamente que se calmase y actuara con menos vigor, fue inútil, y Stoltz continuó empujándole con energía.

No obstante, según Neil Canton, la principal razón por la que se despidió a Stoltz fue que mientras revisaron las escenas montadas vieron que algo fallaba. Según el productor, «daba la impresión de que Eric estaba en otra película distinta». Es por ello que, tras 28 largos días de rodaje llenos de controversia, se tomó la decisión carísima de empezar desde cero con otro actor.

Así que volvieron a intentarlo con la primera de sus opciones: Michael J. Fox. ¡Aleluya! Spielberg y el productor de la serie catódica con la que tenía contrato, Gary David Goldberg, llegaron a un acuerdo satisfactorio para ambas partes, que consistía en el rodaje simultáneo de ambos proyectos. La razón de que muchas de las escenas de la primera parte de Regreso al Futuro tengan lugar de noche es que Fox debía rodar de madrugada o los fines de semana, dejando el tiempo restante para la televisión. Aquel ritmo endiablado es considerado por algunos una de las razones de que la enfermedad de Parkinson se desarrollase tempranamente en el cuerpo del actor. Quién sabe.

Michael y Lloyd crearon una extraordinaria química desde el primer minuto de rodaje que se hace palpable al visionar cada secuencia de la cinta en la que aparecen juntos. Entre las curiosidades del casting, además, el mismo Johnny Depp se presentó para el papel de McFly, pero entonces apenas era conocido. Ni siquiera Bob Gale recordaba haber hecho una audición a la hoy controvertida superestrella. Según confesó el guionista a Premium Hollywood con estas palabras: «¡Dios, ni siquiera recuerdo que leímos a Johnny Depp! Así que, sea lo que sea que hizo, no fue tan memorable, supongo».

En cuanto a Doc, se barajaron diferentes nombres, algunos hoy emblemáticos genios de la interpretación –y otros no tanto–, entre ellos Mandy Patinkin, Danny De Vito, John Litgow, Steve Martin, Michael Keaton, Donald Sutherland, Robin Williams… e incluso, si los mentideros de Internet no yerran, ¡Eddie Murphy y Bill Cosby! Por el bien de la saga, menos mal que no escogieron al otrora entrañable comediante afroamericano…

Entre los aspirantes, se redujeron las opciones a grandes como Gene Hackman, Harold Ramis, James Woods, John Cleese, Jeff Goldblum y el propio Lloyd, y según mentaría el productor Neil Canton, las opciones se redujeron porque al leer el guion le vinieron a la cabeza John Lithgow y Christopher Lloyd. Finalmente Amblin se decidió por este último, como sabemos, pero en un principio el emblemático «mad doctor» tiró el guion a la basura. Según confesaría, entonces quería retomar su carrera teatral e intentar dejar el cine: «Entonces, recibí el guión y lo leí sin comprometerme a nada. El borrador era bastante disparatado. Si he de ser sincero, me costó mucho encontrarle algún sentido. Llamé a mi agente y le dije que no iba a volver y tiré el guión a la papelera». Fue su mujer quien le convenció de que lo hiciera, siguiendo su máxima de «Nunca dejes pasar una oportunidad»: «Llamé a (mi agente) Bob Gersh y le dije: ‘Vale, volveré y me reuniré con Zemeckis’. En cuanto le conocí, no me hizo falta pensármelo más».

Y menos mal que fue así, porque este icono de los 80 sería muy diferente…

Los años sí pasan fuera de la gran pantalla…

Es curioso también que Crispin Glover, que interpretaba el papel de padre de Marty, tenía tan solo tres años más que Michael J. Fox durante el rodaje. Las cosas con el actor que encarnó a George McFly en la primera entrega tampoco fueron fáciles: generó numerosas discrepancias con el equipo, llegaba tarde a las grabaciones e incluso se modificaba el peinado a su antojo sin avisar al equipo de producción, quienes, pese a todo, tuvieron que dejar las escenas así porque no se podía prolongar más el rodaje. Aquello hizo que no contaran con sus servicios para las secuelas, y utilizaron un doble e imágenes de archivo para rodar lo que faltaba en la segunda parte. Aquello cabreó mucho a Glover, que demandó a Zemeckis por haber usado su imagen sin su consentimiento. Finalmente, retiró la demanda cuando fuera de los tribunales acordaron una indemnización de 760.000 dólares, cantidad nada desdeñable hace 35 años. Tras aquel litigio, el Screen Actors Guild introdujo nuevas reglas sobre el uso ilícito de los actores.

El equipo temblaba antes del estreno… se habían gastado ¡19 millones de dólares! Un presupuesto abultadísimo en aquellos tiempos. ¿Los beneficios? 211 millones de dólares. Disney o Columbia se tuvieron que tragar sus palabras, y darse de cabezazos sobre la mesa por no haber aceptado el guión…

En el momento de escribir estas líneas, saltaba la feliz noticia de que Diábolo Ediciones acaba de publicar otro fantástico libro de Francisco Javier Millán, Los Goonies nunca dicen muerto. La aventura que hizo soñar a una generación, dedicado en exclusiva a la emblemática película de Richard Donner, también de Amblin y con Spielberg en la producción ¡con una entrevista exclusiva con Richard Donner! (debajo podéis ver la sugerente pordada). En breve, nos sumergiremos en los secretos de esta otra inolvidable cinta ochentera. Tic, tac, tic, tac…