10 cosas que no sabías de la Lotería

22 de diciembre. Llegó el día de las ilusiones –la mayoría «espejismos»– por si , tras este trágico 2020, a alguno le toca un pellizco. Acaba de salir el Premio Gordo –72897– . ¡Enhorabuena a los agraciados! Aunque este año sin duda el mayor premio es no perder a ningún ser querido. Para los que no han resultado premiados, unas curiosidades sobre la Lotería. Por si el año que viene toca…

Por Óscar Herradón ©

1. El primer sorteo se celebró el 18 de diciembre de 1812 en Cádiz, en plena Guerra de la Independencia.

2. Su impulsor fue el ministro del Consejo y Cámara de Indias Ciriaco González de Carvajal, con la intención de aumentar los ingresos públicos «sin quebranto de los contribuyentes», para hacer frente a los elevados gastos militares de la guerra contra el francés.

3. Su primera denominación sería «Lotería Moderna». Hasta el 23 de diciembre de 1892 no sería llamado oficialmente «Sorteo Extraordinario de Navidad». El primer Premio Gordo se lo llevó el número 03604: el precio del décimo era de 40 reales y el premio ascendía a 8.000 de las antiguas pesetas.

4. En un principio se empleaban durante el sorteo números escritos a mano. Sería en 1913, más de cien años después, cuando se usaron por primera vez los bombos y las bolas de madera.

5. Este turbulento 2020 apenas hay público en el gigantesco Teatro Real –salvo algunos medios de comunicación y personal de Loterías y Apuestas del Estado–, algo que no sucedió ni siquiera durante la Guerra Civil: en 1938 se celebraron dos sorteos, uno en Barcelona y otro en Burgos. El Teatro Real fue el sitio escogido desde 2012. Desde 1963 se celebró en la sede de la Lotería Nacional, en la madrileña calle de Guzmán el Bueno y en 2010 se trasladó al Palacio de Congresos de la capital.

6. En 1936, algunos datos estadísticos indican que la recaudación por las ventas de la Lotería de Navidad suponían ¡un 1% del PIB!

7. En 1960 se incluyen por primera vez obras de arte en los décimos, más parecidos a los actuales, pero de mayor tamaño (como sucedía con los billetes). La primera fue un fragmento de la «Adoración de los Pastores» de Murillo, que se volvió a utilizar en los décimos de 2017.

8. Aunque la «Lotería Moderna» dio el pistoletazo de salida en 1812, ya existía un Sorteo Extraordinario de Navidad y los Niños de San Ildefonso ya empezaron a cantarlo ¡en 1771! Sin embargo, hasta 1984 no pudieron participar niñas, algo lógico –que no justificable– en una sociedad tradicional y patriarcal que se resistía a los cambios.

9. El origen de esta institución está en el «Colegio de los Niños de la Doctrina», fundado en 1543, con importantes innovaciones académicas de su tiempo. Años después se convirtió en un orfanato que acogía a niños abandonados y les brindaba una educación.

10. Como en todo juego de azar, las supersticiones tienen su miga este día: existe la creencia popular de que frotar el décimo sobre el lomo de un gato negro aumenta las posibilidades de éxito. Si lo que quiere uno –o todos, claro– es el Gordo, se debe pasar sobre el vientre de una embarazada o por la espalda de un jorobado. Está extendida la creencia de que si se sueña la noche anterior con un toro… nos tocará. También se recurre a fechas nefastas: este año se han agotado los décimos con el número 14320, correspondiente al día en que se decretó en España el estado de alarma a causa de la dichosa pandemia.

Superstición y brujería en la España de Carlos III

A mediados del siglo XVIII llegaron a España vientos nuevos, ilustrados. Lejos quedaban ya los tiempos de los cuatro Felipes y de Carlos II el Hechizado, cuando el pueblo de Madrid se reunía en la Plaza Mayor para celebrar un auto de fe en el que se quemaba a algún desdichado acusado de herejía o brujería.

Óscar Herradón ©

Pero las creencias supersticiosas, tan arraigadas en la Península Ibérica, seguían vigentes en el imaginario español, y aún bajo el reinado de Carlos III y su despotismo ilustrado, tiempo en que florecieron las ciencias y las artes, el populacho seguía sin resignarse a abandonarlas, circulando todo tipo de leyendas que muchos consideraban reales.

Un buen día, dos guardias de corps que paseaban por las inmediaciones de los que hoy es el Viaducto madrileño, creyeron ver una extraña sombra que salía de entre las nubes y que tenía forma de anciana vestida de luto y montaba sobre una escoba. Asustados, los guardias entraron en una taberna cercana y tras pedir una buena dosis de vino para reponerse, contaron a los allí presentes lo que habían visto. El mozo de la taberna, acostumbrado a cotilleos y supercherías varias, afirmó que se trataba del «espíritu de Andrea», que de un tiempo a aquella parte venía apareciéndose por las cercanías del Palacio Real. Al parecer, Andrea era una mujer de armas tomar en tiempos del rey Fernando VI, que había muerto de forma misteriosa cuando paseaba por aquella misma zona: un remolino de aire surgió de repente y se la llevó en volandas, sin que se volviera a saber nada más de ella. En los últimos meses varios vecinos decían haberla visto a lomos de una escoba, como los mismos guardias de corps.

Pronto circuló aquel suceso, aderezado por la imaginación popular, por todo Madrid y los alrededores del Palacio Real comenzaron a llenarse de curiosos ávidos por observar a la esquiva Andrea. Ésta, respondiendo a la habitual actitud caprichosa de los «fantasmas», no volvió a aparecer, pero entre la multitud no tardó en aparecer un espontáneo que gritó: «¡Allí, allí!», señalando a lo alto del palacio. Y algunos creyeron ver la figura del demonio allí arriba, totalmente rojo y llameante, con el tridente en las manos paseándose de una nube a otra. Al momento comenzó a llover de forma torrencial y los curiosos no tardaron en afirmar que «el Malo» –que así llamaban entonces al maligno– había provocado aquel diluvio para desbaratar la concentración, celoso de la popularidad de la bruja, toda una estrella del Madrid ilustrado. Los presentes se hicieron la señal de la cruz y no tardaron en encontrar a los culpables de aquello: los ministros extranjeros que había traído Carlos III desde Nápoles…

¡Quiénes podrían ser si no!

Y trata de esclavos…

La España de Carlos III y el final del Antiguo Régimen no son un tema habitual en las novedades editoriales fuera del ámbito académico, al menos en comparación con la España imperial, los Austrias o las numerosas publicaciones sobre Felipe II y sus sucesores en el trono hispánico. En el marco temporal de los narrado en este post, aunque de temática completamente diferente, destaca una novedad bibliográfica que ha lanzado hace unos meses Alianza Editorial y de cuya lectura he disfrutado precisamente por la difusión –minuciosa– que hace de un tema poco conocido en relación con nuestro país, y en concreto con su capital: el de la esclavitud por estos lares entre los siglos XVIII y XIX.

El título en cuestión es La esclavitud a finales del Antiguo Régimen. Madrid, 1701-1837. De moros de presa a negros de nación. En sus documentadas páginas, el profesor titular del Departamento de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, José Miguel López García, reconstruye las peripecias –más bien desdichas– vitales de unos hombres marginados que la historiografía relegó por completo al olvido, mostrándonos la realidad de un Madrid multiétnico cuyos gobernantes promocionaron lo que se dio en llamar «la trata negrera», exhibiendo públicamente a sus esclavos para mostrar su podería ante una sociedad que, a pesar de hallarse a las puertas de la modernidad, estaba todavía marcada por los estratos sociales, la injusticia y la opresión en la que el esclavismo, que siempre suele vincularse con el Nuevo Mundo y en concreto las tierras de Norteamérica, fue uno de sus aspectos más ignominiosos, una práctica que ocurrió hasta bien entrado el siglo XIX.