Bajo la supervisión de Heinrich Himmler tomó forma una de las organizaciones más siniestras de la historia humana: las SS, conocidas extraoficialmente como la Orden Negra, en alusión directa al color de los trajes de sus oficiales y a sus prácticas secretas, que la convirtieron no solo en un cuerpo militar y político, sino también en una organización mística. Este es el camino de muerte y destrucción que recorrieron los caballeros paganos del Tercer Reich.

A mediados de la década de los veinte del siglo pasado, uno de los personajes más cercanos a Hitler, Heinrich Himmler, quien había comenzado su andadura en el Partido Nazi –NSDAP- con pasos discretos y acabaría siendo el segundo hombre más fuerte del régimen hitleriano, se puso al frente de un cuerpo de guardias personales cuyo principal cometido era proteger al futuro dictador alemán. Con el tiempo, la conocida como Orden Negra sería una de las fuerzas más siniestras y misteriosas del Tercer Reich, cuyos ritos, prácticas ocultistas y extravagantes creencias conducirían inexorablemente a Europa hacia la destrucción.
Para dar forma a su cuerpo de élite, con el que soñaba instaurar un orden racial en una nueva Europa pagana, el Reichsführer se inspiró en la antigua Orden medieval de los Caballeros Teutónicos o Deutsche Ritterorden, fundada por Heinrich Walpot von Bassenheim en el año 1198. Himmler, fascinado también con las religiones de Oriente, se inspiró en la casta guerrera hindú para crear su Orden Negra y siempre llevaba consigo textos de la Bhadavad Gîta, la “Canción del Señor” hindú. No en vano, enviaría una expedición al Tíbet en busca de los orígenes míticos de la raza aria en el Himalaya, financiada por una de las organizaciones más misteriosas creadas en el seno de la Orden Negra: la Ahnenerbe o “Sociedad Herencia de los Ancestros”, una de las mayores excentricidades del Reichsführer.

El Estado soy yo
Pronto, al servicio del mago negro del Tercer Reich, las SS se convertirían en arquetipo del “Estado dentro del Estado”, un grupo exclusivo de hombres y mujeres poderosos que se regía por férreas normas de las cuales la principal era la lealtad al Reichsführer y la obediencia incondicional a sus órdenes, fueran cuales fuesen (algo que adquiría su expresión más siniestra en los campos de concentración y exterminio).
Una vez que consolidó su poder en 1934, en plena ebullición del poderío nazi, Himmler dio rienda suelta a sus obsesiones medievales y al pasado mítico alemán, con el que había crecido en Munich. Entonces ya había convertido en su consejero espiritual a Karl Maria Wiligut, el «Rasputín nazi», un ex combatiente iluminado y loco que decía poseer una memoria ancestral que le permitía nada menos que comunicarse con los ancestros arios de Alemania y que diseñaría los símbolos esotéricos de las SS, una vez que ingresó en el cuerpo bajo el pseudónimo de Karl Maria Weisthor y fue nombrado jefe de la Sección de Prehistoria e Historia Antigua, que formaba parte del Departamento de raza y asentamientos –RuSHA– que dirigía Walter Darré.

Para Heinrich Himmler, la “memoria ancestral” de Wiligut, un personaje marcado por el alcoholismo y las enfermedades mentales sobre el que incluso recaía la sospecha de abusos sexuales a sus dos hijas –lo que nos da una idea de la falta de humanidad del Reichsführer, al que solo interesaba alcanzar su propósito místico y político- sería la llave que abriría la puerta de la gloriosa prehistoria germana.

Himmler creía fervientemente en todo lo que decía en sus discursos. Convincente orador, hablaba a los jóvenes sobre el irresistible encanto de una orden oscura y secreta, que poseía un credo pagano que se rebelaba contra la burguesía cristiana. En 1937, en un discurso radiofónico, afirmó que era mucho mejor ser pagano que cristiano, y “rendir culto a las certidumbres de la naturaleza y los antepasados que a una divinidad invisible y a sus supuestos representantes en la Tierra”.
Himmler se veía a sí mismo como el fundador de una nueva Orden pagana cuyo objetivo era extenderse por toda Europa y que duraría al menos tanto como el “Reich de los Mil Años” que había iniciado Adolf Hitler al tomar el poder.
Emblemas místicos de las SS
A partir de 1934 las SS fueron promovidas de forma consciente por el Reichsführer no sólo como una élite racial, sino también como una Orden secreta y oscura, creándose a tal efecto insignias simbólicas, emblemas y uniformes que con su elegancia, sirvieron como un señuelo para atraer a sus filas a ciudadanos comunes de media Europa. Durante toda la historia de la terrible organización el emblema que quedaría irremisiblemente asociado a ésta sería la «cabeza de la muerte» o Totenkopf, una calavera con tibias cruzadas diseñada por Karl Maria Weisthor y que se adoptó como un vínculo «directo y emocional» con el pasado de la élite militar de la Alemania imperial, pues ya había sido utilizada por los Húsares Negros o «de la Muerte» y por otras unidades militares tiempo después. En 1923 los miembros del Stosstrupp de Hitler adoptaron la Totenkopf como emblema distintivo, que se seguirían llevando sus sucesores en las SS, aunque con un diseño exclusivo a partir de 1934, con una «cabeza de la muerte» sonriente, con mandíbula inferior, sirviendo de modelo del prestigioso anillo de las SS –Totenkopfring– diseñado por Weisthor y que era el regalo con el que Himmler honraba a sus hombres más leales.

Además de la Tontenkopf, las runas SS representaban el elitismo y la camaradería de la organización, siendo pronto elevadas a una condición cuasi sagrada. A todos los Antwärter de la Allgemeine-SS que entraron en la organización antes de 1939 se les impartían clases de simbolismo rúnico como parte de su formación, y en 1945 la Orden Negra utilizaba hasta 14 variedades principales de runas, que incluso se añadieron con teclas especiales a las máquinas de escribir que se utilizaban en sus oficinas centrales.

Como señala Robin Lumsden, profesor de la Universidad de St. Andrews, en Escocia, y autor de Historia Secreta de las SS, a fin de inculcar una sensación de caballerosidad en todos sus oficiales y soldados jóvenes, el Reichsführer los recompensaba con los tres símbolos menos grandiosos pero muy significativos dentro de la organización: la daga de honor, la espada ceremonial –Ehrendegen– y el anillo citado, «una combinación mística que, evocadora de una aristocracia guerrera y de la leyenda de los Nibelungos, simbolizaría la Ritterschaft –Caballería- de la nueva Orden de las SS», que estaba arraigada, según creía fervientemente Heinrich Himmler, en el pasado germánico más remoto. La daga llevaba grabada la inscripción “Mi honor es mi lealtad”, un lema sugerido por Hitler que evocaba los juramentos de los caballeros teutónicos. Tanto ésta como la espada estaban decoradas con runas.
Óscar Herradón ©