El desconocido siglo XII: un «Renacimiento» en plena Edad Media

Charles Homer Haskins (1870-1937), fue un historiador fuera de lo común. Nacido a finales del siglo XIX en Meadville, Pensilvania, Estados Unidos, llegó a ser asesor de Woodrow Wilson, vigésimo octavo presidente de EEUU y principal responsable de la entrada de su país en la Gran Guerra…

Óscar Herradón ©

Novedad de Ático de los Libros.

De forma indirecta, la entrada de Wilson en la «Triple Entente» contribuiría a extender una de las peores pandemias de la humanidad: la mal llamada gripe española, hoy tan de moda por culpa del azote del Covid-19, pero esa es otra historia. Haskins fue una suerte de niño prodigio que ya a corta edad habla con fluidez latín y griego, algo bastante sorprendente al otro lado del Atlántico hace más de un siglo. A los 20 años consiguió un doctorado en Historia en la Universidad Johns Hopkins; luego fue nombrado instructor en la Universidad de Wisconsin y dos años más tarde obtuvo la cátedra de aquella, donde permaneció como catedrático de Historia de Europa doce años hasta que se marchó a la Universidad de Harvard, donde se convertiría en un profesor legendario durante tres largas décadas.

Llegó a ser considerado el primer medievalista norteamericano, y no se conformó con la tarea del estudio y la divulgación –ardua en relación con los mal llamados «siglos oscuros»–, y con la enseñanza de la forma más ingeniosa, sino que planteó en sus exhaustivos trabajos un planteamiento cuanto menos renovador, por no decir revolucionario: que el Renacimiento no se inició en el siglo XV en Italia, sino en la Alta Edad Media, alrededor del año 1070. Y aunque se topó, como era de esperar, con la oposición de muchos académicos, una postura «oficialista» que perdura hasta el día de hoy, donde los postulados de Haskins siguen tomándose con cautela, su obra desarrolla esta hipótesis de una forma no solo convincente sino verosímil, más allá de que finalmente tenga la razón absoluta en sus planteamientos, cosa siempre abierta, como debe ser, a debate académico.

Erudición y facilidad en la lectura (no son incompatibles)

Hace unos años una de las editoriales abanderadas de la historiografía en nuestro país, Ático de los Libros, publicaba la edición en tapa dura de aquella brillante obra, que fue descrita por The Sunday Times así: «El exquisito y elegante libro del profesor Haskins es sólido y profundo». Una edición que obtuvo un gran éxito entre el público por su profundidad y a la vez facilidad de lectura –no olvidemos la labor pedagógica, largamente loada, del autor– y que se reeditó numerosas veces.

Ahora, en pleno otoño, lanza como novedad la edición en rústica del mismo libro, más asequible económicamente: El renacimiento del siglo XII.

Así, en este magnético trabajo de casi 400 páginas, Haskins se adentra con determinación en el siglo XII, que define como «en muchos sentidos una época de innovaciones y vigor» y concretamente en la alta cultura de entonces, para demostrar que fue un claro periodo de dinamismo y crecimiento, nada que ver con lo comúnmente creído de una época oscura y donde el saber sufrió prácticamente una parálisis, sino un florecimiento determinante para fructíferos periodos históricos posteriores que sí han merecido dichos epítetos.

El autor estadounidense estudió la evolución del arte y de la ciencia de estos años, sus universidades –de gran importancia en Occidente para la divulgación del saber– la filosofía, que tuvo un periodo dorado al igual que el derecho de la antigua Roma o la literatura: hubo, por ejemplo, una recuperación de las técnicas carolingias de iluminación de los manuscritos, que había desaparecido con el siglo anterior, o el importante resurgimiento de los clásicos latinos, tan cruciales en la evolución del pensamiento posterior. Fueron los años también de otras figuras que, contrariamente a la imagen tosca de oscuros monarcas medievales que solo financiaban la guerra o se solazaban con la caza y los festejos, fomentaron el saber, como el rey Enrique II de Inglaterra, o mecenas de las letras como su mujer, la legendaria Leonor de Aquitania, y su hija, María de Champaña, en tiempos del amor cortés y también, es cierto, de derramamientos de sangre que no han faltado en época alguna, de guerras de por la fe y de las Cruzadas, a las que Ático de los Libros ha dedicado monumentales monografías, como Las Cruzadas, de Thomas Asbridge, o una de sus últimas novedades, la edición tempus de La Alexíada. Una historia del imperio bizantino durante la primera cruzada, de Ana Comnena, que pueden encontrarse en su rico fondo editorial.

Enrique II de Inglaterra.

Fue también la época del redescubrimiento de la ciencia tras siglos de invasiones y destrucción de todo lo anterior, gracias, por ejemplo, a la labor llevada a cabo en la Península Ibérica por los traductores de la escuela de Toledo –no olvidemos que apenas unas décadas después sería el tiempo de reyes hispánicos tan cultivados como Alfonso X el Sabio (1221-1284), quien potenció la labor de dicha escuela donde se dieron la mano las «Tres Culturas» en tiempos de la Reconquista, lo cual era algo más que atrevimiento–. También tuvo gran importancia la labor llevada a cabo en la corte de Sicilia, que en unos años se hallaría bajo el cetro de uno de los soberanos más sorprendentes del Medievo: el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico Federico II de Hohenstaufen (1194-1250), que fue conocido como «el Asombro del Mundo» (Stupor Mundi).

Un tiempo plagado de contrastes, donde a la vez que veía su culminación el arte románico surgió el estilo gótico, se levantaron hacia el inabarcable azul del cielo algunas de las catedrales más impresionantes construidas por el hombre, se hizo fuerte la enigmática y heterodoxa Orden del Temple o aparecieron las primeras universidades en el viejo continente, las cuatro que marcarían el desarrollo de todas las demás: la de Bolonia (1088), la de Oxford (1096), la de París (1150) y la de Montpellier (1220).

Una época, en definitiva, de puro «Renacimiento» en numerosos campos que Haskins se ocupó de elevar al lugar que merecía entre los historiadores, impulsando la labor investigadora posterior: «El siglo XII dejó su impronta en la educación superior, en la filosofía escolástica, en los sistemas europeos de derecho, en la arquitectura y escultura, en el drama litúrgico, en la poesías en lengua latina o vernácula…».

Para conocer a fondo dicho esplendor, nada mejor que sumergirnos en las páginas del libro citado. Historia, con mayúscula, reveladora.