Aviones a reacción, un cañón sónico y otro solar, prototipos “OVNI”, una supuesta bomba atómica e incluso un arma eléctrica basada en el Martillo de Thor. Los ingenieros y científicos nazis desarrollaron un arsenal bélico que parecía cosa del futuro, varias décadas adelantado a su tiempo. Un increíble repertorio de «Armas Milagrosas» que pudo haber cambiado el curso de la guerra, y de la historia.

¿Qué sucedió cuando los bombarderos aliados de la RAF destruyeron las instalaciones de Peenemünde? Los proyectos de «Armas Milagrosas» no se detuvieron, ni mucho menos, y los nazis continuaron innovando en este campo, esta vez en laboratorios construidos en búnkeres bajo tierra que no podían localizar los rastreadores enemigos.
Aunque no todas las instalaciones fueron destruidas –el llamado «túnel del viento», la planta de medición y los terrenos de prueba, quedaron intactos–, la Operación Hidra retrasó notablemente el proyecto y obligó a trasladar las investigaciones y a algunos de sus más brillantes científicos a otro lugar secreto para continuar la lucha a la desesperada.
Laboratorios bajo tierra
Los bombardeos aliados contra Hamburgo, o las fábricas de cojinetes de Schweinfurt y las de Peenemünde citadas, obligaron a trasladar los equipos de investigación hasta Nordhausen, en Turingia, en el interior de las montañas Hartz, donde la empresas Mittelwerk GmbH se dedicaría a fabricar y montar las bombas voladoras V-1 y los cohetes V-2, así como motores de propulsión para los aviones Messerschmitt 262 –el primer avión de combate a reacción del mundo en estar en servicio– y otros modelos vanguardistas.

Las nuevas instalaciones fueron situadas una caverna de 23 metros de altitud, construida ex profeso para aquella tarea. Los presos del campo de concentración cercano de Mittelbau-Dora, que hoy permanece en pie como museo del horror, fueron trasladados hasta su interior y utilizados como mano de obra esclava. Llegaron a trabajar allí hasta 20.000 hombres en régimen de esclavitud. En la impresionante instalación secreta de Nordhausen se fabricaron más de 30.000 proyectiles V-1, de los cuales al menos una quinta parte cayó sobre Londres.
Hasta finales del verano de 1944, la fábrica consiguió permanecer oculta a los aliados gracias a que todas las entradas y conductos de ventilación estaban eficazmente camuflados y los misiles, una vez fabricados, eran cargados en grandes camiones o en vagones de tren dentro de los mismos túneles, de donde partían las vías hacia la red ferroviaria alemana hasta llegar a las bases de lanzamiento, situadas cerca del Canal de la Mancha. En diciembre de 1944, la fábrica subterránea había producido un total de 1.500 V-1 y 850 V-2, por lo que comenzaron a ampliar su superficie excavando nuevos túneles, uno de ellos destinado a una fábrica de oxígeno –necesario porque era uno de los combustibles empleados por los V-2–, una nueva fábrica de motores de avión y una refinería para producir petróleo sintético.
Cuando la derrota era inevitable, se habían lanzado sobre Londres unos 1.403 misiles que acabaron con la vida de 2.754 personas y causaron 6.532 heridos y también sobre otros objetivos, como Amberes, donde cayeron 1.214 misiles. De haber contado con más tiempo, el V-2, unido a otros diseños y armas «milagrosas» nazis, habrían sin duda influido de forma decisiva en el desenlace de la guerra. El 11 de abril de 1945, las tropas norteamericanas llegaron a los túneles, liberaron a los prisioneros –que habrían muerto si se hubiera dado vía libre al plan de bombardear las cuevas con napalm, que se barajó– e inspeccionaron minuciosamente el lugar antes de dejarlo en manos de los soviéticos, haciéndose, casi con seguridad, con importantes y secretos diseños de última generación.

Nordhausen no sería el único refugio subterráneo donde los nazis llevarían adelante sus proyectos técnicos y sus «armas milagrosas». En diciembre de 2014 saltaba a los medios una sorprendente noticia: «Desentierran el laboratorio nuclear de Hitler», titulaba el rotativo español El Mundo, que se hacía eco de las investigaciones del historiador alemán Reiner Karlsh, quien decía probar la existencia de varios lugares de ensayos y laboratorios nucleares, pruebas que se habrían realizado el 3 de marzo de 1945 a las 21.20 horas y en octubre de 1944. La CIA parece que también poseía información de un espía que señaló que existían varios campos de tiro e identificó la entrada a una compleja red de túneles.
Túneles que cuya existencia fue corroborada por excavaciones en una zona bastante inaccesible de la población de St. Georgen an der Gusen, que formaba parte de Alemania durante el Tercer Reich y hoy es territorio austriaco, según hacía público en el semanario Der Standard el periodista Markus Rohrhofer. Una zona que despertó la curiosidad al detectarse niveles de radiactividad excesiva y aparentemente inexplicable.
Entonces, el documentalista Andreas Sulzer, al frente de la investigación, señalaba que en base a exploraciones geoeléctricas parece que las instalaciones fueron edificadas aprovechando una cavidad de la montaña rocosa: una extensión total de más de 75 hectáreas cuyos accesos estaban sellados y rodeados de muros de granito de gran espesor; las investigaciones sobre el terreno han dividido a los expertos: algunos creen que allí ser realizaron pruebas nucleares, laboratorios que estaban conectados con el campo de concentración de Mauthausen-Gusen y la fábrica subterránea B8 Bergkristall –donde se fabricaba el Messerschmitt Me 262, mientras que otras corriente mantiene que los nazis nunca llegaron a ser capaces de construir un reactor nuclear, ni tampoco sabían cómo calcular la masa crítica de una bomba, según se determinó en las denominadas «conversaciones de Farm Hall» en 1945 tras los interrogatorios a varios científicos atómicos alemanes.

Y poco antes de dar forma a este reportaje, se hacía pública en Alemania la investigación del historiador Rainer Karlsch sobre unas galerías inexploradas de un búnker en Brandemburgo que pudo haber sido utilizado con fines bélicos. Aunque el polémico estudioso ya había «patinado» al sostener que los físicos nucleares habían logrado construir tres bombas nucleares, lo cierto es que las mediciones geomagnéticas parecen ahora darle la razón.
La historia cuenta que en el pequeño pueblo de Genshagen, junto a Ludwigsfelde, existían unas instalaciones de Daimler-Benz, concretamente una planta de fabricación de motores de avión. A comienzos de los años 40, en medio de la contienda, cuadrillas de trabajadores construyeron cerca de allí un complejo subterráneo que serviría de refugio antiaéreo durante los bombardeos. Pero parece que había algo más… En abril, con el avance del Ejército Rojo, un comando de las SS decidió volar los cinco accesos al búnker, «un despliegue excesivo» en palabras de Karlsch, que baraja que allí se ocultaran documentos secretos y también que al mismo fueron trasladados los materiales y proyectos que hasta entonces habían estado escondido en el espectacular castillo de Hakeburg, a unos 15 kilómetros de distancia.
El propietario de aquella antigua mansión señorial era Wilhelm Ohnesorge, ministro de Correos del Reich desde 1937 y que convirtió en su residencia después de que Hitler, en 1938, le otorgara 250.000 marcos como regalo de bodas. Ohnesorge, uno de los más entusiastas defensores de la producción de una bomba atómica, hizo construir en la finca de Hakeburg unas instalaciones de investigación y un centro de pruebas, donde un número indeterminado de científicos parece que trabajó en la construcción de material militar, precisamente en el momento de mayor auge de las denominadas «Armas Milagrosas», en los últimos meses de la guerra.
Frank Thadeusz, siguiendo la tesis de Rainer Karlsch, apunta que en dichas instalaciones se llegaron a producir verdaderos ingenios: desde aparatos de infrarrojos para visión nocturna hasta cohetes teledirigidos. A pesar de que el ministro enseñaba personalmente al Führer los maravillosos diseños que salían de sus laboratorios secretos, a éste parece que no le entusiasmaban demasiado, llegando a comentar en su círculo íntimo: «Hasta ahí íbamos a llegar, que ahora la guerra me la tenga que ganar el ministro de Correos…».

Sin embargo, los aliados serían poco después testigos de los avances que se habían llevado a cabo en los laboratorios armamentísticos tutelados por Ohnesorge: llegaron a fabricarse misiles antiaéreos guiados a distancia a través de monitores de televisión, algo increíble en su tiempo. Además, sus científicos desarrollaron diminutas cámaras que podían instalarse en los cohetes y convertirlos así en bombas dotadas de visión.
En las entrañas de la tierra los nazis cobijarían sus arsenales secretos que tantas décadas después del final de la guerra aún salen, de vez en cuando, a la luz, gracias al tesón de investigadores que a día de hoy continúan desempolvando los expedientes secretos del Tercer Reich, trazando un puzle cada vez más completo de aquel tiempo de verdugos y héroes, científicos y esclavos, cuya última línea aún está por escribir.
PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:
HERRADÓN AMEAL, Óscar: Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga, 2018.
–Espías de Hitler. Las operaciones secretas más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga 2016.
–La Orden Negra. El Ejército pagano del Tercer Reich. Edaf 2011.
PRINGLE, Heather: El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi. Debate, 2007.
ROMAÑA, José Miguel: Armas Secretas de Hitler. Nowtilus, 2011.
WITKOVSKI, Igor: The truth about the Wunderwaffe. RVP Press 2013.
VVAA: Armas Secretas de Hitler. Proyectos y prototipos de la Alemania nazi. Tikal, 2018.
VV.AA.: Hitler. Máquina de guerra. Ágata Editorial 1997.