Aviones a reacción, un cañón sónico y otro solar, prototipos “OVNI”, una supuesta bomba atómica e incluso un arma eléctrica basada en el Martillo de Thor. Los ingenieros y científicos nazis desarrollaron un arsenal bélico que parecía cosa del futuro, varias décadas adelantado a su tiempo. Un increíble repertorio de “armas milagrosas” que pudo haber cambiado el curso de la guerra, y de la historia.

El Tercer Reich, el mismo régimen que había puesto en jaque a las democracias occidentales y derramado ríos de sangre a su paso desde que los ejércitos de la Wehrmacht invadieron Polonia el 1 de septiembre de 1939 con su Guerra Relámpago, comenzaba a claudicar frente al avance aliado. Ya cerca del final de la contienda, llegaron al Alto Mando aliado informes muy inquietantes sobre el armamento enemigo, que era cada vez más extraño y sofisticado, por lo que comenzó a tomar forma el rumor de que existían toda una serie de Armas Maravillosas o Milagrosas (Wunderwaffe) que estaban causando grandes estragos.
Los reportes eran enviados por pilotos de bombarderos que sobrevolaban Europa y destruían las ciudades alemanas sin piedad, y también por simples soldados de infantería que contemplaban con sorpresa, en el frente, artilugios que parecían venidos del futuro. Aunque, en parte, aquello de «Armas Maravillosas» fue un mito creado y potenciado por el eficaz Ministerio de Propaganda nazi –el Promi–, comandado por el viperino Dr. Goebbels, quien ya había creado el término de «Armas de Represalia», lo cierto es que no estaba tan alejado de la realidad.

Los pilotos que hablaban de artilugios imposibles no mentían. Existieron algunos proyectos que hoy creeríamos fruto de la mente de algún conspiracionista alucinado, elementos de una novela sci-fi con toques pulp, si no fuera porque tantas décadas después por fin se han hecho públicos diversos archivos de aquel tiempo de sangre y fuego, cobijados con celo por distintos organismos aliados que se hicieron con los mejores científicos e inventos nazis en 1945.
El súper laboratorio del Báltico
En una pequeña y remota isla alemana, de nombre Usedom, en la desembocadura del río Peene, a orillas del mar Báltico, se levantaba un complejo secreto de laboratorios y campos de aviación donde los científicos nazis realizarían asombrosos avances técnicos, entre ellos, el primer misil de crucero de la historia. Se trataba de instalaciones militares fuertemente protegidas en el apacible pueblo costero de Peenemünde, donde comenzará, en medio de fuertes medidas de seguridad, la era de la aviación a reacción y los primeros pasos de la era espacial. Era una zona muy remota del país donde los alemanes podían hacer lanzamientos de misiles al mar Báltico asegurándose de que ningún espía pudiera informar a los aliados acerca de aquellas armas milagrosas. Su existencia era un secreto de Estado cuya revelación se pagaba con la muerte.

Según el experto en armas Scott Marchand, los programas americanos de desarrollo de misiles durante la guerra eran muy primitivos en relación con los que los alemanes ya habían desarrollado antes de 1944. Realizaron un desarrollo aeroespacial tan avanzado que situaban a Alemania muy por delante de las demás naciones: miles de brillantes ingenieros, físicos, químicos y otros técnicos contaban con la tecnología más sorprendente en varias instalaciones del que sería conocido como el súper laboratorio del Báltico, el más moderno de Europa a pesar de la escasez a que obligaba la contienda, siendo generosamente financiado por el Tercer Reich. Su misión: desarrollar un armamento letal, armas de destrucción masiva que nadie había visto hasta ese momento, adelantándose en varias décadas a la tecnología que utilizarían más adelante, con éxito, otras potencias.
Al frente de aquel complejo se hallaba el coronel de la Wehrmacht y SS Wernher von Braun, director técnico del centro investigación, que más tarde, aunque parezca increíble, se convertiría en el padre de la aeronáutica y en un héroe en los EEUU tras su paso por la NASA. Von Braun y el mayor Dr. Walter Dornberger, experto en misiles, descubrieron la idoneidad del lugar –allí cazaba patos el abuelo de Von Braun– y se lo comunicaron a los Ministerios del Ejército y del Aire para habilitar una zona reservada para sus experimentos secretos. Bajo la pantalla de la organización propagandística nazi «Fuerza a través de la Alegría» –Kraft durch Freude–, fueron trasladados a dicha península centenares de obreros y técnicos con la misión de construir una «colonia de descanso veraniega» para los trabajadores alemanes, pero en realidad edificaron, a partir de 1937, talleres, barracones, alojamientos para los científicos y sus familias, laboratorios y zonas de prueba.
En 1939, tras haber gastado el Tercer Reich unos 300 millones de marcos, Peenemünde ya era una realizad y los científicos (ingenieros, físicos…) fueron llevados en secreto desde el polígono de pruebas Kummersdorf, en Berlín –cuyas instalaciones eran demasiado limitadas para realizar vuelos y ensayos con motores avanzados, una zona más expuesta a los espías enemigos–, en vagones de tren, hasta las nuevas instalaciones –construidas de forma muy similar al tipo de casas de otros pueblos de la zona para evitar rumores– donde comenzaría la carrera armamentística más feroz del Tercer Reich.

Era una metrópoli autónoma cuyo diseño había corrido a cargo de Albert Speer –con una capacidad para 30.000 científicos y con la intención de que, una vez ganada la guerra, se convirtiese en centro espacial mundial– que contaba con instalaciones metalúrgicas, centrales eléctricas y zonas de pruebas de armamento, siendo el equivalente alemán a la base norteamericana de Los Álamos y a la soviética de Akademgorodok, el epicentro de la tecnología rusa en plena Siberia. Peenemünde sería una de las cinco instalaciones militares de pruebas que dependían de la Oficina de Armas del Ejército y sin duda en la que se desarrollaron los proyectos más innovadores.
El aspecto más siniestro del que sería conocido como Centro de Investigación Armamentística de Peenemünde fue la utilización de mano de obra esclava en la fabricación de prototipos y artefactos. Cuando los prisioneros estaban demasiado débiles para continuar, eran asesinados para que ninguno pudiese revelar los secretos de la base. Aunque los científicos no tenían la condición de prisioneros, lo cierto es que muchos fueron presionados también por los nazis con colaborar a cambio de su seguridad y la de sus familias. La Gestapo acechaba en cada esquina.
Mientras en las instalaciones que pertenecían a la Fuerza Aérea –Luftwaffe– se centraron en el desarrollo de aviones cohete y otros artefactos sorprendentes, el Ejército –la Werhmacht– puso su empeño en producir grandes cohetes de combustible líquido. Finalmente, consiguieron hacer realidad un extraño avión sin piloto propulsado por un pulsorreactor que llevaba una tonelada de explosivos y que fue bautizado como V-1, al que seguiría tiempo después el V-2 (bautizados como pomposidad por Goebbels simultáneamente como «Represalia 1» y «Represalia 2»).
Sin embargo, en 1943, gracias a un audaz plan orquestado por la inteligencia aliada en Londres, se consiguió identificar la zona de Peenemünde. Y se hizo, curiosamente, también utilizando una tecnología muy adelantada a su tiempo: un estereoscopio, según la BBC, a través de unas gafas especializadas –muy similares a las utilizadas en la actualidad en el 3D–, que permitieron visualizar con gran precisión desde el aire la remota ubicación de los misiles nazis; una información que los aliados conocían gracias a las escuchas a prisioneros de alto rango de la Wehrmacht retenidos en Inglaterra y a los informes enviados por uno de los mejores agentes dobles de la guerra, injustamente mancillado: el berlinés antinazi Fritz Kolbe, alias «George Wood», asistente especial del embajador Karl Ritter con acceso a información vital sobre operaciones militares.
Entre los miles de documentos que entregó, Allen Dulles, futuro primer director de la CIA –entonces operaba en una estación espía en Berna al servicio de la OSS–, señaló que había descrito los trenes blindados en los que se refugiaban algunos peces gordos del NSDAP, como Heinrich Himmler y que estaban dotados de defensa antiaérea, e informó sobre los tipos de aviones entonces desconocidos que estaban operando en el frente del Este, tanto alemanes como soviéticos.
Los pilotos aliados tomaron las fotografías en el marco de la Operación Crossbow –Ballesta–, que no fue ni mucho menos fácil: debían sobrevolar a bordo de un Spitfire –el caza monoplaza británico diseñado por R. J. Mitchell que dio una gran ventaja a la RAF– la zona alemana totalmente desarmados, pues no podían cargar con más peso que las cinco cámaras que llevaban y que lograron decenas de millones de fotos y 36 millones de impresiones.

Más tarde, con el material sobre la mesa, el mariscal sir Arthur T. Harris –también conocido como «Carnicero Harris»– planificó la «Operación Hidra» (Hydra), que durante la noche del 17 al 18 de agosto de 1943, lanzó un multitudinario bombardeo aéreo sobre Peenemünde: 598 bombarderos de la RAF dejaron caer en tres oleadas 2.000 toneladas de bombas sobre la zona, principalmente en los barracones de los científicos y los edificios de proyectos.
A pesar del éxito de la operación, unos 300 pilotos ingleses fueron asesinados o detenidos al saltar de sus aparatos en llamas. Durante la operación Hidra se acabó con la vida de cientos de científicos de Hitler, entre ellos el director de la base, el general Wolfgang von Chamier-Gliczinski y el Dr. Thiel, decisivo en el desarrollo del motor A-4, y que a punto estuvo de hacer realidad un arma supersónica basada en la figura aerodinámica del misil balístico V-2, el Wasserfall –«Caída de Agua»–, contra la que probablemente los aliados no hubiesen tenido defensa alguna. Otro artilugio cuasi futurista.
El martillo eléctrico del Reichsführer
Obsesionado por el martillo de Thor –Mjolnir– del que hablaban los mitos nórdicos que le habían fascinado desde niño, distorsionando, junto a las teorías raciales, su visión de la realidad, se sabe que Heinrich Himmler ordenó a miembros de su Orden Negra –las SS– que lo buscaran, asunto corroborado en una carta que aún se conserva y que está rubricada por el propio Reichsführer-SS; debían hacerlo a través de la Deutsches Ahnenerbe o «Sociedad Herencia Ancestral Alemana», cuyo fin era rastrear cualquier vestigio del pasado ario en el mundo conocido. Junto al Mjolnir, distintas expediciones más sonadas de SS irían tras la pista del Santo Grial, la Mesa de Salomón, la escritura de los antiguos arios o la Lanza del Destino, llegando incluso hasta el lejano Tíbet o hasta tierras islandesas.

Pero cuando era evidente que el frente del Este acabaría finalmente con el poderío nazi en Europa, Himmler se autoconvenció –lo que puede darnos una idea de hasta qué punto llegó a desvirtuar el mundo que le rodeaba– de que el arma mágica del Dios del trueno nórdico, el martillo letal que fulminaba a sus enemigos del que hablaban los Eddas, era en realidad un complejo artilugio basado en la electricidad que habrían desarrollado los antiguos arios. Sin duda, se había dejado influir poderosamente por los escritos de Rudolf John Gorsleben y otros ariosofistas.
Ahora, destinaría todos sus esfuerzos a desarrollar una máquina que utilizara ingeniería eléctrica, una versión moderna del «Martillo de Thor» que sirviera para asestar un último golpe mortal, cual héroe nórdico en gesta final por su pueblo elegido, a la amenaza del «bolchevismo judío».
Como una de sus últimas extravagancias, a las que tan acostumbrados tenía a sus subordinados, transmitió a la Oficina Técnica de las SS la descabellada propuesta para la construcción del arma eléctrica «milagrosa» que salvara a la gran Alemania de las garras de sus adversarios «subhumanos», utilizando si era necesario los últimos avances en fisión nuclear que en 1942 debatían los miembros del Consejo de Investigación del Reich como una posible vía para la construcción de la bomba atómica nazi, un proyecto que nunca fructificó debido a su alto coste y a la dificultad para llevarlo a la práctica, a pesar de la insistencia del entonces Ministro de Armamento del Reich, Albert Speer, por convencer a Hitler de destinar importantes fondos al asunto. Pero Hitler quería resultados casi instantáneos, y el avance aliado no permitía dedicar un tiempo que no tenían a la experimentación que, por otra parte, se estaba llevando a cabo también en la base blindada de Los Álamos, el denominado Proyecto Manhattan, precisamente comandado por un norteamericano de origen judío y ascendencia alemana, Robert Oppenheimer. Paradójicamente, cuando los nazis ya habían paralizado casi por completo las investigaciones en este sentido, los aliados pensaban que Hitler estaba a punto de tener lista una bomba atómica, lo que aceleró los trabajos de los yankees.
Volviendo al «conductor eléctrico del dios del trueno», Himmler recurriría a varias empresas para que realizaran un diseño del artefacto, y sería la oscura empresa Elemag, según la periodista Heather Pringle, quien le presentó un proyecto para su construcción en noviembre de 1944. Según sus expertos, se podía emplear tecnología actual para construir un arma capaz nada menos que de transformar «el material aislante de la atmósfera en un conductor eléctrico»; a través de un complejo proceso, los ingenieros de Elemag pretendían lograr esto con la intención de bloquear la señal de todos los aparatos eléctricos de los aliados, desde frecuencias de radio a controles remoto.

El Reichsführer se mostraba eufórico con el proyecto de su arma definitiva, su nuevo «Martillo de Thor que se abatiría implacable sobre las fuerzas enemigas; llegó a transmitirle a su masajista, Felix Kersten, su confidente entonces, que «Muy pronto empezaremos a usar nuestra última arma secreta. Y eso cambiará completamente la situación de la guerra». Kersten dejaría por escrito la estupefacción que le causaron las palabras de su superior años más tarde: «El país estaba en ruinas, el bombardeo era cada vez más intenso, Alemania estaba casi derrotada, ¡y Himmler hablaba de victoria! Apenas podía creer lo que oía».
Cuando los técnicos de las SS, tras analizar minuciosamente los bocetos del conductor eléctrico presentados por Elemag, comunicaron a Himmler que aquello era inviable, apenas una fantasía para la que Alemania no tenía medios, y mucho menos en el estado de avanzado desgaste y escasez en los que la guerra había sumido al país, éste no quiso aceptarlo, y recurrió también al jefe de la oficina de planificación del Consejo de Investigación del Reich, el mismo que había realizado las investigaciones con uranio enriquecido, en busca de una segunda opinión, quien le corroboró la imposibilidad de llevar a cabo tan gigantesco y fantástico proyecto.
Con Berlín bombardeado por las fuerzas aliadas y el ejército soviético apostado a apenas 100 kilómetros de la capital alemana, a Himmler ya sOlo le quedaba intentar sellar una alianza con el enemigo como única forma de mantener en pie «Reich de los Mil Años» que ya era incapaz de sostenerse. Ningún arma milagrosa, ni los dioses atávicos de la mitología nórdica, ni siquiera el ardor guerrero que creía le transmitía el emperador Enrique I, su avatar en la imaginería fantástica que se había forjado a lo largo de los años, podían ya salvarle a él ni a su Orden Negra, trasunto siniestro de la Alemania «purificada y superior», de la derrota a manos del adversario.
Si en torno a Himmler todo había sonado extravagante desde sus primeros tiempos en el poder, cerca del desastre final adquiría ya tintes estrafalarios que dejaban entrever la incompetencia en el campo militar del que había sido, por otra parte, un excelente burócrata y organizador del aparato de terror nacionalsocialista.
Este post continuará.
PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:
HERRADÓN AMEAL, Óscar: Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga, 2018.
–Espías de Hitler. Las operaciones secretas más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga 2016.
–La Orden Negra. El Ejército pagano del Tercer Reich. Edaf 2011.
PRINGLE, Heather: El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi. Debate, 2007.
ROMAÑA, José Miguel: Armas Secretas de Hitler. Nowtilus, 2011.
WITKOVSKI, Igor: The truth about the Wunderwaffe. RVP Press 2013.
VVAA: Armas Secretas de Hitler. Proyectos y prototipos de la Alemania nazi. Tikal, 2018.
VV.AA.: Hitler. Máquina de guerra. Ágata Editorial 1997.