Bowie: el prohombre de las estrellas

David Bowie moría el 10 de enero de 2016 en Nueva York, hace ahora siete años, muy lejos de su Brixton natal, apenas unos días después de lanzar al mercado su último disco de estudio, Blackstar, cuyo segundo single, «Lazarus», era presentado al mundo en un videoclip premonitorio con versos de aparente despedida: «mira aquí arriba, estoy en el cielo»; «no tengo nada más que perder» o «seré libre». Trabajando e innovando hasta el último aliento, dejó conmocionados a millones de fans, y al mundo de la Cultura con mayúscula (no solo musical). Ahora, numerosos libros en castellano recuerdan su inconmensurable legado.

Por Óscar Herradón ©

Pocos personajes de la segunda parte del siglo XX tuvieron su innata capacidad de innovación y reinvención. Icono de la moda, andrógino, provocador nato y músico genial e inclasificable, fue pionero (y podríamos decir que creador) de no pocos géneros, como el glam-rock, y a lo largo de sus casi 50 años de carrera –que se dice pronto– se metamorfoseó convirtiéndose en leyenda del pop y del rock a través de sus alter ego Ziggy Stardust, Aladdin Zane, Major Tom, Halloween Jack o el Delgado Duque Blanco; o simplemente siendo él mismo (o todos ellos juntos) como Bowie, David Bowie.

El comienzo nunca es sencillo

Llegar hasta allí no le fue ni mucho menos fácil. El talento es fundamental, pero también rodearse de los mejores (en producción, marketing –del que él mismo sería un genio durante décadas–, músicos de sesión, discográficas…) y una pizca de buena suerte. Cargado de inquietud creativa, David (Robert) Jones, que era su verdadero nombre, pasó por multitud de grupos en los años 60: The Konrads, The King Bees, The Manish Boys, The Lower Third o The Bluze, fue aprendiz de mimo con Lindsay Kemp y realizó incursiones en el teatro de vanguardia y en la Commedia dell Arte… Lo hizo en una década de grandes bandas tanto en Reino Unido como en Estados Unidos que Bowie escuchaba sin cesar, la misma década en la que sacaría su primer álbum ¡el mismo año que se lanzaba nada menos que el Sgt. Peppers and the Lonely Hearts Club Band de los Beatles!: 1967.

Tuvo un problema con su nombre artístico. Y es que cuando comenzó su andadura musical, aparecieron en la escena The Monkees, cuyo cantante se llamaba precisamente Davy Jones, y estaban gozando de notable éxito. Para no confundirlos, nuestro protagonista cambió su nombre a Tom Jones, que mantuvo durante un par de semanas hasta que el Tom Jones que todos conocemos publicó «It’s not unusual» alcanzando gran fama en Gran Bretaña y nuestro protagonista hubo de cambiarlo de nuevo. ¡menos mal! Pasó por David Cassidy (que coincidía con un actor de Hollywood, ídolo juvenil en los 70 muerto en 2017, apenas un año después que Bowie) y otro más hasta que dio con su verdadero nombre y así se lo comunicó a su entonces manager, Leslie Conn (al parecer, adoptó el mismo en honor a Jim Bowie, creador del cuchillo homónimo y héroe de El Álamo). ¿Os imagináis que Rolling Stone anuncia: «Acaba de lanzarse al mercado el álbum The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de Tom Jones»… Uff!

Del escenario a la gran pantalla

Una de sus apoteosis musicales (pues tuvo varias en su dilatada carrera) fue como su álter ego Ziggy Stardust en el cierre de gira del concierto del Hammersmith Odeon londinense el 3 de julio de 1973. Era el día en que el camaleón musical ponía fin bruscamente –y sin previo aviso, como gustaba– a su guitarrista venido del espacio. Bowie nunca tuvo miedo al cambio, a la transformación, a la pura metamorfosis; fue un multifacético artista que hizo de mimo, fue cantante, compositor, instrumentista, pintor, escultor y actor con notables apariciones en la gran pantalla: de El hombre que cayó a la Tierra a Dentro del Laberinto, pasando por El Ansia, Feliz Navidad Mr. Lawrence, La última tentación de Cristo o Twin Peaks: Fuego camina conmigo. Un visionario que «predijo» hasta su propia muerte y de ello hizo una suerte de fatal performance en su último videoclip, como señalé al comienzo del post.

Realizó colaboraciones antológicas: escribió Fame junto a su admirado John Lennon, su primer número 1 en Estados Unidos; el guitarrista de The Who, Pete Towshend, tocó en varios temas de Bowie; con Queen el británico compuso Under Pressure; hace casi 40 años grabó con Mick Jagger una versión de Dancing in the Street ¡y bailaron juntos en la calle con fines benéficos!; Produjo el disco Transformer, de su gran amigo Lou Reed; participó en los álbumes The Idiot y Lust for Life de su otro colega Iggy Pop, otrora líder de The Stooges… y mucho más.

Amistades… y enemistades

Sabía que era un genio, y tenía su ego, marcado en ocasiones y no exento de polémica, pero supo ayudar a otros músicos en su camino al estrellato. Sobre otros, en cambio, no ocultó su desafecto o directamente su animadversión: criticó a Elton John, al que llegó a llamar en un entrevista concedida a la revista Rolling Stone a mediados de 1976 «la reina simbólica del rock», y a Paul McCartney (¿quizá por su amistad con Lennon?) al que tildó de buena persona pero puntualizando que no le gustaba lo que hacía en solitario; con mi idolatrado Axl Rose, sex symbol incontestable del rock venido a menos (cosas de la edad y los excesos) casi llega a las manos, al parecer porque el frontman de los Guns pensaba que Bowie (toda una leyenda en lo que se refiere al cortejo) estaba «tonteando» con su entonces novia, Erin Everly, mientras rodaban el videoclip de Sweet Child O’Mine.

Según revela el legendario guitarrista de la banda, Slash, en su autobiografía, tiempo después, mientras los Guns estaban preparándose para telonear a los Rolling Stones en California, Bowie asistió al show junto a su madre y cuando Axl se dio cuenta de su presencia, comenzó a insultarlo por el micrófono y llegó a acercarse a él para golpearlo, teniendo que intervenir trabajadores del show. Tras el concierto, el incidente fue tan sonado que acudieron nada menos que Mick Jagger y Eric Clapton a hablar con Axl.

Un año después, en una entrevista concedida a la revista Kerrang!, el frontman pelirrojo contó que le hablaron de Bowie y le dijeron que cuando este se emborrachaba «se convertía en el demonio de Browley». Axl no es que fuera precisamente una perita en dulce en ese sentido, y sus encuentros con las autoridades en los 80 y 90 fueron más que sonados, llegando a ser detenido. Después, él y Bowie hablaron y se reconciliaron, hecho que atestiguan unas fotografías de ambos tomadas en 1989 donde hacen alarde de una gran complicidad. Cosas de las rock-stars.

Sex, drugs and rock and roll

Con Lou o Iggy, Bowie compartió el gusto por la vida al límite, y experimentó de forma permanente hasta que alcanzó el éxito masivo en la década de los ochenta, la misma en la que interpretó al inolvidable personaje de Jareth, el rey de los duendes, en la citada película Dentro del Laberinto (Labyrinth) de Jim Henson, curiosamente una cinta que no tuvo el éxito esperado y hoy reconvertida en película de culto e icono pop que cuenta con millones de fans en todo el mundo y es carne de inagotable merchandising (he de reconocer que yo cuento con bastante, desde figuras de NECA a pequeñas esculturas Mini Epics de Weta Collectibles).

Y sus excesos, claro, con el sexo y las drogas. Cuentan que «se volvió loco por las drogas» y que sus falsos amigos «se aprovecharon de su dinero». Lo dijo el que fuera uno de sus guitarristas legendarios en los 70, Earl Slick, quien señaló que Bowie le recordaba a Elvis cuando estaba bajo el efecto de los estupefacientes. En relación al proceso de grabación del disco Station to Station, confesó al diario The Guardian que «David había llegado a acercarse a la locura». 

El artista, que ya había adoptado su alter ego más cruel y misterioso, el Delgado Duque Blanco, sumergido en las drogas y que al parecer coqueteaba con el ocultismo e incluso parecía fascinado con la cultura nazi (sin duda para provocar, pues su abierta bisexualidad y modo de vida no parecían muy acordes con el ideario del fascismo o el nacionalsocialismo), a finales de 1976 se trasladó a Berlín, todavía dividido por la Guerra Fría, supuestamente para tratarse de su adicción al polvo blanco y trabajar en su carrera musical de la mano de su gran amigo y compañero de piso, Iggy Pop, otro genial artista que llevó hasta el límite los excesos. Años después, el propio Bowie se refería al año en el que vivió como un falso duque ario y aristocrático, casi sin empatía, de esta forma: «En esa época estaba desquiciado, totalmente enloquecido. Funcionaba solo a base de mitología». Tras ello llegaría la maravillosa «trilogía de Berlín» y el otrora Davey  se convertía en un mito.

Y aunque el tema en cuestión está bastante trillado ya, acabo el post con una aclaración sobre la longeva leyenda acerca de sus ojos de distinto color: ¡no! Son del mismo. Lo que pasa es que uno de ellos tiene la pupila dilatada; así, según incidiera en él la luz podía dar la sensación de que era de diferente color al otro. ¿La razón? Bowie sufría de anisocoria, una asimetría en las pupilas fruto de un golpe que recibió en su adolescencia y que le propinó su colega Georges Underwood, con quien tocaba en la banda George and the Dragons. El grupo se rompió tras una efímera existencia, pero volverían a colaborar juntos en The King Bees, antes de que Underwood decidiera convertirse en un diseñador (muy exitoso) de portadas de discos. Ya se sabe, entre amigos todo se perdona.

Y ahora os dejo con los libros que os enseñarán de verdad quién fue este escurridizo tipo (o al menos os acercarán más a él que mis humildes trazos ortográficos):

PARA SABER (MUCHÍSIMO) MÁS:

Starman. Los años de David Bowie como Ziggy Stardust (ECC Cómics)

En abril del recién despedido 2022 la editorial ECC (que publica en España las licencias de DC y una amplia variedad de potentes títulos del mundo del cómic) lanzaba la novela gráfica Starman. Los años de David Bowie como Ziggy Stardust, un recorrido por aquel alter ego, una suerte de mesías del RnR que jugueteaba de forma provocativa con la identidad sexual y los roles de género. Corría el año 1972 y lo que hoy es algo de lo más común era un auténtico desafío a la «moralidad» británica.

El autor, el alemán Reinhard Kleist, entreteje de manera fascinante a través de potentes viñetas bañadas de psicodelia y delirios pop, el auge y declive de este extravagante personaje artístico que, como contamos en el post, Bowie borró de un plumazo algo más de un año después, en el concierto de cierre de la gira, con la intención, una vez más (lo haría innumerables veces) de no encorsetarse y reinventarse. A pesar de las quejas de los millones de fans, volvería a conseguirlo, alcanzando en la década siguiente el éxito global, incluido EEUU.

El colorista Thomas Gilke ofrece con su arte un complemento perfecto al guión y dibujo de Kleist, completando a la perfección las certeras y elegantes ilustraciones del segundo. He aquí el enlace para adquirir esta joya bibliófila:

https://www.ecccomics.com/comic/starman-los-anos-de-david-bowie-como-ziggy-12972.aspx

Bowie: amando al extraterrestre (Cult Books)

La editorial Cult Books reeditó hace escasos meses una completa y concisa biografía sobre el Delgado Duque Blanco que hará las delicias de los fans (y servirá de excelente introducción a neófitos): Bowie: amando al extraterrestre, del también legendario y controvertido periodista y biógrafo inglés Christopher Stanford, que ha firmado el retrato de Kurt Cobain, los Rolling Stones, la controvertida relación entre el mago Harry Houdini y el escritor y apasionado espiritista Arthur Conan Doyle o Polanski (obra publicada por T&B Editores en 2009).

A diferencia de otras biografías al uso, Sandford muestra una evidente admiración hacia el músico británico, pero no oculta también cierta animadversión –y podría decirse que en algunos pasajes, hasta repugnancia– sobre el multifacético artista, algo así como una carta de amor y odio que deleita al lector con una prosa incisiva e irónica, digna de un profesional del cuarto poder, y mil y una anécdotas sobre el hombre que ideó (corrijo, más bien se transformó) a Ziggy Stardust o Aladdin Sane, entre muchos otros iconos pop. Una narración detallada y sentida desde los orígenes de aquel extraño y solitario niño-adolescente llamado David Jones a la reconversión en David Bowie, el artista inclasificable siempre a la vanguardia. Un ser esquivo al que incluso sus personas más cercanas definen como distante y hermético (no todos, por ejemplo, su fotógrafo oficial en tres giras oficiales entre 1983 y 1990 y amigo Denis O’Regan, señaló que fuera del escenario Bowie era un tipo muy normal, con ganas de ser uno más de los que lo acompañaban en las interminables giras. ¿Quién miente?).

El libro muestra su personalidad controvertida y cambiante: desde sus coqueteos con el nazismo a su vuelco para con las causas benéficas; a veces errática y otras genial, su multifacética carrera de la que la música es solo una de sus facetas (sin duda la más importante, al menos a nivel global, aunque para él era la pintura su verdadera pasión, nunca reconocida), y sus excesos, claro, que no fueron pocos. Sandford muestra a un artista incapaz de sentir empatía por nada ni por nadie, vacío de contenido moral (en esto no coincide con otros biógrafos) que, sin embargo, fue manejado –dice– a su antojo por compañías de management. En definitiva, un hombre que se confundía con sus personajes y que dejó una huella imborrable en la cultura popular de los últimos 50 años.

El club de lectura de David Bowie (Blackie Books)

Una de las editoriales más atrevidas y entregadas del panorama nacional, Blackie Books, publicaba a finales de 2019 un libro tan extraño como cautivador y de obligada lectura –y posesión– para fans: El club de lectura de David Bowie, del escritor estadounidense John O’Connell, «una invitación a la lectura a través de los 100 libros que cambiaron la vida del mito», ilustrado por Luis Paadín. Bowie desveló tres años antes de su muerte la centena de libros que habían forjado su carrera y cambiado su forma de ver el mundo; este libro es, por lo tanto, una inmersión en su legado y una invitación irresistible a sumergirte de verdad en esos objetos de papel y en su poder para transformarnos. Muchos libros de los 60, algunos de la generación beat (por ejemplo, su manifiesto, En el Camino, de Jack Kerouac), distopías como 1984 de George Orwell o La Naranja Mecánica, de Anthony Burgess, numerosas obras de cultura oriental, sobre Alemania y algunos cómics, que le encantaban, de los superhéroes a El Víbora.

Una obra que la autora y periodista británica Caitlin Moran ha definido como «Un libro absolutamente brillante». No es para menos.

He aquí la web de la editorial para adquirirlo forma de adquirirlo:

Bowie de la A a la Z (Redbook Ediciones)

Otra editorial habitual en el Pandemónium, Redbook Ediciones, a través de su sello Ma Non Troppo, lanzaba a finales de 2021 una preciosa edición a todo color que hará las delicias de sus seguidores: Bowie de la A a la Z. La vida de un icono de Aladdin Sane a Ziggy Stardust, un espléndido (a pesar de su pequeño tamaño) tomo ilustrado que como su título indica recorre de forma concisa la trayectoria y los hechos más destacables de su carrera a modo de ingenioso diccionario. Es obra del escritor y DJ Steve Wide, durante muchos años al frente de un célebre programa musical en la radio británica, autor también del libro The Beatles de la A a la Z igualmente publicado en castellano por Redbook Ediciones. Firma las ilustraciones la artista Libby Vanderploeg, autora de un gran número de proyectos de animación, diseño e ilustración.

Enlace:

Bowie por Bowie (Libros Cúpula)

En 2020, Libros Cúpula (sello del Grupo Planeta con un fabuloso catálogo musical y con el que tuve el placer de publicar un ya lejano 2014 Los Magos de la Guerra. Ocultismo y espionaje en el Tercer Reich), lanzó en castellano el libro Bowie por Bowie. Entrevistas y encuentros con David Bowie, editado por el periodista Sean Egan. Responsable de trabajos de contenido y estructura similar, sobre Keith Richards o Fleetwood Mac, entre otros, y autor de exitosas biografías como Jimi Hendrix and the Making of Are You Experienced o David Bowie: Ever Changing Hero, cuenta en estas más de 500 páginas que recogen 32 entrevistas y encuentros con el músico centenares de anécdotas sobre el camaleón del rock. Más de una treintena de reportajes en los que Bowie se explaya en profundidad, lo más cercano a una autobiografía relatada en tiempo real de una leyenda de la música.

Años antes, en 2013, Libros Cúpula lanzaba al mercado una joya para fans titulada Los tesoros de David Bowie –una vez más su historia, pero narrada a través de espectaculares fotografías, facsímiles únicos y textos reveladores y que no es precisamente fácil de encontrar–. He aquí el enlace para conseguir el de 2020:

https://www.planetadelibros.com/libro-los-tesoros-de-david-bowie/93414

Bowie. Una biografía (Lumen)

Y otro sello habitual en el blog, Lumen (Gráfica), de Penguin Books, editaba también otra joyita para bowiemaníacos: Bowie. Una biografía. Homenajeando aquello que dijo su biógrafo David Buckley de que «cambió más vidas que ninguna otra figura pública», el profesor Fran Ruiz (a cargo de los textos) y la ilustradora y autora española María Hesse (autora del fenómeno Frida Kahlo: Una Biografía, publicado también por Lumen), acometen el desafío de adentrarse en los múltiples aspectos de la vida de Bowie, en sus enigmas y anécdotas a través de un libro ilustrado que la revista Esquire considera una de las 35 mejores novelas gráficas; ahí es nada. He aquí el enlace para adquirirlo:

https://www.penguinlibros.com/es/tematicas/30588-libro-bowie-una-biografia-9788426404657#

Guns N’ Roses: 30 años de «illusion» (Vol. 1)

Este 2021 se cumplieron 30 años del lanzamiento del doble disco de Guns and Roses Use Your Illusion, uno de los grandes acontecimientos del rock de principios de los 90 que contenía temas inolvidables como You Could Be Mine, Civil War, November Rain, Don’t Cry o Estranged, y potentes versiones de temas como Knockin’ On Heaven’s Doors de Dylan o Live and Let Die de McCartney. El doble plástico de mi adolescencia, y la banda sonora de toda una generación. Ahora que se publica la biografía en castellano de su bajista, Duff McKagan, de la mano de Libros Cúpula, éste es el particular y humilde homenaje desde las entrañas del Pandemónium.

Óscar Herradón ©

Su eslogan fue «la banda más peligrosa del mundo» y, de 1988 a 1993, año de su traumática disolución (traumática, se entiende, para sus millones de fans, un servidor incluido), se convirtieron nada menos que en el grupo de rock más importante del planeta. Ahí es nada. Más incluso que sus eternos competidores Metallica –me refiero a entonces, hoy la cosa ha cambiado– y aquella banda que revolucionó la música alternativa desde un lugar tan poco glamuroso como Seattle: Nirvana; grupos con los que, precisamente, los Guns N’ Roses comandados por Axl Rose no tendrían lo que se dice una buena relación.

Termina 2021, sacudido todavía por el dichoso Coronavirus (en su variante de ecos lovecraftianos «Ómicron»), el silencio aún humeante del volcán de La Palma y el primer año de decepcionante mandato de Joe Biden (menos tumultuoso, eso sí, que el de Trump, con quien Mr. Rose tuvo abiertos y sonados enfrentamientos en Twitter) y estas líneas las escribo, más con devoción que sabiduría de crítico musical, porque este mismo año se cumplieron 30 del lanzamiento del doble plástico que encumbró a los chicos malos de Hollywood: los Use Your Illusion.

Axl en 1993, cerca del final…

Treinta años… se me pone la piel de gallina, pero no por fascinación por aquel disco en dos partes (que la tengo), sino por hacerse palpable ese dicho tan manido y tan cierto de «qué rápido pasa el tiempo». Acabo de ser papá, y el tiempo, si cabe, pasa todavía más rápido… Qué razón tienen las abuelas. Tres jodidas décadas (no voy a andarme con remilgos y lenguaje comedido cuando hablo de unos tipos que lanzaban exabruptos cada dos palabras). Los mismos que hace que se lanzó otro disco emblemático, «disco de discos», el álbum negro de Metallica, némesis de los Guns por aquellos años y al que dedicaré también su pertinente post, el contundente Nevermind de Nirvana (que cambió el rock alternativo) y el menos ensalzado pero no por ello poco relevante (en lo que a la evolución del «ruido» se refiere), Blood, Sugar, Sex, Magik, de los californianos Red Hot Chili Peppers… y va triplete de la costa oeste, debe ser que el sol de Malibú inspiró a aquellos otrora jóvenes como hiciera décadas antes con Jim Morrison y Ray Manzarek. El trío de Seattle estaba en la costa opuesta, mucho menos soleada y con mayor tendencia a la melancolía. Eso explica algunas cosas.

De comerse el mundo al letargo musical

Fue el grupo de mi primera adolescencia, y de muchos años después. Todavía hoy «uso mi ilusión» cuando escucho cada acorde de aquel LP. Tenía unos doce años, allá por 1992, cuando me quedé paralizado por primera vez ante el irreverente Axl Rose, su voz rasgada y la guitarra hipnotizante de Slash; hacía solo unos meses que habían lanzado aquel disco. Fue gracias a un colega del colegio, Paul, el primer «rockero» con el que me topé en mi vida. Luego, aquel verano, mis primos gallegos mayores que yo tenían el doble cassette del «Illusion» (comprado en Círculo de Lectores, o a través de la revista Tipo, qué tiempos). No dejé de escucharlos una y otra vez. Creo que desgasté algo las cintas, aunque no recibí reprimenda alguna por ello. Y empezó una historia de amor que no terminaría nunca.

Guns and F*** Roses (Imagen promocional de la banda en los Illusion)

Otros tuvieron la suerte de conocer a los Guns antes, con el lanzamiento de un disco debut que hoy se mantiene como uno de los más exitosos (y brillantes) de todos los tiempos, Appetite for Destruccion; pero un servidor tenía entonces 7 años, y no sabía qué demonios era eso de los pantalones de cuero, las botas de vaquero, el pelo cardado o las botellas de Jack Daniels (¡y menos mal!). Podría elucubrar durante horas y llenar este blog de flashes y recuerdos sobre lo que significó para mí Guns N’ Roses. No tendría mucho sentido.

Todo el que me conoce relaciona mi persona con aquel grupo que se merendó el mundo, cautivó a millones de jóvenes (y no tan jóvenes) y que después se quedó más como un recuerdo de otra Era del rock duro. Al contrario que Metallica, que han mantenido el tipo, a pesar de los altibajos, algunos graves, desde entonces hasta el día de hoy. Lo de los Guns tampoco fue un adiós definitivo, aunque quizá hubiese sido lo correcto, como hicieron Héroes del Silencio apenas tres años después, en 1996. Vaya década… de infarto.

Sí, Axl siempre dijo que regresaría. Lo hizo, con él y solo él (y algunos músicos de «sesión») y acompañado únicamente de un Dizzy Reed a los teclados que al margen de los fans no conocía ni su P.M. Trece años y más de trece millones de dólares de producción le costó al oriundo de Laffayette (donde, según su compañero de infancia y miembro fundador de los Guns, Izzy Stradlin, nadie le hacía ni puñetero caso, razón por la que siempre buscó convertirse en un semi dios tras alcanzar la fama), lanzar al mercado Chinese Democracy en 2008, cuando ya ni el mismo Dios al que cantaban las provocadoras camisetas del músico creía que aquello fuera a ser real. Era un disco con algunos temas buenos, trabajado, pero estaba a años luz del Appetite o los Illusion. Y desde luego no necesitaba tamaño desfalco de dinero.

Un par de años antes del lanzamiento, en 2006, se cumplía uno de mis sueños de adolescencia: ver a los dichosos Guns N’ Roses (o lo que quedaba de ellos). Fue en el auditorio del recinto ferial Juan Carlos I, y aunque muy decepcionante en comparación con aquella gira de 1991-1993 con escenarios de vértigo y la atención focalizada de los medios musicales de todo el orbe –otra Era–, que no pude disfrutar debido a mi corta edad (algo que nunca le «perdonaré» a mi madre), hubo momentos en que volví a soñar despierto. Lo hice observando con precisión de cirujano a un Axl entrado en carnes (y con la frente más despejada), que se movía por el escenario en un estilo más parecido al de la Pantoja (sin desmerecer con estas palabras a la folclórica, ni mucho menos) que con la rabia y energía atlética de principios de los noventa.

Madrid 2006, Appetite for Destruction…

Antes de que el señor Rose, mi ídolo de juventud (hoy tengo unos cuantos ídolos más, qué voy a hacerle, soy un mitómano sin remedio), hiciera acto de presencia ante una multitud mucho menos multitudinaria que en los tiempos de un Vicente Calderón ya desaparecido y entonces afectado de aluminosis (lo que obligó a cancelar el ansiado concierto en Madrid de 1992 para tocarlo en 1993), se repitió un mantra de su carrera musical: llegar tarde, cabrear a todo el mundo y erigirse en diva rockera, pero mucho más crepuscular que en los tiempos del accidentado concierto de Chicago del 91 que merece entrada aparte.

Llegó más de dos horas y media tarde cuando una gran parte de la gradería, literalmente hasta los huevos –y algo sobrada de alcohol y lo que se terciara– había comenzado a arrancar los asientos de un auditorio tornado inaudito. Un servidor estaba junto a varios compañeros –otros mitómanos–, «Muis» y Ramón, en la pista, como creíamos que debían verse los conciertos de rock (éramos jóvenes, hoy prefiero el asiento). Desde entonces, el auditorio permanece en ruinas, olvidado por la administración, aunque la concejala madrileña del PP Andrea Levy ha manifestado su intención de rehabilitarlo para 2023.

El caso es que al final el bueno de Axl llegó y dio su concierto; y no fue inolvidable ni nada parecido, pero sí una forma de quitarme media espina del corazón barnizado aún de pintura adolescente. No obstante, los Guns fueron mucho más que un grupo de moda (mal que le pese a algunos) o un fenómenos de masas juvenil. Fue toda una banda de rock en el más amplio sentido de la palabra (algunos críticos hablaban de ella como la última gran banda de esas características), y aunque ahora el señor Rose no sea físicamente ni su sombra (el tipo va para los sesenta, todo un abuelete), muy lejos de aquella imagen de sex-symbol de portadas de revistas (que empapelaban, literalmente, los kioscos, allá por 1992, nunca lo olvidaré, esos mismos que ya apenas existen) y carpetas de instituto, sigue siendo el artífice de aquellas multitudinarias ilusiones. He recortado tantas fotos de revistas y guardado tantos póster que ni me acuerdo. Y los libros de la editorial La Máscara… joyazas hoy muy buscadas (en Wallapop, el «desván de la Red», por un precio considerable, pero asequible, se pueden encontrar la mayoría de números).

Los excesos de la última gran banda de rock and roll los dejo para un siguiente e inminente post, mientras tanto, recomiendo algunas novedades editoriales para saber más de los chicos malos de Hollywood.

Créditos de imágenes: Wikipedia (Free Use), LP covers and magazines & marketing posters.

PARA SABER ALGO (MUUUCHO) MÁS:      

En 2007 Slash, con la batuta del periodista neoyorquino Anthony Bouza, publicaba sus memorias, traducidas al castellano en 2010 bajo el título de Slash: de Guns and Roses a Velvet Revolver. La Autobiografía, de la mano de Es Pop Ediciones, y este mismo año ha salido publicada de mano de Libros Cúpula (Grupo Planeta) la susodicha del bajista y también miembro de Velvet Revolver, Duff McKagan: It’s So Easy (Y Otras Mentiras). Sigue la estela de las biografías de los malditos rock-star (qué coño, él fue uno de ellos, y de los grandes), pero sin aditamentos ni ensoñaciones: muchas drogas y demasiado descontrol que no arregla la creatividad (o al menos no siempre). Y aunque pueda parecer más de lo mismo, lo cierto es que es una muy buena traducción, y además se nota que McKagan es un tipo con una importante cultura, y mucha honestidad, algo que se respira en cada párrafo, sin miedo a ser juzgado. En este caso no ha contado (o al menos no oficialmente) con la colaboración –o la autoría– de un periodista musical, sino que todo surge de su inquietud y sus vivencias –muchas y a veces al límite–, y eso se nota a la hora de comprobar la autenticidad de este libro frente a otros similares.

En este sentido, es tanto o más cautivador que la biografía de otro bajista emblemático, Flea, de los Red Hot Chili Peppers, cuyo libro Acid for the Children. Memorias, fue publicado hace unos meses también por Libros Cúpula y de cuyo lanzamiento nos hicimos eco en este blog.  

Duff, que originalmente publicó el libro en 2015 bajo el título de How to be a Man (Cómo ser un hombre), no se anda con pelos en la lengua, y narra en primera persona, con gancho y cierta «macarrería», reconociendo sus errores pero sin ningún atisbo de autocompasión, su participación en Guns N’ Roses, sus excesos (y los problemas de salud ocasionados por éstos), las contradicciones de una banda llena de egos comandada por un megalómano (de innegable creatividad y estilo, eso no puede negársele a Mr. Rose) y la dificultad para mantener vivo el colosal mecanismo del grupo, un gigante con los pies de barro.

Duff se encarga de recordar el lamentable episodio que tuvo lugar entre Nirvana y los Guns, que recogeré en el siguiente post, y, caprichos del destino, cómo años después coincidió en un vuelo con Kurt Cobain, compartió asiento con él y charlaron de numerosas cosas. Fue en 1994, apenas dos días antes de que el frontman de Nirvana se descerrajaba un tiro en la cabeza (al menos si no hacemos caso a los conspiracionistas más recalcitrantes, que los hay, sobre que aquello no fue un suicidio…). En definitiva, una autobiografía memorable de uno de los tipos más auténticos , «punkis» y relevantes de la escena rockera de las últimas tres décadas.

He aquí el enlace para adquirirla, una gran idea para regalar en Reyes:

https://www.planetadelibros.com/libro-its-so-easy/323828

Los Guns, también en cómic…

De mano de Redbook Ediciones podemos disfrutar de la historia de Guns N’Roses en versión gráfica, y una versión gráfica de infarto, dentro de su colección «La Novela Gráfica del Rock» (Ma Non Troppo) que a los mitómanos y apasionados del cómic nos ha brindado biografías en imágenes de otros dioses de la música como Metallica, The Ramones, Led Zeppelin, The Who o Sex Pistols, entre otros. A cuál mejor.

Guns N’ Roses. Reckless Life es una delicia para fans que abarca desde los humildes orígenes de William Bruce Rose Jr. (de nombre artístico W. Axl Rose) y su amigo Jeffrey Dean Isbell (alias Izzy Stradlin) en Laffayette, Indiana, o la acomodada vida en Londres de Saul Hudson (Mr. Slash), hijo de una diseñadora afro-estadounidense y del artista inglés Anthony Hudson –diseñador de cubiertas de álbumes musicales de artistas como Joni Mitchell («Court and Spark») o Jackson Browne («For Everyman»)–, hasta los años del grupo malviviendo en las calles de Los Ángeles y Hollywood, a principios de los 80, la fundación de Guns N’ Roses (tras la escisión de dos bandas en las que se movió Axl, Hollywood Rose y L.A. Gun), tomando el testigo de los desenfrenados Motley Crüe, el estrellato y la caída.

Obra del dibujante Marc Olivent (cuyas impresionantes ilustraciones parecen en ocasiones fotografías reales) junto a los guiones incisivos, a veces sarcásticos y nada complacientes de Jim McCarthy, captan a la perfección el espíritu rebelde y peligroso de la banda –principalmente del Sr. Rose–, el ascenso al Olimpo del rock and roll como solo lo hicieron bandas como Led Zeppelin, Black Sabbath, Pink Floyd o Queen, y el colapso de algo demasiado ambicioso para durar. Una historia de excesos y descontrol por cuyas páginas desfilan trifulcas, personajes controvertidos como Charles Manson, las groupies (millones alrededor del globo), y, ante todo, la MÚSICA con mayúsculas. Una novela gráfica épica para una banda de rock legendaria. He aquí el enlace para hincarle el diente:

GUNS N’ ROSES (NOVELA GRÁFICA)