Tecumseh, el líder nativo que combatió a Estados Unidos

Llegó a ser definido como «el indio más grande que jamás haya existido», y no es una expresión gratuita. Tecumseh, líder de la tribu Shawnee a caballo entre los siglos XVIII y XIX, puso en jaque a los colonos estadounidenses en tierras de Virginia y Ohio tras la Revolución Americana. Su gesta, muy conocida al otro lado del Atlántico y apenas mencionada por estas latitudes, podemos conocerla a fondo gracias al ensayo Tecumseh y el Profeta, publicado por Desperta Ferro.

Por Óscar Herradón ©

Nacido en mayo de 1768 a orillas del río Scioto, cerca de Chillicothe, Ohio, Tecumseh (también conocido como Tecumtha o Tekanthi, cuya traducción es «Estrella Fugaz», «Pantera que cruza el cielo» o «Flecha Voladora») es nada menos que uno de los personajes más relevantes de la historia indígena de Norteamérica. Y sin embargo, por estos lares apenas es conocido, pues la bibliografía es muy escasa. Quien más o quien menos tiene una imagen general de las guerras indias, adquirida principalmente a través de Hollywood –distorsionada la mayor parte de las veces en pro del espectáculo–, la conquista del Oeste, el Séptimo de Caballería, los dulcificados mohicanos o los injustamente tratados Sioux… pero aquella historia apenas nos suena y fue tanto o más apasionante. Ahora, gracias a Desperta Ferro, podremos adentrarnos en este pasaje poco conocido de Norteamérica –no así poco relevante– de la mano del historiador estadounidense y oficial retirado del Servicio Exterior de EEUU Peter Cozzens, del que la misma editorial ya publicó el exitoso ensayo La Tierra Llora. La amarga historia de las guerras indias por la conquista del Oeste. El libro en cuestión es Tecumseh y el Profeta. Los hermanos shawnees que desafiaron a Estados Unidos.

Siempre a medio camino entre la historia y el mito, Tecumseh pertenecía por nacimiento a la tribu Shawnee y sería uno de los adversarios de los recién nacidos Estados Unidos tras la Guerra de Independencia (o Revolución Americana), que tuvo lugar entre 1775 y 1784, como un líder nativo de una gran confederación indígena. Su infancia y juventud transcurrieron durante la citada conflagración y la Guerra India del Noroeste o de Ohio (1785-1795), y su existencia, como la de su gente, estuvo siempre marcada desde el principio por la violencia, las incursiones militares, los saqueos y los incendios de las aldeas nativas, bien por parte de las fuerzas coloniales británicas, bien por los estadounidenses que buscaban ampliar sus tierras.

Tecumseh

Su padre era Pucksinwah, un jefe de guerra menor de la tribu Shawnee perteneciente a la rama Kispoko («Cola Danzante» o «Pantera»), una de las cinco divisiones de la tribu, y su madre era Methoataske, segunda esposa de Pucksinwah y perteneciente a la conocida como rama «Pekowi» de la tribu. Décadas antes, los shawnees habían sido desplazados por la poderosa Confederación Iroquesa, en el marco de las Guerras de los Castores de sus tierras ancestrales en el valle del río Ohio. Con el tiempo, y tras no pocas vicisitudes, volverían a su lugar de origen, y no dejarían de combatir por permanecer en él.

Pucksinwah se vio, como otros jefes indígenas, implicado en la llamada guerra franco-india (1754 y 1763) y luego en la de Lord Dunmore, que tuvo lugar entre la colonia de Virginia y las tribus indígenas Shawnee y Mingo, donde encontraría la muerte en la Batalla de Point Pleasant (conocida en algunos relatos antiguos como batalla de Kanawha), el 10 de octubre de 1774.

Una infancia en la Revolución Americana

Meses después del estallido de la guerra de la Independencia de EEUU, Methoataske y buena parte del pueblo Shawnee huyeron de la región y se trasladaron hacia el oeste, recalando en el territorio de Misuri en 1779. Sin embargo, Tecumseh, con tan solo 11 años, se había quedado en Ohio con los miembros de su tribu que decidieron resistir a los colonos de Virginia. Allí sería criado por su hermano mayor, Cheeseekau (o Chiksika), quien tendría un papel fundamental en su educación y visión del mundo, y por su hermana Tecumapese.

Entre 1774 y 1782, todas las villas en las que residió Tecumseh junto a los suyos serían atacadas, bien por tropas coloniales británicas o bien por los ejércitos estadounidenses. Mientras la violencia no cesaba en el interior del país, tras la Revolución Americana (donde los Shawnee se aliarían con los británicos) estalló la llamada guerra India del Noroeste, en la que una gran alianza tribal, la Confederación de Wabash, se unió para expulsar a los colonos estadounidenses de la zona. Una tierra nativa regada con sangre y marcada por la violencia intermitente que nunca dejó paso a periodos largos de paz.

Mientras tanto, entre batalla y batalla, Tecumseh se convirtió en un joven y avezado guerrero cada vez más experimentado. A finales del año 1780 el joven indio creó una alianza de pueblos nativos contra la expansión de los colonos estadounidenses en los territorios de los grandes lagos y del valle del río Ohio. Su agitada vida (marcada, como ya dije, por un fuerte componente mítico-legendario, lo que impide en ocasiones separar el mismo de la verdad histórica) y su determinación, lo convirtieron en un gran líder.

Batalla de los Árboles Caídos

Tras la muerte de Cheeseekau, en 1792, Tecumseh acumuló seguidores y unió fuerzas con otros guerreros y las tropas británico-canadienses, y eso que estos últimos no le gustaban nada y nunca tuvo una buena relación con ellos, pues el caudillo indígena los veía (y lo eran) como otra fuerza de ocupación occidental, pero le ofrecían la oportunidad de mantener la soberanía nativa, y los indios solos no podían hacerlo. Sin embargo, tras la traición británica en la Batalla de los Árboles Caídos, en la que los indígenas fueron abandonados por las tropas europeas y se produjo la derrota de su gente, el 20 de agosto de 1794, se puso fin a la llamada Guerra del Noroeste y Tecumseh tuvo que retirarse hacia el norte.

Aquella derrota cambió su mentalidad: viendo cómo los blancos ganaban cada vez más terreno a su pueblo y a los indígenas, arrebatándoles lo que les correspondía por tradición milenaria, se convirtió en un gran enemigo de estos, con una vehemencia que a veces rayaba en temeridad y pretendía recuperar para su país la orgullosa independencia que a sus ojos había perdido mientras los americanos reclamaban también la suya.

El Profeta y el misticismo Shawnee

Eran tiempos de exacerbamiento religioso que se acentuó por la guerra y en 1805 Tecumseh ganó un extraño aliado en su hermano pequeño aficionado a la bebida, Lalawethika, que tras llevar una vida disoluta cayó en trance y dijo haber experimentado una visión del Gran Espíritu, que le pidió que purificase su estilo de vida. Adoptó el nombre de Tenskwatawa («La Puerta Abierta») y fue conocido a partir de entonces como El Profeta (de ahí el sentido del título del ensayo que recomendamos) y sus postulados cosecharon un gran impulso hasta que los hermanos fundaron una aldea en la tierra de Delaware conocida como Prophet’s Town («La ciudad del Profeta»), donde se pidió un regreso a las tradiciones nativas, y se prohibió el consumo de alcohol, vestir a la manera occidental y los matrimonios mixtos, reforzando la visión profundamente mística de Tecumseh de una nación nativa independiente.

Tenskwatawa

Tecumseh no tardaría en convertirse en el líder de Prophet’s Town guiado por las enseñanzas de su hermano, que decía experimentar hechos sobrenaturales. El Profeta era un predicador tan convincente que su palabra se extendería a tribus tan lejanas como las que habitaban las llanuras del centro de Canadá. Pero las cosas no tardarían en cambiar… a peor.

Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium».

Operación Urano. Hacia el desenlace en Stalingrado

La invasión de la URSS fue anunciada a bombo y platillo por la propaganda del Tercer Reich como la gran conquista del Este en pro del gran imperio que duraría mil años. Sin embargo, múltiples errores militares y el frío invierno ruso dieron al traste con los planes de conquista de Hitler. Cuando Stalingrado, el gran símbolo del poderío soviético, estaba prácticamente reducido a cenizas y su población aniquilada, el alto mando del Ejército Rojo orquestó una operación que cercaría al 6º Ejército alemán y supondría el principio del fin del poderío nazi en el frente oriental.

Óscar Herradón ©

La Operación Barbarroja fue el más ambicioso despliegue militar de Adolf Hitler que, al no conseguir conquistar las islas británicas, lanzó sus ejércitos sobre el extenso y gélido territorio soviético en esa lucha atávica contra el enemigo bolchevique por la que clamaba en su Mein Kampf y neutralizar así a su antagonista Iósif Stalin, el mismo con el que apenas tres años antes había pactado el vergonzante reparto de Polonia en el marco del acuerdo Ribbentropp-Molotov, que fue considerado una traición imperdonable de Moscú por el comunismo internacional.

Y aunque la invasión nazi pilló desprevenido a Stalin, que en un primer momento, según sus allegados, se quedó paralizado y estupefacto (a pesar de los informes que distintos espías como el genial Richard Sorge enviaron al Kremlin sobre lo que se gestaba en Berlín), nada salió como se esperaba en la Cancillería alemana, y eso que antes de desplegar sus ejércitos ya hubo voces discordantes con tan ambicioso plan de la Wehrmacht y su más que posible fracaso, que serían silenciadas –y tildadas de derrotistas– por el todopoderoso aparato propagandístico nacionalsocialista.

Fiedrich Paulus

Y lo que en un comienzo se concibió en el marco de la Guerra Relámpago –Blitzkrieg– que hizo caer a una velocidad de vértigo Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Francia, se convirtió en una salvaje lucha de desgaste y emboscada. El grueso del 6º Ejército alemán, comandado por el general Friedrich Paulus (que acabaría cayendo en desgracia ante el Führer), se vio cercado por el plan soviético de contraofensiva que se configuró a mediados de septiembre de 1942, durante la fase crítica de la defensa de Stalingrado (hoy Volgogrado), una operación basada precisamente en el método de la Blitzkrieg germana y que combinaba de forma brillante fuerza, velocidad y sorpresa para rodear al invasor alemán.

Cerco al 6º Ejército

A la vez que algunos comandantes germanos en posiciones inferiores pensaron que era necesario evacuar Stalingrado, mientras aún fuese posible retroceder hacia el oeste, el alto mando alemán –OKW–, siguiendo las indicaciones de un Hitler reconvertido en jefe militar que no escuchaba los consejos de sus expertos, insistió en permanecer allí y seguir la lucha, así que Paulus insistió en la necesidad de defender la retaguardia de su ejército, un requisito imprescindible para emprender cualquier futura acción contra el Ejército soviético.

Aquella operación de cerco que condujo al embolsamiento del 6º Ejército germano sería bautizada con el nombre en clave de Operación Urano, y ese es precisamente el título del tercer volumen de la monumental Tetralogía de Stalingrado compuesta por los prestigiosos historiadores militares estadounidenses David M. Glantz y Jonathan M. House que publica con su habitual buen hacer Desperta Ferro Ediciones. Glantz continúa con su ambiciosa obra sobre el épico choque que marcó el fracaso de Alemania en el frente oriental. Tras A las puertas de Stalingrado, que abrió la tetralogía y terminaba con el 6º Ejército de Von Paulus ya desviado de su objetivo original, que eran los campos petrolíferos del Cáucaso, y su continuación, Armagedón en Stalingrado, en el que el grueso militar nazi se vio arrastrado a una infinita guerra de desgaste dentro de una ciudad devastada (donde las gentes se morían de hambre y los invasores, desamparados, eran objetivo de los francotiradores(as) soviéticos.), en este Desenlace en Stalingrado (I) Glantz y House nos muestran cuáles fueron las consecuencias de tensar al límite sus fuerzas.

Tras tantear y errar sucesivas veces para encontrar las debilidades en las defensas del Eje, la Stavka, el alto mando del Ejército Rojo, contra toda previsión alemana, cada vez más sofisticado, pudo aprovechar sus intentes recursos humanos para lanzar la devastadora y audaz contraofensiva a mediados de noviembre de 1942. Así, los sitiadores de Stalingrado se convirtieron en sitiados y las tropas alemanas, rumanas y croatas sufrirían en carne propia la extraordinaria presión sufrida por el 62º Ejército soviético pero en un grado mucho mayor, pues el frío era más intenso (y los germanos lo soportaban peor que sus enemigos), circunstancia por la que no tardarían en sumarse el hambre y la desesperación.

Hacia el desenlace en el frente oriental

Glantz hace un detallado y vívido relato (con infinidad de fuentes de primera mano y también secundarias) sobre cómo los tres frentes del Ejército Rojo derrotaron y destruyeron a dos ejércitos rumanos y rodearon al 6º Ejército alemán y a la mitad del 4º Ejército Panzer en la bolsa de Stalingrado en una titánica operación que dinamitaría la estrategia de guerra alemana (sacando de sus casillas a Adolf Hitler, cuyo declive físico y psicológico se evidenció a partir de entonces) y supondría un punto de inflexión fundamental en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en el frente oriental.

Como en los dos completos volúmenes anteriores, en Desenlace en Stalingrado (I) Operación Urano, el autor (con la inestimable ayuda de House y tras una titánica labor de investigación y documentación) utiliza fuentes antes vetadas o que se presumían perdidas, por ejemplo informes del diario de combate del 6º Ejército germano y registros soviéticos recientemente publicados tras permanecer clasificados durante más de siete décadas. Reveladores materiales que ayudan a argumentar una interpretación sorprendentemente nueva de la planificación y ejecución de esta crucial campaña por ambos contendientes, en el que muy probablemente sea el relato definitivo de Stalingrado, al menos para esta generación.

A la espera del lanzamiento del cuarto y último volumen de esta vibrante tetralogía, podéis adquirir la tercera parte en el siguiente enlace:

Stalingrado, de V. Grossman (Galaxia Gutenberg)

Para un relato clásico pero capital en la comprensión de lo que sucedió tras las líneas en Stalingrado, Galaxia Gutenberg publicó en 2020 un majestuoso volumen que recuperaba las vivencias a pie de calle del periodista soviético Vasili Grossman en la ciudad cercada por el Tercer Reich. En la Segunda Guerra Mundial (que en la URSS se dio en llamar Gran Guerra Patriótica) Grossman perdió a su madre y a su hijastro y ejerció como corresponsal de guerra en algunos de los sitios más inhóspitos de la contienda, en el ámbito de esa Operación Barbarroja que para los mandamases de Berlín pretendía arrasar por completo los enormes y gélidos territorios del Este que finalmente serían la tumba del nazismo.

Grossman abordó así un ambicioso proyecto novelístico en dos partes, basado en sus vivencias y en numerosos hechos reales, algunos estremecedores. La primera la inició en 1943, todavía en plena contienda, y publicada en 1952 bajo el título de Una causa justa. La segunda, escrita a partir de 1949, con los mismos protagonistas, daría como fruto una de las grandes novelas (y casi ensayo historiográfico) del siglo XX, Vida y destino, que en castellano también se encargó de publicar Galaxia Gutenberg en una cuidadísima edición.

La primera parte fue considerada como una novela de menor rango, pero en realidad se trataba de un documento de gran valor que ahora se recupera con el título original que para ella quiso su autor y que prohibió la rígida censura del régimen soviético, Stalingrado. Una novela que en principio parece casi antagónica a Vida y Destino que, en palabras de Efim Etkind y Simon Markish, dos de las personas que más hicieron por salvar el manuscrito de Vida y Destino (que vería la luz por primera vez en Occidente en 1980), «pudo haber ganado un merecido Premio Stalin, porque rebosaba amor por el régimen estalinista…». ¿Por qué Grossman hizo dos novelas tan desiguales, con un mensaje aparentemente tan contradictorio, cuando las concibió como un todo y las redactó seguidas una tras otra?

La presente dedición responde a esta pregunta y reconstruye por vez primera el texto original con los más de cien fragmentos que la censura soviética, implacable, obligó a suprimir. El resultado es una obra llena de matices que en conjunto es muy diferente a la que hasta el momento se había podido leer, y por tanto resuelve tantas dudas surgidas durante décadas. En palabras de The Economist, «igual que Vida y destino, la nueva Stalingrado es una obra maestra», y arroja a su vez información capital sobre lo sucedido durante el cerco que cambió el curso de la más sanguinaria guerra de la historia contemporánea.

Y para un acercamiento puramente historiográfico y periodístico, alejado de las posibilidades –y a veces elucubraciones– de la ficción narrativa, Galaxia Gutenberg también compiló las crónicas realizadas por Grossman durante el tiempo que permaneció en Stalingrado. Veterano corresponsal de guerra, ninguna pluma supo mejor que la suya captar lo que sucedió en aquellos 163 días en los que el infierno parecía haberse hecho carne en el corazón de la Unión Soviética. Los textos que componen Stalingrado. Crónicas desde el frente de batalla, están extraídos del libro Años de Guerra y narran lo que vivió el autor en primera persona desde la llegada del grueso de las tropas soviéticas a la ciudad en los primeros días de septiembre de 1942, hasta diciembre de ese año, cuando la batalla comenzó a decantarse claramente del lado soviético, que finalmente vencería, allanando el camino hacia la victoria contra el hasta entonces implacable Tercer Reich.

Stalingrado. La ciudad que derrotó al Tercer Reich

Tiempo antes, en 2018, la misma editorial publicaba otro ensayo que clarificaba muchas de las incógnitas sobre aquella batalla eterna: Stalingrado. La ciudad que derrotó al Tercer Reich, del prestigioso historiador alemán Jochen Hellbeck. La batalla de Stalingrado fue la más letal y feroz de la historia de la humanidad. Ahí es nada. Con una cifra de muertos estimada en más de un millón de personas en seis meses, algo inaudito, gracias a la labor realizada por historiadores moscovitas enviados por el Kremlin para registrar las voces de los defensores de Stalingrado, hoy tenemos testimonios que no solo conmueven sino que muestran la perseverancia de un pueblo que no estaba dispuesto a claudicar.

Debido a la férrea cerrazón del régimen soviético, cuya censura era inexpugnable, digna de la de su antagonista el Tercer Reich, ningún extranjero obtuvo permiso para viajar a Stalingrado (hoy Volgogrado). Aquello, junto a la imposibilidad de acceder hasta fechas muy recientes a los archivos rusos que hoy, a causa de la infame guerra de Ucrania (¡qué pronto se olvida el pasado y se cometen los mismos errores!) vuelven a estar cerrados a cal y canto para los occidentales, provocó que numerosos estudios sobre la batalla la presentaran a través únicamente de los ojos de los alemanes que se quedaron atrapados en la ciudad.

Cuando la apertura de archivos fue mayor, Hellbeck penetró en ellos realizando una increíble labor de investigación y documentación y dio forma a esta verdadera joya historiográfica de más de 600 páginas donde los testimonios de los soviéticos acercan al lector a la batalla desde un punto de vista muy diferente, con una información no comparable a la de ninguna otra fuente conocida y ayudan también a responder a no pocas cuestiones sobre cómo fueron capaces los soviéticos de dar la vuelta a la situación y acorralar a los hasta entonces imbatibles ejércitos de la Wehrmacht. Con la publicación por primera vez de las entrevistas recogidas en Stalingrado, que habían estado sepultadas hasta ahora, este revelador ensayo supone una gran aportación a la literatura sobre la Segunda Guerra Mundial.

Esta joya bibliográfica se complementa con fragmentos de cartas y declaraciones de los soldados alemanes hechos prisioneros por los soviéticos, inéditas hasta ahora.