Diez «guarradas» históricas que probablemente no conocías…

El ser humano ha sido distinguido y elegante, ha gastado mucho dinero en lujos y joyas, en potingues varios para vencer el paso del tiempo o para combatir la calvicie… pero a lo largo de la historia también ha sido un auténtico guarro, con prácticas que al hombre actual (salvo excepciones) le revolverían el estómago. HarperCollins Ibérica publica Esta historia apesta. Anécdotas de mierda que han marcado a la humanidad, de la profesora y divulgadora Alejandra Hernández (@tecuentounahistoria), un recorrido preñado de curiosidades increíbles (y cochinas) por nuestro pasado. He aquí algunas pinceladas de lo que encontraremos en sus páginas…

Por Óscar Herradón ©

–El emperador Heliogábalo (203-222) murió asesinado con apenas 18 años en una de las letrinas de Roma de una forma nada agradable: asfixiado por una de las esponjas que se utilizaban para limpiar las partes pudendas de los que allí cagaban, la llamada tersorium o xylospongium (literalmente «esponja con palo»), que se iban pasando quienes sentaban sus posaderas y de vez en cuando remojaban en una fuente de agua central para limpiarla de restos de excrementos. No sabemos si la de Heliogábalo había sido previamente desinfectada…

–El caso de Juana de Castilla, mal llamada «la Loca», ha traído de cabeza a los historiadores, que no se ponen de acuerdo sobre hasta qué punto la hija de los Reyes Católicos fue encerrada por su enajenación –fruto de la prematura muerte de Felipe el Hermoso– o por los intereses políticos de su padre, Fernando de Aragón, o los de su hijo, Carlos I de España y V de Alemania. Sea cual fuera la verdadera razón de su cautiverio, lo cierto es que su estado llegó a ser lamentable para una reina, como lo cuentan distintos cronistas testigos de los hechos, como el obispo de Málaga o Francisco de Borja poco antes del fallecimiento de la soberana: no se aseaba ni peinaba (curiosamente, antes de enfermar sus allegados la tenían por inestable ante su afición a darse baños), comía y dormía tirada en el suelo y ocultaba los platos de barro en los que le servían el alimento bajo la cama, por lo que el olor de la estancia tuvo que ser espantoso. Como recoge Alejandra Hernández, «Hasta se atrevieron a afirmar que podía estar poseída por el diablo».

–«La alopecia preocupó, y mucho, a los hombres y mujeres de la Edad Media y aunque les hubiera ido genial tener cerca una clínica turca de injerto de pelo, parece que les bastó con aplicarse toda una serie de ungüentos con ingredientes tan variados como el ajonjolí, leche de perra, cenizas de ramas de olivo, zumo de murta, aceite de mata, polvo de moscas o emulsiones realizadas a base de heces humanas destiladas…», cuenta Alejandra Hernández en el libro. La última opción puede que diera buenos resultados, no lo discuto, pero había que estar muy desesperado…

–Durante el reinado de Carlos IV, la relación de este con su esposa María Luisa de Parma y a la vez con Godoy fue tal que llegaron a llamarlos de forma nada positiva «La Trinidad en la Tierra». Pues bien, parece que María Luisa, que dicen las malas lenguas pasó por la alcoba del ministro, no era lo que se dice una belleza palaciega. Alejandra Hernández cuenta: «Parece ser que los veinticuatro embarazos que tuvo y la vidorra que se pegó como consorte María Luisa de Parma, esposa del pachón Carlos IV, mermaron su salud hasta el punto de dejarla prácticamente sin dientes, por lo que recurrió a unos artesanos de Medina de Rioseco para que le fabricaran una preciosa dentadura postiza de porcelana. Y tan chula que fue la tía a partir de ese momento, sonriendo por la vida, hasta que llegaba la hora de comer, momento en el que se la quitaba sin ningún tipo de reparo delante de todos los comensales».

–El palacio de Versalles es símbolo de ostentación y de lujo. Basta darse un paseo en la actualidad por la Galería de los Espejos o visitar las impresionantes alcobas de Luis XIV y de su reina para imaginarnos el boato del Antiguo Régimen, pero la verdad es que en aquellos tiempos los nobles eran bastante guarros. El duque de Saint Simon, muy habitual en el palacio, contó en sus memorias que algunos miembros de la corte «orinaban sin decoro alguno entre cortinajes y pasillos» y que «las mujeres solían portar una pequeña palangana escondida en sus faldas que utilizaban para orinar cuando sobrevenía el apretón y cuyo contenido vertían automáticamente después en la sala en la que se encontrasen».

–Antes hablábamos de Juana de Castilla, pero el caso de otro rey español también afectado de eso que entonces llamaban «melancolía» (y que probablemente se trataba de una aguda depresión u otra enfermedad mental), Felipe V, el primer Borbón de nuestro país, fue aún más extremo: dormía de día y trabajaba de noche, casi no comía y estaba obsesionado con su propia muerte (…) Además, se dejó crecer las uñas de manos y pies sin control porque, si se las cortaban, le sobrevendrían –creía– todos los males de este mundo; tampoco es que se aseara mucho. Era tan escasa su afición a la limpieza que cuando murió, a los 60 años, al tratar de amortajarle quitándole la ropa que llevaba puesta –y que durante tanto tiempo se negó a quitarse– le arrancaban también jirones de piel.

–La cosa va ahora de esos entrañables bichitos llamados piojos. En la antigua Siberia había un curioso rito de cortejo: las zagalas del lugar lanzaban sus piojos a los mozos en los que habían puesto el ojo como muestra de su afecto e interés. Por su parte, los aztecas tenían por costumbre honrar al dios Moctezuma con una pequeña vasija de oro… repleta de estos pequeños insectos aficionados al pelo, al natural y al artificial, pues cuando los nobles se ataviaban con grandes pelucas no evitaban que están acabasen también infestadas de pediculus que conseguían traspasarlas y llegar hasta el cuero cabelludo.

–A todos nos han dicho desde pequeños lo importante que es la higiene bucal, pero no siempre hemos tenido flúor en forma de pasta dentífrica para cepillarlos (fuera Signal o Colgate, depende de gustos), y sobre prácticas del pasado en este sentido, la autora nos cuenta: «La higiene bucal también tuvo su importancia y para evitar la halitosis surgieron remedios tan interesantes como asquerosos. Uno muy común fue la combinación de ramas de romero quemadas y mezcladas con sus propias hojas, lo que daba lugar a una especie de pasta que se embadurnaba en un paño de lino y se restregaba por los dientes. La menos común y aparentemente saludable, pero no por ello poco conocida en la corte, fue la esencia de orina como sucedáneo del enjuague bucal».

–Y es que ya desde época prerromana la orina se convirtió en un must de la higiene bucal. No desperdiciaban ni una gota (pues era muy valiosa en el tratamiento del color de los tejidos), así que la que no iba a las lavanderías se utilizaba directamente como enjuague. Para hacerla más agradable al paladar, los romanos le añadían un poquito de piedra pómez. En la Antigüedad clásica, además, a la orina le atribuían grandes virtudes y casi facultades sobrenaturales: podría contribuir a curar enfermedades o dolencias tan variadas como la gota, la mordedura de un perro, e incluso, la obtenida de los eunucos servía –dicen– para realizar maleficios contra la fecundidad.

–Y terminamos con el rey inglés Enrique VIII, el que tuvo por afición mandar decapitar a sus esposas. Aunque pueda parecer lo contrario, no fueron aquellas infelices quienes le conocieron en su más grande intimidad, sino el conocido como Groom of the King’s Close Stool, el llamado «mozo del taburete», que era el nombre del mueble usado entonces como cagadero. Creado por Enrique VII en 1495, era la posición más alta en la Cámara Privada del rey, con funciones de atender las necesidades del soberano, pero bajo el octavo Enrique el cargo se amplió enormemente. Un puesto por el que, curiosamente, se daban de tortas los hijos de nobles e importantes señores de la corte. La razón no estaba relacionada con ningún tipo de coprofilia sino con el hecho de que, además de estar bien remunerado (faltaría más…) aquellos mozos acababan por lo general convirtiéndose en figuras poderosas, casi una suerte de secretarios reales que intervenían en importantes asuntos de Estado, incluidas las finanzas, y que cosechaban relevantes títulos nobiliarios y acumulaban propiedades.

El mozo del taburete se encargaba del suministro de agua, toallas y un lavabo para el rey al terminar de hacer sus necesidades (hay dudas sobre si realmente le limpiaba o no el culo…). El mozo de las heces era también el encargado de supervisar las excrecencias intestinales del monarca y de consultar con los galenos para asegurarse de que no estaba afectado de ninguna enfermedad.

La Doncella de Orleans: un nuevo enfoque

La historia de Juana de Arco se ha contado infinidad de veces, muchas de ellas de forma incompleta, sectaria, dando pábulo a leyendas y rumores frente a las fuentes históricas o con una marcada falta de sentido crítico, principalmente entre aquellos que pretendían restituir su figura y reconvertirla en «santa», los mismos que no titubearon a la hora de quemarla en la hoguera por «hereje». Un nuevo trabajo de la medievalista británica Helen Castor, que publica Ático de los Libros, clarifica su figura a nivel historiográfico como nunca antes.

Óscar Herradón ©

Y aunque hay notables y exhaustivos trabajos sobre su esquiva figura, muchos ya han quedado algo anticuados y sobrepasados por el hallazgo de nuevas fuentes documentales. En ese sentido, el libro sobre la vida y época de la Doncella de Orleans que firma la medievalista británica Helen Castor y que acaba de publicar en castellano en una fabulosa edición Ático de los Libros, puede que sea la biografía definitiva, al menos de nuestro tiempo, sobre Juana, un análisis riguroso, crítico, sobre su auge, caída en desgracia y rehabilitación posterior. Acompañado además del estilo dinámico y de gran tensión narrativa que caracteriza a la autora, responsable de otro título emblemático que en 2020 publicó también Ático de los Libros: Lobas. Las vidas de cuatro grandes reinas medievales y origen de una serie documental.

Y lo más importante de la monografía: que Castor desvela la verdad tras el mito que viste desde hace siglos la figura de la Doncella de Orleans, un mito largamente labrado y reimpulsado durante el Romanticismo. La medievalista se ha sumergido durante años en el personaje histórico y en la sociedad que lo vio nacer para atravesar su leyenda y centrarse en su figura sin aditamentos. El resultado es una obra que aporta sorprendentes revelaciones sobre Juana de Arco, entre otras, que ni fue una combatiente letal ni tuvo una extensa carrera militar (su edad y su apresamiento fueron probablemente las culpables) más allá de los grandes logros del levantamiento del sitio de Orleans y la importante victoria en la batalla de Patay que harían posible la coronación de Carlos el Bien Servido.

Coronación de Carlos VII.

Carlos VII de Francia era un rey supersticioso, fruto de una época de fuertes contrastes, y en 1429 creyó a Juana sin dudar cuando ésta le recitó la oración que el monarca decía diariamente (¿pudo alguien del estrecho círculo del mandatario filtrar dicha información previamente a la joven?). No debemos olvidar que la política (vestida de fe y devoción) lo impregnaba todo, también su trágico final. Pero el otrora delfín francés también era un personaje crédulo y de temperamento endeble, así que cuando apresaron a su mayor valedora no dio ningún paso «oficial» por rescatarla –a pesar de los intentos de sus hombres por liberarla– y puso sus esperanzas en otro salvador de corte místico, igualmente de extracción humilde, un joven pastor al que los ingleses no tardaron en capturar, como a Juana, y al que ahogaron en el Sena.

Carlos VII

Puesto que estaba en juego la santidad de su causa y también la hegemonía de la Iglesia, en la que ningún soberano se podía inmiscuir (lo haría un siglo más tarde el monarca inglés Enrique VIII, provocando nada menos que el cisma de Inglaterra), Carlos VII no la apoyaría en su juicio, a pesar de los intentos de sus hombres de liberarla, entre ellos el mariscal de Francia, Gilles de Rais.

De la gloria militar al calabozo

Jean de Ligny

Jeannette Darc fue capturada el 23 de mayo de 1430, cuando intentaba levantar el sitio de Compiègne, una ciudad sometida por el bastardo de Vendôme, un caballero al servicio de Jean de Ligny (Juan II de Luxemburgo-Ligny). Tres días después de su captura, el fraile Martin Billorin, inquisidor general de Francia, pidió que se le aplicase a Juana la jurisdicción inquisitorial por ser «persona sospechosa de diversos errores que huelen a herejía». Su destino estaba echado: el 14 de julio, Pierre Cauchon, obispo de Beauvais y a la sazón un francés renegado que trabajaba para los ingleses, reclamó para la doncella la jurisdicción episcopal para juzgarla como «sospechosa de hechicería y de invocar demonios». Encerrada en Ruan, el ejército francés intentó liberarla en reiteradas ocasiones sin éxito.

Juana de Arco (1903) por Albert Lynch (Fuente: Wikipedia. Free License).
Pierre Cauchon

En un sombrío calabozo permaneció más de un año antes de ser sometida al juicio de un tribunal eclesiástico. Beauvais nombró finalmente a un tribunal formado enteramente por clérigos leales a la causa inglesa (poniendo en evidencia, una vez más, que no eran los mandatos divinos sino los intereses creados de los hombres los que decidían) que la juzgó sin apenas pruebas desde el 21 de febrero de 1431; y la acusó, entre otras lindezas, de «herejía, abandono del hogar y travestismo», este último (al que recurrieron por su uso continuado de ropa de soldado y el pelo corto durante las campañas) se castigaba entonces con la pena capital. Según las prescripciones del Deuteronomio, una mujer no debía vestir con ropa de hombre ya que se trataba de «una abominación de Dios».

Ella misma explicó durante el proceso que se vestía así debido a la posibilidad muy real de que fuese violada al dormir y convivir con la soldadesca, todos hombres sometidos en ocasiones, en campaña, a largos periodos de abstinencia carnal. Afirmaba que aquellos ropajes eran mucho más difíciles de arrancar que las vestimentas de mujer. Y no estaba desencaminada: con los años se supo también que precisamente en la prisión de Ruan la joven sufriría varios intentos de violación de varios guardias e incluso de un noble que acudió a visitarla. Espeluznante.

Juana de Arco (1879), por Jules Bastien-Lepage.

Lo más increíble, según evidencia Castor en su relato, es comprender cómo en una sociedad tan supersticiosa, temerosa de Dios y dominada sin contemplaciones por el patriarcado, donde las mujeres (y más de las capas sociales más bajas) apenas tenían voz, se escucharon las prerrogativas de Juana de Arco hasta el punto de convertirla en líder de las tropas que luchaban contra los ingleses en aquel tiempo de sangre y fuego. El juicio al que la sometieron ingleses y borgoñones tuvo un carácter claramente político destinado a desacreditar sus logros (y por ende los del propio delfín coronado como Carlos VII en Reims), incidiendo en que, si se trataba de una «bruja», el soberano debía su corona, por tanto, a la brujería.

Una joven completamente sola, sin una gran instrucción, que además no contó con defensa alguna en un juicio claramente ilegal (del que me ocuparé más detalladamente en un próximo post) que pretendía servir de escarmiento a los enemigos de los ingleses. Todo se arregló como una gigantesca farsa sin posibilidad de exculpación alguna y acabaría con su veredicto de culpabilidad y su quema en la hoguera el 30 de mayo de 1431 en Ruan, con tan solo 19 años.

Un enfoque novedoso

Castor no sigue al pie de la letra, ni mucho menos, los cánones biográficos, sino que intenta (y lo consigue) reconstruir minuciosamente la Francia en la que le tocó vivir a Juana y los pasos rigurosamente históricos que siguió esta sorprendente mujer del medievo (siempre que ha sido posible). Castor, especializada en la Inglaterra medieval, profesora y miembro del Sidney Sussex College de la Universidad de Cambridge, así como miembro de la Real Sociedad de Literatura, revive la corta pero intensa vida de esta mujer extraordinaria que contravino las normas sociales de su época a partir del relato de testigos contemporáneos, enemigos y compañeros de armas. También sobre la ingente documentación existente sobre su causa: cartas, crónicas, poemas, tratados, libros de cuentas y las actas de su juicio por herejía en 1431 y las del llamado «juicio de anulación» que los franceses celebraron un cuarto de siglo después para rehabilitar su memoria.

Actas del juicio de anulación.

No obstante, la británica no se circunscribe en exclusiva a la documentación escrita y escarba entre líneas, buscando contradicciones y distorsiones entre los testimonios para traernos a la Juana de Arco más cercana posible a la realidad histórica. Algo que evoca una quimera, como la propia autora señala al final de tan exuberante monografía: «Juana todavía espera a ser descubierta. Si leemos los documentos excepcionales que dejan constancia de una vida totalmente extraordinaria con el conocimiento de cómo llegaron a redactarse, nos sumergimos en su mundo, un universo refinado, brutal y de una incertidumbre terrorífica en el que nada es seguro salvo la fuerza suprema de la voluntad de Dios; y entonces, tal vez, podemos comenzar a comprender a Juana: lo que creía que estaba haciendo; por qué quienes la rodeaban reaccionaron como lo hicieron; cómo aprovechó ella la oportunidad, con un resultado milagroso, y qué ocurrió, al final, cuando los milagros dejaron de producirse».

Las voces del arcángel Miguel, santa Catalina y santa Margarita encomendaron a Juana la noble misión divina de ayudar al delfín, hijo de Carlos «el Loco», a hacerse con la corona francesa en el marco de la mal llamada Guerra de los Cien Años (que en realidad duró 116), devolver al enemigo inglés al mar y derrotar a los traidores borgoñones, pero no le advirtieron del trágico destino que le esperaba en el tribunal de los hombres, más implacable que el celestial, por partir de su Domrémy natal a empuñar las armas por una causa que finalmente no se demostraría tan noble (al margen de ella).

Portada del libro Lobas, de Helen Castor (Ático de los Libros 2020).

Juana de Arco fue un nombre tomado del primer apellido de su padre y que ella nunca utilizó: se refería a sí misma como «Jeanne la Pucelle» (Juana la Doncella), para enfatizar su carácter de sierva elegida por Dios y su proximidad a la Virgen. En palabras de Castor, que desmitifica muchos de los lugares comunes atribuidos al personaje, Juana «es una gran estrella en el firmamento de la historia».

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Sueños proféticos de reyes y emperadores

Uno de los aspectos más desconocidos y apasionantes relacionados con algunos grandes soberanos, que a su vez fue crucial en la evolución de su política y sirvió para su exaltación como personajes semidivinos y sagrados, fueron los denominados sueños premonitorios o proféticos que muchos de ellos dijeron experimentar, generalmente antes de emprender una importante batalla.

Óscar Herradón

Para consolidarse en el poder y legitimar el origen «sagrado» de su estirpe, muchos reyes recurrieron a la exaltación de los hechos providenciales a través de los denominados somnia imperii, experiencias oníricas que éstos, según sus propagandistas, experimentaron cual si de profetas se tratara, demostrando y consolidando de esta forma la «descendencia divina» de todo su linaje. No está claro a día de hoy si alguno de estos sueños premonitorios tuvo lugar realmente, lo que cuesta creer, aunque es evidente que el interés político planea por toda crónica o escrito que recoge tal evento. Es, sin embargo, muy interesante analizar estos supuestos hechos sobrenaturales para comprender la mentalidad de aquellos personajes que ostentaron el cetro y la corona a lo largo de los siglos y del mismo pueblo, que veneraba a sus reyes como si de auténticos dioses se tratara de uno a otro punto del planeta. Ahí residía en gran parte su lealtad hacia el mismo.

Sila

Como apunta Alicia Miguelez Cavero, de la Universidad de León, fue en Roma donde, al parecer, se sentaron las bases de este tipo particular de sueño, de carácter claramente político, que alcanzaría una gran trascendencia principalmente en los años de la Edad Media. Al margen de la tradición bíblica, prolífica en este tipo de manifestaciones oníricas, la mayoría de los estudiosos coinciden en atribuir al general romano Sila la creación de este tipo de sueños para utilizarlos como forma de legitimación ante su pueblo, verdadera razón, más allá del elemento sobrenatural y providencialista, de que surgieran. Sin embargo, estas peculiares experiencias no fueron exclusivas de la República y el Imperio romanos, ni siquiera de Occidente, pues podemos encontrar ejemplos en las monarquías orientales y también en el mundo helenístico, de donde probablemente fue heredada tal forma de legitimación, a pesar de que no contamos con datos fiables para afirmarlo con rotundidad, como apuntaron ya en su día investigadores como Marc Bloch o Jacques Le Goff.

Tras la experiencia de Sila, los sueños de reyes fueron utilizados por varios emperadores para justificar sus acciones políticas o las decisiones de índole militar, como una batalla o un asedio, principalmente en los años de inestabilidad y desmembración del Imperio Romano, cuando las luchas por el poder, los pronunciamientos, las revueltas y las traiciones estaban a la orden del día. Vamos, como a lo largo de casi toda la historia de la (des) humanidad.

La excelsitud de Constantino

Fue con el emperador romano Constantino «el Grande» cuando los somnia imperii alcanzaron su mayor esplendor. El soberano, que permitiría el libre culto de los cristianos en el Imperio, experimentó su primer «sueño» en el año 310 de nuestra era, «milagro» que utilizó para legitimar sus acciones tras la muerte del general Maximiliano. Sin embargo, el más decisivo de sus somnia, si hemos de creer a las crónicas, se produjo tres años después de experimentar el primero, en el año 313, en vísperas de la batalla de Puente Milvio, en la que Constantino se enfrentaría a Majencio. En aquella visión onírica, el emperador vio una cruz, junto a las palabras In hoc signo vinces –(«Con este signo vencerás»), que le llevaría a la victoria. Y así fue. Al parecer, aquel vaticinio influyó en la posterior conversión de Constantino al cristianismo y en la configuración del llamado «crismón».

El sueño de Constantino (Piero della Francesca, 1455. Fuente: Wikipedia)

Con la llegada de Carlomagno al poder a finales del siglo VIII y su coronación como emperador en el 800, los carolingios pretendieron crear en Europa un imperio que emulase el antiguo esplendor romano, y para ello no había nada mejor que utilizar repetidamente los somnia imperii para «acreditar su condición de hombres inspirados por Dios en los actos llevados a cabo». Ésta era la fórmula idónea para hacerse ver ante sus súbditos como verdaderos sucesores de Constantino, –considerado durante la Edad Media el auténtico vencedor del paganismo–, principalmente a falta de una auténtica estirpe regia y sacra, ya que los carolingios, cuya dinastía comenzó con Pipino el Viejo y Arnulfo de Metz, ocupaban el puesto de mayordomos de palacio en la corte de los reyes merovingios, pero por sus venas no corría auténtica sangre real (si es que ha corrido por la de alguien alguna vez). Sería Pipino el Breve, padre de Carlomagno, quien, tras destronar al rey merovingio Childerico III con el apoyo del Papa, se convirtió en rey de los francos.

El rey de los francos

Carlomagno es uno de los mejores ejemplos de rey sagrado —(o mejor sacralizado)– medieval, que supo afianzar su poder no solo a través de sus victorias militares, que fueron muchas, sino también haciendo creer a sus súbditos que era el salvador elegido por Dios para unificar Europa bajo el credo cristiano. Él mismo seguramente estaba convencido de ello. Quiso recuperar, además, el antiguo esplendor del desaparecido Imperio romano. Y nada mejor para ello que mostrarse ante su pueblo como un nuevo Constantino. Al igual que éste, el emperador carolingio también experimentó o utilizó las experiencias oníricas como forma de afianzar su poder y justificar sus acciones. Al parecer, fue el apóstol Santiago quien se apareció al nuevo césar germánico instándole a reconquistar los territorios ocupados por los musulmanes en España, gesta cuasi legendaria que, según las crónicas carolingias, costó la vida a uno de sus más valerosos caballeros y gran amigo del rey: Roldán.

Este sueño se recoge en el conocido como Codex Calixtinus, conservado en el archivo de la catedral de Santiago de Compostela, hasta que fue robado en 2011 por un electricista, peculiar historia del expolio arqueológico patrio que un día abordaremos en «Dentro del Pandemónium».

El sueño profético de Carlomagno en el Codex Calixtinus

El texto narra que Carlomagno vio en el cielo un camino de estrellas que tenía su punto de partida en el Mar de Frisia y que, extendiéndose entre Alemania e Italia, entre la Galia y Aquitania, pasaba por Gascuña, Vasconia y Navarra hasta Galicia, donde se ocultaba por aquel entonces, sin que nadie lo supiera, el cuerpo de Santiago. Fue entonces cuando se le apareció en sueños el apóstol, que hizo un llamamiento al emperador para que combatiera a los infieles musulmanes en España. Supuestamente, Santiago se apareció por tres veces al rey de los francos cuando aún no era emperador, quien, en el año 778, envió una expedición contra el norte de la península Ibérica que tomó Pamplona y llegó hasta la plaza fuerte de Zaragoza, sometida tras un largo asedio.

No obstante, la leyenda en torno a la figura de Carlomagno permaneció muchos siglos tras su muerte, siendo modelo de monarca sagrado a imitar por todo soberano católico. Muchas de las acciones que se le atribuyen forman parte únicamente de la leyenda y de la intencionalidad propagandística de convertirlo en prácticamente un santo, –como sucedería más tarde con monarcas como Eduardo el Confesor o Luis IX de Francia (apodado «Ludovico Nono» o San Luis)–, como, por ejemplo, la peregrinación que realizaría el soberano franco a Tierra Santa, donde, entre milagros varios y señales divinas, se consolidó como «salvador» de la cristiandad y rey profundamente piadoso; viaje que, por cierto, jamás llevó a cabo, pero que fue recogido en una crónica siglos después de su muerte. Sin embargo, a juicio de los propagandistas defensores de la realeza sagrada en general, y de la santidad de los carolingios en particular, cualquier rey encargado de defender la «verdadera fe» no debía dejar de conquistar Jerusalén de nuevo para los cristianos.

San Luis de Francia por El Greco

Siguiendo esta tendencia, los monarcas medievales no solo tomaron a Constantino como modelo a seguir, sino a los reyes bíblicos que también experimentaron sueños de tipo profético, entre ellos Salomón o Nabucodonosor. Esta identificación simbólica de los monarcas medievales con los bíblicos sobrepasa el plano meramente político –de identificación con los emperadores romanos– para «adentrarse en el plano religioso», en palabras de la citada Miguelez Cavero.

Reyes españoles y sueños proféticos

La península Ibérica no fue una excepción en relación con estas experiencias oníricas. Existen varios ejemplos de reyes españoles que supuestamente las experimentaron. La Crónica Najerense narra cómo, una vez más en vísperas de la batalla, el rey García VI Navarra tuvo un sueño tras quedarse dormido en una cueva, donde se le apareció nada menos que la Virgen María. Según el viejo texto, gracias a esta aparición mariana el monarca tuvo plena convicción de que saldría victorioso al día siguiente, lo que efectivamente sucedió. Como homenaje, García VI mandó construir un monasterio en honor de Nuestra Señora en el mismo lugar en el que había tenido lugar la revelación, el monasterio de Santa María la Real de Nájera, que sirvió de panteón a la dinastía navarra y que en el siglo XV fue sustituido por una iglesia gótica que aún se conserva.

Pero quizá el sueño profético más famoso sea el que experimentó el emperador leonés Alfonso VII en el año 1147, sueño recogido tardíamente, en el siglo XIII, por el cronista Lucas de Tuy. Según escribió, mientras el ejército de Alfonso VII se detenía en su marcha hacia Almería, en vísperas del levantamiento del cerco a la ciudad de Baeza, al rey se le apareció San Isidro, y gracias a su intercesión los cristianos ocuparon la misma. En homenaje a la victoria y en recuerdo a la prodigiosa revelación, se realizó el llamado Pendón de Baeza.

Con este tipo de visiones oníricas de tipo profético los reyes se convertían no solo en responsables del poder temporal sino en auténticos «enviados» de Dios en la Tierra, cuya misión era salvaguardar la verdadera fe, para ellos, claro, el catolicismo, frente al Islam que representaba la antigua Al-Ándalus.

OTRAS FORMAS DEL SUEÑO (Para saber un poco / mucho más):

El poder del sueño. Relatos antiguos y modernos reunidos y presentados por Roger Caillois.

Ediciones Atalanta vuelve a brindarnos una obra literaria tan extraña como perturbadora y a la vez magnética, una joya bibliográfica publicada originalmente en 1962 por el Club Français du Livre tutelado por el ensayista y sociólogo galo Roger Caillois y que por primera vez podemos disfrutar en este lujoso formato y en castellano.

El autor reúne en el presente volumen los mejores textos sobre los sueños y el misterioso poder que evocan sus imágenes, su difícil disección, el significado oculto que los envuelve y la importancia que tienen con nuestra realidad, siendo así otra suerte de segunda realidad que nos configura e impulsa. Como señala con acierto Caillois, algunos durmientes acceden a imágenes oníricas premonitorias que luego son constatadas con toda exactitud en el mundo de la vigilia. Esta magnética antología se inicia con un sugerente corpus inédito de antiguas narraciones chinas y continúa con una impecable selección de autores occidentales tan cautivadores y heterogéneos como Apuleyo, Mérimée, Poe, Gautier, Bierce, Kipling, H. G. Wells, Somerset Maugham, Nabokov, Borges, Cortázar o Groethuysen, entre muchos otros. Una delicia… que nos invita a SOÑAR.

–Por qué dormimos. La nueva ciencia del sueño, de Matthew Walker.

Una pregunta que casi todos nos hemos hecho alguna vez… y que ninguno somos capaces de resolver, ni siquiera los expertos en el campo de la neurociencia. ¿O sí? Este magnífico ensayo editado por Capitán Swing arroja luz sobre tan relevante y esquivo tema. Dormir es uno de los temas más relevantes y menos comprendidos de nuestra vida; relevante porque pasamos al menos un tercio de ella dormidos, siendo parte indesligable de nuestra existencia –al menos hasta que seamos cyborgs–; incomprendido por las múltiples manifestaciones del acto onírico y sus implicaciones, desde los sueños dulces a las más terribles pesadillas o problemas mentales relacionados con dicho proceso.

El preeminente neurocientífico inglés y experto en el sueño de la Universidad de California, Berkeley, Matthew Walker, nos propone en estas páginas una deslumbrante inmersión en el propósito y el poder del sueño, explicando con claridad y elocuencia cómo un buen sueño no solo nos hace descansar, sino que dentro del cerebro el sueño reafirma nuestro sistema inmunológico, recalibra nuestras emociones, mejora nuestro metabolismo y regula nuestro apetito, pero además puede hacernos más inteligentes, atractivos y saludables.

De forma casi visionaria, Walker ofrece en este libro ya convertido en bestseller internacional, con razón, una exploración revolucionaria de la actividad de la mente durante el acto de dormir, examinando cómo influye en cada aspecto –ninguno irrelevante– de nuestro bienestar físico y mental. Una obra capital del sueño que podéis adquirir aquí, en versión en papel y también en formato digital, en la web de la editorial.