La noche de Halloween… cuatro décadas de sobresaltos

Fue la cinta que catapultó al éxito a su director, John Carpenter, y prácticamente creó e impulsó el slasher, un género que arrasó en los ochenta y que continúa a día de hoy en lo más alto del ranking de la serie B (e incluso de ciertas producciones multimillonarias). En plena resaca de la noche de Halloween, algunos con el maquillaje a medio quitar tras un festejo que se hizo esperar tras el obligado parón de la pandemia, un libro publicado por Applehead Team rememora y homenajea tan emblemático título (y sus múltiples secuelas).

Con el estreno de Halloween Kills, protagonizado nuevamente por Jamie Lee Curtis en el papel de Laurie Strode, la saga cumple más de cuatro décadas paralizando al espectador en la butaca. O al menos intentándolo, pues unas entregas fueron brillantes, sobre todo la primera y en menor medida su secuela, y otras para olvidar o directamente borrar de la retina.

A remolque de La noche de Halloween surgirían otras sagas inmortales como Viernes 13 (1980) o Pesadilla en Elm Street (1984), aunque bien es cierto que las fundacionales –en esa nueva forma de abordar el género, se entiende– fueron La matanza de Texas (1974) o Las colinas tienen ojos (también del visionario Wes Craven, un año antes del estreno de Halloween, en 1977), momentos estelares del grito en la gran pantalla que convirtieron el arma blanca y la herramienta de trabajo (un cuchillo, un machete, unas cuchillas insertas en un guante a modo de garras o una motosierra) en algo mucho más temible (y brutal, por la cercanía entre víctima y victimario) que cualquier arma de fuego, por mucho retroceso que tuviese.

Las colinas tienen ojos, del señor Craven. Algo más que inquietante.

Nada mejor que la resaca del 1 de noviembre para revisitar la cinta de John Carpenter protagonizada por el veterano Donald Pleasance (como el doctor Loomis) y una jovencísima Jamie Lee Curtis como la canguro Laurie Strode, rol que ha continuado interpretando (con alguna excepción) durante más de cuarenta años hasta el día de hoy, cuando recupera al personaje, algo más canosa, claro, pero igual de vitaminada –y atormentada por la larga sombra de Myers–.

En relación con la máscara del serial-killer, su origen es cuanto menos extraño, o rarito más bien. Cuando el equipo de Carpenter estaba dando forma a la película, encontraron en una tienda una máscara del rostro del capitán Kirk de la serie televisiva Star Trek (interpretado por William Shatner), que se había sacado del molde del actor para el rodaje de la cinta The Devil’s Rain, realizada por Don Post Studios y que más tarde se comercializaría. Tommy Lee Wallace (que dirigiría la tercera entrega y que en la cinta original se encargaría del montaje con la asistencia del técnico Charles Bornstein y del propio Carpenter) modificó la máscara, agrandando el hueco de los ojos y pintándola totalmente de blanco.

Kelly

Descartaron así la máscara inspirada en el artista de circo Emmett Kelly, que fue su primera opción y que habría convertido a Myers en algo muy diferente, quizá en un rotundo fracaso de taquilla. Lo cuenta el propio Lee Wallace en el documental del año 2000 Halloween Unmasked; afirma que probaron ambas opciones con Nick Castle, el actor que contrataron para dar vida a Michael Myers: «Primero probamos la de Emmett Kelly. [Castle] salió del camerino y estuvimos de acuerdo en que era inquietante, extraño, raro, te hacía sentir incómodo. Entonces volvió al camerino y salió de nuevo con la otra máscara y un escalofrío nos recorrió el cuerpo a todos. Era aterrador, demente, enfermizo. Ahí supimos que la teníamos».

Debra Hill

Otro acierto fue el fichaje de Jamie Lee Curtis, cuando la primera opción de Carpenter era la actriz Anne Lockhart, hija de la protagonista de Lassie y que entonces estaba embarcada en la serie Galáctica. En la decisión de elegir a Jamie fue fundamental la opinión de la otra mitad del propio ser de John: su compañera sentimental y piedra angular de su carrera cinematográfica, Debra Hill, quien nos dejaba tempranamente, en 2005, a los 54 años, víctima de esa terrible e implacable enfermedad que es el cáncer. 

Hija de la estrella Tony Curtis, pesó más el hecho de que la madre de Jamie era la también actriz Janet Leigh y había sido precisamente la protagonista de una de las escenas más inquietantes –y claramente fundacionales– del séptimo arte: la de la ducha en Psicosis, del maestro indiscutible Alfred Hitchcock, cinta en la que nos detendremos en breve en «Dentro del Pandemónium» a raíz de la publicación de un fantástico libro publicado recientemente por Cult Books. Era un buen reclamo para atraer al público a las salas… Y acertaron de pleno. Gracias, claro, al buen hacer de Jamie Lee, que aunque se había dejado ver en varias series televisivas, se estrenaba con Halloween en la pantalla grande. Todo ello, y mucho más, unido a una banda sonora algo más que inquietante compuesta por el propio Carpenter (que no en vano ha sido definido como «el hombre orquesta», por las múltiples facetas desempeñadas en aquel rodaje), dieron en el clavo.

Respuesta unánime de crítica y público

A la repercusión de la película ayudó también el pase en la decimocuarta edición del Festival de Cine de Chicago, en noviembre de 1978, y la crítica positiva de Roger Ebert, quien solía repudiar las películas de terror sangrientas (y que por el contrario echaría pestes de su secuela, a la que tildó de puro splatter –«cine gore»–). Publicó su opinión en la edición del Chicago Sun Times en la significativa fecha del 31 de octubre de 1979: «La noche de Halloween es una experiencia visceral. No estamos viendo la película, nos está ocurriendo. Es escalofriante. Quizás no te gusten las películas que dan miedo de verdad. Entonces no veas esta. Viéndola, me recordó a la reseña favorable que le di hace años a La última casa a la izquierda, otro thriller realmente escalofriante». Considerando además al film de Carpenter como uno de los 10 mejores de 1978. Casi nada.

La última casa a la izquierda (1972), otro logro del señor Craven

Con un presupuesto inicial de 300.000 dólares, recaudó 70 millones en taquilla, lo que la convirtió en la película independiente más rentable hasta ese momento, lo que permitiría a Carpenter plasmar algunos de sus sueños en la gran pantalla y convertirse en uno de los grandes realizadores del género (y otros afines, como el sci-fi o el fantástico) durante décadas.

Todas estas curiosidades y muchísimas más (tantas que conforman un volumen de seiscientas páginas) podéis encontrarlas en un libro sensacional: Noches de Halloween. La saga de Michael Myers, publicado recientemente por Applehead Team en la colección que homenajea el legendario espacio televisivo «Noche de Lobos». Una obra monumental –y profusamente ilustrada– de mano del experto Octavio López Anjuán y prologado por PJ Soles (la actriz que interpreta el papel de Lynda van der Klok, con múltiples entrevistas a personas implicadas en las diferentes entregas, entre ellas el propio Carpenter, Nick Castle o Tommy Lee Wallace. He aquí el enlace para adquirir esta terrorífica guía de las noches de Halloween:

https://appleheadteam.com/producto/noches-de-halloween-la-saga-de-michael-myers/

Halloween: cuando los muertos están entre nosotros (I)

En plena celebración del Samhain celta, recordamos en este post unas cuantas curiosidades, algunas realmente increíbles, sobre lo que esconde una festividad «siniestra» que de una y otra forma se celebra en casi todos los rincones de un planeta cada vez más dañado –y no precisamente por espíritus de ultratumba–.

Óscar Herradón ©

Ir de puerta en puerta, vociferando y haciéndose con regalos, era la práctica druida previa a las grandes fogatas, aunque esta práctica tan común hoy en los EEUU y otros países anglosajones, y cada vez más implantada en todo el mundo, también parece estar relacionada con el concepto católico del purgatorio y la costumbre de mendigar un «ponqué» o pastel de alma –soul cake– (aunque me quedo con los «huesitos de santo» que en España, junto a los buñuelos, nos acompañan desde nuestra más tierna infancia).

La costumbre de la burla –Trick– en Halloween, está relacionada de nuevo con la creencia de que los espíritus y las brujas hacían un daño esa noche especial desde tiempos pretéritos. Por ello, se creía que si el vivo no proveía comida o dulces –treats– a los espíritus, entonces éstos se burlaban de él. Las gentes creían que si no se honraba a los espíritus, podrían sucederles terribles desgracias; asimismo, los druidas estaban convencidos de que al fracasar adorando al Señor de la Muerte sufrirían desastrosas consecuencias.

De hecho, los sacerdotes celtas iban de casa en casa demandando todo tipo de comidas extrañas para su propio consumo y como ofrenda tras el Festival de la Muerte. Si las gentes se negaban a sus demandas, les hablaban sobre una maldición demoníaca que caería sobre su hogar: en el transcurso del año, alguno de los miembros de la familia moriría…

Así, en la actualidad los niños, cuando llaman a tu puerta y reclaman ese «Truco o trato» sugieren que si no les dan un dulce, te jugarán una mala pasada, una suerte de amenaza velada como en el antiguo Samhain.

La linterna de Jack

Los inmigrantes irlandeses que desembarcaron en la isla de Ellis, en Nueva York, EEUU, llevaron consigo algunas de sus tradiciones y las extendieron por aquellas tierras tomando la forma de leyendas y cuentos populares. Uno de los más singulares de Halloween es la historia de Jack O’Lantern. Cuentan que éste era un hombre ruin y malvado, aficionado a la bebida –y no precisamente la Casera– y bastante retorcido, que siempre lograba salirse con la suya. En una ocasión, el diablo se le apareció para reclamar su alma, pero el mezquino Jack engañó al maligno: le pidió que se convirtiera en unas monedas para pagar su último trago. Cuando el diablo se introdujo en su bolsillo, Jack metió una cruz de madera y lo atrapó, obligándole a darle diez años más de vida.

Pasada una década, el diablo volvió para cobrar su deuda, pero, como debía cumplir siempre la última voluntad de una persona para sesgar su alma, Jack le pidió que trepara a un manzano y le trajera el fruto que se hallaba más alto de todos. Cuando el maligno estaba en lo más alto, O’Lantern grabó una cruz en el árbol y lo rodeó con pequeñas cruces de madera, atrapando de nuevo a su anfitrión. La exigencia del retorcido Jack fue que esta vez dejase su alama para siempre.

Sin embargo, al final el destino le devolvió el golpe: al morir, el espíritu de Jack fue expulsado de los cielos por sus múltiples pecados. Entonces, buscando refugió bajó a los infiernos para convencer al diablo de que lo acogiese. Pero éste no había olvidado su afrenta: le recordó que no podía poseer su alma y lo expulsó de allí. Cuando abandonaba el infierno, comiéndose un nabo, el diablo le arrojó unas brasas que no dejarían de arder. Jack las introdujo en el nabo y desde entonces vagó por la tierra con su «linterna de Jack», buscando reposo. Con el tiempo, los nabos que usaban también los druidas serían sustituidos por calabazas, debido al excedente de esta hortaliza en el Nuevo Mundo, hasta el día de hoy.

Otra versión de la historia apunta que Jack se negó a ayudar a obtener los ingredientes para preparar una sopa de Halloween a una bruja y ésta, como castigo, le impuso una maldición: una calabaza gigante lo engulló y desapareció para siempre, mientras la hortaliza adoptaba rasgos similares al rostro humano. Es posible también que la calabaza hueca se hubiera originado por la costumbre de las «brujas» de llevar una calavera con una vela encima para iluminar el camino hacia el aquelarre.

Curiosidades de Halloween (Segunda Parte)

En plena resaca de Halloween, recordamos en este post unas cuantas curiosidades, algunas realmente increíbles, sobre lo que esconde una festividad «siniestra» que de una y otra forma se celebra en casi todos los rincones de un planeta cada vez más dañado –y no precisamente por espíritus de ultratumba–.

Óscar Herradón ©

Pomona, el festival de la cosecha

Los adornos de frutas para las mesas la noche de Halloween, tales como manzanas y nueces, también tienen su particular significado simbólico. Tres de las frutas sagradas de los celtas eran la bellota, la manzana y la nuez, especialmente la avellana, que era considerad aun dios, y la bellota, considerada sagrada por estar asociada con el roble, algo que parece también estaba relacionado con la fiesta de la cosecha romana de la Pomona, en la que las manzanas servían para ritos adivinatorios. Así, Roma se adueñaba de una fiesta pagana como más tarde lo haría el cristianismo.

Mediante esta festividad, los romanos daban gracias a los dioses por los alimentos recibidos. Pomona era una diosa autóctona de la mitología romana protectora de la fruta, los árboles frutales y los jardines, y simbolizaba la abundancia. El culto de la diosa estaba a cargo de un flamen minor, el Flamen Pomonalis, el cargo más ínfimo dentro de la estructura sacerdotal.

El día 1 de noviembre los romanos celebraban el Día de la Pomona, pero realmente para honrar a los muertos contaban con otra festividad: las Feralia, que se celebraban el 21 de febrero como culminación y punto y final de otra fiesta, las Parentalia –o Fiestas Parentales–.

Ese día los romanos llevaban alimentos a las tumbas de sus seres queridos y es muy probable que se celebrasen festejos en los que no faltase el vino y las orgías. En el trascurso de esta celebración, una vieja hechicera ofrecía a Tácita, diosa del silencio, un sacrificio de connotaciones mágicas muy singular.

Un gato negro… ¡peligro!

Los druidas pensaban que los gatos negros eran seres humanos reencarnados y que el sacerdote tenía la habilidad de adivinar el futuro a través de ellos. De aquel tiempo parte la superstición que acompaña al desdichado minino: si alguno se cruzaba en el camino de una persona, significaba que podía poseerla, un mal augurio, y empezaron a coger mala fama.

Lo peor para ellos llegó con la Edad Media y la fiebre de la brujomanía: empezó a circular la leyenda de que las brujas adoptaban la forma de gato negro –entre otro tipo de teriantropía– para pasear por el vecindario o acudir a los aquelarres, y empezó su matanza indiscriminada. De ahí parte la creencia de que si se cruza uno en tu camino, te espera un cúmulo de desgracias… en Halloween, si esto te pasa, hay solución: caminar siete pasos hacia atrás y ¡maldición conjurada!

Todo aquel que tuviera un gato negro era sospechoso de ser un pagano, o aún peor: de practicar la brujería o de adorar al demonio, creencia auspiciada por la propia Iglesia católica. Debido a que en parte del folclore se atribuía a los mininos poderes psíquicos especiales, era lógico que se eligiese a este tipo de animal –pensaban algunos inquisidores– para que asistiera a la bruja en sus conjuros.

Llegaron a tener tan mala estrella, que incluso se les culpó de influir en la propagación de la Peste Negra, exterminándose a miles de ellos. Paradójicamente, al eliminar a tantos felinos, proliferaron aún más las ratas, verdaderas causantes de la expansión de la pandemia causada por la bacteria Yersinia pestis.

Lo increíble es que a día de hoy persisten muchas de estas prácticas. En 2014, saltaba a la prensa la noticia de que en Budapest se estaba protegiendo a los gatos negros ante la inminente llegada de Halloween. Al menos eso es lo que declaró Kinga Schneider, la responsable del «Arca de Noé», el principal refugio de animales de Hungría: acosados por múltiples peticiones de adopción de gatos negros antes de la festividad, descubrieron que dichas solicitudes procedían en su mayoría de grupos satánicos, por lo que se denegó su entrega: «Esos gatos gustan mucho a los satánicos, que quieren sacrificarlos durante misas negras en el periodo de Halloween».

Si nos remontamos a 2006, una noticia similar tenía lugar en los EEUU, donde se prohibía la adopción de gatos negros hasta que pasara Halloween, pretendiendo así evitar el maltrato durante la festividad. Según Phil Morgan, director ejecutivo de la Sociedad Protectora de Animales de Kootenai, Idaho: «Es como una leyenda urbana. Pero en la industria de las agencias de protección es bastante común que no se de en adopción gatos negros o conejos blancos debido a todo esto de los sacrificios satánicos».

Como curiosidad: en Reino Unido existe la creencia de que los que traen mala suerte son los gatos blancos, no los negros y, por contra, en la Midlands se creía que regalar un ejemplar blanco durante una boda traía buena suerte a la novia. Y en el sur de Francia se conocía a los gatos negros como «matagots» o «gatos magos», aprovechados por el sugerente y mimético universo Harry Potter que, según una tradición local, traían buena suerte a las personas que los trataran con respeto. En Irlanda, sin embargo, cuando un gato negro se interponía en el camino de una persona, anunciaba un peligro de muerte o una epidemia. 

Unas pinceladas más:

–Una tradición arraigada entre las escocesas consistía en creer que la noche de Halloween podían ver el rostro de su futuro marido en el espejo si colgaban sábanas mojadas frente al fuego. Otra versión es que las jóvenes debían pelar una manzana frente al espejo, alumbradas únicamente con la luz de una vela: si lograban pelarla en una única tira, el espejo les mostraba a su prometido. 

–Las primeras calabazas de Halloween eran nabos. Los druidas portaban un gran nabo hueco al que habían esculpido un rostro y que llevaba una vela encendida a modo de linterna o farol, para representar al espíritu maligno del que debían obtener poder o expulsarlo. Cuando esta tradición llegó al Nuevo Mundo, no había nabos, pero sí un vegetal nativo con mucho excedente: la calabaza.

–Los jóvenes estadounidenses suelen acudir a scary farms o «granjas terroríficas» –este ingrato 2020 imagino que en mucho menor número y con mascar(rilla)–, grandes espacios donde se crean escenas especiales como si de platós de rodaje se tratara, una especie de «pasajes del terror» a gran escala, algunos tan célebres como el californiano Knott’s Scary Farm.

–El miedo a Halloween existe, y está catalogado dentro de las patología psiquiátricas: la Samhainofobia.

Las gemelas de El Resplandor (The Shining, 1980)

–Las películas de terror son, claro, las favoritas para estas fechas. Según un estudio realizado por la Universidad de Westminster (Reino Unido), el visionado de este tipo de largos puede hacernos quemar cerca de 200 calorías. Según la compañía de distribución Lovefilm, la cinta que consigue que un espectador queme más calorías –hasta 184– es El Resplandor, de Stanley Kubrick, adaptación de la novela homónima de Stephen King.

–Salem (Massachussetts) –sí, donde las brujas– y Anoka (Minnesota), tienen el dudoso privilegio de ser consideradas capitales mundiales de Halloween.