Los duques de Windsor y la sombra del nazismo (parte I)

Ciñó la corona del Reino Unido bajo el nombre de Eduardo VIII, pero no tardó en abdicar para casarse con Wallis Simpson, una dama sin ascendente real. Sus delicados contactos con el régimen nazi y franquista antes y durante la Segunda Guerra Mundial pusieron contra las cuerdas al gobierno inglés y han generado numerosas dudas sobre su patriotismo y la verdadera razón de su abdicación. En nuestro país, rodeado de espías de ambos bandos, vivió uno de los episodios más singulares de la contienda.

Óscar Herradón ©

Llegó a ser rey de Inglaterra. Eso sí, por un breve periodo de tiempo, ya que tuvo que renunciar a la corona para poder casarse con una plebeya –cosas que en los últimos tiempos no pasan en España–, y llegó a acercarse peligrosamente a los grupos fascistas de su país y a mantener contactos con la Alemania del Tercer Reich, lo que lo convertía en un personaje incómodo para su propio Gobierno. Hablo del Duque de Windsor, quien, precisamente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Londres estaba siendo bombardeado sin tregua por los aviones de la Luftwaffe alemana, pasó por España y Portugal en una compleja trama de espías digna de la mejor novela de Ian Fleming (agente de inteligencia, por cierto, en esa misma contienda). Eso sí, su periplo no tuvo nada de ficción a pesar de las muchas sombras que todavía rodean a este enigmático episodio de nuestra historia.

Eduardo, futuro duque de Windsor, nacía el 23 de junio de 1894 en White Lodge, Surrey. Era el mayor de tres hermanos. Corría mayo de 1910 cuando su padre ascendía al trono con el nombre de Jorge V del Reino Unido, tras la muerte de Eduardo VII, por lo que Eduardo, el 13 de julio de 1911, cual primogénito varón, era investido oficialmente como príncipe de Gales y, por tanto, se convertía en heredero de la Corona. Desde joven, destacaría por un desapego al protocolo palaciego. La Primera Guerra Mundial dejaría una huella imborrable en su memoria, y las atrocidades del frente, que visitó en más de una ocasión, le convencieron de que Europa no debía volver a sumergirse en una contienda de tales dimensiones, algo clave en sus decisiones futuras.

El playboy enamorado

Durante la década de los veinte tuvo una ajetreada vida social y se le atribuyeron, cual playboy, numerosos romances. Pero sería en los años treinta cuando conocería a la mujer que cambiaría no solo su vida, sino el futuro de toda una nación: Wallis Simpson, norteamericana de ascendencia alemana y plebeya que, cuando comenzó su relación con Eduardo, todavía no se había divorciado de su segundo esposo, el angloamericano Ernst Simpson. Aquello no le importó lo más mínimo al príncipe de Gales cuando, el 20 de enero de 1936, moría su padre y él subía al trono bajo el nombre de Eduardo VIII. Ya entonces su relación adúltera había provocado un escándalo con su familia y en los círculos cortesanos. En un principio, quienes le rodeaban, conocedores de su fama de Don Juan, pensaron que se trataría de una relación pasajera, pero no fue así.

A pesar de la oposición del Gobierno, dirigido entonces por el primer ministro Stanley Baldwin, y de la familia real, el nuevo monarca siguió adelante con su relación. Y es que Wallis, además de plebeya y divorciada –algo intolerable para la «alta moral» británica–, parecía esconder un turbio pasado lleno de escándalos y relaciones con personajes afines al nazismo, como el ministro de Asuntos Exteriores del Tercer Reich, Joachim von Ribbentrop. La relación con Wallis le acabaría costando al nuevo rey la mismísima Corona. Oficialmente siempre se dijo que en el romance con la plebeya subyacía la razón de que abdicara apenas 325 días después de convertirse en monarca, pero lo cierto es que el Gobierno estaba muy preocupado además por su peligroso acercamiento a la Alemania nazi en una Europa por la que comenzaban a soplar con fuerza vientos de guerra.

Entre agosto y septiembre, la pareja realizó un sonado recorrido por el Mediterráneo en el yate Nahlin. En octubre ya tenían claro los miembros del gobierno que Eduardo no tenía intención alguna de abandonar a su amante, sino todo lo contrario: de casarse con ella. Aunque en una reunión en Buckingham con el primer ministro Baldwin, el 16 de noviembre de 1936, Eduardo propuso la posible solución de un matrimonio morganático, según el cual continuaría siendo monarca, aunque Wallis no sería reina, el gabinete gubernamental se negó en rotundo, rechazando también la propuesta otros gobiernos de la Commonwealth y la Iglesia anglicana. O renunciaba al casamiento o a la Corona.

Puesto que seguir adelante produciría una crisis constitucional, según contaría años después en sus memorias, Eduardo decidió abdicar el 10 de diciembre, y era sustituido por su hermano el duque de York, Jorge VI (el soberano al que da vida el actor Colin Firth en la cinta El discurso del rey), quien le nombró dos días después «Su Alteza Real el Duque de Windsor».

Una sonada tournée por el III Reich

Su enlace supuso un nuevo escándalo cortesano. Eduardo y Wallis Simpson contraían matrimonio en Francia en 1937, en una ceremonia celebrada por el reverendo Robert Anderson Jardine, a pesar de la negativa de la Iglesia de Inglaterra a autorizar la unión. Pero había algo más tras la controversia y la abdicación; según historiadores como Martin Allen, autor del libro El rey traidor, tras ello se escondía la germanofilia del duque, que también frecuentaba la compañía de importantes jerarcas nazis y del líder de los fascistas ingleses, Oswald Mosley.

Precisamente el mismo año de su enlace, en octubre, Eduardo y Wallis realizaban una sonada visita a la Alemania nazi, haciendo caso omiso a las advertencias del gobierno británico. De hecho, llegaron a ser recibidos por el mismo Adolf Hitler en su residencia del Obersalzberg, en Berchtesgaden, el Berhof, una visita que sería aprovechada por el implacable aparato propagandístico del régimen, comandado por Goebbels, para mostrar al mundo cómo un inglés por cuyas venas corría sangre real admiraba los “numerosos logros” del nacionalsocialismo. De hecho, Eduardo fue fotografiado en Berlín pasando revista a un escuadrón de las SS junto a Robert Ley, nada menos que Jefe de Organización del Partido Nazi, quien hizo de cicerone durante la tournée, y se pudo ver al duque, brazo en alto, realizando el saludo fascista.

En su visita al Berhof
Attlee

Es evidente que en Gran Bretaña esos movimientos del que apenas un año atrás era su rey se veían con preocupación, y la diplomacia británica y la Inteligencia, a través de sus agentes, intentaba por todos los medios alejarlo de tan nocivos contactos. No obstante, en su círculo íntimo eran bien conocida su germanofilia, su antisemitismo y feroz anticomunismo y su afinidad para con muchas de las políticas del NSDAP, tesis que ganaría más fuerza en 1995, con la publicación de una serie de documentos secretos de la Policía Internacional y de Defensa del Estado –PIDE– portuguesa, según se hacía eco entonces el diario El País. No obstante, el duque de Windsor no era, como los nazis, partidario de iniciar una guerra en Europa, pues su experiencia con «las escenas de horror sin fin» de los que fue testigo en la Primera Guerra Mundial lo condujeron a apoyar la política de apaciguamiento de la que, por aquel entonces, seguía un amplio sector del gobierno inglés y que permitiría a Hitler escalar posiciones hasta poner en jaque a los países colindantes.

Tiempos de guerra

HMS Kelly

Tras el controvertido viaje a la Alemania de la esvástica, el duque y Wallis viajaron hasta Francia, donde pasarían largas temporadas instalados cómodamente en sus lujosas mansiones de París y Cap. Antibe, veraneando incluso en la costa española, que le apasionaba. La Segunda Guerra Mundial estallaba el 1 de septiembre de 1939 con la invasión alemana de Polonia. Ese mismo mes, Lord Mountbatten trasladó al matrimonio de nuevo a Inglaterra a bordo del acorazado HMS Kelly, y Eduardo fue nombrado Mayor militar adscrito a la misión británica en Francia, regresando poco después al país galo. Ya entonces planeaba sobre el duque la sospecha de una colaboración con los nazis mientras los británicos se preparaban para una lucha sin cuartel contra la Luftwaffe de Göring, que pretendía allanar el camino para una inminente invasión de las islas en el marco de la Operación León Marino, el único intento desde los tiempos de Felipe II y su Armada Invencible.

De hecho, febrero de 1940, el ministro alemán en La Haya, el conde Julius von Zech-Burkersroda, llegó a afirmar que Eduardo había filtrado los planes de guerra de los aliados para la defensa de Bélgica, según las investigaciones de la experta en monarquías Sarah Bradford. El problema llegó para la pareja con la invasión de Francia por los ejércitos de Hitler en mayo de ese mismo año. Entonces, la figura de Eduardo adquiría una gran relevancia para unas posibles negociaciones de paz, tanto para sus compatriotas como para sus amigos alemanes.

Von Zech-Burkersroda

Los Windsor se encontraban en una encrucijada, pues a pesar de sus buenas relaciones con los nazis, estaban en un país ocupado, en plena contienda, mientras el suyo se preparaba para la batalla más grande que jamás había librado. Eduardo debía apoyar a su gobierno, o corría el peligro de ser acusado de alta traición. Para ponerse a salvo, Eduardo y Wallis huyeron primero a Biarritz y después pusieron rumbo a España. Las carreteras francesas se encontraban repletas de automóviles que ponían rumbo a la Península, invirtiéndose el proceso que había tenido lugar apenas un año antes, con el fin de la Guerra Civil.

Este post tendrá una inminente segunda parte.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Con su habitual buen hacer, La Esfera de los Libros nos brinda entre sus novedades un libro a través del que comprenderemos mejor la figura de la duquesa de Windsor (y por ende la de su controvertido marido), escrito nada menos que por Diana Mitford, una de las más estrechas amigas del duque. Asidua invitada a sus fiestas en París o al «Moulin» de Orsay, el pueblo francés donde fueron vecinos, Mitford dejaría a su primer marido (inmensamente rico) por el fascista inglés Oswald Mosley, a quien admiraba (convirtiéndose en lady Mosley), lo que estrecha aún más esos lazos entre quien fuera breve monarca del trono inglés y su plebeya esposa con las fuerzas reaccionarias, para la mayoría de historiadores, verdadera causa (más allá del amor ilegítimo) de que fuese apartado de la Corona cuando ya corrían vientos de guerra en Europa, sabedor el gobierno de su germanofilia y sus buenas relaciones con el Tercer Reich.

Un libro, definido por el prestigioso historiador Philip Mansel como «Irresistible» en el que Mitford, a través de un característico y afilado estilo –maliciosamente inteligente, ciertamente irónico y perspicaz–, pinta un retrato de gran realismo de quien fuera su amiga, Wallis Simpson, captando su encanto pero también sus sombras, que las tuvo, y no fueron pocas. He aquí la forma de adquirirlo:

http://www.esferalibros.com/libro/la-duquesa-de-windsor/

Otto Skorzeny: un nazi en la corte de Franco (segunda parte)

Llegó a ser considerado el hombre más peligroso de Europa. El laureado militar nazi Otto Skorzeny buscó refugio en la España franquista, un régimen que lo acogió con los brazos abiertos y donde el austriaco intentaría revitalizar un ejército de soldados de la esvástica contra el avance del comunismo. Un plan secreto que salió a la luz hace apenas unos años y que muestra los estrechos vínculos de la dictadura franquista con los nazis fugados tras la derrota del Tercer Reich.

Óscar Herradón ©

Tras su intervención –más bien discreta– en la neutralización de la Operación Valkiria, vendría la llamada Operación Greif, que consistía en una orden del propio Hitler de llevar a cabo el asalto al Cuartel General de Eisenhower y su asesinato, misión que se frustró y momento en el que los norteamericanos definieron a Skorzeny como «el hombre más peligroso de Europa».

Yeo Thomas

Tras ello no tardó en legar la inevitable derrota del Tercer Reich y el momento en el que el protagonista de estas líneas, como otros miembros del Partido Nazi, fue internado en distintos campos de concentración… Hasta ser juzgado en Núremberg, donde fue declarado inocente en relación con la llamada Matanza de Malmedy, en la Batalla de las Árdenas, por un apoyo in extremis: el testimonio en su favor del espía inglés F. F. E. Yeo-Thomas (alias «Tommy»). Ello no impidió que fuese internado en un campo de «desnazificación». No obstante, Skorzeny nunca renegó de su ideología y finalmente logró huir de las garras aliadas. Uno de los lugares en los que buscaría refugio sería la España franquista, un país en el que el antiguo miembro de las SS (que solía mostrar con orgullo a la gente de confianza el tatuaje de su grupo sanguíneo como llevaban todos los miembros de las Waffen-SS por si sufrían una herida en el frente) pretendía revitalizar el nazismo y dar forma a un Cuarto Reich…

Skorzeny pudo viajar a la Península ibérica gracias a miembros de la citada red ODESSA, entonces en la clandestinidad, el 27 de julio de 1948. Según documentos desclasificados, el antigua nazi se instaló en Madrid bajo identidad falsa –durante un tiempo residió en la calle Montera, en los números 25-27– y retomó su trabajo de ingeniero, representando a prósperas compañías alemanas del acero, gozando de gran popularidad entre los franquistas y gracias a sus hazañas en la Segunda Guerra Mundial, de las que siempre se jactó y que muy posiblemente exageró notablemente. Era un héroe para esos españoles nostálgicos y uno de los últimos acólitos de Hitler que seguía con vida, al igual que el belga Léon Degrelle, que moriría en Málaga el 31 de marzo de 1994.

Nuevas revelaciones del archivo personal

El 8 de diciembre de 2011 la casa de subastas Alexander Autographs Inc. de Stanford (Connecticut, EEUU), sacaba a subasta el impresionante archivo que Otto Skorzeny legó a su muerte a su mujer, Ilse Lüthje, con la que se casó en 1954. Ésta dilapidó pronto la fortuna familiar y solo una familia española la ayudó a costearse un asilo en Madrid, donde fallecía, sola y arruinada, el 20 de diciembre de 2002. Como agradecimiento, Ilse legó el archivo de su esposo al dueño de esos importantes documentos, cuyo hijo, Luis M. Pando, decidió sumergirse en las miles de páginas de la historia que el nazi no quiso escribir –a pesar de haber publicado unas resonadas memorias en dos volúmenes, Vive peligrosamente y Luchamos y perdimos–, antes de ponerles precio.

Los documentos contienen de todo, desde planes de guerra y negocios, hasta secretos que revelaban parte del rol desempeñado por Skorzeny después de la contienda. Gracias a tan importante archivo, han salido a la luz numerosos puntos oscuros sobre un cuarto de siglo de actividad del guardia negro en nuestro país, del final de la Segunda Guerra Mundial hasta su muerte, en 1975.

El libertador de Mussolini mantenía un estrecho vínculo con el gobierno español, sus generales, algunos de los que sirvieron a Hitler, dictadores sudamericanos y negociaciones con importantes empresas alemanas como Krupp, Thyssen o la exportadora de armas Merex, según el periodista Rafael Poch, «una tapadera de los servicios secretos alemanes en la que trabajaban, o colaboraban, criminales de guerra teóricamente buscados por la justicia». En el archivo se encuentran también felicitaciones del antiguo nazi a Manuel Fraga del año 1964, cuando éste era ministro de Información y Turismo, así como dos recomendaciones de visados con la rúbrica del periodista de Falange Víctor de la Serna, quien estuviera a sueldo de la embajada de Hitler en Madrid, dirigidas a diplomáticos españoles en Alemania. Sería precisamente uno de ellos, Jorge Spottorno, quien siendo cónsul en Fráncfort emitiría un visado con nombre falso para el prófugo.

Entre los «secretos» (ya no tanto) se encuentran las pruebas de la transformación de Skorzeny en un hombre de negocios sin escrúpulos, reconvertido en traficante de armas –a través de Merex– o vendedor de petróleo y representante de las empresas alemanas supervivientes a los juicios de posguerra, muchas manchadas con sangre del Holocausto. Tangencialmente, dichos archivos apuntan a una supuesta relación del antiguo SS con el fundador del club Bilderberg, Józef Retinger –algo extraño si tenemos en cuenta que éste era uno de los mayores representantes del sionismo europeo–, entre muchos otros personajes de gran poder que supuestamente marcaban las directrices de la política internacional por aquel entonces.

Józef Retinger

Un agente secreto tras el hombre de negocios

Nasser

Otto era accionista de un ingente número de sociedades, poseía un patrimonio estimado en unos mil millones de pesetas, casas y terrenos en Madrid, Andalucía, Alemania, Austria, Irlanda… Evidentemente, todos ellos bajo identidades falsas, salvoconductos y pasaportes emitidos con el visto bueno de las más altas autoridades franquistas, como Juan Vigón, Antonio Garrigues Walker o Ramón Serrano Suñer, de abiertas simpatías filonazis en los años cuarenta. Entre otras, adoptó las identidades de Rolf Steinbauer, Hanna Eff Khoury, Frey Hans Rudolf o Hans R. Frey, y quizá incluso otras, siendo su papel el de negociar acuerdos comerciales de la España franquista con empresas alemanas y egipcias. Fue precisamente Skorzeny el responsable de las negociaciones del tratado hispano-anglo-egipcio del petróleo, a instancias del entonces presidente de Egipto, Abdel Nasser, amigo íntimo de «Caracortada».

Visado español a nombre de «Rof Steinbauer»

El archivo es un Sanctasanctórum de las relaciones internacionales de posguerra. Tanto los archivos desempolvados por Luis M. Pardo como los desclasificados por el BND alemán, arrojan una información más que relevante sobre las operaciones que se llevaron a cabo en distintos países occidentales en las décadas de 1950 y 1960, operaciones turbias que, evidentemente, se hacían a espaldas de la opinión pública.

Skorzeny mantuvo una nutrida correspondencia con importantes –y oscuros– personajes como el empresario alemán Alfried Krupp von Bohlen, que fuera condenado en los Juicios de Núremberg por «suministar armas al Tercer Reich y por trato inhumano a los prisioneros de guerra que trabajaron en su compañía», según recogía el diario El Mundo. Al parecer, tras la guerra Skorzeny se convirtió en su delegado comercial y sus operaciones se extendían desde Argentina hasta Egipto.

Krupp en Núremberg

Cuando en 1963 le fue diagnosticado el cáncer que acabaría finalmente con su vida, se recluyó en su casa mallorquina de Alcudia y fue su mujer Ilse quien tuvo que viajar a Estados Unidos, Irlanda o Alemania para continuar engrosando el patrimonio familiar a través de las relaciones comerciales.

Curiosamente, en su archivo se encuentra el guion para una película sobre su propia vida, escrito en 1959, lo que denota su enorme vanidad, una cinta que llevaría por título Special Mission, y donde, evidentemente, se hacía un elogio del encargo personal del Führer para encontrar y liberar a Mussolini. En 1963 recibía la misiva del hijo de su mayor enemigo, Eisenhower, a quien Skorzeny tenía la misión de matar por sorpresa –recordemos la Operación Greif–, violando los códigos de guerra.

Este post tendrá una próxima y última entrega sobre el «hombre más peligroso de Europa».

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Para profundizar en la escurridiza figura de Skorzeny, principalmente en sus años en España realizando numerosas intrigas, entramados mercantiles, todo tipo de conspiraciones –incluso la creación de la llamada «Legión Carlos V»–, así como sus numerosos alias, sus documentos secretos y sus contubernios con la CIA y el Mossad israelí –sí, aunque parezca contradictorio, expedientes desclasificados muestran que es así–, nada mejor que sumergirse en las páginas de una de las últimas novedades de la Editorial Almuzara: Otto Skorzeny. El nazi más peligroso en la España de Franco.

Un trabajo que denota dedicación y un amplio manejo de fuentes documentales. Obra del periodista Francisco José Rodríguez de Gaspar, redactor jefe del periódico La Tribuna de Toledo, aclara en ella los muchos matices que rodearon a esta figura capital del sombrío pasado reciente de España.

Uno también puede leer los libros firmados por el propio Skorzeny sobre sus «gestas» (Vive peligrosamente, Luchamos y perdimos, Misiones Secretas y La Guerra Desconocida), otra cosa es creer en su fidelidad a los hechos narrados por quien ha sido considerado por algunos un mentiroso patológico y por los más un calculador y eficiente espía. O visualizar el estupendo documental estrenado en 2020 El hombre más peligroso de Europa, Otto Skorzeny en España, obra de Quindrop Producciones Audiovisuales, con coproducción de RTVE y la televisión balear IB3, codirigido por Pedro de Echave y Pablo Azorín.

La cultura del abismo. Lecturas del Holocausto

En enero de 2020 se cumplían 75 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, un lugar ignominioso e infame que representa lo peor de la historia de la (in)humanidad. Recordar el Holocausto, continuar realizando investigaciones y sacando a la luz las atrocidades del fanatismo y la sinrazón son algo obligado para desmontar a negacionistas y nostálgicos, para combatirlos con la verdad y la cultura. La bibliografía sobre aquel periodo es intensa, ingente, podría decirse que monumental e inabarcable, pero por supuesto NECESARIA.

Óscar Herradón ©

Primer transporte a Auschwitz en Tárnow en 1940

Acercarse a los libros que mejor han contada la Shoah es tarea obligada para todo historiador, estudioso o simplemente inquieto con la historia contemporánea, con una historia que todavía sigue agarrada como nervios a un músculo tantas –o no tantas, según se mire– décadas después. Hoy que no pocos descerebrados, de uno a otro rincón del planeta, continúan reivindicando extremismos, incluso se muestran nostálgicos de un glorioso «Tercer Reich» o de regímenes afines como el primer franquismo, o completamente opuestos pero igual de dañinos como el estalinismo, también fuertemente antisemita –no debemos olvidar, a pesar del papel capital jugado contra Hitler en la Segunda Guerra Mundial, el previo pacto germano-soviético para el reparto de Polonia, muestra iluminadora del entendimiento entre tiranos–, nada mejor que leer, para recordar y, aunque suene manido, no repetir los mismos errores, y eso que solo hace falta echar un vistazo a la actualidad para comprobar que en muchos rincones el hombre (completamente DESHUMANIZADO) continúa siendo el peor enemigo del hombre. No obstante, y por suerte, a pesar de terribles contiendas y genocidios mucho menos lejanos que los de aquella salvaje guerra, nunca se ha vuelto a instrumentalizar la muerte como bajo el régimen de la esvástica. Por ello es necesario saber, no mirar para otro lado e informarse: leer, contrastar, chillar si es necesario.

El Holocausto como advertencia y síntoma

Un buen ejemplo de libro con dicha finalidad es la monumental y rigurosa monografía La Cultura del Abismo. Lecturas del Holocausto, coordinada por Javier Fernández Aparicio y Javier Quevedo Arcos y publicada por la Editorial Certeza. Estos dos bibliotecarios llevan varios años trabajando en el recuerdo y la interpretación de la memoria del Holocausto a través de los libros y en las colecciones de bibliotecas públicas. Un ingente trabajo al que sumaron en 2012 la creación y coordinación de un Club de Lectura sobre el delicado asunto, convertido en espacio de lectura, diálogo y opinión. De esta experiencia surgieron decenas de participantes y los textos que conforman este impresionante volumen.

En relación a ciertas efemérides se realizaron también monografías de diversos aspectos de la Shoah que se recogen en el presente libro, incluyendo un completo diccionario con citas de diferentes autores, supervivientes, víctimas e incluso verdugos de aquella planificación calculada y fría de exterminio de parte de la población a instancias de un estado moderno y avanzado, poniendo también sobre la mesa las cuestiones no menos relevantes del perdón y la justicia en unos tiempos en que el antisemitismo ha aumentado considerablemente a escala global, en Estados Unidos por parte de la llamada Alt-Right y en otros rincones, como Alemania o la propia España. Aquí, hace unas semanas, asistíamos atónitos a un discurso nazi en el que miembros de la Falange afirmaban, más de 75 años después de la liberación de Auschwitz, que «el judío es el culpable» en un acto en el madrileño cementerio de La Almudena. Y ello en boca de apenas una adolescente. Estremecedor. El azote del coronavirus y la debacle económica que lo acompaña no han hecho sino aumentar estas peligrosas tendencias, como siempre pasa en tiempos de crisis, que aprovechan los grupos totalitarios para cosechar seguidores.

En definitiva, el Holocausto como advertencia y síntoma. Aquí os dejo el enlace para adquirir este importante y urgentemente necesario trabajo:

https://certeza.com/producto/la-cultura-del-abismo-25e/

Católicos contra Hitler

En lo que respecta a la persecución del catolicismo por el Tercer Reich son muchos menos los estudios exhaustivos publicados en español y en cualquier idioma que en relación a la Shoa, en gran parte también por las cifras, pues los represaliados fueron muchos menores, pero los hubo, por mucho que Hitler no quisiera incluir en un principio a los seguidores de Jesús (ni católicos ni protestantes) entre sus objetivos. También destacaron algunos intelectuales católicos que se opusieron con fuerza al régimen nacionalsocialista desde sus mismos –y peligrosos- comienzos. Uno de los más combativos, incluso cuando desde la propia Roma se guardaba silencio (probablemente para no impulsar pogromos contra los católicos alemanes), fue el filósofo y teólogo alemán Dietrich von Hildebrand (1889, 1977), que formaba parte de una distinguida familia burguesa: era hijo del escultor Adolf von Hildebrand y nieto del profesor de económicas Bruno Hildebrand.

Su juventud la pasó a caballo entre Italia y Alemania y se convirtió con devoción al catolicismo en 1914, hecho que marcaría el resto de su vida. Estudió en la Universidad de Múnich y más tarde en Gotinga, donde sería alumno destacado del filósofo y matemático germano Edmund Husserl y del también filósofo Adolf Reinach, doctorándose en Filosofía en 1914. En la Universidad de Múnich enseñaría de 1918, año del final de la Gran Guerra y del comienzo del desastre para Alemania debido a las abultadas reparaciones de guerra impuestas por los vencedores en el Tratado de Versalles, hasta 1933, cuando los convulsos acontecimientos políticos que asolaban el país cambiaron también el escenario cultural y académico.

Al día siguiente del incendido del Reichstag, del que los nazis acusaron al joven comunista Marinus van der Lubbe (tan solo un chivo expiatorio), una operación de bandera falsa orquestada por los propios seguidores de Hitler y que les sirvió para convencer a un decrépito canciller Hindenburg para que firmase un estado de emergencia que les permitió perseguir a todos los enemigos políticos, Hildebrand abandonó Alemania. Marchó a Viena, curiosamente la ciudad que forjaría el carácter radical de un joven Adolf Hitler y allí, con gran determinación y no poca temeridad teniendo en cuenta el desarrolló de los acontecimientos, fundó la revista antinazi Der Christliche Ständestaat (algo así como «El Estado corporativo cristiano»), a la vez que enseñó filosofía en la universidad. Por ello, no tardó en engrosar la lista de objetivos a liquidar por las fuerzas de Hitler.

Cuando los nazis entraron en la capital austriaca tras el Anchluss, en marzo de 1938, con vientos de guerra soplando ya sobre el Viejo Continente, el pensador huyó a Suiza y más tarde a Francia, donde enseñaría en la Universidad Católica de Toulousse de 1939 a 1940. Con la invasión del país galo por la Wehrmacht, a través de la devastadora Blitzkrieg (Guerra Relámpago), Hildebrand hubo de huir de nuevo y llegó a Estados Unidos en un arriesgado viaje vía la España de Franco, Portugal y Brasil, siendo después catedrático en la Universidad de Fordham, en Nueva York, desde 1941 hasta 1960.

Para conocer la determinación y el pulso constante que Von Hildebrand hechó al régimen de Hitler, podemos acercarnos a través de su propio testimonio en el libro autobiográfico Mi Lucha contra Hitler, que publicó recientemente Ediciones Rialp, en una traducción impecable y una preciosa edición. Además de su oposición al nazismo y sus textos de carácter filosófico, el autor escribió numerosas obras sobre la fe y la moral del catolicismo, obras maestras como Pureza y virginidad, El matrimonio, Liturgia y personalidad y La transformación en Cristo, textos que contribuirían a la conversión a su fe de numerosas personas, influyendo incluso en varios hombres destacados del Concilio Vaticano II, como el entonces cardenal Karol Wojtyla, futuro pontífice Juan Pablo II. Hildebrand moría el 26 de enero de 1977 en New Rochelle, sin abandonar los EEUU que le dieron cobijo durante la Segunda Guerra Mundial.

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