Vikingos: magia, sacrificios y seres espectrales (II)

A lo largo de casi tres siglos surcaron los mares y aterrorizaron las costas de Europa. Aguerridos soldados, fueron mucho más que simples bárbaros: llevaron el comercio a Oriente y desembarcaron en tierras desconocidas. Devotos de sus dioses y grandes supersticiosos, la magia y la profecía formaban parte de su vida cotidiana y su universo espiritual estaba poblado de seres aterradores, maleficios y oscuras venganzas.

Óscar Herradón ©

(Pexels Free License, Gioele Fazzeri)

Existen numerosas lagunas documentales por las que es difícil precisar muchos aspectos sobre la cultura vikinga. Y el de los sacrificios humanos es uno de los más delicados. Sin embargo, aunque parece que no era una costumbre muy extendida, existen hallazgos arqueológicos que demuestran que los pueblos nórdicos sí los realizaron.

Al parecer, estaban reservados a los prisioneros de guerra o esclavos, personas que iban a morir o que carecían, en palabras de la experta en este campo Laia San José Beltrán, de cualquier tipo de derecho. Según afirma, «se debe relativizar el carácter brutal de los vikingos ya que estos sacrificios humanos no eran corrientes. Solo ocurrían cuando las peticiones estaban asociadas a acontecimientos que amenazaban la vida de los hombres como guerras, hambrunas, epidemias, expediciones peligrosas o festividades de notoria relevancia».

La práctica de sacrificios está documentada, además de por vestigios arqueológicos, por varias fuentes escritas, entre ellas, los textos delcronista árabe Ahmad ibn Fadlan, quien en el siglo X convivió con algunos varegos o rus, con los vikingos del Volga, y quien fue testigo directo de la celebración de un majestuoso funeral de un rey o jefe durante el cual una de sus esclavas tomó la decisión de inmolarse para acompañar a su señor a la vida eterna a bordo del barco-tumba, en cuya cubierta depositaron varios animales sacrificados y utensilios que servirían al fallecido en el más allá.

Una vez hecha su promesa, ésta era vigilada por dos personas día y noche, y a pesar de su fatal destino, cantaba y bebía en un estado de felicidad que extrañó a Fadlan. El autor cita a un personaje capital durante el sacrificio: la figura conocida como el «Ángel de la Muerte», una anciana cuyo cometido principal era, por un lado, ocuparse del cadáver del jefe guerrero, y después, acabar con la vida de la esclava. Al cadáver le cortaban primero las uñas y el cabello, y no por un sentido estético en el marco funerario, sino en la creencia de que así retrasaban el fin de los tiempos, el Ragnarök –el destino de los dioses o la batalla del fin de los tiempos, donde se enfrentarán los dioses AEsir y los gigantes de fuego, cuando todo el Universo será destruido–, ya que se creía que los caídos del Hel –el infierno nórdico– navegarían rumbo al Asgard sobre naves hechas de uñas de los difuntos y velámenes tejidos con cabellos humanos.

Mientras se preparaba al difunto a conciencia, el propietario de cada tienda de la aldea mantenía relaciones sexuales con la esclava, como un extraño acto de devoción hacia su dueño, y después era trasladada a la embarcación, donde se la despojaba de sus joyas y abalorios. Acto seguido la colocaban junto al cuerpo inerte de su rey y dos hombres la amarraban por los pies y las manos, momento en el que el «Ángel de la Muerte» le pasaba una cuerda alrededor del cuello y daba los dos cabos restantes a sus hijas, sus ayudantes, que tirarían de ellos hasta asfixiarla, mientras la oficiante le clavaba varias veces un puñal sacrificial en el costado.

Drakkar sagrados

El último acto y el más solemne consistía en quemar el navío con su tripulación: los arqueros lanzan flechas ardientes cuando la embarcación penetra en las aguas, un elemento al que los vikingos rendían un culto especial, pues era donde pasaban la mayor parte de su vida. La pira funeraria, el féretro en forma de barco, viajaba hacia el Valhalla. Ya hemos señalado que los vikingos eran fuertemente supersticiosos, así que cuando salían a alta mar, para conjurar a los malos espíritus fijaban en el mascarón de proa de sus navíos –los célebres Drakkar, un tipo solo de los muchos barcos que usaban– una cabeza de dragón o de serpiente.

Curiosamente, una de las primeras leyes promulgadas por el Althing islandés –el Parlamento nacional de Islandia, fundado en el año 930– obligaba a los navegantes vikingos que atisbaban una isla a retirar las cabezas totémicas de animales que adornaban las proas, con la intención de «no indisponer a los buenos espíritus de la tierra». También, en sus viajes de conquista y colonización –según las teorías más atrevidas, incluso al Nuevo Mundo, como demostrarían los controvertidos vestigios de un asentamiento vikingo hallados en Terranova, en la zona de Point Roseel, que cuestionaría que fuera Colón el primero en avistar las costas de América–, siempre llevaban consigo las pilastras del asiento principal de sus viviendas, que arrojaban al agua al aproximarse a tierra y veían la dirección que tomaban arrastradas por la corriente. Cuando los maderámenes llegaban a algún punto de la costa, elegían el mismo para edificar su nuevo hogar como prueba de buena suerte –hamingja–.

No obstante, los barcos funerarios o habitáculos de madera con esta forma también, no fueron la única forma de enterramiento, extraordinariamente multiformes: por ejemplo, la costumbre de enterrar el cadáver, probablemente por influencia cristiana, se extendió paulatinamente por el Norte europeo a finales de la Era Vikinga, siendo sepultados en túmulos: promontorios de rocas junto al mar o pequeñas elevaciones de tierra desde las que el difunto pudiese «atisbar sus posesiones»; además, se creía que una elevación del suelo era una garantía de fuerza y, por tanto, de vida. Evidentemente, también se practicó la cremación, por lo que existe una gran confusión en torno al último pasaje de la vida de un vikingo.

Varios hallazgos arqueológicos atestiguan sacrificios humanos como el narrado líneas más arriba: en el territorio insular de Man se descubrió la tumba de un hombre con un rico ajuar funerario y, junto a su esqueleto, se hallaban los restos óseos de otro cuerpo, en este caso, de una mujer joven que tenía la cabeza rota, probablemente una esclava.

Dís

Por su parte, Adán de Bremen habla de un templo –a medio camino entre la leyenda y la realidad histórica, supuestamente destruido por orden del monarca sueco Ingold I en el año 1087–, conocido como el Templo de Uppsala y que tenía imágenes de tres de los grandes dioses: Odín, Thor y Frey. Al parecer, estaba completamente construido en oro y hasta él se realizaba una peregrinación –una suerte de éxtasis religioso– que todos los suecos debían realizar sin excepción y donde se realizaba el gran sacrifico o Disablót, durante el cual se ejecutaban nueve machos de cada especie durante nueve días consecutivos hasta sumar un total de 72 piezas. También parece que se sacrificaban hombres, aunque hay controversia sobre el testimonio de Bremen, quien parece que lo vivió en primera persona, según apoyarían varias fuentes documentales.

Hombres y animales eran degollados y su sangre recogida en cuencos, después se les colgaba bocabajo de las ramas de los árboles del bosque sagrado que rodeaba al templo. Los vikingos pensaban que la sangre tenía un carácter purificador, y que convertía en sagrado todo el espacio donde era esparcida.

Escritura mágica        

Las runas son uno de los sistemas de escritura más misteriosos y controvertidos de la historia. Su nombre procede de run –runa en gótico–, cuyo significado es «secreto» o «susurro», lo que evidencia que su uso con fines mágicos fue una práctica muy restringida.

La escritura rúnica se divide en varios alfabetos: el Futhark –derivado del nombre de las seis primeras runas: f, u, th, a, r, k– antiguo, que consta de 24 runas; el Futhorc anglosajón, una versión extendida del anterior que consta de 29 runas y el denominado Futhark joven, también llamado escandinavo, de 16 runas.

La Edda poética Rúnatal cuenta el origen mitológico de esta poderosa escritura, que tiene al Árbol Yggdrasil, el árbol de los germanos, como eje central, fundamental en su cosmogonía: según la leyenda, las ramas de este fresno mágico se extienden por el mundo entero y se alzan hasta los cielos. A su alrededor se sitúan los nueve mundos poblados por distintos seres: dioses, gigantes, enanos, elfos y humanos.

Yggdrasil

Snorri Sturluson lo describe de la siguiente manera: «este fresno es el más grande y más bello de los árboles (…) Sus tres raíces están separadas las unas de las otras. Una llega hasta la región de los AEsir, y otra hasta la de los gigantes de hielo, el lugar donde antaño fuera Ginnungagap, y la tercera se mantiene por encima de Niflheim, bajo esta raíz, roída constantemente por Nidhogg, se encuentra la fuente Hvergelmir. Bajo la raíz que se alarga hasta la región de los gigantes de hielo se encuentra el aljibe de Mimir, un As muertos por los Vanes (…) y del que Odín embalsamó la cabeza para conservarla, donde se esconden la sabiduría y el conocimiento. Mimir, señor de esta fuente, es sabio por beber a diario de dicha fuente».

En relación a las runas, cuyo conocimiento «secreto» se encontraría precisamente en dicha fuente, al parecer Odín –Wotan–, para poder beber de sus aguas, tuvo que sacrificar uno de sus ojos –razón por la que aparece representado normalmente con un parche–, que Mimir guardó como garantía, hundiéndole en las profundidades de su manantial. Luego, en una práctica nuevamente de tintes chamánicos, el dios tuvo que colgarse durante nueve días del árbol cósmico, contemplando las inconmensurables profundidades de Niflheim, el reino de la oscuridad y la niebla y entrando en posesión de las runas. Gracias a éstas, y rejuvenecido por la experiencia, el dios capital del panteón nórdico reinó con sabiduría. Eso sí, no sin arrancar primero una rama del árbol sagrado con la que fabricó su lanza Gungnir.

Los expertos en sus supuestas propiedades mágicas eran conocidos como erilaz, «maestro o grabador de runas». Las fuentes medievales citan en varias ocasiones sus usos mágicos: en el poema heroico Sigrdrífumál se narra cómo las espadas se grababan con las palabras «runas victoriosas» para otorgarles mayor poder en la batalla, o se inscribía en ellas la runa tyr dos veces a modo de hechizo. Por contra, también se utilizaban para realizar maldiciones dirigidas a aquellos que destruyeran la inscripción o profanasen un lugar sagrado.

A los practicantes de este oráculo milenario se les denominaba vikti y acudían las gentes para realizar consultas adivinatorias, fabricar un amuleto o hacer y deshacer algún tipo de hechizo. Eran también los encargados de grabar símbolos rúnicos en las espadas de los guerreros, dotándolas de un poder sobrenatural para aumentar su fuerza en el combate, siguiendo las instrucciones del Rúnatal, una especie de manual de fórmulas mágicas de Odín. Durante el ritual, se realizaba también un canto –galdra– propio de cada runa, y la visualización de la misma, con la intención de hacer vibrar la consciencia del vikti con la esencia del material en el que se grababan dichas runas. Para darles color, utilizaban sangre –incluso menstrual– y, tras realizar una petición, se entregaba algún elemento votivo o alimento con el fin de propiciar la obtención de lo que se anhelaba. Las runas se grababan en piedras independientes que, según cayeran en un recipiente o en el suelo, vaticinaban el futuro.

Este post continuará sondeando las profundidades del Asgard en una próxima entrega (aunque no seamos valerosos guerreros muertos en batalla de un tajo).

PARA SABER UN POCO / MUCHO MÁS:

Ático de los Libros nos regala una joya historiográfica sobre los protagonistas de nuestro post: Vikingos. La historia definitiva de los pueblos del norte. Un exhaustivo recorrido, profusamente documentado y contrastado por interminables fuentes, no así complejo en su lectura, que firma el prestigioso historiador y arqueólogo inglés Neil Stuppel Price, uno de los investigadores mundiales que más saben sobre los vikingos de Escandinavia y la apasionante arqueología del chamanismo, que es actualmente profesor en el Departamento de Arqueología e Historia Antigua de la ciudad sueca de Uppsala.

En esta voluminosa monografía de casi setecientas páginas, Price nos muestra un retrato fidedigno de los pueblos del norte pero alejado de una óptica distorsionada muy presente en la historiografía que pretendía satisfacer los gustos de cronistas medievales, dramaturgos de la Inglaterra isabelina o potenciales imperialistas y que ha permanecido en gran parte hasta el día de hoy. Basándose, como buen conocedor de su campo, en las últimas investigaciones y descubrimientos arqueológicos –aunque ha sido duramente criticado en diversos medios por el apoyo a la teoría de los denominados «vikingos queer»–, el arqueólogo nos traslada en un épico recorrido desde la caída del imperio romano a manos bárbaras hasta el siglo XII, rastreando los oscuros orígenes, aún colmados de claroscuros, de los guerreros de Odín, descubriéndonos su rica cultura y compleja cosmología –que influyó desde a los nazis más iluminados hasta las últimas y más colosales producciones de Hollywood marca Marvel–, explicando, con rigor, qué demonios –nunca mejor dicho– les impulsó a realizar saqueos por media Europa desde que asolaron en un primer momento las costas inglesas. Un pueblo salvaje a la vez que instruido en numerosos campos, contradictorio y multifacético.

Una historia monumental, y como bien reza el título, probablemente definitiva –al menos de nuestro tiempo, pues siempre se realizan nuevos descubrimientos– sobre los guerreros de Odín. Imprescindible.

Otra de las más importantes novedades bibliográficas en torno a los guerreros nórdicos es este ensayo publicado por Ediciones Rialp: Los Vikingos. De Odín a Cristo, escrito a cuatro manos por Martyn y su hija Hannah Whittock, dos de los mayores conocedores de la historia europea. Martyn es profesor de historia –labor que desarrolla desde hace más de 35 años– y autor de una abultada lista de ensayos en los que aúna un ameno y preclaro estilo divulgativo así como una minuciosa labor de investigación y documentación. Por su parte, Hannah es experta en cultura anglosajona, nórdica y celta, por lo que su aportación a esta monografía es más que considerable. Juntos nos ofrecen una apasionante mirada global sobre este pueblo de feroces guerreros que recorría las costa del Viejo Continente saqueando y prendiendo fuego a la flota enemiga durante el siglo VIII.

Lo más apasionante del ensayo es que se acerca a una visión mucho más amplia de los vikingos que su faceta «salvaje», y es que tres siglos más tarde de sus recordadas incursiones incluso contra monasterios (como el de Lindisfarne, en Northumberland, el 8 de junio del 793, fecha considerada el inicio de la Era Vikinga), los miembros de este pueblo ya se habían convertidos al cristianismo, y eran devotos fervientes que ya no destruían iglesias sino que las edificaban y ornamentaban con cruces de oro. En estas vibrantes páginas se explica esta radical transformación de la sociedad vikinga y cuál fue su legado para la historia. He aquí el enlace de la editorial para adquirir el libro (disponible en papel y en versión electrónica):

https://www.rialp.com/libro/los-vikingos_99672/

Por su parte, la Editorial Actas ha publicado recientemente un soberbio volumen en cartoné con sobrecubierta de casi 400 páginas: Vikingos. Historia de un pueblo guerrero. Está firmado por la joven investigadora María de la Paloma Chacón Domínguez, egresada en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y especializada en Historia militar. Un ensayo en el que, con buen pulso narrativo y lenguaje sencillo la autora nos muestra quiénes eran, de dónde venían y cuáles eran las creencias y costumbres de este pueblo guerrero con orígenes nórdicos que pondrían en jaque durante tres siglos –a partir del año 793, que realizan su primera gran incursión, en la isla inglesa de Lindisfarne– a campesinos, clérigos y reyes de gran parte del Viejo Continente y del Próximo Oriente. Pueblos (o más bien pueblos, en plural) lleno de claroscuros, salvajes guerreros cuasi demoníacos para unos, fueron sin duda también grandes navegantes (y descubridores), fructíferos granjeros y hábiles artesanos; colonos natos que expandieron las fronteras del mundo conocido más allá del Atlántico varios siglos antes de que lo hiciese Cristóbal Colón, de lo que dan cumplido testimonio yacimientos vikingos como L’Anse aux Meadows, en Canadá. Un viaje trepidante –y voluminoso– al corazón del pueblo guerrero. He aquí la forma de adquirirlo: http://actashistoria.com/titulo.php?go=2&isbn=978-84-9739-200-6

Y si lo que queremos es una visión menos ortodoxa, cargada de anécdotas y «sorpresas» sobre el pueblo guerrero nórdico, lo mejor es sumergirnos en las páginas de otra novedad de la Editorial Almuzara, un nuevo título de su exitosa colección «Eso no estaba en mi libro…», en este caso de los vikingos, claro. Firmado por Irene García Losquiño, Doctora en Estudios Escandinavos por la Universidad de Aberdeen y máster en Estudios Medievales y que, por tanto, sabe bien lo que cuenta, y lo cuenta fenomenal, con rigor, gracia y espíritu divulgativo.

No se olvida tampoco, algo bastante usual en la historiografía escrita por el «patriarcado», de las mujeres vikingas, y nos cuenta la epopeya de Helga –u Olga– de Kiev, y su apasionante conversión al cristianismo ortodoxo, siendo la primera persona del pueblo rus en ser proclamada santa. No se olvida Losquiño de mujeres guerreras que hicieron historia aun a la sombra de los rudos varones escandinavos, vikingas a medio camino entre la realidad y la ficción –que sí tienen protagonismo en sagas nórdicas medievales– y que la televisión ha hecho célebres a través del personaje de Lagertha de la serie Vikingos. No faltan los dioses y los demonios, los monstruos y los Berserker, de los que pronto hablaremos en «Dentro del Pandemónium»… Un completo repaso, lleno de guiños cinematográficos y culturales, por los pueblos del Norte. La web de la editorial:

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