Jim Morrison. 50 años de su muerte

Se hizo llamar «El Rey Lagarto» y revolucionó la escena musical americana de los años 60. Frontman icónico del grupo multiventas de blues-rock The Doors, personaje multifacético, contradictorio, temerario y autodestructivo, como reza el ideal del buen rockero, vio su final a temprana edad tras una vida rápida de excesos y altibajos, dejando un bonito cadáver –aunque algo pasado de kilos– y engrosando la gloriosa lista del «maldito» Club de los 27. Hoy, 3 de julio de 2021, se cumplen 50 años de su muerte, un final plagado de sombras.

Por Óscar Herradón ©

De él, como de otras glorias del sonido electrizante, se ha dicho de todo –a veces con mayor o menor acierto–, y su muerte, en la bañera de un piso parisiense al parecer de un paro cardíaco, ha hecho correr ríos de tinta durante estos cincuenta años, que se cumplen hoy. Su mito está más vivo que nunca, tornándose en ocasiones en brumosa «leyenda urbana», también en fake-news e incluso en chiste irrisorio. Cosas del mundo globalizado y de las RRSS sin control.  Hay quien afirma que, como Elvis, Morrison sigue vivo, y que fingió su propia muerte para escapar del peso de una fama que no deseaba. Igual que Jesús Gil… pero con más glamour y menos chanchullos.

Eso sí, sus himnos creados a partir de la genialidad mezclada con los efluvios del alcohol, los alucinógenos y el sol abrasador del desierto californiano, siguen sonando con la misma potencia con la que fueron creados y con la que hipnotizaron a su cohorte de seguidores y groupies generación tras generación. Break on through (to the other side), Riders on the Storm, Roadhouse Blues, L.A. Woman, Light My Fire, Tell all the people y un largo etcétera hasta la épica The End.

No voy a contar una vez más la historia de The Doors; el que quiera profundizar en sus álbumes, sus directos, sus giras y mil y un detalles de sus años en lo más alto puede consultar varios libros de reciente aparición muy recomendables que recojo al final del artículo (pido perdón por la extensión, malas costumbres de la prensa escrita y el ensayo histórico que prometo ir puliendo en nuevas entradas).

Jones

En las próximas líneas me centraré en esa «conspiranoia» que rodea a la muerte del carismático vocalista y que, a pesar de que algunas rozan el delirio, una ristra de fanáticos se creen a pies juntillas en tiempos de fake-news y leyendas urbanas, pero otros también mucho antes de la revolución tecnológica. Y es posible que tengan algo de razón… como sucede con las muertes de otros grandes del rock y el pop que se suicidaron… o los suicidaron: Kurt Cobain, Brian Jones, Michael Jackson, Prince, Jimi Hendrix y un largo etcétera.

Bailar pegado con la muerte

Como señala Roberto Caselli en el libro de reciente aparición Jim Morrison. La historia del gran mito del rock a través de los momentos esenciales de su vida y de su carrera, editado por Ma Non Troppo (Redbook Ediciones –más información al final del artículo–), en un capítulo de título «París, el último sobresalto», todavía permanecen muchas preguntas en el aire acerca de los últimos días y horas del Rey Lagarto: «Si el precio a pagar a la fama era tan duro, ¿por qué Jim telefoneó a su manager –desde París– para decirle que tenía grandes ideas para un nuevo disco? ¿Por qué han ido emergiendo verdades tan diferentes sobre su muerte? ¿Se trata de mera especulación para obtener un poco de publicidad, o realmente se quiso esconder algo incómodo? ¿Cuánto hay de verdad acerca de la partida de heroína White China que habría acabado con Jim?».

Sin duda, demasiadas preguntas sin respuesta que quizá se deban solo al ansia por entender cómo un genio musical en la flor de la vida, con apenas 27 años, cifra maldita per se en el circo del rock n’roll, pudo morir de forma tan mundana como en una bañera de un ataque al corazón. Parecía algo banal para una deidad del underground.

Durante casi toda su vida Morrison evocó el sentido trágico de la vida y sus excesos parecían un llamamiento a terminar la suya bruscamente. Sin embargo, a diferencia de otros atormentados músicos, como Kurt Cobain, no mostraba una personalidad suicida –al menos, no habitualmente–, y aunque regaló frases memorables como «Creo que la muerte es amiga del hombre, porque pone fin a ese gran dolor que es la vida», en otras declaraciones evidenciaba un interés más bien metafísico por el momento de la expiración: «No quiero morir durmiendo, o bien de viejo o de sobredosis. Quiero saber qué se siente. Quiero probar la muerte, escucharla, olerla».

Por supuesto, los medios más sensacionalistas –y por ende simplistas– vieron en aquello y en sus reiterados exhibicionismos, en parte fruto de los efluvios del alcohol, del que abusaba de manera temeraria, un llamamiento al suicidio y al final predestinado de otro héroe trágico del rock. Aunque hay muchas diferencias con otros personajes que optaron por el suicidio y cuyas muertes siguen rodeadas también de claroscuros. El propio Cobain, que moriría décadas más tarde para engrosar como Jim el llamado «Club Maldito de los 27», ya narraba en sus diarios, hechos públicos más de una década después de su muerte, que cuando era adolescente se ató en una vía férrea de Aberdeen para ser arrollado por un tren… pero el convoy pasó por la vía paralela.

Graffiti en Tel-Aviv que representa al Club de los 27

No obstante, a Morrison sí le atormentaba el lado inexplicable de la existencia y no estaba feliz con la fama –algo que sí le encandiló en los primeros años–, lo mismo que le sucedía al líder de Nirvana. Caselli señala en el libro editado por Redbook que «Jim estaba cansado de su condición de estrella de rock, el éxito que le había dado dinero, mujeres y visibilidad, pero la carcoma del inexplicable misterio de la existencia seguía royéndole el cerebro e impidiéndole cualquier acercamiento a la serenidad».

Medianoche en París, la ciudad de los excesos

Baudelaire

Fuera cual fuese la razón, su anhelo de seguir los pasos de sus idolatrados poetas simbolistas como Rimbaud o Baudelaire, el hecho de escapar de la popularidad o incluso evitar como temía ser trasladado a prisión –tenía varias causas abiertas y el 1 de marzo de 1969 fue llevado a juicio tras una actuación en la que simuló una masturbación en el Dinner Key Auditorium de Miami–, el caso es que Morrison decidió alejarse de la agitación y la celebridad en París. Y lo hizo cuando aún se estaban realizando los arreglos en posproducción del que sería fatídicamente el último disco de estudio de The Doors, L. A. Woman, algo de lo que se encargaban los otros tres miembros del grupo, principalmente el brillante y multifacético Ray Manzarek.

Otra de las razones de elegir la ciudad de la luz era que su novia, Pamela Courson, que residía allí, le pedía insistentemente que se reuniera con ella. En París, ésta mantenía una estrecha relación –probablemente sentimental y sexual– con un hermético personaje: el conde Jean de Breteuil, que estaría en todos los escenarios de los últimos días de Morrison en este «jodido mundo» al que cantaba con potente voz de barítono el atormentado poeta del caos.

Breteuil era célebre por pasar heroína a todas las bandas inglesas y estadounidenses que hacían escala en París durante sus giras y por aquel entonces era novio nada menos que de la actriz y cantante Marianne Faithfull, quien fuera pareja de Mick Jagger –a quien también proveía de estupefacientes el conde– y cuyos excesos con las drogas son legendarios. Precisamente el pasado año los medios informaban de que Faithfull había cogido el Covid-19, pero en abril de 2020 comunicaron también de que a sus 73 años y con varias patologías previas lo había superado. Una mujer de armas tomar.

The Doors en 1969

Aunque salía con Faithfull, como muchos de sus colegas el conde promulgaba el amor libre y solía verse con otras mujeres sin problema. Pamela sentía al parecer fascinación por el aristócrata, al que se refería como «un francés auténtico», pero lo más probable es que frecuentara su compañía por su adición a la heroína. Su presencia le garantizaba una dosis cuando la necesitaba, que era casi a diario.

En París, Morrison se reunió con Pamela en una suite del exclusivo Hotel George V y también se vio con un viejo amigo y compañero de universidad, Alain Ronay, de origen francés y nacionalizado estadounidense. Jim ya había descubierto un año antes la paz de pasear por la ciudad de la luz, una urbe en la que estaban ausentes los numerosos prejuicios estadounidenses y en la que podía pasar completamente desapercibido, algo imposible en el país de las barras y estrellas dada su enorme fama. Paseaba oculto a los curiosos tras una vetusta barba y una descuidada melena, así como bastantes kilos de más. Parecía más un aficionado a las Chopper que la deseada estrella del rock de los tiempos de la célebre «sesión del león» –The Young lion– , las fotos convertidas en icono del siglo XX tomadas por el fotógrafo Joel Brodsky en Nueva York en 1967. En realidad, apenas cuatro años antes.

En aquel primer viaje, Jim visitó la ciudad junto a su amiga la directora Agnès Varda, fallecida el pasado año y que regaló a los cinéfilos títulos emblemáticos de la Nouvelle vague como Las Criaturas (rodada en 1968), así como documentales sobre movimientos sociales como Black Panthers –también de 1968– o Loin du Vietnam (1967), en plena sangría de la guerra de EE UU contra los vietcongs, situación denunciada también por The Doors en el videoclip de la  canción The Unknown Soldier (El Soldado Desconocido), también del 68, el año que abatieron a Martin Luther King y a Robert Kennedy –otro oscuros episodios históricos de los que me ocuparé en próximas entradas– y en el que los jóvenes soldados estadounidenses caían como moscas en un país situado a miles de kilómetros del suyo.

En la siguiente visita, la que nos ocupa, Jim llegó a París el 11 de marzo de 1971, y tras la breve estancia en el exclusivo hotel George V, se trasladó con Pam a un apartamento más íntimo, el 17 de la Rue Beautreillis, propiedad de su amiga la modelo Elizabeth Larivière. Mientras tanto, al otro lado del charco, Ray Manzarek, Bobby Krieger y John Densmore se encargaban de las mezclas de L. A. Woman. Ray estaba preocupado por su amigo, que les había dado unos cuantos años de sobresaltos, el mismo con el que puso nombre a una de las bandas más emblemáticas de los sesenta en la playa hippie de Venice, en Los Ángeles, en 1965, tomándolo prestado de un ensayo de corte metafísico del visionario escritor británico Aldous Huxley: Las puertas de la percepción.

Por aquel entonces, los medios hablaban continuamente del abandono del grupo por parte del frontman –que él mismo se encargó de anunciar en un momento de auténtica desconfianza, algo que han hecho tantas bandas a lo largo de su etapa de gloria–. Aunque la mayoría estaba convencido de que Jim regresaría, pues los Doors eran lo más grande de su vida, el cineasta y escenógrafo Frank Lisciandro –que en 1969 firmó junto al cantante la rareza fílmica Hwy: An American Pastoral–, sostenía que Jim estaba realmente convencido de dejar la banda y de abandonar Norteamérica para siempre. Acertó. Según él, no había nada que lo retuviera en LA, pues habían cerrado su casa de producción cinematográfica.

Morrison en Hwy: An American Pastoral

Jim llegó a París en condiciones muy precarias, débil e hinchado debido al exceso de alcohol. Además, fumaba compulsivamente, aunque allí parece que se calmó un poco. Pam y él realizaron un viaje que les llevó por la España del tardofranquismo hasta Casablanca y Marrakech. Según sus biógrafos, cuando regresaron a la capital francesa Morrison llegó con mejor aspecto, más casual y menos desaliñado, con mejor salud.

En la ciudad de la luz visitó lo que quedaba del Hashischins Club, el lugar de reunión favorito de Baudelaire y sus colegas, un grupo de artistas dedicado a la exploración de experiencias inducidas con hachís y otras drogas –Morrison era un experto en el tema, y llegó a consumir peyote en el desierto–, al que pertenecieron, entre otros, Victor Hugo, Alejandro Dumas y Honoré de Balzac. Recogía apuntes en su cuaderno, hacía largas visitas al Louvre y por supuesto al cementerio de Perè Lachaise que sería, sin saberlo, su lugar de descanso eterno.

Días extraños

Sin embargo, Jim no dejó de beber ni de fumar desmesuradamente, hasta el punto de empezar a escupir sangre. Extravagancia tras extravagancia –llegó a caerse de la ventana sobre el capó de un coche mientras realizaba «equilibrios»– y alguna que otra escapada, como diez días a Córcega llenos de contrariedades debido a su estado de constante ebriedad, se acercaba a un final anunciado. En junio su salud se resintió gravemente: volvía a presentar sangre en el exudado y visitó de nuevo a un médico que le prohibió terminantemente el alcohol y el tabaco, algo que por supuesto no cumplió.

Morrison y Bill Siddons

Durante un tiempo parecía haberse tranquilizado, salvo por un par de borracheras épicas en las noches parisinas, y entonces tuvo lugar uno de los episodios más controvertidos en relación a su extraño final: un repentino interés por The Doors. Mientras tanto, se había lanzado L. A. Woman, que recibió buenas críticas y en una llamada transcontinental a John Densmore, el cantante se mostró entusiasmado y presto a ponerse a trabajar en nuevo material. No parece que fuera un simple capricho, porque Caselli apunta que después llamó también a su mánager, Bill Siddons, y dijo que tenía en mente un nuevo álbum y que se pondría a escribir canciones lo más pronto posible.

Mientras, Pamela no dejaba de chutarse heroína y Jim se dejó ver en París con su amiga Rory, hija del actor Errol Flynn. Aunque el cantante parecía más centrado y entusiasmado por el éxito inesperado de L. A. Woman, en julio de aquel 1971 hizo en París un calor sofocante en un tiempo en el que no había apenas aires acondicionados. Pasear por las calles era imposible y el encierro en casa o en algún bar no ayudó a su Jim en su mejora y en su huida de las bebidas espirituosas. Las veces que se los vio en público Morrison y Courson solían tener fuertes discusiones.

A. Varda

Veinte años después de la muerte del «Rey Lagarto», Alain rompió su silencio en relación a la tarde del 2 de julio, un día antes de su fatídica muerte: «Jim tosía continuamente, no tenía ganas de hablar y llevaba la faz de la muerte retratada en el rostro». Alain se quedó con Jim hasta las 18.30 horas de la tarde y luego lo convenció para que lo acompañara a un encuentro con Agnès Varda. Jim –cuenta– se sentó en un bar cercano a la boca de metro y lo despidió con la mano. Fue la última vez que lo vio.

Tres versiones y media de un final trágico

A partir del momento en que Alain bajó las escaleras del metro, las versiones sobre las horas finales de Jim Morrison se contradicen. Siguiendo el trabajo de Caselli, hay hasta tres diferente sobre sus últimos movimientos, al menos que tengan coherencia, pues los rumores llegaron al punto de hablar de muertes fingidas, hechos sobrenaturales e incluso que el cantante era ¡agente de la CIA! Delirios para todos los gustos y colores.

Primera versión: Pamela sostuvo que había cenado con Jim y luego pasaron el resto de la velada en el cine, viendo un documental titulado Death Valley. Por su parte, Alain dio por hecho que Jim fue solo al cine a ver una película de Robert Mitchum. Y por otro lado, la versión más reciente y que cobró fuerza ya iniciado el nuevo milenio fue la de Sam Bernett, propietario de la sala Rock’n’Roll Circus, donde Morrison había protagonizado algunas borracheras notables. Bernett sostuvo que el cantante de The Doors pasó por el local a última hora, quizá a su salida del cine, esperó a unos camellos y luego se inyectó una dosis letal de heroína casi pura.

Al parecer, por aquel entonces circulaba por las calles París, reconvertida en ciudad de sombras, una partida de heroína de gran pureza bautizada por los yonquis como «White China»: para hacernos una idea, era pura al menos al 30% cuando lo que se solía vender estaba entre el 5 y el 10% de pureza. Una auténtica bomba de relojería para cualquiera, máxime para un organismo debilitado y enfermo como el de Jim. Sin embargo, a día de hoy no hay certeza alguna de que aquello sucediera así; el hecho de que no se le hiciera autopsia al cuerpo hace, no obstante, que dicha hipótesis, aunque remota, siga en el aire.

Volvamos al testimonio de Bernett: afirmó que había visto personalmente a Jim en el suelo del baño del Circus, inerte, con espumarajos en la boca y cómo los mismos camellos que le habían facilitado la droga lo recogieron. Si hemos de dar crédito a estar versión, aquellos tipos lo trasladaron al piso de la Rue Beautreillis, seguramente con la aquiescencia de Pam, cuya adicción a la heroína era un secreto a voces en París. Cuesta creer, no obstante, que convencieran a una persona tan inestable, que además adoraba a Jim a pesar de su tortuosa y tóxica relación, para que diera dicha versión a las autoridades y la mantuviera en el tiempo, y además que no apareciera ningún testigo de ese traslado del cuerpo en una ciudad que nunca duerme… y eso a pesar de que las versiones dadas por Pam se contradicen en algunos puntos.

La versión que sería aceptada como oficial por las autoridades francesas fue, claro está, la de Pamela, que en un primer momento explicó a la policía que cuando ella y Jim volvieron de visionar Death Valley, antes de irse a dormir, pasaron un rato viendo películas de sus vacaciones y hacia las dos de la madrugada se durmieron, «escuchando los discos de The Doors», puntualizó, un detalle curioso para alguien que supuestamente no quería volver a liderar aquel grupo. Bennett escribió dos libros sobre el asunto: en 2007 publicó The End: Jim Morrison, donde contaba su «verdad» sobre la muerte del artista, y en 2011 publicó una biografía ampliada del mismo. A pesar de la rotundidad en sus afirmaciones y el hecho de que su relato se hace más fuerte ante la débil versión oficial dada por una adicta Courson, cuesta entender la razón por la que el antiguo dueño del Circus esperó casi 40 años para publicar esta versión alternativa de los hechos.

En su libro Bernett lo cuenta con un tono épico, muy habitual en relación a las rock-star, que planea sobre todo el relato: «En la noche del 2 al 3 de julio de 1971, los baños del Rock’n’Roll Circus estaban cerrados por dentro, el disc jockey programaba una canción de Janis Joplin –otra estrella amiga de Jim, de los psicotrópicos y también miembro del Club de los 27 ¿Casualidad?– y Jim Morrison se había ido de la barra del bar… murió en París, pero os puedo asegurar que no se fue a la bañera de su casa».

Pero su verdad, tan llamativa, es solo una más de las muchas que circulan sobre el último día de vida del «Rey Lagarto». Como apunta Caselli, ni mucho menos tan dado al chismorreo como Bernett, «lo que sucedió oficialmente aquella noche sigue siendo un misterio que Jim se llevó consigo a la tumba». 

Morrison fichado en el 63. Un joven rebelde

Siguiendo el relato dado por Pam a la policía, aproximadamente una hora más tarde de dormirse, se despertó sobresaltada por la respiración jadeante de Jim, casi un estertor. Entonces sintió que se levantaba para ir al baño y escuchó violentas sacudidas de ataques de vómito, al parecer mezclado con sangre; aunque Courson quería llamar a un médico, Jim se lo impidió –afirmó–, señalando que ya se encontraba mejor. La animó a volver a la cama y le dijo que iba a relajarse tomando un baño caliente. Pam volvió a quedarse dormida y cuando se despertó y vio que el músico no estaba en la cama fue al baño y se lo encontró muerto.

Hasta aquí, aunque grotesco, todo normal. Pero contribuyó a echar más leña al fuego Danny Sugerman, un miembro del círculo de The Doors desde el comienzo y quien mantuvo una relación sentimental con Courson tras la muerte de Jim, así como Diane Gardiner, quien compartió casa con ella después de que esta volviera a Estados Unidos. En declaraciones posteriores, afirmaron que Pam había contado una versión más detallada y sin medias tintas de lo que sucedió aquel fatídico 3 de julio de 1971.

Al parecer, aquella noche Jim estaba muy nervioso, con fuertes dolores en el pecho y en el estómago que le asustaban y que no lograba aliviar ni siquiera con el alcohol. Pam, mientras tanto, se hacía rayas de heroína y Jim, que nunca soportó su adicción a la «piedra marrón», se enfadó visiblemente y le dijo que lo tirara todo. Ésta, para calmarle, le dijo que en realidad se trataba de cocaína y así, se pusieron los dos a esnifarla. Aquella fue su sentencia de muerte: completamente colocada, Pam se durmió hacia las tres mientras Jim, a su lado, se hallaba jadeante, le costaba respirar entre lo que parecían estertores mortales –en eso, la versión no varía–. Ante aquel «ruido espantoso» la joven se despertó e intentó que Morrison, que parecía haber perdido la consciencia, se despabilara. Le dio varios meneos y bofetones y en un momento en que recuperó la lucidez se fue al baño. Pam, aturdida aún por los efectos de la droga, volvió a caer en un sueño agitado. Despertó de nuevo y a escuchó ruido de violentos vómitos; como pudo acudió al baño y encontró a su novio tendido en la bañera, entre agua y grumos de sangre. Pero Jim empezó a respirar, recuperó de nuevo el color de la cara y conminó a Pam a regresar a la cama. Una vez más ésta obedeció, se durmió y al despertarse regresó al baño y se encontró con la puerta cerrada por dentro. Jim no respondía.

Aterrorizada, Pam telefoneó al inquietante Jean de Breteuil que llegó un poco después al apartamento. El conde derribó la cerradura y se encontraron el cuerpo de Morrison sin vida en la bañera, «con dos grandes equimosis en el tórax y un río de sangre que manaba de su nariz». Pam declararía más tarde que «Tenía una expresión serena. Si no hubiera habido tanta sangre…».

Courson, aterrorizada, no llamó inmediatamente a las autoridades sino al fiel Alain Ronay, le contó entre sollozos que Jim estaba muerto en la bañera y que llamase a una ambulancia. Ronay llamó a urgencias y se presentó poco después en el apartamento junto a Agnes Vardà. Cuando llegaron estaba la policía y un médico, pero no tuvo valor de entrar en el baño a ver el cadáver de su viejo colega. Sin embargo, sabedor de la repercusión que tendría una noticia de esas características, debido al calado del personaje, se llevó aparte a Pam y le sugirió que no revelara a la policía la verdadera identidad de Jim. Así, dijeron que se trataba de Douglas James Morrison, un poeta estadounidense.

Uno de los episodios más extraños de aquellas horas fue la presencia de otro médico forense que llegó antes ­–quizá llamado por el conde o un amigo de Courson, no se sabe– que realizó un análisis del cuerpo y elaboró de forma poco minuciosa un parte médico basándose en las informaciones dadas por Pamela: los dolores pectorales, la tos, los vómitos sanguinolentos y su extremada dependencia del alcohol y el tabaco. La causa de la muerte: parada cardíaca.

Otro misterio es que no se realizó autopsia al cuerpo, aunque las autoridades dispusieron que el cadáver de Jim debía permanecer en el apartamento mientras se procedía a realizar diversos procedimientos legales. Pam lo veló durante tres días, pero el intenso calor de aquel mes de julio había acelerado el proceso de descomposición a pesar de que puntualmente acudía un empleado de una funeraria para evitar su degradación. Al fin, se trasladó el cadáver y se autorizó el funeral y el entierro.

La mañana del 5 de julio Pam telefoneó al mánager de Jim, Bill Siddons, en un principio para pedirle dinero, pero después se echó a llorar y finalmente le comunicó la trágica noticia. Éste inmediatamente se lo comunicó a Manzarek, que no daba crédito de lo sucedido, y Siddons cogió un vuelo hacia París. Ninguno de los otros tres miembros de The Doors decidió viajar al viejo continente para velar a su líder. Habían sido muchos años de problemas. Durante días el rumor permaneció en el aire, pero no se hizo oficial la noticia. La compañía discográfica Elektra Records bombardeó a llamadas a Siddons porque había escuchado que Morrison estaba muerto: al parecer, la misma noche de la desgracia un disc jockey de la sala Rock’n’Roll Circus había anunciado la muerte y la noticia comenzaba a filtrarse en los medios de comunicación. Hoy, con las RRSS y los smartphones, la noticia habría corrido como la espuma en apenas unos minutos. También al otro lado del charco.

The Doors en el 71, ya sin Jim

Cuando Siddons llegó al apartamento de la Rue Beautreillis, el ataúd ya estaba cerrado, así que no pudo ver el cuerpo, lo que alimentó la teoría de la conspiración. Tan solo el día 9 de julio, el del funeral, el mánager publicó un comunicado de prensa en el que confirmaba oficialmente la muerte de Jim Morrison, el líder de la banda The Doors. Por su parte, el enigmático conde de Breteueil había tenido la acertada idea de marcharse con Marianne Faithfull a Marruecos, para evitar cualquier tipo de conexión personal con el suceso. Moría en Tánger, en la mansión de su familia, apenas un año después, en junio de 1972, y también de sobredosis. En 2014, Faithfull confesó a la revista Mojo que el conde había facilitado la heroína mortal al cantante, con estas contundentes palabras: «mi ex mató a Jim Morrison», puntualizando, eso sí, que «fue un accidente» y abriendo una vez más la caja de los truenos.

Entonces, como ha sucedido con todas las grandes estrellas muertas prematuramente, se desató una sórdida batalla legal por los derechos del Rey Lagarto, entre Pam, los restantes miembros de los Doors y el abogado Max Fink. Finalmente Courson accedió a las peticiones de los demás tras declararse heredera natural del patrimonio de Jim. Pudo liquidar todas las demandas y siguió teniendo dinero suficiente para vivir una existencia cómoda. Pero no pudo disfrutarlo: murió por sobredosis de heroína el 25 de abril de 1974. Otra muerte anunciada.

¡Morrison sigue vivo!                              

Fue un rumor que cobró bastante fuerza entre conspiracionistas y mitómanos. El mismo Jim había alimentado aquella hipótesis –como hiceron los Beatles con el rumor de «Paul is Dead»–, diciendo a sus amigos, cuando aún estaba con vida, que le gustaría retirarse a algún rincón de África fingiendo una muerte falsa. Luego, se integraría en una comunidad indígena y mantendría contacto con el «mundo civilizado», con su antigua vida, únicamente a través de mensajes firmados con el pseudónimo de Mr. Mojo Risin’ que se citaba en el tema L.A. Woman. Una leyenda, la de «Sigue vivo», que siempre ha rodeado a grandes estrellas del rock.

Jim Morrison Memorial, en Berlín

En 1980 el clásico de Hopkins y Sugerman, viejos amigos de Jim, De aquí nadie sale vivo, contribuyó a extender el mito, pero sería en 1986 el escritor francés Jacques Rochard quien llevaría el tema al paroxismo en su libro de elocuente título: ¡Vivo! Rochard afirmaba que había llegado a coincidir con el líder de los Doors, quien le explicó las razones de la performance de su «muerte». Y la cosa no terminó ahí: según el escritor, unos años después el músico le hizo llegar un pliego de poesías apócrifas compuestas tras su falsa desaparición. No se entiende por qué fue él el privilegiado. El fenómeno The Doors no dejaba de engordar, para satisfacción de la discográfica Elektra Records, que había lanzado sus discos de estudio y tenía parte de los derechos.

Fuera cual fuera la forma en que lo hizo, de lo que quedan pocas dudas es de que Jim Morrison murió la noche de 3 de julio de 1971. Sus restos –al menos eso creemos– se encuentran en el melancólico cementerio parisino de Père Lachaise, en la Rue du Repos 16, en la sexta zona, parcela número 2, tumba número 5, según rezan los folletos turísticos, donde poco antes Alain Ronay compró una pequeña parcela de terreno para su amigo.

PARA NO PERDERSE DEL TODO Y SABER UN POQUITO MÁS:

Jim Morrison. La historia del gran mito del rock a través de los momentos esenciales de su vida y de su carrera. Es la edición castellana más reciente, y una de las mejores, obra del periodista y crítico musical italiano Roberto Caselli, por obra y gracia de Ma Non Troppo (Redbook Ediciones). Una chulísima edición profusamente ilustrada con fotografías en color y blanco y negro y repleta de información, anécdotas y hechos casi desconocidos sobre el frontman de los Doors y su trágico final.

Aquí os dejo el link: https://www.redbookedicioneslibros.com/nuevos-productos/270xjek3wta9p067cql3jb2zs9yf05-6f4s4-z47w3-jxx6d-lnyk5-y6zjg-g7rhm

Y también de Ma Non Troppo tenemos Jim Morrison & The Doors: vida, canciones, conciertos clave y discografía, del periodista musical Eduardo Izquierdo, una excelente crónica de los californianos. Y el autor sabe bien de lo que habla, no en vano lleva una larga trayectoria como colaborador de revistas como Ruta 66, Mondosonoro, Efe Eme o Rock On. Recientemente ha publicado la monografía Aerosmith, publicada también por Redbook Ediciones en su sello Ma Non Troppo.

De aquí nadie sale vivo. La vida de Jim Morrison. De mano de una de las mejores editoriales independientes de la actualidad, Capitán Swing, podemos disfrutar de esta joya publicada originalmente en inglés en 1980, por parte de dos viejos colegas de Jim: Jerry Hopkins y Danny Sugerman, y que causó un gran revuelo, con un tono épico que contribuyó a extender la aureola mítica del personaje, dando cierta pompa al sensacionalismo de la «rock-star» e incrementando la leyenda frente a la siempre más anodina realidad. No obstante, fue una obra fundacional con respecto a la banda y la edición publicada en castellano es una joya bibliográfica que ningún mitómano puede dejar de tener en su biblioteca musical.

Podéis adquirirlo aquí: https://capitanswing.com/libros/de-aqui-nadie-sale-vivo/

–En 2020 la editorial Kraken publicaba un magnífico cómic también sobre el Rey Lagarto. Con un trazo sobrio, en blanco y negro, que encaja a la perfección con la sensación sórdida y siempre al límite de Morrison, nos traslada hasta sus últimos días en París, sus visitas a los bares interpretando –de manera anónima– algunas canciones de The Doors junto a otras bandas y, en forma de flashbacks, nos cuenta con unos dibujos casi hipnóticos y de gran realismo los hechos fundamentales de su biografía y carrera: el accidente en carretera donde vio a varios indios muertos cuyos espíritus se introdujeron en su cuerpo –episodio sobrenatural que sostendría toda su vida–, su soledad aun en medio del barullo, sus primeros encuentros con Manzarek; después el éxito, los excesos, el amor-odio con Pam, las groupies… y la decadencia que no estuvo prohibida en su mente.

El cómic en la web de Kraken: https://www.edicioneskraken.com/titulos_detalle/190-jim_morrison_el_poeta_del_caos

Y ahora también Ma Non Troppo publica una nueva novela gráfica centrada en el frontman de los Doors: Jim Morrison. El Rey Lagarto, firmada por Luciano Saracino y Quique Alcatena. En breve, ahondaremos en sus páginas en «Dentro del Pandemónium».

A boy walking: los inicios folk de Bob Dylan

Hace unos días Bob Dylan cumplía 80 años, y el icono contestatario de la música del siglo XX lo hacía en un mundo algo más justo que en los tiempos de su canción-protesta, aunque no demasiado. Ahora, un libro recorre la escena musical de sus primeros años en la escena folk de la década de los sesenta.

Óscar Herradón ©

Algo más justo, pero no, no demasiado. Los migrantes continúan siendo chivos expiatorios de las crisis y las conspiraciones, los homosexuales (que en países como el nuestro han conquistado derechos que ni el propio Dylan habría imaginado allá por los años 60) son perseguidos, intimidados, encarcelados e incluso condenados a pena de muerte en tantos otros sitios (hoy, según ILGA, la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e intersexuales, en 12 países), y los derechos sociales y laborales de los sesenta y setenta… ¡eran si cabe mejores que los de ahora! (quitamos el «si cabe»).

No está la Guerra de Vietnam, pero sus EEUU han batallado hasta la extenuación en otros rincones, por otras causas más (o menos) justas, con enemigos de distinto nombre y diversa vestimenta. En 2021 el conflicto prende en todos los rincones: de Siria a Yemen, del Sahel a la República Centroafricana. No, no hemos cambiado demasiado, quizá lo haya hecho el tío Bob.

El señor Dylan en 2011, unas cuantas décadas después de empazar

Me dobla la edad, y aún así, siento que me hago viejo al tiempo que el señor Dylan se hace (se ha hecho) también. Y una infinidad de los temas grabados a lo largo de más de sesenta años en la carretera continúan siendo himnos generacionales. Lo fueron de nuestros abuelos, ahora lo son de nuestros hijos…

El «antisistema» es hoy Premio Nobel de Literatura (uno de los más polémicos de la historia del certamen sueco, que se lo digan a Mario Vargas Llosa), ha recibido de manos de Obama la medalla presidencial (fue en 2012) y no es millonario, sino lo siguiente: el año pasado vendía los derechos de todos sus discos a la Universal en un acuerdo «discreto» que se presume en unos 400 millones de dólares de beneficio para el cantautor. Tampoco ha escapado a la crítica (a veces visceral) ni a los escándalos personales, a pesar de mantener un halo de misterio eterno sobre su vida privada. Antes de separarse de su primera esposa, Sara Lownds, ésta le acusó de no cuidar a sus hijos y de estar siempre borracho, también de agresión, una agresión que él mismo reconoció a la prensa porque ella le había dado «un cigarrillo de marihuana a nuestro hijo Tom». Y eso que siempre se dijo que Dylan fue quien inició a los Beatles en los deleites del cannabis

Pero a pesar del acomodo y el lujo, la fama de Robert Allen Zimmerman (nombre con el que le bautizaron sus padres, que pertenecían a una reducida comunidad judía) continúa inalterable, también la de provocador y desafiante –al punto de la desesperación para aquellos objeto de sus iras–. Como en los tiempos en que el folk le llevó a lo más alto, aquella década de los derechos civiles, los eslóganes contra Vietnam y los porros de tamaño más que considerable.

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En relación a su música, y concretamente a sus inicios folk, la Fundación José Manuel Lara (Grupo Planeta) ha publicado recientemente un magnífico libro, para fans, pero también para neófitos, sobre los primeros pasos del autor de «Like a Rolling Stone»: A boy walking. Bob Dylan el Folk Revival de los sesenta, firmado por el periodista onubense Jesús Albarrán Ligero. Un recorrido muy documentado y amenísimo por aquella primera etapa que mezcla biografía, autobiografía, ensayo y literatura. Además de proponer un estudio de la ingente obra, vida e influencias de Dylan, el texto retrata con escrupulosidad quirúrgica el ambiente que se respiraba en una época convulsa que marcaría al genio norteamericano, y por ende a toda la sociedad occidental de la segunda parte del siglo XX. Un esquivo y preciso cuaderno de bitácora donde se unen, como en una suerte de comunión mística, la guitarra, el viaje en su más pura esencia y lo inesperado, y que mereció, no sin notables méritos, el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2020.

He aquí la forma de adquirirlo mientras continúa (esperemos) soplando el viento:

https://www.planetadelibros.com/libro-a-boy-walking-bob-dylan-y-el-folk-revival-de-los-sesenta/313716

Los duques de Windsor y la sombra del nazismo (parte III)

Ciñó la corona del Reino Unido bajo el nombre de Eduardo VIII, pero no tardó en abdicar para casarse con Wallis Simpson, una dama sin ascendente real. Sus delicados contactos con el régimen nazi y franquista antes y durante la Segunda Guerra Mundial pusieron contra las cuerdas al gobierno inglés y han generado numerosas dudas sobre su patriotismo y la verdadera razón de su abdicación. En nuestro país, rodeado de espías de ambos bandos, vivió uno de los episodios más singulares de la contienda.

Óscar Herradón ©

Wallis Simpson

Durante su estancia en Madrid, Eduardo fue agasajado por algunas de las personalidades más relevantes del régimen franquista, declaradamente afectos al régimen nazi, entre ellos el ministro Ramón Serrano Suñer y el jefe del Consejo Nacional del Movimiento, Miguel Primo de Rivera, hermano del fallecido fundador de Falange. La presencia de los Windsor en España era muy molesta para las autoridades de su país, y, según lo recogido por los servicios de Inteligencia británicos, muy peligrosa por las afinidades y simpatías del noble con el enemigo. Por su parte, parece que Hitler solicitó al general franquista Juan Vigón que entretuviera a la pareja en España el mayor tiempo posible.

Juan Vigón

Martin Allen señala que Churchill instruyó al embajador británico en España, Samuel Hoare, con el fin de que éste convenciera al duque de Windsor para que regresara a Gran Bretaña. Un telegrama del 22 de junio reza lo siguiente: «Desearíamos que Vuestra Alteza regresara lo antes posible. De los preparativos se encargará el embajador de Su Majestad en Madrid, con quien deberéis poneros en contacto». Aunque Churchill lo reclamaba con la escusa de otorgarle un cargo como general del Ejército, todo parecía una artimaña para impedir sus movimientos, que tenían en jaque a las autoridades inglesas.

Pero nuestro protagonista seguía dando largas, temía regresar a suelo inglés ante las posibles represalias, y no tenía intención de correr. Así lo señala Hoare en otro telegrama, del 24 de junio, enviado a Londres: «Imposible convencer al duque de que salga de Madrid antes del domingo y de Lisboa antes del miércoles. Dice que no hay ninguna necesidad de correr, salvo que le hayan concedido un puesto en Inglaterra o en los territorios del imperio (…)».

Lisboa Top Secret

Palacio de Montarco

Finalmente, Eduardo cedió a las presiones de su Gobierno y se dirigió hacia Lisboa el 2 de julio de 1940 con una larga comitiva que impresionó a los asombrados transeúntes de una desolada Castilla que mostraba la destrucción de la reciente Guerra Civil, mientras Suñer, en connivencia con Ribbentrop, pretendía que los Windsor regresasen a España para instalarse en el palacio de los condes de Montarco, en Ciudad Rodrigo (Salamanca), un enclave fronterizo ideal para que los ingleses se pusieran del lado del Eje tras una hipotética invasión de Inglaterra, cosa que nunca sucedería. La capital lusa era otro centro de espionaje en plena guerra. Miembros de la Inteligencia tanto alemanes como británicos seguían cada uno de sus movimientos. Por su parte, el general António de Oliveira Salazar, quien gobernaba con mano de hierro Portugal, en un régimen bastante similar al franquista, también tenía a sus propios agentes pisándoles los talones. Allí, rodeados de comodidades pero también de numerosos ojos con la tarea de vigilarles, permanecerían más de un mes, y recibirían varias visitas, incluso, del embajador español en Portugal, Nicolás Franco, hermano del Caudillo español.

En la capital portuguesa, llena de espías y agentes dobles, la participación española en todo aquel entramado fue también muy relevante. Eberhard von Stohrer, embajador alemán en Madrid, informaba a su superior, el ministro de Exteriores nazi Joachim von Ribbentrop, que Eduardo se sentía muy inseguro en la Lisboa por las presiones del gobierno inglés, añadiendo que su deseo era regresar a España.

Joachim von Ribbentrop
Eugenio Espinosa de los Monteros

Parece que, según se desprende de los informes de Beigbeder, el propio Franco estaba personalmente interesado en que Eduardo regresara al país, y envió a Lisboa al diplomático español Eugenio Espinosa de los Monteros y Bermejillo (tío bisabuelo de Iván Espinosa de los Monteros, vicesecretario de Relaciones Internacionales de VOX), quien el 24 de julio, apenas unos días después, sería precisamente nombrado Embajador de España en Berlín, para que se entrevistase con el duque. Más tarde, envió un documento secreto que con el membrete «Para conocimiento del jefe del Estado», que hoy se conserva en el Archivo Francisco Franco. En él, el diplomático señalaba que Eduardo había recibido un telegrama de su gobierno en el que «debido a sus diferentes graduaciones en el Ejército estaba bajo las ordenanzas militares y que cualquier desobediencia sería juzgada por un Consejo de Guerra». De hecho, ni siquiera se atrevía a entrar en la Embajada británica «por miedo a ser detenido».

Mientras Lisboa era centro neurálgico de espías, como la mayoría de capitales europeas, circulaban los rumores de que la Wehrmacht iba a atravesar los Pirineos, invadir España y hacerse con Gibraltar. Pero aunque esa posibilidad estuvo a punto de verse realizada, nunca fructificó, y tampoco en Portugal los planes alemanes de retener al duque y utilizarlo para sus fines tendrían éxito. Los ingleses, de nuevo, ganaban la partida in extremis.

Una actitud derrotista

El colmo de la paciencia para el Gobierno inglés fue el hecho de que Eduardo concediera una entrevista en la que se atisbaba una actitud «derrotista» que tuvo amplia difusión y que iba en contra de la política de lucha hasta la muerte de su país. Asimismo, seguía mostrando admiración por el archienemigo alemán, diciendo en público que: «En los últimos diez años Alemania ha reorganizado totalmente el orden de su sociedad (…) Los países que no estaban dispuestos a aceptar tal reorganización de la sociedad y los sacrificios concomitantes, deben dirigir sus políticas en consecuencia». El otrora monarca había ido demasiado lejos. Así, Winston Churchill envió al duque un telegrama en el que le amenazaba con someterlo nada menos que a una corte marcial si no regresaba a suelo británico. La posibilidad de verse ante un consejo de guerra por traición fue demasiado para el duque, y cedió a la presión.

Sir Winston, el único que pudo meter en cintura al duque

La idea de Churchill era enviarlo a las colonias, probablemente en Norteamérica. No obstante, antes de partir a su incierto destino, los alemanes seguían obcecados en la idea de retenerlo, pues le consideraban una pieza diplomática muy valiosa: se sabe que Von Ribbentrop, gran amigo de Wallis desde los tiempos en que ambos residieron en Estados Unidos (hay autores que apuntan incluso a la existencia de un romance entre ellos), pidió a las autoridades españolas, una vez más, que persuadieran a Eduardo de que regresara a España. El pretexto, falso por supuesto, era, según el ministro de Exteriores del Tercer Reich, que los británicos, sus propios compatriotas, pretendían asesinarlo en cuanto pusiera un pie en su nuevo hogar. De ello se encargó Miguel Primo de Rivera, amigo del inglés, quien le comunicó que la Casa del Rey Moro de Ronda se hallaba a su entera disposición para pasar un tiempo rodeado de lujos, si decidía fijar allí su residencia. Serrano Suñer, enconado enemigo de Sir Samuel Hoare, insistió en el mismo punto.

Puesto que parecía inminente la marcha de Eduardo, Hitler encargó al oficial del SD ­–el Servicio de Inteligencia de las SS– Walter Schellenberg que realizara sabotajes, a través de pequeños asaltos, a la villa lisboeta donde residían los Windsor, rompiendo algunas ventanas y causando pequeñas explosiones mientras hacía correr, como experto en espionaje que era, el rumor de que se trataba de actos de sabotaje de los propios ingleses.

Rumbo a las Bahamas

Finalmente, el destino de quien había sido rey del Imperio británico, por obra y gracia de Churchill, serían las Bahamas. Hitler, desesperado por retenerle, dio luz verde a la Operación David que hemos mencionado: el secuestro directo de la pareja. El automóvil que trasladaba el equipaje de los Windsor hasta el puerto fue saboteado y se difundió la noticia de que existía una bomba a bordo del crucero que debía trasladarles a su nuevo destino, el Excalibur. Aquella argucia retrasó el viaje, pero no pudo impedirlo.

Eduardo no recuperaría el trono inglés, ni Wallis Simpson recibiría jamás el tratamiento oficial de Alteza Real. El duque fue nombrado gobernador de las Bahamas el 18 de agosto de 1940 –lo sería hasta el final de la guerra, en 1945–. Hacia allí se dirigieron él y su plebeya esposa, dejando atrás una guerra terrible que nadie había logrado evitar y que costaría millones de muertos. A pesar de que el duque de Windsor consideraba las Bahamas una colonia «de tercera clase», no le quedó más remedio que aceptar el nombramiento, impuesto por el implacable premier cuyo lema «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor» marcaría toda una época, la más oscura del siglo XX. El papel de Eduardo en la contienda, su visita a España y la operación pergeñada para secuestrarle, siguen rodeados de numerosas sombras, y todavía queda en el aire si abdicó por amor verdadero –como él siempre sostuvo– o por un acto de traición encubierta.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Con su habitual buen hacer, La Esfera de los Libros nos brinda entre sus novedades un libro a través del que comprenderemos mejor la figura de la duquesa de Windsor (y por ende la de su controvertido marido), escrito nada menos que por Diana Mitford, una de las más estrechas amigas del duque. Asidua invitada a sus fiestas en París o al «Moulin» de Orsay, el pueblo francés donde fueron vecinos, Mitford dejaría a su primer marido (inmensamente rico) por el fascista inglés Oswald Mosley, a quien admiraba (convirtiéndose en lady Mosley), lo que estrecha aún más esos lazos entre quien fuera breve monarca del trono inglés y su plebeya esposa con las fuerzas reaccionarias, para la mayoría de historiadores, verdadera causa (más allá del amor ilegítimo) de que fuese apartado de la Corona cuando ya corrían vientos de guerra en Europa, sabedor el gobierno de su germanofilia y sus buenas relaciones con el Tercer Reich. Un libro, definido por Philip Mansel como «Irresistible» en el que Mitford, a través de un característico y afilado estilo –maliciosamente inteligente, ciertamente irónico y perspicaz–, pinta un retrato de gran realismo de quien fuera su amiga, Wallis Simpson, captando su encanto pero también sus sombras, que las tuvo, y no fueron pocas. He aquí la forma de adquirirlo:

http://www.esferalibros.com/libro/la-duquesa-de-windsor/