Tecumseh, el líder nativo que combatió a Estados Unidos (II)

Llegó a ser definido como «el indio más grande que jamás haya existido», y no es una expresión gratuita. Tecumseh, líder de la tribu Shawnee a caballo entre los siglos XVIII y XIX, puso en jaque a los colonos estadounidenses en tierras de Virginia y Ohio tras la Revolución Americana. Su gesta, muy conocida al otro lado del Atlántico y apenas mencionada por estas latitudes, podemos conocerla a fondo gracias al ensayo Tecumseh y el Profeta, publicado por Desperta Ferro.

Por Óscar Herradón ©

La visión de Lalawethika/Tenskwatawa también incluía otras «restricciones» de la vida disoluta, como la abolición de la brujería, la poligamia o la tortura, y, además, debían matar a todos los perros. Cuentan las crónicas que el joven profeta llegó a vaticinar un eclipse de sol en 1806, lo que le granjeó aún más fama y veneración. ¿Fue cierto? Cualquiera sabe, teniendo en cuenta la fina línea que separa la fe de la superstición y la leyenda de la razón. Mientras, la fama de su hermano Tecumseh se extendía por un territorio cada vez más extenso de aquel Nuevo Mundo descubierto por los españoles.

William Henry Harrison

Por aquel entonces, William Henry Harrison, quien acabaría siendo el 9º presidente de los Estados Unidos, gobernador del recién creado Territorio de Indiana, veía cada vez con mayor preocupación la influencia de Tecumseh. Aprovechando los viajes que este comenzó a hacer por amplios territorios del Norte y del Sur para cosechar alianzas (llegando a amenazar de muerte a cualquier jefe indígena que se alineara con los estadounidenses), en septiembre de 1809, Harrison negoció el Tratado de Fort Wayne, en el que los indígenas cedieron 3 millones de acres (12.000 kilómetros cuadrados) de territorio de los Pueblos Nativos Americanos al gobierno estadounidense, a cambio de 7.000 dólares y una pequeña anualidad, acuerdos que para la mayoría de historiadores se trataron más bien de un soborno, pues se firmaron después de que los jefes mayores indígenas en Fort Wayne hubiesen ingerido grandes cantidades de licor por cortesía de Harrison.

Siguiendo al Gran Espíritu

«Blue Jacket»

Tecumseh se opuso al tratado, alarmándose por la venta masiva de tierras. Para más inri, muchos de los seguidores que lo acompañaban en su capital Prophetstown pertenecían a las tribus Piankeshaw, Kikapú y Wea, moradores tradicionales de aquellos terrenos vendidos de forma rastrera. Entonces, el caudillo indio recuperó una idea expuesta años atrás por el líder Shawnee Blue Jacket (o Weyapiersenwah) y por el líder Mohawk Joseph Brandt (o Thayendanegea): una de sus máximas era que ningún hombre blanco podía poseer la tierra, el mar o el aire, pues el Gran Espíritu se los había entregado libremente a todos ellos y ellos debían, por tanto, compartirlos también libremente, algo que no casaba con el ansia expansionista y la defensa de la propiedad privada de los estadounidenses blancos de origen europeo.

Profundamente contrariado, el caudillo nativo emplazó a Harrison (que veía en los movimientos del nativo la mayor amenaza para la seguridad de sus electores en Indiana) a un encuentro cara a cara. Con gran cautela, el estadounidense recibió a Tecumseh en su cuartel general en Vicennes en agosto de 1810. Durante tres días, el caudillo indio expuso a través de un intérprete expuso sus quejas a Harrison y su consejo. En aquella reunión discutieron acaloradamente, pero no se llegó a ningún acuerdo. Si es cierto lo que cuentan las crónicas, tras decirle al intérprete que Harrison era un mentiroso, Tecumseh blandió su tomahawk y el oficial yankee desenvainó su sable, aunque la sangre no llegó al río. Por el momento. Tecumseh advirtió a Harrison de que a menos que el tratado fuese revocado, se alinearía con los británicos.

Volverían a reunirse de nuevo unos meses después, en la mansión de Grouseland en Vicennes, donde parece que lo que el líder nativo buscaba era ganar tiempo, mientras que Harrison acabó de convencerse de que no le quedaría más remedio que luchar contra él y sus pieles rojas. No llegaron a ningún acuerdo. Pocos meses después, en marzo de 1811, cuentan las crónicas que un gran cometa surcó los cielos y su aparición fue aprovechada por Tecumseh (no olvidemos, «Estrella Fugaz») para anunciar en clave profética (hay que tener en cuenta la fuerza de la superstición y el animismo en aquellos tiempos, principalmente entre los nativos) que había llegado el momento de luchar. No obstante, el caudillo indio causó una gran impresión en el político blanco, que señaló que este tenía aptitudes para ser emperador.

La ofensiva del coronel Harrison

Llegó el momento de reclutar más hombres y Tecumseh marchó hacia los extensos territorios del sur dominados por los creeks y los cheerokee; aquella ausencia fue aprovechada por el coronel Harrison para remontar el río Wabash con una fuerza de 1.000 hombres y arribaron a las puertas de Prophetstown a comienzos del mes de noviembre de 1811. Mientras esperaban para negociar in extremis la rendición de los nativos, los estadounidenses acamparon en las afueran del poblado y la madrugada del jueves 7 de noviembre fueron atacados por guerreros de la Confederación India. Sin embargo, los hombres de Harrison mantuvieron las posiciones en la que sería conocida como batalla de Tippecanoe y obligaron a los indios a retirarse, entrando posteriormente en Prophetstown.

Tenskwatawa

Como acostumbraban a hacer los colonos –enfurecidos además por el ataque furtivo–, destruyeron los cultivos de los alrededores e incendiaron el poblado. Aprovechando la ausencia del líder, dispersaron a los seguidores de Tecumseh en frenando el impulso de la Confederación Nativa al neutralizar su centro neurálgico y su capital «mágica».

Casacas Rojas

Brock

Cuando estalló la guerra de 1812, finalmente Tecumseh se alió con los casacas rojas para detener la expansión estadounidense, realizando junto al mayor general Isaac Brock, que comandaba las fuerzas coloniales británicas, una gran ofensiva contra los estadounidenses, donde hicieron uso también de técnicas de guerra psicológica para reforzar el efecto de sus tropas, menores en número.

Aunque lograron ciertos éxitos (Tecumseh dirigió un exitoso asedio contra Fort Detroit, la actual Michigan), Bock fue derribado por una bala en la batalla de Queenston Heights y el oficial que lo reemplazó, el general Proctor, no respetaba a Tecumseh y sus hombres, tildándolos de salvajes e indisciplinados. Una historia (no sabemos si apócrifa, pero casa con el carácter justo de nuestro protagonista) cuenta que durante un traslado, varios prisioneros estadounidenses, que estaban bajo la protección de Proctor, fueron torturados y asesinados. Tecumseh, profundamente contrariado, afirmó que el oficial británico no era apto para el mando. Y finalmente sería la cobardía de Proctor lo que conduciría al líder nativo a un trágico final.

En 1813 una serie de derrotas, debidas en parte a la ineptitud del oficial, provocaron que Proctor se retirase a territorio canadiense, pensando que los hombres de Harrison no realizarían una ofensiva invernal. Se equivocó de pleno, y los estadounidenses presionaron en la retaguardia de las tropas inglesas en retirada. A finales de ese año, finalmente, el 5 de octubre de 1813, los británicos abandonaron a Tecumseh en medio de la batalla del Támesis. En la escaramuza que siguió a la huida de los casacas rojas, el líder nativo fue finalmente abatido.

Se atribuyó su muerte al coronel Richard M. Johnson que acabaría siendo nada menos que vicepresidente de los Estados Unidos (el presidente sería Harrison) en parte gracia a la fama cosechada con la eliminación de «Estrella Fugaz». Al difundirse la noticia de la muerte de Tecumseh, de su gran líder, las fuerzas nativas, diseminadas, acabaron por rendirse, poniendo fin al sueño de un movimiento panindio frente a los colonos. El nombre de Tecumseh se convirtió en leyenda, protagonizando poemas y canciones, pero en apenas unas décadas los indígenas que vivían al este del Misisipi fueron expulsados de sus tierras por distintos tratados siguiendo el Sendero de las Lágrimas (Trail of Tears). Los restos de Tecumseh fueron arrojado a una fosa común, final indigno para cualquier ser humano, más para un hombre de su entidad. Aquello alimentó toda suerte de leyendas, entre otras, que realmente no había fallecido. El mito del hombre redivivo aplicado a los grandes líderes históricos.

PARA SABER MÁS:

El citado ensayo que ha publicado en castellano, en una fabulosa edición, Desperta Ferro: Tecumseh y el Profeta. Los hermanos shawnees que desariaron a Estados Unidos, del historiador estadounidense y funcionario retirado del Servicio Exterior de Estados Unidos Peter Cozzens, del que la misma editorial ya publicó con enorme éxito su trabajo La Tierra Llora, la amarga historia de las guerras indias por la conquista del Oeste, que ya va por su sexta edición.

El libro de Tecumseh, ganador en 2021 del premio Spur de la Western Writers of America a la mejor biografía, aúna la profunda investigación de la sociedad y costumbres indígenas del autor con una prosa subyugante, para abrir una ventana a un mundo borrado de los libros de historia, pero que vuelve a vibrar en estas páginas. Una obra equilibrada y objetiva, que no idealiza al «buen salvaje» pero que empatiza con la resistencia de unas gentes cuyo universo desaparecía a pasos agigantados, decididos a mantener su independencia y su forma de vida ante el arrollador empuje de una joven nación, los Estados Unidos, que echaba los dientes de la modernidad. Un turbulento mundo de frontera, de tramperos y emboscadas en la espesura, de mosquetes, tomahawks y captura de cabelleras, al que Cozzens nos traslada en una narración con aliento de novela de aventuras, demostrando, otra vez, que escribir historia no está reñido con escribir bien y con gancho.

10 curiosidades sobre Bécquer

Hoy, 22 de diciembre, día de loterías y compras navideñas, pero en el que el dichoso Covid sigue cebándose con la población, se cumplen 150 años de la muerte de uno de los grandes autores de nuestras letras, Gustavo-Adolfo Bécquer. El autor de «Volverán las oscuras golondrinas…» es toda una caja de sorpresas. Un hombre lleno de claroscuros, de vida nada fácil y destino trágico del que anotamos unas cuantas anécdotas en el siguiente post, a modo de humilde homenaje a un poeta que nos hizo –nos hace– soñar en medio de la dura realidad que el tan bien conocía.

Óscar Herradón ©

–Como todo buen poeta, debía tener su musa. La suya fue la señorita Julia Espín, a la que dedicó sus primeras Rimas, como «Tu pupila es azul…». Pero como en toda buena historia romántica, fue un amor no correspondido: a la dama parece que no le gustaba la vida bohemia de escritor de su pretendiente.

–En este 2020, con la monarquía española en el punto de mira por los últimos escándalos del Emérito, sorprende saber que Gustavo-Adolfo y su hermano Valeriano parece que fueron casi con seguridad los autores de un álbum anónimo de láminas satíricas realmente escandaloso –y explícito–, pero de gran ingenio: Los Borbones en Pelota. Ciento cincuenta años antes de que varios trabajadores de la revista satírica El Jueves fuese condenada por la Audiencia Nacional por «vilipendiar» al entonces príncipe y hoy rey Felipe VI, a los periodistas españoles no les dolían prendas para condenar al poder y burlar la censura en una España católica, apostólica y monárquica. Hoy, en plena democracia, ¿acaso vamos hacia atrás?

–Hoy es imposible imaginar la lírica española sin las «Rimas» pero lo cierto es que a punto estuvieron de pasar al olvido más absoluto. Bécquer se las entregó al periodista y político Luis González Bravo, entonces Ministro de la Gobernación y protector del poeta, para que éste escribiera un prólogo al poemario, pero en aquellos años de movimientos revolucionarios, tensión política y mucha actividad en el Congreso, estalló «La Gloriosa» y el manuscrito se perdió. Por ello, el poeta romántico volvió a realizarlas –probablemente con notables cambios– para introducirlas después en El libro de los gorriones, que se publicó en 1871, un año después de su muerte.

Lámina satírica de «Los Borbones en pelota»

–Como buen exponente del Romanticismo, Gustavo Adolfo fue un joven azotado por la enfermedad: sufrió de tuberculosis, una de las principales afecciones que acabaron desembocando en su temprana muerte, menos trágica, no obstante, que la de otro de los grandes escritores románticos, Mariano José de Larra, que optó por el suicidio.

–En 1857, ya enfermo de tuberculosis, y a pesar de su creciente pesimismo, emprendió un ambicioso proyecto inspirado en la obra apologética El genio del Cristianismo, de su admirado François-René de Chautebriand, publicada por primera vez en 1802. Su intención: una visión global del arte cristiano español desde distintos ángulos, pues, según sus propias palabras: «La tradición religiosa es el eje de diamante sobre el que gira nuestro pasado. Estudiar el templo, manifestación visible de la primera, para hacer en un solo libro la síntesis del segundo: he aquí nuestro propósito». No vería la luz la obra completa, sino solo el primer tomo, bajo el título de Historia de los templos de España.

–Durante un corto periodo de tiempo, en torno al año 1859, ejerció como crítico en el diario conservador por antonomasia, el vespertino La Época, publicado en Madrid entre 1849 y 1936, el año del estallido de la Guerra Civil.

–Aunque destacó su prosa y su poesía, llevándole a la posteridad, también mostró una notable faceta como dibujante, sin duda influido por los lienzos y dibujos de su padre durante su niñez. Poseía una buena técnica donde reflejaba tanto la vida como la muerte y representó sus mundos imaginarios –que han sido tildados de posromanticismo–, muchos de ellos de influencia oriental, que salpicaron sus Rimas y Leyendas. Llegó a afirmar que la pintura es «un medio de expresión hacia lo inefable», superando a la escritura.

–Su obra está, como la de algunos de sus contemporáneos, muchos extranjeros, fuertemente influida por el género gótico y los movimientos románticos, destacando entre sus leyendas un fuerte influjo de las supersticiones, el orientalismo, la muerte y la vida de ultratumba, la religión o la vida animista.

–Tras su muerte, sin haber alcanzado ni mucho menos gran notoriedad literaria, sus buenos amigos no le olvidaron y al día siguiente de su entierro, comandados por el pintor Casado del Alisal, tomaron la decisión de recopilar, ordenar y finalmente publicar toda su obra. Sin este gesto, probablemente hoy no formaría parte del panteón de nuestros ilustres decimonónicos.

–Su muerte ha sido achacada a la tuberculosis, la sífilis o los problemas de hígado, pero el misterio continúa. Sus últimas palabras parece que fueron: «Todo mortal».

PARA SABER MÁS:

Está claro que para conocer a Bécquer lo mejor es sumergirse en su obra, tanto la más conocida –las Rimas y Leyendas– como su importante producción periodística y política. Sin embargo, si queremos profundizar en su convulsa vida y en la razón última de su producción literaria y su pensamiento, precisamente con motivo del 150 aniversario de su muerte la siempre exigente editorial Cátedra ha publicado la que es hasta el momento la más completa –y probablemente definitiva– biografía del poeta sevillano: Bécquer. Vida y época, Una monografía firmada por el filólogo e historiador Joan Estruch Tobella, quien huye de rumores y tópicos para ofrecernos al autor en su esencia, en su verdadero contexto histórico, alejado de lugares comunes y falsos convencionalismos.

Según el autor, esa visión «distorsionada» de su figura, como un poeta «del amor y el dolor» bañado en un «sentimentalismo casero» fue el motivo de su mistificación y por tanto de la malinterpretación de su obra, como sucedió por ejemplo con muchos de sus textos políticos, relegados a un segundo plano durante mucho tiempo precisamente porque no casaban con su imagen de poeta romántico y «angelical». Vamos, que Tobella pone los puntos sobre las íes acerca de las muchas sombras que rodean a uno de nuestros grandes literatos. D.E.P.

Sor Patrocinio. La consejera iluminada de Isabel II (2)

Fue un personaje anacrónico en una España, la del siglo XIX, abierta a convulsos cambios. Consejera espiritual de Isabel II y su marido Francisco de Asís, provocaría un auténtico vendaval político cuando afirmó padecer en su cuerpo los estigmas de Cristo. Aquel y otros hechos «prodigiosos» desembocaron en un proceso judicial que hizo historia y que fue impulsado por el político Salustiano Olózaga, receloso con esta singular religiosa cuya figura está rodeada, todavía hoy, de claroscuros.

Óscar Herradón ©

Sor Patrocinio –según afirmaría en varias ocasiones, muy a su pesar– se haría célebre por sus estigmas, esto es, por mostrar en su cuerpo las llagas que padeció Jesús durante la Pasión. La primera llaga se le abrió en julio de 1829, aunque al parecer la priora no lo advertiría hasta bien entrado el año 1830, cuando Sor Patrocinio tenía dieciocho años. La religiosa padecerá nada menos que las cinco llagas del «Salvador», algo inaudito incluso para el santoral de la Iglesia.

El 10 de octubre de 1830 nacía la que sería la reina más castiza de nuestra historia, Isabel II, en un tiempo convulso para las Órdenes eclesiásticas y con un enfermo Fernando VII que debido a la aprobación de la Pragmática Sanción –que convertía a su hija en heredera directa al trono– sería el responsable de una terrible guerra civil que asolará España, una España no recuperada aún de las terribles secuelas de la Guerra de la Independencia.

«La muerte de Fernando VII». F. de Madrazo (1833)

La reina niña será afín toda su vida a la Monja de las Llagas, y ésta llegará incluso a ser consejera no solo espiritual, sino en ocasiones también política, de la soberana, cuya imagen con las manos cubiertas con paños para ocultar sus heridas se haría célebre en toda España.

Mientras la religiosa vivía supuestas experiencias místicas y su cuerpo mostraba estigmas sangrantes –hasta el punto de que algunas de sus hermanas afirmaban que en el suelo quedaban charcos de sangre–, el vengativo Olózaga, ahora ocupando el cargo de gobernador civil de Madrid, decidió presionar al Congreso para que se abriera una causa contra Sor Patrocinio, su antiguo amor no correspondido.

El 7 de noviembre de 1835, poco después del mediodía, llegaba a las puertas del convento del Caballero de Gracia un piquete de la Guardia Nacional, y algo más tarde el juez, el secretario, una escolta y muchos curiosos que se arremolinaron en los alrededores del edificio sacro. El día 9, tras el rezo y después de una dura pugna con la abadesa y el prior, que no querían dejar escapar a su religiosa favorita, «la sacaron entre bayonetas», trasladándola no a prisión, sino a una casa que supliría dicha función, en la calle de la Almudena, 119, regentada por doña Manuela Peirote, y donde la visitará el receloso enamorado instándola a que deje, una vez más, la clausura. Ella no cederá. LLa acusada permanecerá cuatro meses en dicho domicilio, entre inacabables rezos y numerosas presiones de los políticos, cuando tendrá lugar el proceso en el que será juzgada por falsificar sus llagas y ser favorecedora de la causa carlista –una acertada estrategia de sus detractores para mancillar su hasta el momento buen nombre–.

El proceso judicial comenzó el 6 de noviembre de 1835, en el que, entre otras cosas, un grupo de facultativos médicos, entre ellos el célebre doctor Diego de Argumosa, debía examinar con minuciosidad las llagas de supuesto origen sobrenatural que nuestra protagonista por aquel entonces mostraba en las manos, los pies, el costado izquierdo –herida abierta que supuestamente reproducía la que el centurión romano Longinos asestó a Jesús en el Gólgota con la famosa “Lanza del Destino”- y en la cabeza, diversas incisiones en forma de corona de espinas. El 21 de febrero, en presencia de varias autoridades, entre ellas el principal impulsor de la causa, Olózaga, los médicos citados certificaron la completa cicatrización de los “estigmas” que desde ese momento y hasta la muerte de la sospechosa serían simplemente mitones –que en ocasiones, no obstante, según el testimonio de varias religiosas, volvieron a sangrar-.

Un proceso judicial atípico

Sin duda el proceso abierto contra Sor Patrocinio fue tan insólito como célebre en toda Europa en aquellos tiempos –lejos quedaban ya los procesos por temas similares en los que el demonio, los estigmas, los vaticinios y los vuelos misteriosos se daban la mano en los tribunales del Santo Oficio–.

Como ya señalé, varios facultativos examinaron las «llagas» de la procesada y siguieron su evolución hasta que fueron curadas. En su declaración, del 7 de febrero de 1837, viéndose acorralada por las evidencias de las pruebas, Sor Patrocinio confesó que un buen día, en los tiempos en los que se encontraba en el convento de Caballero de Gracia, un tal padre Alcaraz, religioso capuchino del Prado, sermoneó a la joven novicia, y viendo en ella una mujer de gran devoción le dijo que «San Pablo en sus cartas exhortaba mucho la penitencia, y en seguida sacó de la capilla una bolsita, en que dijo conservaba una reliquia que aplicada a cualquier parte del cuerpo causaba una llaga, que debía tenerse abierta para seguir padeciendo y teniendo tal mortificación, ofreciendo a Dios los dolores como penitencia de las culpas cometidas y que pudiera cometer, y alcanzaría el perdón de ella».

Y continúan las actas del proceso: «sobre esto la hizo un terrible encargo, mandándola aplicase a las palmas de las manos y al dorso de ellas, a las plantas y parte superior de los pies, en el costado izquierdo, y alrededor de la cabeza en forma de corona, encargándola muy estrechamente bajo de obediencia y las más terribles penas en el otro mundo, que no manifestase a nadie de qué la habían provenido, y que si la preguntaban debería decir que sobrenaturalmente se había hallado en ellas».

Dicho religioso, además, instó a Sor Patrocinio a que mantuviese aquello en secreto, «sin que se lo manifestase ni a la abadesa, ni a su confesor, ni a persona alguna (…)». Al parecer, nada sobrenatural rodeó a los estigmas de Sor Patrocinio, que debido a su ciega fe se dejó embaucar por otros religiosos que pretendían sacar provecho de aquellas «milagrosas» llagas. La sentencia fue dictada el 25 de noviembre de 1836, y se condenaba a la religiosa a ser trasladada a otro convento «que se halle al menos a distancia de 40 leguas de esta corte», encargándose a la abadesa del mismo que la vigilase concienzudamente. Finalizaba así uno de los procesos judiciales más extraños de la España decimonónica.

El proceso fue tristemente célebre, dio mucho que hablar en la Villa y Corte y fue el motivo del primer destierro de Sor Patrocinio, que se vería obligada a lo largo de su vida a abandonar en varias ocasiones, y muy a su pesar, la clausura, para, petate en mano, marchar a un destino en ocasiones incierto. La religiosa fue enviada el 26 de abril de 1837 –tras residir hasta entonces en un convento de Arrepentidas de la madrileña calle de Hortaleza– a Talavera de la Reina, a cumplir su pena de destierro, concretamente al convento de Concepcionistas calzadas de la Madre de Dios.

El primer exilio y la Corte

En dicho convento cayó enferma y se solicitó al Gobierno su traslado a otro más cálido y acogedor; gracias a la intercesión de la reina gobernadora, se permitió a Patrocinio trasladarse hasta Torrelaguna, donde permanecería durante cinco años.

Regresará entonces a Madrid, ya con Isabel II como reina de pleno derecho; la reina niña comenzaba a ser comidilla en los mentideros de la capital y daría mucho que hablar durante décadas a los amantes de las historias de folletín.

Isabel II, la Niña «Bonita»

De nuevo en Madrid, Sor Patrocinio, con cuarenta y tres años, vuelve a su comunidad, que ahora está alojada en el Convento de La Latina, ya que el edificio del Caballero de Gracia se cerró con el proceso. Por aquel tiempo moriría su madre y tendría lugar el primer encuentro entre la religiosa e Isabel II, que visitó el edificio sacro junto a su madre y su hermana María Luisa Fernanda. Hasta el 29 de octubre de 1845 Patrocinio permanecería allí, hasta que se traslada al de Jesús Nazareno, cedido por el duque de Medinaceli, donde sería nombrada maestra de novicias.

Isabel y Francisco

Tiempos relativamente tranquilos hasta que tiene lugar el precipitado matrimonio de la reina niña con su primo Francisco de Asís. Se cree que la monja fue quien convenció a Isabel II de que le tomara en matrimonio, algo a lo que Isabel era reticente debido a los rumores de la supuesta homosexualidad de Asís, comidilla de los círculos cortesanos. Después, Sor Patrocinio se convertiría en un personaje asiduo a la soberana y a su esposo, lo que le costaría nuevas críticas y ataques. Junto al padre Claret, confesor de la reina, la religiosa se encargaría de velar por la salud espiritual de aquella llamada a regir los destinos, a menudo tristes, de los españoles. Y falta hacía. Porque vendrían tiempos difíciles…

En 1849, Sor Patrocinio sufrió un atentado con arma de fuego del que saldría ilesa. Años después un segundo encapuchado intentaría de nuevo matarla, sin conseguirlo. Ese mismo año, el 21 de octubre, hubo un cambio ministerial y Ramón María Narváez, jefe de Gobierno, culpó a la monja de ello, quien pagaría sus supuestos tejemanejes con un nuevo destierro, esta vez a Badajoz, aunque poco después reconsideraría su decisión y le permitiría el regreso a la capital. Un continuo ir y venir, alternado con el claustro y la Corte, sería su vida.

Narváez

El día 2 de febrero de 1852, la princesa de Asturias iba a ser presentada a Nuestra Señora de Atocha, cuando tuvo lugar el intento de regicidio del cura Martín Merino sobre Isabel II que asesta una puñalada a la soberana que milagrosamente, gracias a las ballenas de su corsé, sale levemente herida de la que habría sido una incisión mortal. En aquellos tiempos de habladurías y bajezas políticas de todo tipo, algunos quisieron ver la responsabilidad de Sor Patrocinio en el atentado, una auténtica falacia de la que años después de la muerte de la monja hablaría la propia reina española, al igual que de otros asuntos relacionados con la que había sido su consejera espiritual junto al padre Claret. También ella había sido objeto de las iras de los terroristas, pero eso nadie quiso recordarlo entonces.

Algunos no perdonaban a la monja el hecho de que en los tiempos de la reina gobernadora y de la minoría de edad de Isabel II, Sor Patrocinio predijera el triunfo del ejército carlista el día en que el pretendiente al trono español nombró a la Virgen de los dolores generalísima de las huestes rebeldes, virgen que sería bordada en el estandarte de los sublevados, y que sería causa del llamado «Debate memorable», cuando en 1862 el viejo y rencoroso Olózaga incluyó el nombre de su antigua amada en los graves folios del Diario de Sesiones, donde se debatiría, una vez más, el papel de Sor Patrocinio en la vida política del país. Continuaban sin dejarla tranquila en su labor devocional.

Nuevos exilios y penalidades

Nuevos destierros forzosos; debido a su influencia en la corte y a su fama cada vez mayor de visionaria, Sor Patrocinio sería llevada primero a Baeza y después a Benavente, al convento del Sancti Spiritus, perteneciente a la Orden de las dominicas calzadas y donde sería enclaustrada una vez más por orden del Gobierno, ingresando el 19 de septiembre de 1855.

Convento del Santi Spiritu

Desde allí mantendría una fluida correspondencia con palacio, con Isabel II y Francisco de Asís e incluso la princesa de Asturias, a los que seguía asesorando desde su exilio en diferentes asuntos, al parecer, algunos de ellos incluso políticos, al igual que hiciera la venerable madre Sor María de Ágreda, la «Dama Azul» –a quien Sor Patrocinio veneraba y llegaría a afirmar que se le había aparecido en una ocasión–, consejera espiritual del rey Felipe IV. Sor Patrocinio no se sentía a gusto con dicha comunidad, a la que, según sus cartas, consideraba extraña, y con cuyos miembros ni siquiera comía.

En sus misivas solicitaba insistentemente que la trasladaran, debido al clima frío y húmedo del lugar y a que su salud se resentía constantemente, padeciendo extraños vómitos de sangre en los que algunos quisieron ver también la huella divina. Las quejas constantes de la monja aludiendo a su precaria salud hicieron que fuera trasladada al convento de Torrelaguna, más cerca de la Corte y en compañía de sus hermanas, aunque los rigores de este desangelado convento no le iban a la zaga al de los anteriores, un edificio sin muebles, casi en ruinas, al que Sor Patrocinio llamaba «su Portalico de Belén» y que sostenía gracias a donaciones particulares; un buen día Narváez, entonces jefe de Gobierno y responsable de su destierro, quien pensaba que quizá la encontraría rodeada de lujos y comodidades, se presentó de improviso en el mismo y comprobó, conmovido, la lamentable situación de la religiosa, que pasaba un frío terrible en invierno, lo que provocó que el político informase a la reina sobre la conveniencia de trasladarla a un lugar más decoroso, en este caso a Aranjuez.

Isabel II se preocuparía entonces de que su consejera espiritual fundase conventos en los reales sitios de La Granja, el Escorial, El Pardo y Lozoya y reformase conventos como el de Manzanares, en Ciudad Real. La energía vital de la protagonista de este post era sorprendente.

El cambio de régimen, la enfermedad y la muerte

En 1868 triunfó la revolución que envió al exilio a Isabel II, episodio que al parecer había vaticinado años atrás la propia Sor Patrocinio, incluida la llegada al trono –también bastante compleja– de su hijo Alfonso XII tiempo después. En tales circunstancias, el cardenal Cirilia la envió a Francia para ponerla a salvo de los revolucionarios, entre los que tenía mala fama, donde continuaría su labor fundadora a la espera de regresar a España, escribiendo la regla de una nueva Orden que sería aprobada por el obispo de París. En 1870 se desencadenó la guerra franco prusiana que pondría en dificultades a la comunidad de religiosas españolas, que habrían de trasladarse a diferentes conventos. Todo eran sobresaltos.

Nuevas idas y venidas. En 1874, con la Restauración y la llegada al trono de Alfonso XII, se permitiría el regreso de la madre Patrocinio a nuestro país donde, a pesar de su edad, continuaría incansable su labor fundadora.

Alfonso XII

Este singular personaje estuvo en el punto de mira de los más importantes políticos del siglo XIX, Olózaga, Narváez, los propios reyes; a pesar de su deseo de querer pasar desapercibida, fue víctima de todo tipo de difamaciones, escarnios y como hemos visto, constantes destierros, hasta el punto de que llegaría a decir: “¡Pobre de mí, sin meterme en nada, cómo me traen y me llevan cada uno para sus fines particulares…!”. Para otros, sin embargo, Sor Patrocinio nunca fue tan inocente.

Sea como fuere, tan singular religiosa dejó este mundo en 1891, en el convento del Carmen de Guadalajara, tras una dilatada existencia llena de luces y sombras y después de un tiempo muy enferma de disnea. No obstante, hasta el último año de su vida proyectó fundar una comunidad en San Clemente de la Mancha. Poco antes de fallecer recibió un telegrama de León XIII –que sustituyó en el trono pontificio a su amigo Pío Pío IX–, donde el Santo Padre le daba la bendición. Según uno de sus mejores biógrafos, Benjamín Jarnés, besó el papel varias veces. La monja ya estaba más cerca de alcanzar el cielo.

En 1907 comenzó su proceso de beatificación, en el que se consultó incluso a la propia Isabel II, una larga batalla por elevarla a los altares que aún no ha concluido. Actualmente, está considerada «sierva de Dios» y la Congregación para las Causas de los Santos mantiene su proceso abierto en busca de los milagros que atestigüen su carácter «divino».

PARA SABER UN POCO MÁS:

–JARNÉS. Benjamín: Sor Patrocinio, la Monja de las Llagas, Austral, 1971.

–VOLTES, Pedro: Sor Patrocinio, la Monja Prodigiosa, Planeta, 1994.

–Hace un par de años la editorial Almuzara publicaba Isabel II. Historia de una gran reina, una completa biografía de la tantas veces vapuleada –en ocasiones injustamente– reina por antonomasia del XIX español. El autor, Eduardo Rodríguez López, realiza un estudio didáctico, exhaustivo a la vez que ameno y de fácil lectura sobre la vida de la soberana, detallando los avatares políticos del reinado de «la de los Tristes Destinos» y el contexto en el que se tomaron las decisiones y su porqué, huyendo de conclusiones simplistas.

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