Cuando Stallone se vistió de Juez Dredd

Fue una de las películas más desastrosas de mediados de los 90, y a pesar de ello, a casi 30 años de distancia de su estreno es vista con cierta nostalgia por los amantes de las rarezas y de la serie B –servidor incluido–. Es mala, sí; no hacía justicia al cómic que adaptaba, de una calidad infinitamente mayor (y muchísima más violencia), cierto, pero tenía «su aquel». Ahora que Ediciones Kraken saca un nuevo tomo sobre el personaje capital del cómic británico, en «Dentro del Pandemónium» recordamos algunas anécdotas de su adaptación cinematográfica.

Óscar Herradón ©

Se convirtió en uno de los mayores batacazos de Stallone, tras décadas de gloria taquillera con sagas como Rocky o Rambo y un notable éxito dos años antes con Demolition Man. Que entonces el italoamericano enseñara el culo en la escena de la criogenización supuso todo un escándalo (y un reclamo de espectadores) cuando quien esto suscribe tenía 13 primaveras y no había alcanzado ni siquiera la adolescencia. Cómo ha cambiado todo desde entonces. No siempre para mejor. Bendita inocencia.

Le acompañaban en aquella cinta futurista de tono paródico un espídico e hipervitaminado Wesley Snipes (para la nostalgia queda su frase de «Simon dice: ¡Muere!») y una entonces cuasi desconocida Sandra Bullock que se convirtió en mito erótico de toda aquella generación y rostro de referencia a partir de entonces en las superproducciones de Hollywood, principalmente en comedias románticas, pero no solo, pues ha destacado en títulos de gran calidad como The Blind Side o Gravity, y que en aquella aventura futurista de 1993 donde practicaba «sexo sin contacto» por medio de un casco sensorial fue nominada a los Premios Razzie como peor actriz secundaria.

Pero volvamos a Juez Dredd. Algo que no solía suceder en las páginas del cómic británico era que Dredd se quitara el casco, pues era el elemento que lo dotaba de cierto aire misterioso e implacable, pero en gran parte del metraje de su adaptación cinematográfica Sly luce sin él. Se rumoreó que el estudio, Hollywood Pictures, propiedad de Disney, no estaba por la labor de pagarle al actor millones de dólares por un papel en el que ocultaba gran parte de su celebérrimo careto a la audiencia.  Es comprensible.

El excéntrico acompañante de Dredd es el hacker Herman «Fergie» Ferguson, rol que interpretó el comediante del Saturday Night Live Rob Schneider, quien ya había aparecido brevemente en Demolition Man. Stallone pretendía que dicho papel recayera en Joe Pesci, pero el actor que había ganado unos años antes un merecido Oscar por Uno de los Nuestros (Goodfellas), de Martin Scorsese, rechazó el papel, que habría sido relativamente similar al que interpretó en Arma Letal 2 en 1989. Precisamente Schneider sufriría un accidente durante el rodaje, y para más inri realizando un acto bastante rutinario, no una de esas escenas de acción que requieren de especialistas (o intérpretes algo temerarios como Tom Cruise): resbaló mientras bajaba por unas escaleras y se dio un fuerte batacazo, golpeando su rostro con el suelo del piso. Aunque el equipo quedó paralizado, imaginando lo peor, no sufrió heridas graves.

A vueltas con la violencia

Cannon

Aunque la película no ofrece ni mucho menos la carga de violencia del cómic original, la idea del director, Danny Cannon , era ser más fiel al mismo dotándola de una atmósfera asfixiante y un contenido que los estudios calificarían de «extremadamente violento» y que obligó a eliminar numerosas escenas en la sala de montaje. De haber prosperado la idea de Cannon, estaríamos ante una cinta muy diferente, probablemente mucho mejor. Aún así, la cinta fue calificada con la temida X (llamada desde 1996 NC-17 según la calificación por edades de la Motion Picture Association) hasta en cuatro ocasiones, pues prevalecía el enfoque violento del realizador, mucho más agresivo de lo previsto por el estudio financiado por Disney. Así, uno de los productores, Edward Pressman, convenció a la junta para que le echara una mirada a una nueva versión más light, que recibió la calificación R (apta desde los 16 años), comercialmente mucho más deseable para una película de acción futurista.

El enfrentamiento entre Stallone y el director fue sonado. El primero creía que debía ser una película de acción con algunos guiños cómicos. Cannon, por el contrario, quería algo oscuro y sin tregua. Con los años, Sly confesaría que el realizador intentaba afirmar su autoridad saltando de la silla de director y gritando que todos debían temerle. Evidentemente, Stallone llevaba muchos años siendo una estrella y tenía una gran influencia en la producción, por lo que no estaba dispuesto a dejarse mangonear por Cannon, ni siquiera aunque éste tuviera razón…

El escándalo de la violencia –que parece fue cosa casi exclusiva de Cannon– acabó salpicando también al guionista, uno de los más solicitados entonces: Steven E. de Souza, que había firmado el libreto de las dos primeras partes de La Jungla de Cristal (Die Hard), Comando o Ricochet (y el de otra película que fue un absoluto fiasco y que se rodó un año antes que Juez Dredd: Street Fighter: la Última Batalla, protagonizada por un Jean-Claude Van Damme ciego de polvo blanco y Raul Julia como villano y ya gravemente enfermo de cáncer).

De Souza

Con el tiempo, un colega le contó a De Souza que los estudios Disney le habían metido en la lista negra, que lo consideraban persona «non grata» y que no volvería a escribir un guion para ellos. Nunca lo hizo. Todo aquel revuelo, sin duda (y al contrario que con otras producciones) repercutió negativamente en su éxito en salas, pasando a convertirse en rareza de videoclub. Y en pieza de coleccionistas «frikis» casi tres décadas después.

Del papel a la gran pantalla… dos veces «fallidas»

Las historias del Juez Dredd en papel tienen un largo recorrido, no en vano, podemos asegurar sin equivocarnos que es quizá el personaje más importante de la viñeta británica, que revolucionó el estilo de contar historias en la «pérfida Albión» con un estilo directo, novedoso, podría decirse que transgresor y en cierto punto satírico, un acercamiento distinto al sci-fi de corte cyberpunk, antecesor de historias distópicas como el Blade Runner de Ridley Scott o el manga/anime Akira, creado por Katsuhiro Otomo (que también realizó su versión cinematográfica en 1988).

El personaje nació en 1976 en el seno de la revista 2000 AD creada ese año por el guionista Pat Mills, que propuso al también guionista John Wagner que participara del proyecto, y se les ocurrió la idea de crear a una especie de agente de la ley que llevara la justicia hasta al extremo (más cerca, pues, de la venganza), con un tono duro, áspero, sin concesiones y dedicado al público adulto. Wagner confió su diseño al español Carlos Ezquerra, con quien había trabajado previamente, y la premisa inicial que le dio es que tuviera cierto parecido estético con el protagonista de la película La Carrera de la Muerte del Año 2000 (Death Race 2000), protagonizada por David Carradine y en la que salía… ¡Silvester Stallone! ¿Casualidad?

El Juez Dredd debutó en el número 2 de 2000 AD, el 5 de marzo de 1977, ambientando la historia en el año 2099, en un futuro distópico en el que la población mundial ha sufrido varias guerras nucleares y existen las citadas Megaciudades. En «Mega-City Uno» es donde Dredd y otros «Jueces» (que sustituyen a las figuras jurídicas de las democracias), con un estricto entrenamiento previo y una imparable bestialidad nunca vista en el cómic hasta entonces, interpretan su particular sentido de la «justicia».

Finalmente, Ezquerra no se inspiró demasiado en el piloto vestido de cuero negro que portaba un oscuro casco que le cubría gran parte del rostro, y a Wagner no le gustó nada su diseño, afirmando que su personaje parecía «un conquistador español». Sin embargo, a Mills le encantó y, en palabras del propio Ezquerra, «se cambió de Nueva York a Mega-City Uno, un centenar de años más tarde».

Los archivos completos del Juez Dredd (Kraken)

Puesto que hablar del serial daría para treinta entradas en «Dentro del Pandemónium», en esta ocasión me centraré solo en lo último publicado en castellano. Hace unos meses, una de mis editoriales de cómics favoritas del panorama nacional, Kraken, editaba el décimo volumen de Los archivos completos del Juez Dredd, el personaje más importante de la viñeta británica, sin cortapisas ni aditivos, un libro ya publicado en su día por ellos –en 2006– y que ahora sale en una nueva edición con impactante portada en blanco y negro. Continúa así la crónica futurista del policía que se hizo popular con sus aventuras publicadas originalmente en la legendaria revista 2000 AD.

En esta ocasión, el Juez Dredd vuelve a las duras calles de la Gran Meg para enfrentarse a los más peligrosos delincuentes de la ciudad en un volumen que incluye algunas de las historias más trepidantes del personaje como «El arte de Kenny Quién», «Los puños de Stan Lee» o «El Taxidermista», con guiones de los genios de la citada publicación Alan Grant (Lobo) y John Wagner (Una historia de violencia), y el arte de clásicos como Steve Dillon (Predicador), Cam Kennedy (Star Wars) o Ian Gibson (Halo Jones). He aquí la forma de adquirir esta delicatessen para los adictos al cómic más exigentes:

https://www.edicioneskraken.com/titulos_detalle/215-juez_dredd_los_archivos_completos_10

El cuadrilátero en la gran pantalla

El pugilismo ha sido, es y será una referencia para el séptimo arte. Ya desde el cine mudo se rodaron películas importantes sobre un cuadrilátero como El Ring (1927), de Alfred Hitchcock, y a ella seguirían cintas mínimas y obras malas, en medio de obras maestras como Cuerpo y alma (1947), Más dura será la caída (1957), Réquiem por un campeón (1962), y ya más cerca en el tiempo largos como The Fighter (2010) o Redención (2015). Realizamos un repaso por el deporte del puñetazo visto desde una butaca de cine.

Óscar Herradón ©

Stallone en Rocky (Source: Wikipedia)

Puedo decir sin sonrojarme que con Rocky y su melodía tuve mis primeras sensaciones heroicas infantiles. O quizá fue con Star Wars… Era escuchar aquella potente banda sonora, hoy épica, compuesta por Bill Conti, y todo se hacía posible. Luego, en la cuarta entrega (aquel producto de exaltación yankee en plena Guerra Fría que, creo, fue la primera que vi, por edad, y que, será mala, pero me encanta), se asentaría definitivamente en mi mente la melodía de «The Eye of The Tiger», de Survivor, que inauguró la tercera entrega en 1982, y el subidón fue aún mayor.

Cualquier desafío, por grande que fuera, aunque se tratara del de un crío de 8 años, parecía posible al ritmo de aquellos acordes y ese baile de piernas tan criticado por los expertos. Tras aquellos años de cine y boxeo a lo Stallone vendría mi cinefilia (o quizá partía de allí, y de esos inolvidables momentos de sofá y cuarto de estar, porque entonces teníamos «cuarto de estar»), y descubriría cintas como Toro Salvaje, Más dura será la caída o Marcado por el odio. Mejores, dicen los que saben, pero con Rocky sigo soñando. Quizá porque nací cuando se marchaba el año 1979, a las mismas puertas de los 80, con un Stallone icónico también en Rambo. Me da igual lo que la crítica diga de él y su testosterona ultraviolenta, no puedo ser objetivo.

Melancolías aparte, antes del potro italiano, mucho antes, se hicieron joyas de la gran pantalla, más admiradas por los que se dedican a tan honorable –y violento, todo hay que decirlo– deporte, joyas que recoge de forma detallada (y entretenidísima) Alfonso Bueno López en Sangre, sudor y puños. El boxeo en el cine, una de las últimas novedades de una editorial que me encanta, porque adora también el cine en general, y el ochentero en particular, como ya mostré en un post sobre la saga Regreso al Futuro: Diábolo Ediciones. Por supuesto, teniendo la posibilidad de sumergirnos en las páginas de un libro así, profusamente ilustrado, apenas citaré unas cuantas curiosidades pugilísticas para abrir boca, pues todo se cuenta ahí con pelos y señales, guantes, sangre, sudor, puños y mucho espectáculo.

El deporte de las doce cuerdas

Después de narrar el origen del boxeo y cómo éste fue prohibido en varios países, como Inglaterra (donde se realizaban combates clandestinos a los que, paradójicamente, asistía de incógnito el mismísimo príncipe de Gales), el autor se centra en el papel de este deporte en la gran pantalla, que aparece casi desde el comienzo de este arte, con el cinematógrafo y el cine mudo. Buena parte de los filmes pioneros tenían como trasfondo la clandestinidad de este deporte que ya era célebre en la Antigua Roma.

El propio Thomas Alva Edison, que en su guerra de patentes se hizo con los derechos del kinetoscopio, consciente de las posibilidades del espectáculo pugilístico, inició el cine de boxeo con una película filmada en 1894, una pelea coreografiada de seis asaltos entre los púgiles Mike Leonard y Jack Cushing en el estudio Black Maria.

Leonard VS Cushing

La primera estrella de este género fue el profesional (primer campeón del mundo) James J. Corbett, quien compaginó su carrera deportiva con apariciones en diversos teatros de todo EEUU y que al dejar los cuadriláteros se dedicó también al cine en el recién inaugurado Hollywood. Su biografía sería adaptada a la gran pantalla por Raoul Walsh en 1942, en la película Gentleman Jim, y su papel recaló en el inquieto Errol Flynn, que no era un profesional pero estaba acostumbrado a usar los puños.

El boxeo se fue asentando en el nuevo arte y en 1919 el propio David W. Griffith, pionero y padre del cine moderno con la racista El Nacimiento de una Nación, toda una exaltación del Ku Klux Klan en un tiempo en que el supremacismo blanco cosechaba aún un gran poder, dirigió el melodrama Lirios Rotos (Broken Blossoms, también conocido como La culpa ajena) protagonizada por un boxeador camorrista y alcohólico interpretado con maestría por Donald Crisp.

Por supuesto, los grandes del cine mudo como Charles Chaplin o Buthster Keaton no perdieron la oportunidad que brindaba el pugilismo para sus películas, como hizo Charlot en The Champion y en el final de Luces de Ciudad o el segundo en El Boxeador (Battling Butler). Y el que acabaría convirtiéndose en «maestro del suspense», uno de mis realizadores favoritos, Alfred Hitchcock, en su etapa británica y muda, dedicó su segunda película a este deporte en la pionera El Ring, protagonizada por Carl Brisson y cuya pelea final tiene lugar durante un magnífico combate en el Royal Hall londinense.

Buster Keaton en El Boxeador (1926)

A ella, junto a numerosos títulos menores, seguirían grandes cintas protagonizadas, al otro lado del charco, por el «gánster» por antonomasia de aquella era cinematográfica, James Cagney, que sabía moverse en el cuadrilátero, pues aprendió a pelear en las calles, sorprendiendo incluso a su entrenador, el antiguo boxeador y doble de acción Harvey Parry y que nos brindó perlas del ring con toque noir como El Predilecto (ésta tirando hacia la comedia), O todo o nada o Ciudad de conquista.

Sangre, sudor y puños (Diábolo Ediciones)

A estos títulos le sucedieron grandes películas como Más dura será la caída, protagonizada por Humphrey Bogart o Forajidos, de Robert Siodmak, en la que Burt Lancaster (que aprendió el «oficio» sin dar una sola clase) interpretada a un boxeador en sus horas más bajas. E incluso comedias como Abbott y Costello contra el hombre invisible (donde luchaba un púgil translúcido) o la española El tigre de Chamberí, protagonizada por un inolvidable José Luis Ozores, junto a un sinfín de obras menores –y otras notables– hasta llegar al cine de los 70. En esa década comienza la leyenda de Rocky, que se hizo con el Oscar a la Mejor Película y a la Mejor Dirección en 1976 y sobre todo Toro Salvaje, la monumental obra del italoamericano Martin Scorsese con un soberbio Robert De Niro, de las que nos ocuparemos en un próximo post en «Dentro del Pandemónium».

Otros cinco diamantes del boxeo que no te puedes perder:

Nadie puede vencerme. Una joya del noir en la línea de Más dura será la caída, dirigida por Robert Wise en 1949 y protagonizada por un incombustible Robert Ryan.

Marcado por el odio. Robert Wise volvía a usar el boxeo para un largo, superándose incluso –reto nada fácil– en esta cinta protagonizada por Paul Newman en 1956.

El ídolo de barro. Antes de ser Espartaco, el irreverente Kirk Douglas, que nos dejó el pasado 2020 ya centenario, se puso los guantes en este noir dramático de altura dirigido por Mark Robson en 1949.

The Boxer. Cuatro años después del arrollador éxito del drama carcelario En el nombre del padre, Daniel Day-Lewis, de nuevo bajo la dirección de Jim Sheridan, se enfundó los guantes en esta gran película con el conflicto norirlandés como telón de fondo.

Million Dollar Baby. Clint Eastwood rodó una de sus obras maestras con este filme dramático de boxeo protagonizado por fin por una mujer, una Hilary Swank de Oscar –no en vano ganó con ella una de sus dos estatuillas– en un ya lejano 2004. Cómo pasa el tiempo…

Para descubrir mil y un anécdotas sobre cine y boxeo, no hay que dejar escapar el citado libro de Diábolo Ediciones:

https://www.diaboloediciones.com/sangre-sudor-y-punos-el-boxeo-en-el-cine/