Ritos y simbología del crimen organizado (parte III): las Tríadas chinas

Estos días se juzga a los cabecillas de los clanes de la ‘Ndrangheta en Calabria. La Camorra vuelve a estar de actualidad cuando un documental revela cómo los nuevos «capos» de la mafia napolitana son apenas «millennials» que siguen haciendo negocio en plena pandemia y hace unos días que el sicario de la Cosa Nostra Ferdinando «Freddy» Gallina era extraditado desde EEUU a su Italia natal para ser juzgado por tres homicidios «agravados con finalidad mafiosa». El crimen organizado «made in Italy» sigue viva cuando apenas queda un año para que se cumpla medio siglo del estreno en cines de El Padrino, obra maestra por antonomasia del nuevo cine de los setenta. Excusas suficientes para repasar los ritos secretos y los símbolos esotéricos de la Mafia.

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El gigante asiático está disputando a EEUU y Rusia el primer puesto en el liderazgo mundial, y el crimen, que aunque menos llamativo que en Occidente, hunde sus raíces en la misma historia –muy larga– del país, crece casi al mismo ritmo que su expansión económica. Aunque la globalización hace que sean numerosos los grupos que integran el crimen organizado en China, el puesto de «honor» en la tradición se lo llevan las Tríadas, las más antiguas de sus bandas delictivas.

Como apunta Alejandro Riera en su libro La Mafia China: las Tríadas, «el silencio es una parte fundamental, una de las armas más importantes de esta organización criminal». Si no existes, no te persiguen. No obstante, por mucho dominio que tengan los miembros a la hora de pasar desapercibidos, sus crímenes, en la actualidad muy numerosos, pueden rastrearse casi hasta su mismo origen, un origen rodeado de brumas, eso sí. Hoy, los grupos criminales que conforman la mafia china se han desplazado por todo el mundo junto a los millones de inmigrantes del país, aunque durante siglos se negó su existencia: las autoridades argumentaban que se trataba de bandas desorganizadas, pero no de un auténtico entramado criminal.

No fue hasta 1986 que fue reconocida abiertamente la existencia de las Tríadas, cuando el Comité de Lucha contra el Crimen inglés afirmó que en Reino Unido había una mafia china integradas por al menos 120.000 miembros, aunque continúa siendo la mafia más hermética del planeta, lo que va mucho con la forma de ser de sus gentes. Según la tradición, su origen se remonta a 1671, cuando nacieron las primeras Tríadas en el monasterio Shaolin de la provincia de Fuqiang. Un historia que combina folclore, realidad y leyenda, casi como la que rodea a todas las grandes mafias. Cuentan las crónicas que aquel año, los monjes budistas –que practicaban una vida de meditación y aislamiento, y fueron pioneros en el arte marcial del Kung-Fu–, se alzaron en armas contra los invasores bárbaros que se acercaban a la capital, Pekín, amenazando con derrocar a la dinastía Qing –o Ching–. Puesto que los ejércitos imperiales no eran capaces de frenarlos, los monjes se unieron a la lucha y consiguieron reducir a los invasores sin perder un solo hombre.

Los Cinco Ancestros

Poco después, aquellos gloriosos guerreros que habían regresado a su retiro monacal, fueron víctimas de la traición de los consejeros del emperador Kangxi, que le hicieron creer que su dominio del arte de la guerra poder podía volverse en su contra. Así, Kangxi ordenó que el monasterio fuese reducido a cenizas y los monjes asesinados. Hasta el lugar se dirigió un grupo especial, armado con veneno y pólvora. Durante un banquete, los invitados emborracharon a los monjes con bebidas mezcladas con una extraña sustancia. Todos murieron calcinados en un episodio muy similar a otro de la catódica Juego de Tronos, salvo cinco, más tarde conocidos como los Cinco Ancestros, que lograron escapar y fundaron una sociedad secreta, la llamada Liga Hung, que pretendía restaurar la dinastía Ming –pues los Ching eran de origen manchur y no chino–.

El emperador Kangxi

Un grupo que poco a poco fue creciendo, con otros que se les unieron, y que acabó transformándose en auténticas células criminales, eso sí, con un rígido código de honor y unas tradiciones llenas de misticismo y elementos simbólicos y mágicos. No obstante, hay historiadores que creen que esta historia es mera fantasía que sirve para dar una pátina de romanticismo a lo que no dejan de ser organizaciones criminales.

La historia oficial nos dice que las Tríadas surgieron en la región de Fuqiang en el siglo XVIII, una época convulsa en muchos aspectos, también económicos. En aquella zona los caminos eran muy peligrosos, estaban llenos de bandidos y ladrones. Era una suerte de «salvaje oeste» chino: estafas, robos, asesinatos, extorsión… Los jóvenes de la zona, que ocupaban el escalafón más bajo de la sociedad, se juntaban en hermandades unidas por juramentos de lealtad para proporcionarse ayuda mutua. Pronto estas sociedades adoptivas comenzaron también a delinquir.

No sería hasta el siglo XIX que los británicos bautizasen a estos grupos como Tríadas, debido a que su sello identificativo estaba formado por un triángulo equilátero; cada uno de sus lados representa los tres elementos de la armonía china: el Cielo, la Tierra y el Hombre, lo que hizo que también fuesen conocidos con el romántico nombre de Hermandad del Cielo y la Tierra. Llegaron a tener tal poder en el siglo XX, que en 1911 colaboraron en el derrocamiento del emperador Puyi –que abdicó el 12 de febrero del año siguiente– y ayudaron al advenimiento de la República, y, cuando los japoneses invadieron Hong Kong en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, tenían que negociar con sus matones para mantener el orden.

Hoy nadie sabe cuánta gente forma parte de esta hermética –aunque gigantesca– sociedad secreta con fines criminales. Su huella se ha dejado sentir desde Nueva York a Toronto, de Sidney a París o Barcelona y Madrid, aunque su base principal está en Hong Kong, Taiwán y la China continental. Se dedican a la falsificación de tarjetas de crédito, al tráfico de personas, la fabricación, venta y distribución ilegal de numerosos productos, el tráfico de heroína, la trata de blancas, clínicas ilegales e incluso muertes por encargo.

La iniciación

Solo puede formar parte de ella un varón chino cuyos progenitores, ambos, sean de esa nacionalidad, puesto que consideran que «la sangre buena no sabe traicionar», algo similar a lo que sucede en otras organizaciones como la Cosa Nostra italiana o la Yakuza nipona. Siguen una estructura similar a la familiar, y deben prestar auxilia a sus «hermanos» siempre. El incumplimiento de esta regla es causa de muerte. Se articulan en grupos de tres personas, que se relacionan jerárquicamente con otros grupos a través de uno solo de sus integrantes, lo que implica el desconocimiento de las actividades –y los altos cargos– por parte del resto de miembros de la organización. El SILENCIO es, como apunté antes, lo fundamental para que su entramado delictivo siga funcionando a la perfección. Para comunicarse entre ellos, los miembros de la Tríada son instruidos en un lenguaje compuesto de saludos secretos y señales sutiles, por ejemplo, la manera en que sostienen o dejan los palillos para comer, el número de dedos con el que sujetan un vaso… un universo de tradiciones donde se reverencia la patria y la sangre.

El solemne ritual de iniciación en la Sociedad solía comenzar cuando los iniciados pasaban por debajo de varias espadas alzadas, que simbolizaban la entrada a una nueva familia. El rito iniciático las Tríadas fue conocido gracias a William Stanton, autor de The triad Society of Heaven and Earth Association, quien, en 1900, fue testigo de una de esas ceremonias; un testigo privilegiado, ya que ningún otro occidental, que sepamos, ha vuelto a presenciar una de ellas.

Según su testimonio, la ceremonia se iniciaba con la repetición de una serie de frases por parte de los aspirantes: «Que este primer incienso se eleve hasta los cielos, mientras juramos nuestra oposición a los Quing. Nosotros vengaremos el fuego malvado de Shaolin, derrotaremos a los mongoles y restauraremos a los Ming (…)». Después, los iniciados reciben un rollo de papel de color amarillo, por lo general decorado con dos dragones y dos aves fénix que pelean por una perla, donde se encuentran los 36 juramentos que son leídos en voz alta. Todo ello se realiza ante un altar con el Buda de la justicia.

Acto seguido, en un acto similar al de otros grupos criminales secretos, los presentes se pinchan con una aguja un dedo concreto de la mano izquierda, dejan caer su sangre en un cuenco que puede contener o bien sangre o bien vino, mezclados con la sangre de un gallo. Después, se quema el rollo y, tras juntar las cenizas del cuenco, todos beben de él y hacen un juramento de fraternidad. Entonces, los neófitos pagan un dólar como «cuota de entrada» y son declarados hermanos, tras lo cual reciben cuatro sellos envueltos en papel rojo, de los que responderán con su vida.

Apuntes de un cocodrilo. La novela «Queer» de Qiu Miaojin

Hoy en España se debate la controvertida «Ley Trans» que ha provocado un vendaval –otro más de una larga lista– en el Gobierno de coalición; se reivindica en la mayoría de los países civilizados el respeto, la tolerancia y la total aceptación de la comunidad LGTBI, salvo excepciones, y aunque queda muchísimo por hacer en este campo, pues hay numerosos rincones del planeta en los que puedes ir a la cárcel, ser torturado o incluso ejecutado por ser homosexual –no hace tantas décadas que el Franquismo lo consideraba un delito tipificado en la llamada «Ley de vagos y maleantes»–, si echamos la vista atrás el asunto era mucho más urticante, lo que no impedía que se escribieran obras valientes y combativas.

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Cuando en este país era tema tabú, o al menos marginal en los grandes medios y sobre todo entre las familias, mucho más «tradicionales» que en este 2021, allá por 1994, la taiwanesa Qiu Miaojin publicaba una joya de la literatura asiática, un clásico de culto instantáneo que ponía en evidencia las contradicciones sobre la sexualidad y la intolerancia más absoluta del establishment en un país, China, en el que todavía hoy el asunto es tema incómodo, cuando no prohibido. La novela era Apuntes de un cocodrilo, que ahora podemos disfrutar en castellano gracias al buen hacer y a la cuidadosa selección de títulos de Gallonero Ediciones.

Miaojin, que murió apenas un año después, en 1995 –se suicidó clavándose un en el pecho un cuchillo de cocina en París, tras acabar el manuscrito de su última novela-confesión, Testamento desde Montmartre–, era una de las escritoras lesbianas más reconocidas de Taiwán, rincón algo más libre que en los últimos años está en el punto de mira del régimen de Beijing. El telón de fondo de esta atípica y personalísima historia es Taipéi, la capital, una ciudad que la autora retrata en los primeros años que siguieron al levantamiento de la Ley Marcial, ansiosa por acercarse a Occidente y crear una identidad propia completamente independiente de la capital de la República Popular China.

Hoy que vuelve a estar entre las cuerdas dicha «independencia», y que en regiones como Hong-Kong son habituales los abusos policiales, las detenciones ilegales y las leyes marciales por parte de las autoridades chinas, cuánto habría sufrido Miaojin de haber visto el nuevo escenario, configurado por unos cuantos pasos gigantescos atrás. Hace unos días, el almirante estadounidense Philip S. Davidson advertía de que la amenaza de Pekín sobre la isla se cumpliría esta década: «China podría invadir Taiwán en los próximos seis años», según declaró en una audiencia ante el Comité de Servicios Armados del Senado USA. Escalofriante.

Miaojin

Pero volvamos a comienzos de los noventa. En aquel afán de diferenciarse del gigante asiático y su forma tradicional de convivencia, en Taiwán la homosexualidad, que en China era considerada una enfermedad mental, estaba a medio camino entra la aceptación y la condena. Casi como en la mayoría de rincones. Para la autora, el cocodrilo del título de la novela representa la conciencia de una sexualidad diversa, y como cualquier otro animal vive al margen del asentamiento humano, reacio a dejarse ver. Esta magnética historia de revelaciones a media voz, pero de pura denuncia para quien sabe leer entre líneas, explora los temas de la homofobia y gira en torno a un grupo de jóvenes universitarios queer, término hoy más conocido pero entonces prácticamente inexistente que define una identidad sexual o de género que no se corresponde con las ideas establecidas. En la novela, todos los personajes, con trazos ingeniosos y raros y una personalidad triste, parecen vivir, a su manera, una existencia aislada, como la del cocodrilo, separados de la familia y de la sociedad, y en medio de esa desesperación por tratar de ocultarse cuando quieren ser visibles, se vuelven autodestructivos. Una obra vibrante que es a la vez una sátira social con cierto toque surrealista en la que la autora plasmó todos sus demonios interiores que, unidos a las contradicciones e hipocresía del sistema, la conducirían inexorablemente a la tragedia.

Aquí podéis adquirir esta joya literaria de finales del siglo pasado por fin en castellano: