Blake y Mortimer. Integrales

Norma Editorial publica las ediciones integrales de una de las cumbres de la historieta, Blake y Mortimer, fruto de la fértil imaginación del historietista británico Edgar P. Jacobs (1904-1987).

Óscar Herradón ©

Edgar P. Jacobs

Edgar P. Jacobs, como si hubiese nacido de sus propias viñetas, fue un personaje multifacético. Apasionado de la ópera, recibió formación como cantante lírico e hizo sus pinitos en su juventud en dichas lides encima de un escenario. Nacido casi con el siglo, en 1904, fue amigo (y en ocasiones antagonista) de Hergé, el inmortal creador de Tintín, quien no veía con muy buenos ojos el mundo de la farándula en el que se movía Jacobs; de hecho, una anécdota (quizá apócrifa) cuenta que el protagonista de este post inspiró a Hergé el personaje de Bianca Castafiore, diva de divas y estereotipo operístico por antonomasia. Quién sabe. Sí es seguro, no obstante, según recoge el guionista Antonio Altarriba en el magnífico prólogo al primer tomo de la edición integral de Blake y Mortimer que enseguida analizaremos, que el personaje de Jacobini, el cantante de ópera que aparece en El asunto Tornasol dentro de Las Aventuras de Tintín «es homenaje y también guiño de Hergé al que fuera su gran amigo, más allá de sus estrechas pero puntuales colaboraciones».

Portada de la revista Tintín en 1949.

Y es que las aventuras de estos inolvidables personajes tendrían su primera aparición precisamente en la revista Tintín, el 5 de septiembre de 1946. Pero vayamos un poco más atrás: en 1940 Jacobs hubo de dejar de lado su pasión vocal debido a que los alemanes ocuparon Bélgica. Sin embargo, como reza la máxima, no hay mal que por bien no venga, y en el caso de nuestro autor aquella ocupación nazi provocó que se cortara el flujo comercial con los Estados Unidos, enemigos de la Alemania nazi (que, sin embargo, no entrarían oficialmente en guerra hasta el 8 de diciembre de 1941, tras el bombardeo japonés de Pearl Harbor) y las series de cómics proveniente de América, como señala Altarriba, dejaron de llegar a las publicaciones europeas, afectándolas seriamente, como la revista belga Bravo!, cuyas historietas tuvieron que ser o bien interrumpidas o bien asumidas por autores europeos.

Fue el caso del Flash Gordon de Alex Raymond, el célebre space opera que permitiría a Jacobs, de entonces treinta y seis años, demostrar sus dotes como dibujante, creando también para Bravo!, en 1943, El Rayo «U», una serie claramente influenciada por el personaje de Raymond (surgido para competir con las historietas de Buck Rogers, al que pronto superó en éxito y durabilidad), y al que también podemos acercarnos en castellano gracias a Norma Editorial. Será un año después, en 1944, tras la liberación de Bélgica de las tropas nazis, cuando Jacobs conocerá al también belga George Prosper Remi, mundialmente conocido por su pseudónimo, Hergé (al que se ha acusado de ser germanófilo e incluso colaboracionista en plena Segunda Guerra Mundial, asunto delicado que ocupará otro post del Pandemónium).

Hergé contrató a Jacobs como colorista para remodelar y colorear los primeros álbumes de Tintín, y el segundo colaboró también en el dibujo de decorados de las nuevas aventuras del perspicaz periodista de flequillo rubio que empezarán a aparecer en la revista homónima Tintín a partir de su primer número, en septiembre de 1946, precisamente coincidiendo con el nacimiento de sus legendarios Blake y Mortimer. Según Altarriba, Jacobs combinará con maestría el realismo matizado de Raymond y la depuración lineal de Hergé, construyendo un estilo propio, «indiscutiblemente marca Jacobs». Precisamente en el número 1 de la citada revista comenzará la primera de las historias de la serie, El Secreto del Espadón, que el primero volumen integral de las aventuras de Blake y Mortimer recoge al completo junto con El misterio de la Gran Pirámide.

Una dupla inmortal

Blake.

La vibrante serie, una de las cimas del cómic francobelga, sigue las aventuras de dos jóvenes solteros que, al igual que los personajes de Sherlock Holmes y Watson, creados por sir Arthur Conan Doyle, comparten residencia; dos orgullosos británicos que sirven al gobierno de Su Majestad. El capitán Francis Percy Blake es galés y oficial de Su Majestad. Antiguo piloto de la Royal Air Force (RAF), la fuerza aérea que tendría un papel fundamental en la aún reciente Batalla de Inglaterra, llegaría a ser director del servicio secreto británico, el MI5, con un papel capital también en la Segunda Guerra Mundial cuyas devastadoras consecuencias aún se apreciaban en la sociedad en las que se creó la serie. Arquetipo de la compostura británica, el rubio Blake parece frío y distante pero es también combativo y persistente, aunque reflexivo y cauto. Como buen espía, es igualmente ducho en el arte del disfraz para pasar desapercibido.

Mortimer.

Por su parte, el profesor Philip Angus Mortimer, de origen escocés y formado en la India (en tiempos aún del colonialismo), es físico nuclear y uno de los científicos más prominentes del Reino Unido, además de arqueólogo aficionado, como podemos comprobar en El Secreto de la Gran Pirámide, respondiendo al arquetipo de intelectual británico. Es jovial, inquieto, imaginativo y bromista; y es también impulsivo, lo que le hace a veces temerario, metiéndose en los problemas más pintorescos de la serie.

Olrik, el villano.

Su principal antagonista es el coronel Olrik, que aparece por primera vez en el título que inaugura la serie, El Secreto del Espadón, como jefe de inteligencia del dictador oriental Basam Damdu, emperador del Tíbet, tras el estallido de la Tercera Guerra Mundial, argumento nada extraño si tenemos en cuenta que Jacobs ideó la historia cuando aún no había finalizado la Segunda Guerra Mundial y la estrenó poco después de su fin, al comienzo de la Guerra Fría, un tiempo de incertidumbre ante la amenaza invasora de la URSS en el que el propio Churchill barajó la posibilidad de emprender una «tercera» guerra mundial contra Moscú en el marco de la ultrasecreta Operación Impensable ideada por los servicios secretos británicos. Salvándose in extremis de Blake y Mortimer en la primera aventura, Olrik aparecerá en otras historias de la serie, como El Misterio de la Gran Pirámide o La Marca Amarilla, que inicia el segundo tomo integral publicado por Norma, probablemente la historia más famosa y significativa de la dupla protagonista.

Un noir de aventuras… y ciencia

Como señala Álvaro Pons, codirector de la Cátedra de Estudios del Cómic de la Fundación SM y la Universidad de Valencia, en la documentada y sumamente interesante introducción a este segundo tomo (que se complementa con otro suculento texto del guionista y crítico de historieta Jorge García), en el relato «Jacobs unía con elegancia las claras reminiscencias del policíaco británico de Agatha Christie con los mecanismos bien conocidos del vodevil folletinesco de los franceses Allain y Souvestre, consiguiendo que lo que hasta la geografía había decidido dividir permanentemente por el Canal de la Mancha quedase perfectamente maridado en las páginas de la historieta. La estructura del relato usaba con eficacia el andamiaje de la bien conocida novela Y no quedó ninguno [también conocida como Diez Negritos, una de las obras más emblemáticas de Agatha Christie, publicada el 6 de noviembre de 1939, ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, que estalló a comienzos de septiembre tras la invasión alemana de Polonia], pero sobre esos cimientos la historia nos recordaba las andanzas de la figura misteriosa del villano Fantômas».

Y la ciencia, también la ciencia: «Por si fuera poco, la narración se desarrolla introduciendo la ciencia con la pasión alegre y predictiva de Julio Verne, pero con la suspicacia y recelo de H. G. Wells, avanzando lo que sería una constante en la serie». Siguiendo al citado autor, Jacobs era perfeccionista hasta lo indecible (sus larguísimas explicaciones en bocadillos interminables que a veces ralentizan el ritmo del diálogo, pero que son marca indisoluble de la casa, lo evidencian): la rigurosidad de sus escenarios, de la geografía que muestra en sus obras… «pero también la ciencia que muestra constantemente en los lances de sus personajes: si algo caracteriza a las entregas que Jacobs firmó de la serie es su pasión por los descubrimientos científicos, que intenta justificar desde el conocimiento al que se accedía en la época».

Un caso paradigmático de todo esto es el relato S.O.S.: Meteoros, que aparece también en este segundo volumen integral junto a la citada La Marca Amarilla y El enigma de la Atlántida (los mitos y la magia también están muy presentes en sus relatos a pesar de la primacía de los avances científico-técnicos); en palabras de Pons, «en sus primeras páginas aparecen una serie de espeluznantes titulares que hablan de horribles acontecimientos climáticos. Olas de calor extremo, inundaciones o violentas tormentas sacuden el planeta, según reza la prensa, en un panorama inquietante similar al que vivimos hoy por la mano humana como el terrible peligro que más acecha a la humanidad».

Algo que cobra gran significancia mientras escribo estas líneas, cuando está sumida España en una ola de calor que ha durado casi dos semanas, sacudida por una ola de centenares de incendios devastadores (de Ourense a Zamora, de Extremadura a Ávila), la mayoría provocados por el hombre, ese ser pérfido de dos patas y en muchas ocasiones poco cerebro, pero que se extienden como la pólvora, imparables, debido a las nuevas condiciones climáticas que han remodelado el paisaje, unido al calor extremo, la incompetencia o inoperancia de las autoridades (locales, autonómicas y centrales) y el abandono de los montes y campos que antes servían de sustento a muchas localidades sobre nuestra piel de toro que poco a poco han sido víctimas del abandono rural y la llamada «España vaciada».

Apenas unos años antes las revistas científicas habían comenzado a lanzar los primeros avisos de los peligros de modificación del clima por la acción humana, por la quema incontrolada de combustibles fósiles y el aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera ante la imposibilidad de los océanos por absorber estos gases, lo que daría lugar a un aumento de la temperatura del planeta por el llamado efecto invernadero. 80 años después, estos efectos, como podemos comprobar cada día, son mucho más devastadores, y aumentando.

Antenas H.A.A.R.P.

Pero quizá lo más sorprendente es que, aunque en los años 50 del pasado siglo ya existían proyectos de control y manipulación del clima desde los estamentos militares que alimentaban las teorías de la conspiración (como el proyecto británico Cumulus, también en la década de los cincuenta), «generalmente se basaban en técnicas bien conocidas de siembra de nubes». En palabras de Álvaro Pons, «la propuesta que [en el relato] descubre Mortimer de un sistema de control climático basado en una red de estaciones que usan campos electromagnéticos para poder controlar el clima es una predicción casi perfecta de las elucubraciones conspiranoicas que han envuelto el proyecto H.A.A.R.P. (siglas de High Frequency Active Auroral Research Program), un programa militar de estudio y análisis de la ionosfera que ha sido señalado habitualmente como un complot secreto para controlar el clima y que estaría detrás de las catástrofes climáticas que estamos viviendo», al menos en los delirios y la imaginación calenturienta de los negacionistas, hoy tan activos y armados de «pseudoargumentos» que lanzan sin miramientos en las RRSS. Un discurso, como vemos, completamente actual a pesar de transcurso de tantas décadas.  

Estamos, por tanto, ante una de las obras maestras de la bande dessinée del pasado siglo XX, que ahora podemos disfrutar en su totalidad en formato integral (Norma ya ha lanzado tres tomos, y también todas las historietas de forma individual). No tardaremos en volver sobre algunos de los secretos que envuelven a Blake y Mortimer en el Pandemónium, pero hasta entonces recomendamos los volúmenes editados por Norma hasta el momento:

https://www.normaeditorial.com/buscador/blake%20y%20mortimer

Los duques de Windsor y la sombra del nazismo (parte III)

Ciñó la corona del Reino Unido bajo el nombre de Eduardo VIII, pero no tardó en abdicar para casarse con Wallis Simpson, una dama sin ascendente real. Sus delicados contactos con el régimen nazi y franquista antes y durante la Segunda Guerra Mundial pusieron contra las cuerdas al gobierno inglés y han generado numerosas dudas sobre su patriotismo y la verdadera razón de su abdicación. En nuestro país, rodeado de espías de ambos bandos, vivió uno de los episodios más singulares de la contienda.

Óscar Herradón ©

Wallis Simpson

Durante su estancia en Madrid, Eduardo fue agasajado por algunas de las personalidades más relevantes del régimen franquista, declaradamente afectos al régimen nazi, entre ellos el ministro Ramón Serrano Suñer y el jefe del Consejo Nacional del Movimiento, Miguel Primo de Rivera, hermano del fallecido fundador de Falange. La presencia de los Windsor en España era muy molesta para las autoridades de su país, y, según lo recogido por los servicios de Inteligencia británicos, muy peligrosa por las afinidades y simpatías del noble con el enemigo. Por su parte, parece que Hitler solicitó al general franquista Juan Vigón que entretuviera a la pareja en España el mayor tiempo posible.

Juan Vigón

Martin Allen señala que Churchill instruyó al embajador británico en España, Samuel Hoare, con el fin de que éste convenciera al duque de Windsor para que regresara a Gran Bretaña. Un telegrama del 22 de junio reza lo siguiente: «Desearíamos que Vuestra Alteza regresara lo antes posible. De los preparativos se encargará el embajador de Su Majestad en Madrid, con quien deberéis poneros en contacto». Aunque Churchill lo reclamaba con la escusa de otorgarle un cargo como general del Ejército, todo parecía una artimaña para impedir sus movimientos, que tenían en jaque a las autoridades inglesas.

Pero nuestro protagonista seguía dando largas, temía regresar a suelo inglés ante las posibles represalias, y no tenía intención de correr. Así lo señala Hoare en otro telegrama, del 24 de junio, enviado a Londres: «Imposible convencer al duque de que salga de Madrid antes del domingo y de Lisboa antes del miércoles. Dice que no hay ninguna necesidad de correr, salvo que le hayan concedido un puesto en Inglaterra o en los territorios del imperio (…)».

Lisboa Top Secret

Palacio de Montarco

Finalmente, Eduardo cedió a las presiones de su Gobierno y se dirigió hacia Lisboa el 2 de julio de 1940 con una larga comitiva que impresionó a los asombrados transeúntes de una desolada Castilla que mostraba la destrucción de la reciente Guerra Civil, mientras Suñer, en connivencia con Ribbentrop, pretendía que los Windsor regresasen a España para instalarse en el palacio de los condes de Montarco, en Ciudad Rodrigo (Salamanca), un enclave fronterizo ideal para que los ingleses se pusieran del lado del Eje tras una hipotética invasión de Inglaterra, cosa que nunca sucedería. La capital lusa era otro centro de espionaje en plena guerra. Miembros de la Inteligencia tanto alemanes como británicos seguían cada uno de sus movimientos. Por su parte, el general António de Oliveira Salazar, quien gobernaba con mano de hierro Portugal, en un régimen bastante similar al franquista, también tenía a sus propios agentes pisándoles los talones. Allí, rodeados de comodidades pero también de numerosos ojos con la tarea de vigilarles, permanecerían más de un mes, y recibirían varias visitas, incluso, del embajador español en Portugal, Nicolás Franco, hermano del Caudillo español.

En la capital portuguesa, llena de espías y agentes dobles, la participación española en todo aquel entramado fue también muy relevante. Eberhard von Stohrer, embajador alemán en Madrid, informaba a su superior, el ministro de Exteriores nazi Joachim von Ribbentrop, que Eduardo se sentía muy inseguro en la Lisboa por las presiones del gobierno inglés, añadiendo que su deseo era regresar a España.

Joachim von Ribbentrop
Eugenio Espinosa de los Monteros

Parece que, según se desprende de los informes de Beigbeder, el propio Franco estaba personalmente interesado en que Eduardo regresara al país, y envió a Lisboa al diplomático español Eugenio Espinosa de los Monteros y Bermejillo (tío bisabuelo de Iván Espinosa de los Monteros, vicesecretario de Relaciones Internacionales de VOX), quien el 24 de julio, apenas unos días después, sería precisamente nombrado Embajador de España en Berlín, para que se entrevistase con el duque. Más tarde, envió un documento secreto que con el membrete «Para conocimiento del jefe del Estado», que hoy se conserva en el Archivo Francisco Franco. En él, el diplomático señalaba que Eduardo había recibido un telegrama de su gobierno en el que «debido a sus diferentes graduaciones en el Ejército estaba bajo las ordenanzas militares y que cualquier desobediencia sería juzgada por un Consejo de Guerra». De hecho, ni siquiera se atrevía a entrar en la Embajada británica «por miedo a ser detenido».

Mientras Lisboa era centro neurálgico de espías, como la mayoría de capitales europeas, circulaban los rumores de que la Wehrmacht iba a atravesar los Pirineos, invadir España y hacerse con Gibraltar. Pero aunque esa posibilidad estuvo a punto de verse realizada, nunca fructificó, y tampoco en Portugal los planes alemanes de retener al duque y utilizarlo para sus fines tendrían éxito. Los ingleses, de nuevo, ganaban la partida in extremis.

Una actitud derrotista

El colmo de la paciencia para el Gobierno inglés fue el hecho de que Eduardo concediera una entrevista en la que se atisbaba una actitud «derrotista» que tuvo amplia difusión y que iba en contra de la política de lucha hasta la muerte de su país. Asimismo, seguía mostrando admiración por el archienemigo alemán, diciendo en público que: «En los últimos diez años Alemania ha reorganizado totalmente el orden de su sociedad (…) Los países que no estaban dispuestos a aceptar tal reorganización de la sociedad y los sacrificios concomitantes, deben dirigir sus políticas en consecuencia». El otrora monarca había ido demasiado lejos. Así, Winston Churchill envió al duque un telegrama en el que le amenazaba con someterlo nada menos que a una corte marcial si no regresaba a suelo británico. La posibilidad de verse ante un consejo de guerra por traición fue demasiado para el duque, y cedió a la presión.

Sir Winston, el único que pudo meter en cintura al duque

La idea de Churchill era enviarlo a las colonias, probablemente en Norteamérica. No obstante, antes de partir a su incierto destino, los alemanes seguían obcecados en la idea de retenerlo, pues le consideraban una pieza diplomática muy valiosa: se sabe que Von Ribbentrop, gran amigo de Wallis desde los tiempos en que ambos residieron en Estados Unidos (hay autores que apuntan incluso a la existencia de un romance entre ellos), pidió a las autoridades españolas, una vez más, que persuadieran a Eduardo de que regresara a España. El pretexto, falso por supuesto, era, según el ministro de Exteriores del Tercer Reich, que los británicos, sus propios compatriotas, pretendían asesinarlo en cuanto pusiera un pie en su nuevo hogar. De ello se encargó Miguel Primo de Rivera, amigo del inglés, quien le comunicó que la Casa del Rey Moro de Ronda se hallaba a su entera disposición para pasar un tiempo rodeado de lujos, si decidía fijar allí su residencia. Serrano Suñer, enconado enemigo de Sir Samuel Hoare, insistió en el mismo punto.

Puesto que parecía inminente la marcha de Eduardo, Hitler encargó al oficial del SD ­–el Servicio de Inteligencia de las SS– Walter Schellenberg que realizara sabotajes, a través de pequeños asaltos, a la villa lisboeta donde residían los Windsor, rompiendo algunas ventanas y causando pequeñas explosiones mientras hacía correr, como experto en espionaje que era, el rumor de que se trataba de actos de sabotaje de los propios ingleses.

Rumbo a las Bahamas

Finalmente, el destino de quien había sido rey del Imperio británico, por obra y gracia de Churchill, serían las Bahamas. Hitler, desesperado por retenerle, dio luz verde a la Operación David que hemos mencionado: el secuestro directo de la pareja. El automóvil que trasladaba el equipaje de los Windsor hasta el puerto fue saboteado y se difundió la noticia de que existía una bomba a bordo del crucero que debía trasladarles a su nuevo destino, el Excalibur. Aquella argucia retrasó el viaje, pero no pudo impedirlo.

Eduardo no recuperaría el trono inglés, ni Wallis Simpson recibiría jamás el tratamiento oficial de Alteza Real. El duque fue nombrado gobernador de las Bahamas el 18 de agosto de 1940 –lo sería hasta el final de la guerra, en 1945–. Hacia allí se dirigieron él y su plebeya esposa, dejando atrás una guerra terrible que nadie había logrado evitar y que costaría millones de muertos. A pesar de que el duque de Windsor consideraba las Bahamas una colonia «de tercera clase», no le quedó más remedio que aceptar el nombramiento, impuesto por el implacable premier cuyo lema «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor» marcaría toda una época, la más oscura del siglo XX. El papel de Eduardo en la contienda, su visita a España y la operación pergeñada para secuestrarle, siguen rodeados de numerosas sombras, y todavía queda en el aire si abdicó por amor verdadero –como él siempre sostuvo– o por un acto de traición encubierta.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Con su habitual buen hacer, La Esfera de los Libros nos brinda entre sus novedades un libro a través del que comprenderemos mejor la figura de la duquesa de Windsor (y por ende la de su controvertido marido), escrito nada menos que por Diana Mitford, una de las más estrechas amigas del duque. Asidua invitada a sus fiestas en París o al «Moulin» de Orsay, el pueblo francés donde fueron vecinos, Mitford dejaría a su primer marido (inmensamente rico) por el fascista inglés Oswald Mosley, a quien admiraba (convirtiéndose en lady Mosley), lo que estrecha aún más esos lazos entre quien fuera breve monarca del trono inglés y su plebeya esposa con las fuerzas reaccionarias, para la mayoría de historiadores, verdadera causa (más allá del amor ilegítimo) de que fuese apartado de la Corona cuando ya corrían vientos de guerra en Europa, sabedor el gobierno de su germanofilia y sus buenas relaciones con el Tercer Reich. Un libro, definido por Philip Mansel como «Irresistible» en el que Mitford, a través de un característico y afilado estilo –maliciosamente inteligente, ciertamente irónico y perspicaz–, pinta un retrato de gran realismo de quien fuera su amiga, Wallis Simpson, captando su encanto pero también sus sombras, que las tuvo, y no fueron pocas. He aquí la forma de adquirirlo:

http://www.esferalibros.com/libro/la-duquesa-de-windsor/