Los evangelios olvidados. El rostro desconocido de Jesús

Prácticamente desde su misma aparición, el cristianismo, al igual que la mayoría de las grandes religiones, se dedicó a purgar aquellos escritos que no convenían a quienes manejaban los hilos del poder para transmitir la «verdadera enseñanza». Así, en el Concilio de Nicea (325) se decidió qué textos eran los que contaban el verdadero origen de Jesús y habían sido revelados y señalados –como a partir de entonces los pontífices– por el Espíritu Santo. Los que se condenaron tomaron el nombre de apócrifos y, junto a los gnósticos, dormirían el sueño del olvido durante siglos.

Por Óscar Herradón ©

Concilio de Nicea

Cuando la religión católica fue adoptada como el culto oficial del Imperio Romano, en tiempos del emperador Constantino, todos aquellos manuscritos que no parecían, a los ojos de los ya por entonces magnates del espíritu, dignos de tan excelsa creencia, fueron destruidos y, por suerte, en algunos casos únicamente olvidados y recuperados para la memoria del hombre siglos más tarde. Me refiero a los conocidos como Evangelios Apócrifos y Gnósticos, textos que ofrecían versiones diferentes y polémicas de las Sagradas Escrituras y de la vida de Jesús, y que fueron catalogados por los que heredaron el trono de Pedro y sus vasallos como auténticos «libros malditos».

Los obispos y cardenales no se enfrentaban entonces con religiones opuestas, o «herejías» bien diferenciadas de su enseñanza; se trataba de crear una serie de mitos que fortalecieran la imagen de la Iglesia en toda su esfera de influencia, cada vez más grande, sin lugar a discrepancias o cuestionamientos, y muchos manuscritos pertenecientes en un principio a su dogma ponían en peligro dicha estrategia política, muy alejada, es cierto, de la espiritual que verdaderamente deberían haber seguido. Muchos textos atribuidos a seguidores de Jesús, algunos incluso coetáneos al Mesías, fueron condenados en beneficio de los únicos cuatro Evangelios que la Iglesia admite como verdaderos: los Canónicos –compuestos por los cuatro evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan–, que en no pocas ocasiones llegan a contradecirse entre sí, pero que son el corpus oficial del cristianismo.

La palabra de Dios era seleccionada por la mano del hombre para ajustarse a sus intereses. No es de extrañar, sigue sucediendo en pleno siglo XXI.

Los Evangeliso «Malditos»

Pío IX

Han corrido ríos de tinta en torno a la autenticidad y falsedad de los textos sagrados. La Iglesia católica no acepta ningún tipo de fisura en torno a los Evangelios Canónicos mientras no duda en tachar de falsos y malditos aquellos escritos que aportan datos sutilmente diferentes o alternativos de las enseñanzas de Jesús. El Papa Inocencio I, sobre los Apócrifos, afirmó lo siguiente: «Respecto a los otros (evangelios) que llevan los nombres de Matías, Santiago el Menor, o de Pedro y de Juan, y también el que lleva el nombre de Tomás, ¡no solamente hay que abandonarlos, sino incluso condenarlos!». Esta forma de proceder de los católicos ortodoxos sería una constante, mantenida también en nuestros días; en su Encíclica Noscitis et Nobiscum del año 1849, el papa Pío IX se refería a los Evangelios Apócrifos como «lecturas emponzoñadas», y añadió que los libros –fuesen religiosos o no– deben ser escritos por «hombres de sana y reconocida doctrina».

Para reforzar su autenticidad, la Santa Sede afirma que los Canónicos fueron escritos por discípulos de Jesucristo, que el Nuevo Testamento es el libro mejor documentado de la Antigüedad –por los abundantes datos de diferente naturaleza que aporta sobre la época de Jesús– y que su historicidad está fuera de toda duda, pero esto ha sido puesto en tela de juicio por los mejores expertos en numerosas ocasiones (y con pruebas). Desde la aparición del cristianismo se hicieron numerosas copias en diferentes lenguas –latín y griego fundamentalmente– de dichos textos y los más destacados escritores del mundo antiguo los citaron en sus obras. Pero, aunque estas características son la principal defensa del Vaticano para verificar su autenticidad, lo cierto es que los Evangelios Canónicos fueron escritos bastantes años después de que Jesús de Nazaret predicase en las tierras del actual Oriente Próximo.

El primero de todos ellos es el Evangelio de Marcos, que se escribió nada menos que en el año 70 después de Cristo, unos 40 años después de la muerte del nazareno. Dicho texto es una versión extendida del Urmarcus o Marcos Primitivo, una especie de borrador que Marcos escribió años antes según las enseñanzas que Pedro recogió del Mesías. Marcos es considerado por la Iglesia el más fiel de todos los testigos «contemporáneos» de las enseñanzas de Cristo, sin embargo, nunca escuchó ni siguió a Jesús como discípulo. Todo lo que dejó escrito se fundamenta en el relato oral de lo acaecido, relato que pudo ser alterado a lo largo de décadas, por personas diferentes, un tema, no obstante, que no es discutible para el Vaticano.

Benedicto XV

Un hombre, con buenas intenciones –eso nadie lo pone en duda– recogió el legado de un profeta que murió cuando él apenas era un niño o ni siquiera había nacido y, sin embargo, todo lo que dejó impreso tiene, por fuerza, que ser verdad. Su autenticidad no puede cuestionarse, algo nada extraño si nos atenemos a lo que algunos pontífices han afirmado con contundencia, que dichos textos fueron inspirados por el Espíritu Santo a los evangelistas. ¿Cómo podían entonces faltar a la verdad? En la Encíclica Spiritus Paraclitus, el papa Benedicto XV dejó escrito que «Los Libros de la Sagrada Escritura fueron compuestos bajo la inspiración, o la sugestión, o la insinuación, y aún el dictado del Espíritu Santo; más todavía, el mismo Espíritu Santo fue quien los redactó y publicó». Pocos se atrevieron después, en el seno de la Iglesia y fuera de ella, a contradecir la férrea sentencia del Sumo Pontífice.

Controversias y contradicciones

Si el Evangelio de Marcos fue escrito cuarenta años después de la crucifixión de Jesús, y su autor no tuvo contacto directo con el más venerado profeta, junto a Mahoma, de la historia de la humanidad, el caso de los otros tres textos Canónicos es todavía más controvertido. Los siguientes, el de Mateo y Lucas, fueron concluidos décadas después. El de Mateo fue escrito en lengua griega en Antioquía, hacia el año 90 después de Cristo, mientras que el de Lucas se terminó de escribir hacia el año 80 en algún punto de Grecia. Se cree que Mateo utilizó para su redacción dos documentos perdidos: el «Q» y el Urmarcus ya citado. Lucas utilizó, al parecer, las mismas fuentes –de ahí que ambos sean denominados Evangelios Sinópticos–. 

Juan

El de Juan, supuesto hijo de Zebedeo, es sustancialmente diferente a los tres anteriores y el único en el que se afirma la divinidad de Jesús. Fue escrito todavía más tarde: al parecer en el año 115. Algunos investigadores han afirmado que dichos textos fueron modificados y engalanados intencionadamente por sus autores, con la finalidad de ajustar sus testimonios a unos intereses creados, aunque es difícil delimitar si dicha intencionalidad parte de los manuscritos originales o fue promovida posteriormente desde Roma bajo el mandato de ciertos pontífices y emperadores.

Lo cierto es que las características y enseñanzas de Jesús, al igual que muchos de los episodios que se recogen en los Evangelios, poseen una sospechosa similitud con leyendas y mitos del mundo antiguo, de las religiones conocidas como mistéricas. ¿Pudo la Iglesia recoger algunas de esas influencias para perfilar la figura de Jesús y dotarla de divinidad? Parece vislumbrarse, según muchos investigadores e historiadores como Timothy Freke, Peter Gandy, Keith Hopkins o Margaret Starbirt -que han penetrado en las raíces del cristianismo primitivo con la única intención de demostrar la verdad, sin intereses a favor de credo alguno- una respuesta afirmativa.

Este post tendrá una inminente continuación.

PARA SABER (MUCHO) MÁS:

Pagels

La editorial Crítica, tan querida de este blog, relanza una obra fundamental para comprender los textos cristianos prohibidos por la ortodoxia, nada menos que la obra de referencia Los Evangelios Gnósticos, de la profesora de religión de la Universidad de Princeton y una de las mayores expertas mundiales en el cristianismo, Elaine Pagels. Un texto que la editorial española lanzó por primera vez en castellano en 1982 pero que cuarenta años después mantiene su frescura y su lucidez.

El libro fue distinguido en su día en Estados Unidos con el premio del National Book Critics Circle y con el National Book Award, y desde entonces es una obra de referencia indiscutible sobre el primer cristianismo pero sin aceptar las doctrinas oficiales de su iglesia. En sus páginas Pagels revela las numerosas discrepancias que separaban a los cristianos primitivos en relación a los mismos hechos de la vida de Cristo, el sentido de sus enseñanzas o la forma que debía adoptar su Iglesia, y describe con elocuencia las doctrinas gnósticas que niegan la resurrección de Jesús y rechazan la autoridad sacerdotal, explicando con claridad meridiana por qué y cómo la ortodoxia que finalmente se impuso declaró heréticos a los gnósticos y trató de eliminar –por suerte, de forma fallida– todos los textos que contenían sus doctrinas.

He aquí el enlace para adquirir este clásico:

https://www.planetadelibros.com/libro-los-evangelios-gnosticos/348552

Y también a través de la Editorial Crítica, y de la misma autora, tenemos disponible Más allá de la fe. El evangelio de Tomás, nada menos que un recorrido por los entresijos de uno de los textos gnósticos fundamentales para entender a Jesús. Pagels pretende explicar al lector que, si somos capaz de recuperar lo mejor del judaísmo y el cristianismo, podremos abrazar un camino de espiritualidad que nos inspire la visión de una nueva sociedad basada en la justicia y en el amor. Nada más lejos de la situación en la que ahora se encuentra el mundo, asomado al abismo. Quizá lo mejor sea recuperar los textos antiguos, comprenderlos, y hacernos esas mejores personas que no logró ni siquiera la pandemia de Covid-19. En palabras de Pagels, cuya figura debemos reivindicar –seamos o no religiosos–: «lo que más admiro en la riqueza y diversidad de nuestras tradiciones religiosas es el testimonio de innumerables personas que luchan por descubrir la vida espiritual y nos dicen, con Jesús, ‘buscad, y encontraréis’». Falta nos hace.

El Jesús Histórico (Editorial Trotta)

El filólogo y catedrático español Antonio Piñero, una de las personas que más saben –a nivel mundial– sobre la figura de Jesús y el cristianismo primitivo, a través de la Editorial Trotta, vieja conocida de este blog, muestra en El Jesús Histórico. Otras aproximaciones, una visión general de la figura de Cristo ofrecida por algunas de las obras más obras exegéticas más importantes en castellano.

No es un trabajo fácil, puesto que aquellos libros escritos sobre Jesús en lengua castellana son, en su mayoría, textos escritos por autores de una u otra confesión cristiana, lo que va en detrimento de la objetividad de sus argumentos. La intención de Piñero en Otras aproximaciones es poner a disposición de un público crítico un panorama breve pero bastante completo de lo que se está escribiendo en lengua española en estos momentos, incluido un tipo de textos, minoritario, compuesto por estudios de autores independientes no confesionales, que procuran no ser subjetivos ni militantes y que ofrecen una aproximación a Jesús obtenida a partir de fuentes similares para acercarse a la biografía de cualquier otro personajes ilustre de la Antigüedad.

La intención de esta selección y crítica es construir una imagen de Jesús sobre la base de lo que razonablemente podemos saber en la actualidad acerca del personaje histórico –libre de fábulas y hechos sobrenaturales–utilizando todas las herramientas habituales en la investigación de la historia antigua. La imagen del Nazareno obtenida a través de este procedimiento crítico está escrita con la plena consciencia de que su vida, aun siendo la de un personaje históricamente remoto con numerosas lagunas historiográficas, está totalmente viva en la inmensa mayoría de los cristianos –y en muchos que no profesan dicho credo–, por lo que dicha vida sigue interesando por sí misma.

El libro es una suerte de continuación de otro título de Piñero que cosechó notable éxito y que Trotta publicó en 2018: Aproximación al Jesús Histórico. Asimismo, la editorial ha publicado numerosos textos del citado estudioso que podéis adquirir en su web, como Guía para entender el Nuevo Testamento, Jesús y las mujeres o Guía para entender a Pablo de Tarso. Una aproximación del pensamiento paulino.

Kame Hame Ha! Recordando Dragon Ball

Lleva con nosotros más de treinta años y es una de las series de manganime más influyentes de todos los tiempos. Creada por Akira Toriyama en un lejano 1984, sus secretos se desmenuzan en las páginas de un libro que toma prestado el grito de guerra de Son Goku, Kame Hame Ha!, nada menos que la guía definitiva de Dragon Ball que edita en dos volúmenes Diábolo Ediciones.

Por Óscar Herradón ©

Recuerdo los comienzos de Dragon Ball pues coincidió con los años de mi infancia previa a la adolescencia, una época en la que el manganime copaba la programación vespertina de una caja tonta con solo dos canales (algo que estaba a punto de cambiar con la llegada de Tele 5 y Antena 3). Era apenas un niño que no sabía vocalizar cuando Mazinger Z cautivó a la audiencia española, y no mucho más mayor con Candy Candy (cuyo origen se remontaba a 1976). A finales de los 80, cuando eclosionó Bola de Dragón en nuestro país (aunque nació en 1984), los chavales de mi edad, unos 9 años –y otros bastante más creciditos– nos quedábamos anonadados con Campeones (Capitán Tsubasa) o Los Caballeros del Zodíaco, pero ninguna serie sería tan trascendente ni longeva como la que ocupa este post, que pasó a formar parte no solo de los juegos infantiles (con un merchandising que nada tenía que envidiar al actual, aunque menos detallado), sino del imaginario popular.

Por supuesto, conocí a Son Goku, su colita de «mono» y a su inseparable Krillin en la televisión, y fue después cuando los kioscos comenzaron a explotar su versión manga, de donde nació años atrás en Japón, cómics con una portada roja y trazos en blanco y negro que hoy se han reeditado en múltiples formatos, aquellos maravillosos kioscos en que se confundían en un batiburrillo multicolor la Superpop con la Teleindiscreta, el TP con la Heavy Rock y el Dojo con Diez Minutos, junto a paquetes de tabaco Winston y golosinas hiperglucémicas.

Compré alguno de aquellos cómics (que probablemente ni leí, ya entonces empecé a ser un poco «acaparador compulsivo») y que por aquello de «hacer limpia» ya no conservo –una pena–, como tampoco los tebeos de G.I.Joe, entre otras joyas gráficas, y por supuesto vi muchísimos capítulos de la primera serie las tardes de tiempos lejanos, al salir de las clases de EGB en el colegio Ortega y Gassett de Zarzaquemada (Leganés), cuando las teles de tubo, gigantescas, pesaban más que mueble de salón. Aunque nunca fui un fanático de la saga. He de reconocerlo.

Pero el recuerdo de Dragon Ball, cuyos personajes se imitaban en las tiendas de «Todo a Cien» (que entonces no regentaban chinos, sino españoles) y que más tarde pasaron a inundar de tazos las bolsas de Matutano, dejaron una huella indeleble en los de mi generación, nostálgicos sin remedio que hablan de los 80 y 90 a la primera de cambio en una conversación de «cuñados». Así que cuando supe que Diábolo Ediciones, que tanto mima nuestros recuerdos cinéfilos y catódicos, lanzaba el primer volumen de Kame Kame Ha! La Guía definitiva de Dragon Ball (acaba de publicar el segundo, que tendrá su oportuna entrada), compuesto a cuatro manos por Néstor Rubio y Miguel Martínez, no me lo pensé dos veces, y menos sabiendo que sería una edición profusamente ilustrada a color preñada de curiosidades y sabías que…

Toriyama, el genio tras la marca

Toriyama

El origen de una de las franquicias más longevas y rentables del manganime de todos los tiempos tiene detrás un nombre propio, Akira Toriyama, que alcanzó el éxito previamente con Dr. Slump. Combinando la magia con la artes marciales, la amistad con los mensajes ecologistas y la eterna lucha entre el bien y el mal (y la enorme escala de grises que existe entre uno y otro concepto, que se lo digan a Piccolo o Vegeta), Toriyama creó una historia que engancha desde el minuto uno, que no defrauda, y cuyas líneas argumentales se expandirían no solo en sus interminables secuelas sino también en el rentable mundo del videojuego.

El volumen editado por Diábolo –y su continuación– es un sucinto recorrido por la saga desde los orígenes del serial (con un tono mucho más cómico, incluso a veces irreverente, que el estilo posterior), para pasar a la que muchos consideran la mejor etapa, Dragon Ball Z, con un argumento más maduro, una combinación de seriedad y drama con épicos y minuciosos combates, para extenderse a sus secuelas y también a la influencia de la franquicia –insisto, muy notable– en la cultura popular.

Y sobre por qué se llamó  «Z» a la continuación de Dragon Ball hay diferentes teorías; una afirma que Toriyama la eligió simplemente por ser la última letra del alfabeto, pues su intención era que la obra concluyera ahí, cosa que como sabemos no fue así (tuvo dos arcos narrativos más). Otra, algo más peregrina, asegura que Toriyama pretendía llamarla simplemente Dragon Ball 2, pero los responsables de la producción de la serie, por error, creyeron que –debido a la grafía, muy similar–, era realmente una Z y no un 2. ¿De verdad alguien se cree que Toriyama no habría puesto el grito en el cielo por ello?

El señor Toriyama es tan popular en Japón que cuando hay rumores de que hará alguna aparición en Tokio (vive en la prefectura de Aichi, en la región de Chubu, junto a su esposa, la ex artista de magna Nachi Mikami), los funcionarios de la Oficina de Gobernación se echan las manos a la cabeza ante el dispositivo de seguridad que han de organizar. En alguna ocasión, masas de fans enfervorecidos han rodeado al artista y lo han seguido hasta el mismo aeropuerto. Y eso que Toriyama no es precisamente un amante de la vida en sociedad, y son escasas las entrevistas que concede o las veces que se ha dejado fotografíar (algo difícil y hasta raro en tiempos de Instagram y TikTok).

Su éxito le ha llevado también a participar en el diseño de varios personajes de videojuegos, por ejemplo en la popular serie Dragon Quest, pero también para el juego de rol Chrono Trigger para Super Nintendo y Super Famicom, entre otros, aunque, según reveló el propio Toriyama en una entrevista a Rolling Stone, no le entusiasman demasiado los videojuegos. También ha influido notablemente en otros genios del noveno arte; así lo han confesado Tite Kubo (Bleach), Masashi Kishimoto (Naruto) o Eiichiro Oda (One Pierce).

Lo que pocos saben es que se convirtió en mangaka casi por casualidad: a través de un concurso de la Weekly Shonen Jump para aficionados, a donde envió un trabajo que no ganó premio alguno. Entonces (entre 1977 y 1979) trabajaba en lo que él pensaba que era su verdadera vocación, la de diseñador gráfico en publicidad. A la vista de lo que consiguió más tarde, no le fue nada mal en el campo de la viñeta nipona. Aunque no le regalaron nada, como reza uno de los mantras de Dragon Ball: «La única forma de conseguir lo que quieres es trabajando duro».

Podría contar mil y una historias sobre la saga, pero como la intención de este post no es ser infinito, encontraréis un amplio abanico de anécdotas tanto o más fascinantes en el libro de Diábolo. He aquí el enlace:

https://www.diaboloediciones.com/kame-hame-ha-la-guia-definitiva-de-dragon-ball-volumen-1/

Malleus Maleficarum: el libro más peligroso de la historia (III)

La obsesión de la iglesia por erradicar los cultos paganos de brujas y hechiceros, a los que consideraba enemigos mortales de Dios, necesitaba dotarse de un texto que convirtiese en oficial el procedimiento a seguir para la lucha contra el Maligno. En este contexto apareció un libro que ha sido descrito en numerosas ocasiones como «el más funesto de la historia literaria». Con motivo de la publicación de Brujas. La locura de Europa en la Edad Moderna (Debate) y Vienen de noche. Estudio sobre las brujas y la otredad (Luciérnaga), recordamos el origen de este pérfido volumen.

Por Óscar Herradón ©

La descripción de la secta de las brujas rozaba en ocasiones el delirio:

«Las brujas de la clase superior engullen y devoran a los niños de la propia especie, contra todo lo que pediría la humana naturaleza, y aún la naturaleza simplemente animal. Esta es la peor clase de brujas que hay ya que persigue causarles a sus semejantes daños inconmesurables. Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran, y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Claro está que en estos casos se trata casi siempre de niños aún no bautizados; si alguna vez llegan a devorar a los bautizados, es que lo hacen, como más adelante explicaremos, por especial permisión de Dios.

Pueden también estas brujas lanzar los niños al agua delante de los mismos ojos de los padres, sin que nadie lo note; pueden tomar de pronto espantadizo al caballo bajo la silla; pueden emprender vuelos, bien corporalmente, bien en contrafigura, y trasladarse así por los aires de un lugar a otro […] Saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con solo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás».

La segunda parte del Malleus abordaba los tres tipos de maleficia de las brujas y qué procedimientos debían abordar los jueces de Dios para contrarrestar los efectos de tales hechizos. Junto a ellos, los dominicos ofrecían un amplio abanico de ejemplos prácticos recogidos de manuales anteriores, como el citado Formicarius, o directamente sacados de su propia experiencia como inquisidores en Alemania. Dichos ejemplos constituyen un cúmulo de absurda credulidad que difícilmente podían tomar como verdadero hombres supuestamente doctos. Veamos algunos ejemplos que ilustran dicha torpeza mental, en la que se dan por ciertos cuentos de viejas y leyendas rurales sin ningún fundamento. Krämer y Sprenger recogen la creencia popular de la antigua Grecia según la cual las brujas robaban las narices de los cadáveres y de los hombres vivos, a quienes se las arrancaban sin piedad sumiéndolos en un profundo trance.

Los dominicos adaptaron dicho cuento legendario a la realidad, aún más brutal, de la Alemania del siglo XV; las brujas ya no solo arrebataban narices a sus víctimas, generalmente hombres dormidos, sino sus mismísimas partes íntimas. Después, sus órganos genitales eran escondidos en tenebrosos nidos situados en árboles de gran altura. Uno de estos ejemplos prácticos raya en la frivolidad, sobre todo porque la institución eclesiástica del momento lo consideró auténtico: una aldea germana estaba tan afligida por la tremebunda actividad de las brujas que los aldeanos emprendieron la dificultosa tarea de encontrar el nido en el que se encontraban tan lujuriosos objetos. Cuando lo encontraron, los arriesgados exploradores, atónitos, descubrieron el pene del cura del pueblo, que fue reconocido, según señala el descriptivo Institor, «porque era mucho más largo que cualquiera de los otros». Sobran las palabras.

Si la primera y segunda partes del tratado eran sórdidas y enfermizas, la tercera superó los límites de la locura –algunos autores sugieren que el propio Enrich fue probablemente un demente, única excusa para justificar tan deplorable escritura–. En esta última sección, a la que los religiosos prestaron mayor interés, se incluía un extenso manual de los procedimientos a seguir por los inquisidores, clases de torturas incluidas, para obtener de los acusados/as una confesión que, generalmente, implicaba a terceras personas inocentes.

Para llevar a cabo un proceso, únicamente era necesaria la denuncia de un particular o de cualquier persona que se sintiese celosa del vecino; no se precisaban pruebas, ni era necesario que los testigos fuesen hombres de reconocida credibilidad. A partir de entonces, cualquiera, delincuentes y asesinos incluidos, podía convertirse en confidente de la Inquisición. Su palabra valía para enviar a cualquier desgraciado/a a la hoguera. Lo más habitual, no obstante, como señala el prestigioso antropólogo y folklorista español Julio Caro Baroja en Las brujas y su mundo (1961), era que el propio juez abriese la causa ante los rumores que corrían entre el público. Se llegó incluso a dar por válido el testimonio de niños, generalmente asustados o coaccionados por sus padres, para acusar a alguien de brujería.

La tortura como procedimiento válido para obtener una confesión

Según Sprenger y Krämer el juicio debía ser rápido, sencillo y concluyente, de modo que el acusado no tenía opción de recurrir la sentencia. Con esta forma de proceder los inquisidores se aseguraban el veredicto de culpabilidad rápidamente y sin dar tiempo a la aparición de testigos de la defensa. Las competencias del juez eran absolutas, lo que se desprendía ya de la Bula Bruja de Inocencio VIII, que entregaba a los inquisidores plenas facultades para proceder en los juicios. El magistrado decidía si el acusado tenía derecho o no a defenderse –generalmente no lo tenía–; decidía, también, quién estaba capacitado para ejercer de abogado defensor, convirtiendo a éste en una figura sin voz ni voto. La tortura era la forma mediante la cual debía obtenerse la declaración de culpabilidad del reo que, aunque se retractase o arrepintiese, era enviado irremediablemente a la hoguera.

Los procedimientos de tortura, cuya brutalidad no había sido conocida por civilización alguna hasta bien entrado el siglo XV con el invento de máquinas horribles –y eso que la tortura es tan antigua como el mismo hombre–, servían también a otro cometido: la implicación de terceras personas acusadas por el reo de brujería; claro está que con tales sufrimientos la imaginación del torturado era tal que podía tachar de bruja a toda mujer de su comunidad. Al cobrar dinero por la entrega de un sospechoso/a, muchos mercenarios se dedicaron de por vida a la labor de dar caza a las desdichadas. En Inglaterra éstos fueron conocidos como «punzadores»; solían buscar en el cuerpo de las supuestas brujas las conocidas como «marcas del diablo», cicatrices o manchas de nacimiento que, al no sangrar ni producir dolor cuando eran punzadas por los verdugos, se consideraban un claro ejemplo de que la acusada estaba en concierto con el Maligno.

Todo era generalmente un fraude, pues la mayoría de las veces la aguja ni siquiera penetraba en la carne, bastaba con una simple inclinación de la mano para simular un efecto óptico. Cuenta el multifacético astrónomo Carl Sagan en El mundo y sus demonios (1995) que, cuando no había marcas visibles –lunares, antojos o cualquier otra señal de nacimiento–bastaba con «marcas invisibles», que podían ser de cualquier tipo, según la decisión del inquisidor o del propio punzador. Al parecer, añade el erudito, en las galeras de la flota inglesa del siglo XVII un punzador llegó a confesar que había causado la muerte de más de doscientas veinte mujeres en Inglaterra y Escocia por el beneficio de veinte chelines la pieza. Escalofriante.

A partir de la publicación del Malleus Maleficarum, el texto maldito más temible de la historia, las hogueras comenzaron a refulgir en media Europa; comenzaba una larga etapa de terror que, lejos de ser producido por féminas que volaban con escobas y raptaban a niños para cocinarlos, era fruto de la depravación de unos hombres de negro que más parecían siervos del diablo que del Dios de las Sagradas Escrituras. Profundamente misóginos, su brutalidad y sadismo superaba con creces la ira del vengativo Yahve del Antiguo Testamento. Decían luchar contra los demonios, pero lo cierto es que con sus terribles actos dieron forma a un auténtico infierno sobre la Tierra, una tierra sobre la que se derramaron ríos de sangre que nunca recuperaría su inocencia. 

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

Llevo una buena cantidad de años sumergiéndome en todo tipo de literatura relacionada con la brujería, la Inquisición y el ocultismo, pasión que comenzó con la llegada a la redacción de mi añorada revista Enigmas hace la friolera de casi 20 años. Así que cuando se publica un nuevo título centrado en el tema suelo estar atento y no tardar en hincarle el diente, y aunque abundan los textos superficiales o «corta-pega» en este mundo de edición a veces sin control física y digital, lo cierto es que algunos trabajos sorprenden por su meticulosidad y buen hacer.

Es el caso del ensayo Brujas. La locura de Europa en la Edad Moderna, que acaba de lanzar la editorial Debate, uno de los paladines de la divulgación histórica en nuestro país, de la autora Adela Muñoz Páez que, curiosamente, no es ni antropóloga ni historiadora, ni siquiera periodista, sino catedrática de Química Inorgánica en la Universidad de Sevilla, eso sí, responsable de exitosos libros de divulgación como Historia del Veneno (2012), Sabias (2017) y Marie Curie (2020), todos ellos publicados en Debate.

Muñoz Páez explora el proceso por el que a comienzos de la Edad Moderna, en el Viejo Continente hoy asolado por nuevas e incomprensibles guerras, se persiguió a centenares de miles de personas, la mayoría mujeres, y se asesinó, que quede constancia documental, a unas 60.000, en el marco de una sociedad patriarcal y temerosa de Dios, profundamente machista, en la que la Iglesia católica (y también la protestante, en cuyo seno se produjo una persecución mucho más virulenta y sanguinaria, mal que le pese a la leyenda negra) decidiría el rumbo a seguir de toda la sociedad, de reyes a labradores.

Una institución gobernada por hombres profundamente misógina y que convirtió a la mujer en el chivo expiatorio de todos los males, los del «averno» incluidos. Un libro, además, que desmonta mitos, como que España fue una de las naciones más intolerantes en este punto (fruto nuevamente de la leyenda negra, lo que no exime a nuestro país de ser uno de los principales azotes de protestantes y judaizantes), que las penas más crueles las impuso la Iglesia (no fue así, sino los tribunales civiles) o que la Inquisición fue el principal brazo ejecutor de la caza, pues, curiosamente, se erigió en uno de sus principales opositores (no en vano, fue precisamente el inquisidor burgalés Alonso de Salazar y Frías, que se incorporó al tribunal que juzgó el caso de las brujas de Zugarramurdi cuando ya se habían impuesto la mayoría de penas, el responsable de echar el freno a la Caza de Brujas en nuestro país).

Un completo recorrido por la brujería en la historia moderna que a pesar de su título no se circunscribe únicamente al continente europeo y también se ocupa de casos trasatlánticos como el de Salem, que tiene algunos puntos en común con el de Zugarramurdi (ficciones, presiones eclesiásticas, envidias, teriantropía…) aunque tuvo lugar casi 100 años después y a miles de kilómetros de los frondosos bosques navarros.

He aquí la forma de adquirir el ensayo:

https://www.penguinlibros.com/es/historia/276340-libro-brujas-9788418619571#

VIENEN DE NOCHE (LUCIÉRNAGA):

La filóloga (estudió Filología Germánica en Barcelona) y etnobotánica Julia Carreras Tort acaba de publicar un libro con uno de los títulos más originales del año: Vienen de noche. Estudio sobre las brujas y la otredad. Lo hace en Ediciones Luciérnaga, sello de Planeta al que tengo mucho cariño y con el que publiqué dos libros (Espías de Hitler y Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial), con un catálogo de vértigo sobre el misterio y lo insólito. En un elogiable trabajo de campo, la autora sigue el rastro de aquellas mujeres perseguidas con inquina durante siglos en un delirio misógino y supercheril que convirtió la brujomanía en la gran histeria de tiempos pasados: todo era culpa del diablo y de las mujeres, sus concubinas.

La filóloga (estudió Filología Germánica en Barcelona) y etnobotánica Julia Carreras Tort acaba de publicar un libro con uno de los títulos más originales del año: Vienen de noche. Estudio sobre las brujas y la otredad. Lo hace en Ediciones Luciérnaga, sello de Planeta al que tengo mucho cariño y con el que publiqué dos libros (Espías de Hitler y Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial), con un catálogo de vértigo sobre el misterio y lo insólito. En un elogiable trabajo de campo, la autora sigue el rastro de aquellas mujeres perseguidas con inquina durante siglos en un delirio misógino y supercheril que convirtió la brujomanía en la gran histeria de tiempos pasados: todo era culpa del diablo y de las mujeres, sus concubinas.

Además de trabajar en el Ecomuseu de les Valls d’Àneu, en Lleida, una casa típica palleresa que mantiene su estructura original y muestra al visitante la vida familiar y el espacio doméstico en los valles pirenaicos durante la primera mitad del siglo XX, Tort tiene una web (occvlta.org), donde muestra sus investigaciones (algunas de las cuales engrosan las páginas de este libro), vende recetas e imparte curso online sobre tradición. En el citado museo, realiza talleres y diferentes recorridos por el campo sobre brujas y plantas protectoras del Pirineo, remedios populares y mágicos que ha rescatado del olvido tras una ingente investigación y exploración de los espacios naturales, así como entrevistas a los lugareños de mayor edad que aún pueblan las montañas.

Nada mejor que las palabras de la propia autora para describir el contenido de este sugerente ensayo:

«La bruja habita dentro y fuera de nosotros, vagando en senderos olvidados, aguardando en territorios familiares y en la oscuridad de la habitación que es nuestra mente. Las brujas han habitado en las sombras de la noche mucho antes de que decidiéramos cazarlas, se han presentado ante la humanidad bajo múltiples máscaras, deformadas e instrumentalizadas por el poder. Pero entre todas ellas, hay una máscara que jamás desaparece, aquella que personifica nuestros miedos más primitivos, y que, al mismo tiempo, nos atrae. Al reencontrar su origen primordial y remoto, la bruja se erige como una entidad nocturna que alberga en la Otredad, la oposición más absoluta y necesaria a todo lo que tenemos por cierto o lógico. Al retirar sus máscaras, al buscar entre las sombras de la historia y en los confines olvidados de nuestro territorio, quizás podamos redescubrir partes ocultas e ignoradas de nosotros mismos».

Por lo tanto, además de un recorrido antropológico por la historia brujeril, por el pasado y los mitos, el libro es una suerte de viaje iniciático en el que nosotros mismos quizá redescubramos facetas desconocidas de nuestros ancestros, un vínculo cuasi olvidado con la naturaleza y las fuerzas elementales que el vertiginoso mundo moderno nos ha obligado a sepultar. ¿Seremos acaso todos nosotros/as brujos/as?

He aquí el enlace para adquirir este título:

https://www.planetadelibros.com/libro-vienen-de-noche/348480