La Luftwaffe: la implacable fuerza aérea del Tercer Reich

La Luftwaffe nació en 1924, en el marco de la Reichswehr, como se conocía a las fuerzas armadas del imperio alemán tras la Primera Guerra Mundial. Con el ascenso de los nazis al poder, Hitler, cuyo objetivo siempre fue declarar la guerra en el marco de la llamada política del espacio vital o Lebensraum, dio luz verde al rearme del nuevo Reich. Un completo ensayo, publicado por Cult Books y obra del veterano historiador militar alemán Cajus Bekker (lanzado originalmente en castellano en 1968), narra con detalle y buen pulso narrativo el desarrollo de esta temible fuerza aérea de vanguardia.

Óscar Herradón ©

Bastaba con haberle hecho caso a lo que escribió en su testamento político, Mein Kampf, publicado por primera vez el 18 de julio de 1925, para conocer las intenciones bélicas del antiguo cabo austriaco, que muchos ignoraron, un error fatal para el mundo libre. Ya en el poder, el nuevo Führer encargó a Herman Göring –quien era diputado en el Reichstag, hasta que éste se quemó en un ataque de falsa bandera casi con seguridad orquestado por el mismo Partido Nazi– reorganizar su estructura y modernizar la flota aérea, todo ello en el más absoluto de los secretos para evitar sanciones de otros países europeos, los vencedores de la Gran Guerra que habían redactado el Tratado de Versalles (entre ellos, Inglaterra y Francia).

Göring en 1917, en plena Gran Guerra.

Göring no era un cualquiera, sino un as de la aviación de la Primera Guerra Mundial que en 1918 tomó el mando del mismo Escuadrón de Caza (el número 1) que había pertenecido al célebre «Barón Rojo» hasta su muerte en abril sobrevolando Francia; por lo que encargarle la dirección de la fuerza aérea no carecía de sentido práctico, y sobre todo simbólico, recuerdo de la grandeza de ese otro imperio «traicionado». 

El objetivo de aquella fuerza de élite era atacar y defenderse ante cualquier tipo de hostilidad de las potencias europeas, aunque realmente respondía al objetivo nazi de desencadenar una contienda y conquistar el Viejo Continente. Sus primeras intervenciones tuvieron lugar en el trágico escenario de la Guerra Civil Española, de mano de la llamada Legión Cóndor, con el bombardeo sobre Guernica (donde los aparatos alemanes escenificaron su capacidad destructiva) y también en otras regiones de nuestra piel de toro. En la Península, sus pilotos adquirieron una enorme experiencia y destreza que desplegarían durante la Guerra Relámpago.

La Península Ibérica y su guerra fratricida serían, pues, el campo de ensayo de aquellos que habrían de enfrentarse en la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la existencia del llamado Comité de No Intervención: alemanes e italianos del lado franquista, y soviéticos –y las Brigadas Internacionales– del lado republicano, que desplegaron parte de sus carros de combate y aparatos aéreos, aunque con mucha menos eficiencia que las potencias del Eje, lo que influiría notablemente en la victoria de las fuerzas reaccionarias.

Organización y operaciones de éxito

Su estructura interna se dividía en grupos, integrados a su vez por Alas, cada una con un color dependiendo del escuadrón. Cada aparato recibía unas marcas especiales y un número concreto para poder identificarlo fácilmente y recibían actualizaciones debido al avance de la guerra y las particularidades de cada momento. Dentro de la jerarquía militar, los pilotos se dividían en Comandantes de Ala, Ayudantes u Oficiales de operaciones. La Luftwaffe utilizó diversos tipos de aviones durante la Segunda Guerra Mundial, manifestando estrategias de combate y tecnología nunca vistas hasta entonces.

Su número abruma: casi 90.000 aviones construidos, 4.500 unidades del multifuncional Junkers Ju 52, 15.000 aviones Junkers Ju 88 como aparato pesado (utilizado principalmente durante la Batalla de Inglaterra) y 6.000 aviones Junkers Ju 87 o Stukas, (del alemán Sturzkampfflugzeug, «bombardero en picado»), aviones de ataque a tierra biplaza que se caracterizaban por los bramidos de su sirena Jericho-Trompete («trompeta de Jericó»), un símbolo de la propaganda del poder aéreo alemán y de las victorias de la «Guerra Relámpago», que fueron probados sobre el terreno en el citado bombardeo de Guernica.

Un Stuka en plena acción.

Su primera gran demostración de fuerza sería tras la invasión de Polonia el 1 de septiembre de 1939 que dio inicio a la Segunda Guerra Mundial. Durante la llamada Blitzkrieg –Guerra Relámpago–, su efectividad y letalidad darían los primeros grandes éxitos de conquista al Tercer Reich. También mantendrían en jaque al Reino Unido durante la Operación León Marino y el intento de invasión de las islas que finalmente lograrían repeler desde Londres con mucho sacrificio. Después, el escenario cambiaría notablemente y, aunque los ases de la aviación alemana continuarían haciendo mucho daño a los aliados, sería precisamente Alemania y el territorio del Reich donde más se sufrirían los bombardeos británicos y estadounidenses hasta quedar prácticamente media Europa reducida a escombros.

Como anécdota, señalar que uno de los pocos edificios que permanecieron a salvo de los bombardeos y prácticamente intactos fue precisamente el Ministerio del Aire nazi. Durante un viaje a Berlín en 2017 pude ver –con mayor precisión que a través de Google Earth– cómo dicho edificio está en perfecto estado en la Wilhelmstrasse y hoy es sede del Ministerio de Finanzas de la capital alemana. Y se encuentra precisamente frente a lo que fueron los siniestros cuarteles de la Gestapo que hoy es museo de la ignominia nacionalsocialista.

La intención de este post no es realizar un sesudo análisis de una organización tan compleja y decisiva en la contienda como ésta, para ello existe el magnífico ensayo (junto a numerosa bibliografía precedente y posterior) que ha publicado recientemente Cult Books: La historia de la Luftwaffe. La aviación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Me centraré en el final del hombre que estuvo al frente de aquel organismo y que a punto estuvo de sustituir a Hitler en la cancillería del Reich en los estertores del imperio nazi, aunque el Führer lo destituyó de sus cargos, como a Himmler, por traición, poco antes de su suicidio en el Búnker de Berlín, dejando como sucesor en su testamento al comandante de la Kriegsmarine Karl Dönitz (¿una bofetada al orondo Göring?).

Núremberg, la última parada de un vividor

El mariscal Göring, antiguo as de la aviación, tuvo una muerte digna de una novela de Le Carré. Al ex jefe de la Fuerza Aérea Alemana se le pudo ver muy desmejorado y mucho más delgado durante las sesiones de los Juicios de Núremberg que sentaron a los criminales nazis en el banquillo. Göering estuvo presente junto a otros destacados gerifaltes nazis como Rudolf Hess, Joachim von Ribbentropp o Alfred Rosenberg. Condenado a morir en la horca, la noche anterior a la ejecución, el 15 de octubre de 1946, el último en entrar en la celda del viejo mariscal fue el doctor Ludwig Pflücker, para administrarle los sedantes que tomaba por su adicción a la morfina, de la que estaba casi curado (se hizo adicto tras el impacto de bala que recibió en el lejano Putsch de Múnich, en 1923) y otras dolencias, o quizá para que tuviera su última noche en paz sobre una tierra que dejó regada de sangre.

A las 23.15 horas, el centinela de la policía militar que custodiaba las celdas de los jerarcas nazis hizo su ronda y miró por la trampilla: Göring estaba relajado y tendido bocarriba, como si estuviera dormido. Un rato después, el mismo soldado volvió a mirar durante la siguiente ronda y vio al reo en medio de grandes convulsiones, agarrándose la garganta con las manos y con el rostro desencajado, sudoroso y azulado. El mismo doctor únicamente pudo certificar su muerte. Pero él no había sido quien le facilitó el veneno, una cápsula de cianuro, la «vía de escape» preferida de los hombres de la esvástica (lo mismo que ingirieron Eva Braun y Hitler antes de descerrajarse un tiro, la familia Goebbels al completo o Heinrich Himmler tras ser detenido por las fuerzas aliadas norteamericanas en Lünwerg, todos en 1945).

Impactante imagen del cadáver de Göring tras su suicidio.

Entonces, ¿y el origen de la cápsula que causó un auténtico revuelo internacional? Se trataba un asunto muy grave y pestilente, teniendo en cuenta que el señor Göring era uno de los principales responsables de la mayor matanza de civiles y crímenes de guerra de la era contemporánea. Es más, aunque siempre se asocia el Holocausto con las SS, que fueron las que lo llevaron a cabo, la primera directriz que aludía, en el eufemístico lenguaje del régimen nacionalsocialista, a que había que aplicar ya «la Solución Final de la cuestión judía», estaba rubricado precisamente por el mismo Göring, en julio de 1941.

Pues bien, existen indicios de que la cápsula de cianuro pudo habérsela pasado subrepticiamente el teniente del Ejército de los EEUU Jack G. Wheelis, que entabló amistad con el nazi durante el juicio… ¡a cambio de un reloj de oro! Otra posibilidad es que se la facilitara Herbert Lee Stivers, un soldado de la guardia del 26º Regimiento de Infantería que en 2005 admitió haberle dado a Göring una pluma estilográfica por orden de una mujer alemana desconocida… ¡a cambio de un encuentro sexual! Dicha pluma habría contenido el cianuro. Pero existe otra hipótesis más: que el propio criminal la llevara oculta en un bote de crema para tratar su dermatitis que sus carceleros le permitieron quedarse. A día de hoy, más de 80 años después, aquel misterio de la posguerra permanece vigente.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

El citado libro de Cajus Bekker, pseudónimo de Hans Dieter Berenbrok, que edita Cult Books bajo el título de La historia de la Luftwaffe. La aviación alemana en la Segunda Guerra Mundial y con una sugerente portada. Cuando la primera edición de este libro imprescindible vio la luz en Alemania, la extensa bibliografía existente sobre la Segunda Guerra Mundial ganó en calidad y sobre todo amenidad: contaba la historia militar –en este caso de la fuerza aérea germana– de forma más clara y objetiva, también más dramática y fiel a los hechos. Y Bekker lo hizo entrelazando de forma magistral todos los aspectos que configuraban la Luftwaffe.

Todo ello con gran amenidad. Y es que, aunque no olvidó el detalle técnico que durante décadas hasta hoy ha hecho las delicias del aficionado a la aviación y por ende a la historia militar, se volcó con especial intensidad en su fascinante anecdotario, las crónicas de las batallas y estampas de heroísmo y generosidad que se vieron empañadas por las atrocidades del Tercer Reich y el camino de sangre de otras fuerzas bélicas como las Waffen-SS. Aunque pueda reprochársele a Berenbrok cierta nostalgia para con aquella fuerza aérea (nació en 1924 y por tanto vivió en su propia carne aquellos hechos), éste es un libro de investigación riguroso que satisfará tanto al estudioso como al lector curioso. He aquí la forma de hacerse con él:

Solo muere el olvidado (Editorial Actas)

La Luftwaffe tuvo un papel preeminente en los primeros momentos del ataque a gran escala que supuso la Operación Barbarroja, la invasión de los extensos territorios de la Unión Soviética por los ejércitos de Hitler. En aquella ambiciosa empresa en la que el Führer pretendía conquistar el Este para repoblarlo con alemanes y que significaría el principio del fin del Tercer Reich, tuvo un papel muy destacado la División Azul española, enviada por el primer gobierno de Franco en ayuda de sus «camaradas» del Eje.

Precisamente sobre la epopeya de estos soldados –no todos voluntarios, como se nos ha hecho creer durante décadas–, el teniente de Infantería de Marina José Manuel Estévez Payeras, en su faceta de divulgador y gran conocedor de la historia militar, nos ofrece un monumental ensayo novelado sobre el segundo batallón del Regimiento 262 de la Wehrmacht y los españoles que la integraban en las gélidas estepas rusas, un episodio bastante desnocido en la historiografía patria. El libro en cuestión es Solo muere el olvidado. El batallón II/262 en la campaña de Rusia. 1942-1943, y ha sido publicado recientemente en una cuidada y preciosa edición por la Editorial Actas.

El 10 de febrero de 1943, en el frente del Este, el matadero de Europa, un grupo de españoles resisten aislados la ofensiva soviética que pretende romper el cerco de Leningrado. De orígenes muy diversos y clases sociales diferentes, sus historias personales, eclipsadas por un acontecimiento de tal envergadura, no pueden ser más distintas. Pero al margen de ideologías y culpas, desde la tronera de una trinchera cada miembro del segundo batallón del citado Regimiento 262 aporta su granito de arena para construir una historia de sacrificio, sentido del deber y camaradería.

Mil y una microhistorias de personajes hasta ahora anónimos, se entretejen vertebradas a partir de la correspondencia del comandante Payeras con la mujer que le espera en Mallorca, Conchita, y el diario de operaciones de la unidad, un mosaico de vida de un batallón que se convertirá en el auténtico protagonista de la obra. Una obra basada en una minuciosa labor de investigación que da a conocer de forma amena y desenfadada la difícil y arriesgada vida diaria de unos españoles que combatían a miles de kilómetros de su tierra con el telón de fondo de una guerra ajena e inmisericorde, en medio de un frío paralizante, el hambre y las enfermedades, en una tragedia de ecos wagnerianos de la que nadie puede escapar.

He aquí la forma de hacerse con esta importante obra:

Norsk-Hydro: la batalla del agua pesada (I)

En el anterior post vimos cómo los nazis llevaron a cabo la investigación nuclear en búnkeres secretos bajo tierra que tardaron setenta años en ver la luz. Pero el proceso de obtención de la energía atómica sería diferente al llevado a cabo por los aliados. Un elemento fundamental era el agua pesada. Y neutralizar su uso fue uno de los objetivos de los comandos especiales enviados para sabotear el programa atómico del Reich. El libro «La Brigada de los Bastardos» (Ariel, 2021), del brillante divulgador estadounidense Sam Kean, recupera ésta y otras acciones casi suicidas llevadas a cabo por grupos de la Resistencia financiados por Londres y Washington.

Óscar Herradón ©

En los prolegómenos de la investigación nuclear, el agua pesada resultaba un elemento imprescindible. Formalmente óxido de deuterio, se denomina así a una molécula de composición química equivalente al agua, en la que los dos átomos del isótopo más abundante del hidrógeno, el protio, son sustituidos por dos de deuterio, un isótopo pesado del hidrógeno, y que, grosso modo, lo que hace es que este agua sea un poco más densa y se emplee como moderador en reactores nucleares. El agua pesada se encuentra en cantidades muy pequeñas en el agua normal, por lo que su producción requiere una amplia y avanzada infraestructura.

Puesto que éste no es un post de física ni lo pretende, teniendo en cuenta, además, mi escaso conocimiento en la materia, me centraré en la operación que la denominada «Sección Noruega» del SOE (Special Operations Executive) llevaría a cabo en aquella planta de producción de agua pesada en manos de los nazis desde que ocuparan el país nórdico.

Comandos especiales en Noruega

Poco después de la ocupación nazi de la planta de Norsk-Hydro, lugar clave para el desarrollo del plan, un equipo alemán compuesto de medio millar de especialistas se puso a trabajar de forma intensiva para decuplicar la producción de agua pesada anual de 500 kilos a 5.000. Gracias a los informes de la resistencia noruega, muy fuerte en el país, el servicio secreto británico supo de los delicados trabajos realizados en las instalaciones e inhabilitarlas se convirtió en el principal objetivo de éstos, captando la atención del mismo Churchill, temeroso de que su gran antagonista se hiciera con un poder que podría brindarle la victoria, con lo que ello suponía para el resto del mundo.

La noche del 17 de junio de 1942, Churchill tomó un hidroavión Boeing con rumbo a Hyde Park, en Nueva York, donde se reuniría con el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, del que era gran amigo, para tomar una decisión definitiva sobre las operaciones aliadas en 1942 y 1943 que definirían el rumbo de la guerra. Cito este viaje no solo por su relevancia para los futuros acontecimientos sino porque el premier británico mostró entonces gran preocupación sobre la cuestión nuclear y los posibles avances de los nazis en este sentido. En The Hinge of Fate («La bisagra del destino»), el propio Churchill resaltó: «Había otro asunto que me preocupaba mucho. Era la cuestión de los tubos de aleación, como llamábamos en lenguaje cifrado lo que más tarde fue la bomba atómica».

Sobre aquel encuentro y tan delicado asunto escribió: «Ambos sentíamos intensamente el peligro de la inacción. Sabíamos de los esfuerzos que hacían los alemanes para procurarse agua pesada: expresión siniestra, aciaga, antinatural, que comenzaba a aparecer en nuestros documentos secretos. ¿Y si el enemigo lograra elaborar una bomba atómica antes que nosotros? Por escépticos que nos sintiéramos ante las declaraciones de los científicos, no podíamos exponernos al peligro mortal de ser aventajados en tan terrible campo».

Adiestramiento de un grupo del SOE
Puente de Vemork

Poco después de su regreso a Inglaterra, el premier tomaría la decisión de impulsar la misión de sabotaje en la factoría de agua pesada. Su primera idea era que la RAF bombardease la fábrica, pero las dificultades orográficas que presentaba el lugar, rodeado de altas montañas –lo que haría prácticamente imposible una incursión aérea– y el hecho de que el estallido de los depósitos de amoniaco podía suponer, en opinión de los expertos, un grave riesgo para la población del lugar –al lado se levantaba la localidad de Rjukan, un importante foco de la Resistencia–, hizo que se desestimara, muy a pesar de la insistencia del primer ministro, que quería ganar la guerra a toda costa, aún a costa de las bajas civiles.

Skinnarland

Así, se optó por una operación de comandos que estaría coordinada por el Grupo de Operaciones Combinadas en colaboración con la citada «sección noruega» del SOE, la Ejecutiva de Operaciones Especiales creada con la intención de provocar sabotajes en las filas enemigas. Para llevar a cabo su misión secreta, los británicos contaban con un as en la manga: a principios de marzo de 1942, un grupo de miembros de la Resistencia, tras capturar el barco de cabotaje Galtesund y llegar al puerto escocés de Aberdeen (tras orquestar un falso naufragio del que informaría la prensa noruega), había logrado trasladar al ingeniero Einar Skinnarland a Gran Bretaña para que realizase un curso especial de entrenamiento por cuenta del SOE. Este científico trabajaba en la construcción de una presa en Rjukan, destinada al servicio de Norsk-Hydro, con lo que así podrían introducir a un topo en el corazón mismo de las fuerzas de ocupación.

Leif Tronstad

Una vez adiestrado, Skinnarland fue lanzado en paracaídas sobre las cercanías de Rjukan, reanudando su anterior trabajo sin despertar sospechas por su breve ausencia. Después, comenzaría a obtener informes clasificados y a enviar información a la central en Londres. Una información que causó nerviosismo y que aceleró la misión del Grupo de Operaciones Combinadas, que contaba con datos de primera mano sobre la planta de Norsk-Hydro. Además, el SOE disponía de los informes del doctor Jomar Brun, ex ingeniero jefe de la planta, que poco después llegaría a Londres con un microfilm con fotografías de toda la instalación y sus alrededores, suministrando a su vez detalles de gran valor acerca de los puntos más vulnerables de la fábrica; y con la información dada por el físico noruego Leif Tronstad, quien había sido asesor técnico en los trabajos de construcción de la misma.

Un plan fallido

Hardangervidda

Los informes facilitados por Einar Skinnalard indicaban que la Norsk-Hydro estaba produciendo agua pesada en grandes cantidades, y que numerosas reservas se habían acumulado para su envío a Berlín. El Gabinete de Guerra sabía que debía entrar en acción y así, el SOE reunió un pequeño grupo de cuatro soldados noruegos instruidos en Inglaterra que serían comandados por el teniente Jens-Anton-Poulsson, todos ellos brillantes esquiadores y montañeros, habilidades necesarias para su trabajo en un terreno tan escarpado e inhóspito como la meseta de Hardangervidda. Aquel grupo de cuatro intrépidos hombres constituiría la avanzadilla de las fuerzas aerotransportadas de la RAF que llegarían después en planeadores a las cercanías de Rjukan (otra versión de los hechos apunta que en el mismo grupo regresaría Einar Skinnalard a Noruega, y no antes).

Jens-Anton-Poulsson

Tras varios intentos frustrados de dejar en tierra al equipo, los hombres de Poulsson –grupo bautizado con el nombre de Swallow («Golondrina») y a la Operación con el de Grouse– aterrizaron el 19 de octubre de 1942 en una colina en el valle del Sogne, a muchos kilómetros de distancia del punto acordado, lo que provocaría que tuvieran que realizar una dura travesía en medio de las condiciones climáticas más adversas y cargando un equipo que pesaba en torno a los 250 kilos. Tres semanas después, el 6 de noviembre, instalaban su base en una cabaña deshabitada, y conseguían establecer contacto por radio con la central de Londres, que les dio la orden de salir al encuentro de los hombres que formaban las tropas aerotransportadas, momento en que tendría lugar uno de los mayores fracasos del SOE que se saldó con el coste de numerosas vidas humanas.

Rediess

Era el 17 de noviembre de 1942, hacia las seis de la tarde, cuando dos bombarderos, cada uno de ellos remolcando un planeador, despegaban, con veinte minutos de diferencia, de la base aérea de Wick, al norte de Escocia. 43 hombres iban a bordo de ambos aparatos. El nombre en código de su operación era Freshman. Sobre media noche, una señal de radio interceptaba un SOS en el que uno de los aviones informaba de que su planeador se había estrellado contra una montaña, en las proximidades de Egersund. Murieron tres agentes y seis resultaron heridos de gravedad. Poco después, los alemanes, alertados, se personaban en la zona. El jefe de las SS y de la Policía en Noruega,  Wilhelm Rediess, informaba después a Berlín de la muerte de tres de los ocupantes del aparato, y de seis heridos graves. Apuntaba que se sospechaba que eran agentes y que, tras registrarlos –hallando en su poder «gran cantidad de billetes noruegos», según reza un telegrama oficial de la Oficina Central de Seguridad del Reich, la RSHA–, la Wehrmacht ejecutó a los supervivientes.

La Operación Freshman sería todavía más trágica. El otro aparato había logrado aterrizar de forma violenta en lo alto de una montaña: ocho agentes murieron, cuatro resultaron gravemente heridos y solo cinco quedaron ilesos, pero fueron detenidos al día siguiente por los alemanes. Tras ser interrogados, también los ejecutaron. Hoy descansan, como héroes de guerra contra la ocupación y el totalitarismo nazi, en un cementerio situado al oeste de Oslo.

Von Falkenhorst

El capitán general Nikolaus von Falkenhorst, tras tener en su poder las confesiones, comunicó a Berlín que los agentes enemigos pretendían sabotear la planta de agua pesada y ayudar a la Resistencia local. Von Falkenhorst se trasladó de urgencia hasta Rjukan acompañado del Comisario del Reich en Noruega, para ponerse al frente de los trabajos de reforzamiento: la guarnición recibió importantes refuerzos y los alrededores de la Norsk-Hydro fueron minados, lo que dificultaría un nuevo intento de sabotaje.

Este post tendrá una inminente continuación.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Este episodio se recoge, junto a muchos otros vinculados al trabajo de sabotaje de los aliados para frenar el proyecto atómico nazi, en el vibrante ensayo La Brigada de los Bastardos, publicado recientemente por la editorial Ariel. En realidad, la «batalla del agua pesada» fue uno más (aunque relevante) de los episodios que se encuadraron en un plan mucho más ambicioso que partió de reuniones secretas en Washington y que fructificó gracias a la estrecha colaboración entre los servicios secretos estadounidenses y los británicos.

Mientras se planificaba de forma reservada el Proyecto Manhattan en Los Álamos, la Oficina de Servicios Estratégicos –OSS, antecesora de la CIA–, ideó un plan secreto que recibió el nombre de Operación Alsos. En griego dicha palabra significa «arboleda», equivalente en inglés a «grove», en alusión al jefe de la operación, el general Leslie R. Groves, director general del Distrito Manhattan de Ingeniería (popularmente conocido como Proyecto Manhattan), un personaje con gran importancia en la novela gráfica «La Bomba» que destaqué en la entrada anterior.

Su objetivo era rastrear y entorpecer las investigaciones sobre energía nuclear llevadas a cabo por los potencias del Eje, principalmente el Tercer Reich. El corazón de la misión Alsos estaba conformada por el grupo que da nombre al ensayo: la llamada «Brigada de los Bastardos», un equipo de soldados, científicos y agentes secretos que se infiltraron entre los físicos, químicos y militares alemanes para detener la amenaza más aterradora de la guerra: que Hitler dispusiera de una bomba nuclear.

El resultado fue, como hemos visto en esta entrada, un complot digno del mejor thriller, pero rigurosamente real, y documentado con mimo por el divulgador científico Sam Kean, con ese estilo claro, directo y en ocasiones cercano al humor que le caracteriza y que le ha hecho merecedor de una gran notoriedad y una legión de seguidores. Es colaborador de medios como The New Yorker, The Atlantic, The New York Times Magazine o Science, y ha publicado obras convertidas en auténticos bestseller con sugerentes títulos como: La cuchara menguante. Y otros relatos veraces de locura, amor y la historia del mundo a partir de la tabla periódica de los elementos (2011); El pulgar del violinista. Y otros relatos veraces de locura, amor, guerra y la historia del mundo a partir de nuestro código genético (2013); El último aliento de César. La épica historia del aire que nos rodea (2018) y Una historia insólita de la neurología. Casos reales de trauma, locura y recuperación (2019), todos ellos publicados por la editorial Ariel.

Moe Berg

Aquellos hombres de la «brigada» que bien pudieron inspirar a Quentin Tarantino su película Malditos Bastardos, arriesgaron sus vidas en pro de la libertad, orquestaron todo tipo de sabotajes, impulsaron el espionaje a una escala nunca antes vista y cometieron incluso asesinatos para frenar las aspiraciones del Führer. Entre ellos destacaron con luz propia el ex jugador de béisbol Moe Berg, el físico nuclear Samuel Goudsmit o el citado general Leslie R. Groves, pero hubo muchos más, y todos tienen su momento de gloria en estas páginas (prolongación en papel de su verdadera actuación en el curso de la HISTORIA con mayúsculas).

Un relato vibrante y en ocasiones increíble (aunque sucedió) que podéis adquirir en el siguiente enlace:

https://www.planetadelibros.com/libro-la-brigada-de-los-bastardos/331525

Comandos y operaciones especiales en la II Guerra Mundial (Susaeta):

Y si lo que queremos es realizar un acercamiento, ameno a la vez que instructivo, al gran teatro de operaciones secretas y clandestinas que tuvieron lugar en aquella brutal conflagración, nada mejor que sumergirnos en las páginas, profusamente ilustradas a todo color y acompañadas de mapas y gráficos, de Comandos y operaciones especiales de la II Guerra Mundial, una joya gráfica editada por Susaeta Ediciones. Un recorrido vertiginoso por las unidades de comandos de ambos contendientes que, alcanzando un desarrollo y perfeccionamiento colosal, se desplegaron por desiertos, mares, selvas, acantilados, montañas y urbes asediadas como Stalingrado o Berlín…

Esta magnífica selección –pues fueron tantas que harían falta miles de páginas para detallar cada una de ellas– contempla operaciones famosas como la Operación Fortitude (que permitió el Desembarco de Normandía, el gran asalto a la Fortaleza Europa), o la Operación León Marino, que planeó la invasión –frustrada– de Gran Bretaña por la Wehrmacht, y otras menos conocidas, como la Operación Gleiwitz (una operación de falsa bandera que atribuyó a los polacos el ataque a la frontera alemana y justificó la invasión del país por los ejércitos de Hitler) pero que contribuyeron, algunas de manera decisiva, al resultado final de la mayor sangría conocida por el hombre contemporáneo.

He aquí el enlace para hacerse con este volumen:

https://www.editorialsusaeta.com/es/libros-de-guerra/11847-comandos-y-operaciones-especiales-en-la-ii-guerra-mundial-9788499284859.html

El mago personal de Heinrich Himmler

Existió un personaje, fundamental en el círculo íntimo de Heinrich Himmler (jefe de la Gestapo, las SS y el mayor obseso del régimen por el ocultismo), que ha sido llamado con acierto por algunos historiadores «el Rasputín nazi», el artífice de los rituales secretos y los símbolos esotéricos de las SS.

Óscar Herradón ©

Respondía al nombre de Karl Maria Wiligit, uno de los personajes más extravagantes, oscuros y silenciados de aquel tiempo. Sin sus delirantes teorías, herederas de los grupos secretos völk de principios de siglo que influirían poderosamente en el ideario nacionalsocialista, y que asumió sin rodeos el Reichsführer, las SS nunca habrían sido lo que acabaron siendo. Pero vayamos por pasos… ¿Quién fue ese singular individuo que suelen pasar por alto los libros «serios» de historia? ¿Cuál fue su papel en el inmenso aparato político nazi? Y es que, mal que le pese a algunos que subestiman su papel en los acontecimientos, los postulados ocultistas de Wiligut se convirtieron en ideología política, con nefastas consecuencias a nivel global.

Karl Maria había nacido en Viena en 1866, siendo hijo de un oficial del Ejército con problemas mentales. En  1906 se casó con Malwine Leus von Teuringen of Bozen, con quien tuvo dos hijas, Gertrud y Lotte. Durante la Primera Guerra Mundial sirvió en el ejército y cuando finalizó la conflagración, con las nefastas consecuencias de la derrota para Alemania, como tantos otros de sus compatriotas se afilió a una organización paramilitar de derechas en Austria. Entonces ya era  un hombre violento con un marcado alcoholismo que iba armado de una pistola y maltrataba continuamente a su esposa; sobre su persona planeaba también la sospecha del abuso sexual a sus dos hijas pequeñas que llevaría a la madre a cerrar con llave la habitación de las niñas.

Recluido en un psiquiátrico

Su peligroso comportamiento y sus costumbres extravagantes hicieron que finalmente fuese internado en una institución mental en Salzburgo, donde  le fue diagnosticada psicosis, esquizofrenia y megalomanía y donde permanecería recluido hasta 1927. En el hospital mental, Weisthor haría gala de su diagnóstico, jactándose entre sus compañeros y los celadores de que él mismo había sido capaz de evitar un golpe de estado comunista en Alemania y de que nada menos que miembros del Ku Klux Klan, organización racista estadounidense a la que admiraba, le sacarían pronto de su reclusión.

Totenkopfring

Más extravagante sin embargo era que recogía piedras de una granera cercana al edificio de manera obsesiva, guijarros que pulía y cuidaba como si fueran diamantes; tantos pedruscos recopiló –cerca de un millar– que ocupaban casi toda su habitación. Según uno de los psiquiatras que lo trataron, Karl Maria consideraba cada pieza un amuleto y creía hallar en sus formas diversas figuras que consideraba que representaban una serpiente, un falo, una parte de un trono antiguo germánico…

Völkish

A pesar de su evidente distorsión de la realidad, cuando salió del hospital se convirtió en una especie de místico, un visionario muy respetado en los estrechos círculos de los ultranacionalistas alemanes, las sectas Völkisch. Afirmaba que su linaje se remontaba al dios nórdico Thor y que entre sus antepasados se contaba Arminio, el caudillo germánico que había vencido a las legiones romanas en Teutoburgo. Según sus propias declaraciones, recogidas por Nicholas Goodrick Clarke, sus antepasados habían conservado «el sagrado conocimiento de las tribus germánicas» durante milenios; afirmaba ser el último descendiente de un antiguo linaje de sabios alemanes cuyas raíces se perdían en la Historia, los Uiligotis, del clan de AsaUana.

Creía además poseer poderes extraordinarios y decía ser clarividente. Gracias a sus supuestas dotes visionarias, su «memoria ancestral» le permitía recordar las experiencias vividas con su tribu hace más de 300.000 años. Afirmaba que en aquel período brillaban tres soles en el cielo y la Tierra estaba poblada por seres mitológicos, gigantes y enanos, «visiones» que recordaban a los escritos teosóficos de la ocultista rusa Madame Blavatsky que tanto influyeron en los círculos esotéricos prenazis y en la mentalidad de Himmler.

Madame Blavatsky

Wiligut hablaba de luchas entre diferentes razas y de una reconciliación promovida por sus antepasados, los Alder-Wiligoten. En el año 9600 a.C. Estalló una guerra entre Irministas y Wotanistas, quienes obligaron a los primeros a exiliarse a Asia, donde se hallarían los vestigios de los últimos arios. El abuelo de Wiligut, según él mismo decía, le había enseñado los antiguos símbolos rúnicos –que adoptarían las SS– y su padre le había narrado la historia de la familia «cuando cumplí los 24 años», algo innecesario si tenemos en cuenta que decía tener «capacidades» precognitivas.

Símbolo del ariosofismo nazi

Fuera del pabellón psiquiátrico cambió su apellido Wiligut por el de Weisthor, según él, derivado del alemán Weise –sabio– y de Thor, el célebre dios nórdico del trueno al que tanto admiraba también el Reichsführer. En ocasiones entraba en trance, en medio de convulsiones, y otras veces recitaba dichos primitivos que afirmaba haber recibido de sus ancestros. Cuesta creer para una mente racional que un personaje de estas características, notablemente enajenado, fuera tenido en cuenta por alguien, pero lo cierto es que poseía fervientes seguidores entre los grupos ultranacionalistas, que lo consideraban un maestro en las tradiciones de las tribus germánicas desde su pasado más remoto.

No era de extrañar, con dichas “habilidades”, que pronto llamara la atención de Himmler, tan obsesionado o más que él con las sagas germánicas y el pasado mítico. El líder de la Orden Negra lo conoció en el transcurso de un congreso de la Sociedad Nórdica y se sintió rápidamente fascinado por su elocuencia y su “conocimiento” del pasado. Weisthor era ya un hombre mayor –tenía 67 años– pero con un gran entusiasmo y no menos carisma.

Darré

Así que Himmler lo convirtió primero en SS-Standartenführer y más tarde en SS-Brigadeführer y le ofreció un puesto en la RuSHA de Walter Darré, elevándolo a jefe de la «Sección de Prehistoria e Historia Antigua» del organismo. Muchos, no obstante, consideraban a Wiligut un charlatán, pero no es menos cierto que una gran parte de los SS veían también en Himmler a un iluminado de creencias extravagantes y aún así debían someterse a sus órdenes sin contemplaciones, siendo, como era, uno de los hombres más poderosos e implacables de su tiempo.

PARA SABER MÁS:

GOODRICK-CLARKE, Nicholas: Las oscuras raíces del nazismo. Editorial Sudamericana, 2005.

HERRADÓN AMEAL, Óscar: La Orden Negra. El ejército pagano del Tercer Reich. Edaf, 2011.

NARRATIVA:

Hace unos meses la editorial Alfaguara publicaba un absorbente thriller histórico ambientado en la Alemania nazi escrito por Fabiano Massimi (que acaba de publicar con la misma editorial su nueva novela, que próximamente reseñaremos en las entrañas del Pandemónium).

Hitler y Raubal

Su título es El Ángel de Múnich y en la más pura tradición del noir historiográfico (en una línea muy similar de Philip Kerr y su saga ambientada en la misma época), se centra en un episodio fundamental de la biografía íntima de Adolf Hitler: la extraña muerte de su sobrina, Angela «Geli» Raubal, a la que veneraba y con la que, según algunas fuentes, pudo incluso mantener una relación de tipo incestuoso. Raubal se descerrajó un tiro con la pistola del líder nazi (la misma que utilizaría él para suicidarse 14 años después en el bunker de la Cancillería, sentenciando su «glorioso» Tercer Reich) en el domicilio que compartían el 18 de septiembre de 1931.

Con tan apasionante –y real– punto de partida comienza el relato. Tras el mismo, hay una ardua tarea de investigación que bien podría haber dado origen a un monumental ensayo. Pero tamaña cantidad de datos Massimi los sabe conjugar con maestría y sin que entorpezcan en ningún momento el pulso narrativo, fluido y poderoso.

En un máximo de ocho horas, y en medio de un gran secretismo decretado desde las altas instancias, los comisarios Siegfried Saber y el adjunto Helmut Forster deberán cerrar el caso que ha tenido lugar en una dirección de sobre conocida por todos en Múnich: el número 16 de la Prinzregentenplatz, donde vivía el líder del NSDAP. Aunque el cadáver de Raubal se encontraba en su habitación cerrada desde dentro, los investigadores observarán algunas contradicciones en la versión oficial del suicidio con la pistola del «tío Alf».

La investigación posterior y la búsqueda de la verdad se verán ensombrecidas por las injerencias de personajes poderosos, de intereses creados y de la poderosa máquina propagandística del partido que no alcanzará el poder definitivo hasta 1933, cuando Hitler se convierte en canciller, pero que ya tenía una gran influencia en Alemania y Austria. El autor italiano enriquece la trama de esta novela ya convertida (con razón) en bestseller mundial con una serie de extraños «suicidios» que se suceden entre supuestos testigos del suceso.

He aquí el enlace para adquirirlo en papel y también en eBook y Audiolibro:

https://www.penguinlibros.com/es/literatura-contemporanea/7250-el-angel-de-munich-9788420454290