Ritos y simbología del crimen organizado (parte III): las Tríadas chinas

Estos días se juzga a los cabecillas de los clanes de la ‘Ndrangheta en Calabria. La Camorra vuelve a estar de actualidad cuando un documental revela cómo los nuevos «capos» de la mafia napolitana son apenas «millennials» que siguen haciendo negocio en plena pandemia y hace unos días que el sicario de la Cosa Nostra Ferdinando «Freddy» Gallina era extraditado desde EEUU a su Italia natal para ser juzgado por tres homicidios «agravados con finalidad mafiosa». El crimen organizado «made in Italy» sigue viva cuando apenas queda un año para que se cumpla medio siglo del estreno en cines de El Padrino, obra maestra por antonomasia del nuevo cine de los setenta. Excusas suficientes para repasar los ritos secretos y los símbolos esotéricos de la Mafia.

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El gigante asiático está disputando a EEUU y Rusia el primer puesto en el liderazgo mundial, y el crimen, que aunque menos llamativo que en Occidente, hunde sus raíces en la misma historia –muy larga– del país, crece casi al mismo ritmo que su expansión económica. Aunque la globalización hace que sean numerosos los grupos que integran el crimen organizado en China, el puesto de «honor» en la tradición se lo llevan las Tríadas, las más antiguas de sus bandas delictivas.

Como apunta Alejandro Riera en su libro La Mafia China: las Tríadas, «el silencio es una parte fundamental, una de las armas más importantes de esta organización criminal». Si no existes, no te persiguen. No obstante, por mucho dominio que tengan los miembros a la hora de pasar desapercibidos, sus crímenes, en la actualidad muy numerosos, pueden rastrearse casi hasta su mismo origen, un origen rodeado de brumas, eso sí. Hoy, los grupos criminales que conforman la mafia china se han desplazado por todo el mundo junto a los millones de inmigrantes del país, aunque durante siglos se negó su existencia: las autoridades argumentaban que se trataba de bandas desorganizadas, pero no de un auténtico entramado criminal.

No fue hasta 1986 que fue reconocida abiertamente la existencia de las Tríadas, cuando el Comité de Lucha contra el Crimen inglés afirmó que en Reino Unido había una mafia china integradas por al menos 120.000 miembros, aunque continúa siendo la mafia más hermética del planeta, lo que va mucho con la forma de ser de sus gentes. Según la tradición, su origen se remonta a 1671, cuando nacieron las primeras Tríadas en el monasterio Shaolin de la provincia de Fuqiang. Un historia que combina folclore, realidad y leyenda, casi como la que rodea a todas las grandes mafias. Cuentan las crónicas que aquel año, los monjes budistas –que practicaban una vida de meditación y aislamiento, y fueron pioneros en el arte marcial del Kung-Fu–, se alzaron en armas contra los invasores bárbaros que se acercaban a la capital, Pekín, amenazando con derrocar a la dinastía Qing –o Ching–. Puesto que los ejércitos imperiales no eran capaces de frenarlos, los monjes se unieron a la lucha y consiguieron reducir a los invasores sin perder un solo hombre.

Los Cinco Ancestros

Poco después, aquellos gloriosos guerreros que habían regresado a su retiro monacal, fueron víctimas de la traición de los consejeros del emperador Kangxi, que le hicieron creer que su dominio del arte de la guerra poder podía volverse en su contra. Así, Kangxi ordenó que el monasterio fuese reducido a cenizas y los monjes asesinados. Hasta el lugar se dirigió un grupo especial, armado con veneno y pólvora. Durante un banquete, los invitados emborracharon a los monjes con bebidas mezcladas con una extraña sustancia. Todos murieron calcinados en un episodio muy similar a otro de la catódica Juego de Tronos, salvo cinco, más tarde conocidos como los Cinco Ancestros, que lograron escapar y fundaron una sociedad secreta, la llamada Liga Hung, que pretendía restaurar la dinastía Ming –pues los Ching eran de origen manchur y no chino–.

El emperador Kangxi

Un grupo que poco a poco fue creciendo, con otros que se les unieron, y que acabó transformándose en auténticas células criminales, eso sí, con un rígido código de honor y unas tradiciones llenas de misticismo y elementos simbólicos y mágicos. No obstante, hay historiadores que creen que esta historia es mera fantasía que sirve para dar una pátina de romanticismo a lo que no dejan de ser organizaciones criminales.

La historia oficial nos dice que las Tríadas surgieron en la región de Fuqiang en el siglo XVIII, una época convulsa en muchos aspectos, también económicos. En aquella zona los caminos eran muy peligrosos, estaban llenos de bandidos y ladrones. Era una suerte de «salvaje oeste» chino: estafas, robos, asesinatos, extorsión… Los jóvenes de la zona, que ocupaban el escalafón más bajo de la sociedad, se juntaban en hermandades unidas por juramentos de lealtad para proporcionarse ayuda mutua. Pronto estas sociedades adoptivas comenzaron también a delinquir.

No sería hasta el siglo XIX que los británicos bautizasen a estos grupos como Tríadas, debido a que su sello identificativo estaba formado por un triángulo equilátero; cada uno de sus lados representa los tres elementos de la armonía china: el Cielo, la Tierra y el Hombre, lo que hizo que también fuesen conocidos con el romántico nombre de Hermandad del Cielo y la Tierra. Llegaron a tener tal poder en el siglo XX, que en 1911 colaboraron en el derrocamiento del emperador Puyi –que abdicó el 12 de febrero del año siguiente– y ayudaron al advenimiento de la República, y, cuando los japoneses invadieron Hong Kong en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, tenían que negociar con sus matones para mantener el orden.

Hoy nadie sabe cuánta gente forma parte de esta hermética –aunque gigantesca– sociedad secreta con fines criminales. Su huella se ha dejado sentir desde Nueva York a Toronto, de Sidney a París o Barcelona y Madrid, aunque su base principal está en Hong Kong, Taiwán y la China continental. Se dedican a la falsificación de tarjetas de crédito, al tráfico de personas, la fabricación, venta y distribución ilegal de numerosos productos, el tráfico de heroína, la trata de blancas, clínicas ilegales e incluso muertes por encargo.

La iniciación

Solo puede formar parte de ella un varón chino cuyos progenitores, ambos, sean de esa nacionalidad, puesto que consideran que «la sangre buena no sabe traicionar», algo similar a lo que sucede en otras organizaciones como la Cosa Nostra italiana o la Yakuza nipona. Siguen una estructura similar a la familiar, y deben prestar auxilia a sus «hermanos» siempre. El incumplimiento de esta regla es causa de muerte. Se articulan en grupos de tres personas, que se relacionan jerárquicamente con otros grupos a través de uno solo de sus integrantes, lo que implica el desconocimiento de las actividades –y los altos cargos– por parte del resto de miembros de la organización. El SILENCIO es, como apunté antes, lo fundamental para que su entramado delictivo siga funcionando a la perfección. Para comunicarse entre ellos, los miembros de la Tríada son instruidos en un lenguaje compuesto de saludos secretos y señales sutiles, por ejemplo, la manera en que sostienen o dejan los palillos para comer, el número de dedos con el que sujetan un vaso… un universo de tradiciones donde se reverencia la patria y la sangre.

El solemne ritual de iniciación en la Sociedad solía comenzar cuando los iniciados pasaban por debajo de varias espadas alzadas, que simbolizaban la entrada a una nueva familia. El rito iniciático las Tríadas fue conocido gracias a William Stanton, autor de The triad Society of Heaven and Earth Association, quien, en 1900, fue testigo de una de esas ceremonias; un testigo privilegiado, ya que ningún otro occidental, que sepamos, ha vuelto a presenciar una de ellas.

Según su testimonio, la ceremonia se iniciaba con la repetición de una serie de frases por parte de los aspirantes: «Que este primer incienso se eleve hasta los cielos, mientras juramos nuestra oposición a los Quing. Nosotros vengaremos el fuego malvado de Shaolin, derrotaremos a los mongoles y restauraremos a los Ming (…)». Después, los iniciados reciben un rollo de papel de color amarillo, por lo general decorado con dos dragones y dos aves fénix que pelean por una perla, donde se encuentran los 36 juramentos que son leídos en voz alta. Todo ello se realiza ante un altar con el Buda de la justicia.

Acto seguido, en un acto similar al de otros grupos criminales secretos, los presentes se pinchan con una aguja un dedo concreto de la mano izquierda, dejan caer su sangre en un cuenco que puede contener o bien sangre o bien vino, mezclados con la sangre de un gallo. Después, se quema el rollo y, tras juntar las cenizas del cuenco, todos beben de él y hacen un juramento de fraternidad. Entonces, los neófitos pagan un dólar como «cuota de entrada» y son declarados hermanos, tras lo cual reciben cuatro sellos envueltos en papel rojo, de los que responderán con su vida.

El enigma de los rollos del Mar Muerto (II)

A pesar de los tiempos inciertos que vivimos y de que la pandemia y el confinamiento hayan provocado que muchos yacimientos estuvieran inactivos durante meses, la arqueología está de enhorabuena: han hallado nuevos fragmentos de los manuscritos del Mar Muerto por primera vez en 60 años. El descubrimiento no es baladí, y nos sirve para recordar en «Dentro del Pandemónium» la historia y el valor de estos documentos capitales de la antigüedad.

Óscar Herradón ©

En un primer momento solo investigadores católicos tuvieron acceso al inédito material. Bajo la supervisión de la Comisión Bíblica Pontificia, dirigida por el Vaticano, el padre dominico y arqueólogo Roland De Vaux se encargó de dirigir al grupo de analistas y estudiosos de los pergaminos. El carácter marcadamente antisemítico de muchos de ellos evitó que durante décadas la comunidad judía, principal interesada por su contenido –la mayoría de los escritos versaban sobre la historia antigua del judaísmo y estaban escritos en hebreo– pudiera estudiar el contenido de los mismos. Hoy, como vemos, eso ha cambiado radicalmente, y son los israelíes los que están a la cabeza de las investigaciones actuales.

Todo aquél círculo de secretismo, agudizado por problemas políticos, llevó a que algunos investigadores como Michel Baigent y Richard Leight, autores del famoso libro El Enigma Sagrado, plantearan la hipótesis de una conspiración del mismísimo Vaticano para evitar que salieran a la luz grandes secretos relacionados con la vida de Jesús y el cristianismo primitivo. El tiempo ha demostrado, una vez hechos públicos los rollos, que la Santa Sede, a pesar de su habitual tendencia al oscurantismo, no tenía mucho que esconder, a diferencia del caso de los escritos de Nag-Hammadi. Es cierto, como veremos, que muchos de los contenidos traducidos indican una posible relación de Jesús con los autores de los mismos, si bien estas coincidencias no son tan claras como para llevar a cabo una conspiración de tales dimensiones –si había razones para ella en relación con los Evangelios Apócrifos, en concreto el de Tomás, que ponía en entredicho aspectos importantes del dogma cristiano oficial–, aunque siempre quedará la duda de cuáles fueron realmente las intenciones de la Santa Sede sobre los rollos.

Aunque probablemente exagerada, la teoría del complot cobró mayor fuerza cuando el citado De Vaux, que falleció en el año 1971, concedió los derechos para el estudio de los textos en su testamento a otro dominico, el padre Pierre Benoit. ¿Qué tenían los católicos que esconder? Probablemente, como afirma el experto Stephen Hodge, no demasiado, pudiendo explicarse la actuación de De Vaux al margen del planteamiento conspiranoico por su profundo antisemitismo –no quería ni oír hablar de que historiadores judíos estudiasen los textos, que creía de su propiedad– y la tendencia general del erudito a acaparar para sí mismo y su cerrado círculo aquello que entra dentro de su campo de estudio.

De Vaux

Cuando Benoit murió en 1986, los textos pasaron a manos de otro católico, John Strutgell, quien, junto a sus colegas, no había publicado ni un solo texto encontrado en Qumrán en nada menos que 33 años. Tras una entrevista en la que desveló su faceta antisemita y antiisraelí, fue supuestamente presionado y obligado a dimitir, por lo que las autoridades hebreas pusieron el proyecto en 1991 en manos de Emanuel Tov, profesor de estudios bíblicos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien, sin embargo, perpetuó la regla del secretismo iniciado por sus antagónicos predecesores, prohibiendo el acceso a los textos excepto a unos pocos personajes de su confianza.

Strutgell

Sin embargo, nadie podía evitar ya, ni siquiera el egocéntrico Tov, el acceso de eruditos de toda índole a unos textos sobre los que pesaba el marchamo de «malditos» y que parecían condenados a permanecer ocultos. Finalmente, comenzaron a publicarse fotografías y traducciones de éstos en la revista de la Biblical Archaeological Society en septiembre de 1991. Comenzaba, por fin, a desvelarse el misterio.

Los escritos hallados en Qumrán

Tras el hallazgo de nada menos que once cuevas a orillas del Mar Muerto, l7os textos comenzaron a ser clasificados. ¿Con qué se toparon arqueólogos y filólogos? La mayoría de  los manuscritos correspondían a pasajes bíblicos del Antiguo Testamento, algunos de ellos inéditos, o versiones diferentes de historias ya conocidas. Los siete manuscritos originales encontrados en la Cueva 1, descubierta por los pastores, fueron los siguientes:

  1. Una copia del Libro de Isaías.
  2. Otro fragmento de Isaías.
  3. Un comentario de los dos primeros capítulos de Habanuc.
  4. El Manual de la Disciplina o Norma de la Comunidad, una valiosa fuente de información sobre la secta religiosa de Qumrán, a la que supuestamente se debe la copia de los manuscritos y de la que hablaré en un próximo post.
  5. Una colección de salmos y alabanzas conocida como «Himnos de Acción de Gracias».
  6. El Libro del Génesis con notas en arameo.
  7. La Norma de la Guerra, un extraño y extraordinario relato apocalíptico que narra la inminente lucha de los llamados «Hijos de la Luz» con los «Hijos de las Tinieblas» en los últimos días antes del fin de los tiempos.

Abordar la colección completa del Mar Muerto sería imposible, pues nos desviaríamos de la intencionalidad divulgativa –e inmediata– de este post. El lector interesado puede adentrarse en las páginas de magníficos volúmenes íntegramente dedicados al tema, desde los clásicos estudios pioneros de la teoría conspiranoica de Baigent y Leigh o el polémico Robert Eisenman, hasta los más recientes de Stephen Hodge o el historiador español Mariano Fernández Urresti, ambos publicados por la editorial Edaf.

Emanuel Tov

Citaré, no obstante, algunos de ellos por la importancia de su contenido. Debo señalar, sin embargo, que el total de los fragmentos encontrados en Qumrán representa los restos de 850 manuscritos, pero de ellos no ha sobrevivido más del 50 por ciento, por lo que es evidente que mucha información vital de este combativo período de la historia de la antigüedad permanecerá para siempre en el más absoluto de los misterios. Quizá los nuevos hallazgos de los arqueólogos del AAI israelí revelen datos importantes para su comprensión. Habrá que esperar un tiempo.

Entre los hallados originalmente en la Cueva 1, destaca la importancia del texto de Isaías, uno de los pocos que ha llegado completo hasta nuestro días, La Regla de la Comunidad y La Norma de la Guerra. De todos los pergaminos encontrados en Qumrán, la mayor parte corresponde a manuscritos bíblicos, los más antiguos que se conocen hasta el momento; hasta el día del maravilloso descubrimiento, los textos hebreos conocidos más antiguos eran copias de los siglos IX y X d.C. realizadas por los Masoretas, un grupo de escribas judíos. Ya solo por la antigüedad de los rollos del desierto, suponen un tesoro sin precedentes.

El más sorprendente de los textos, por su naturaleza, es el conocido como «Rollo de Cobre» (catalogado como 3Q15) que, con98servado en un soporte totalmente diferente, tardó muchos años en poder ser leído. Su contenido se escribió en una plancha de cobre, a diferencia del resto. Finalmente, pudo ser abierto gracias a una moderna técnica mediante la que fue cortado en tiras. Entre sus «páginas» se halló una lista, escrita en hebreo tardío, que contenía 64 objetos, la mayoría metales preciosos y joyas, que habían sido escondidos y procedían supuestamente del Tesoro del Templo de Jerusalén, además de las indicaciones precisas para encontrarlos. Podréis suponer la expectación que despertó esta enigmática lista entre arqueólogos, aventureros y buscadores de tesoros. Por desgracia, hasta el momento, y tras interminables búsquedas, no han sido descubiertos, si es que alguna vez existieron más allá de sueños de celuloide a lo Indiana Jones. En el «Rollo de Cobre» se habla de una cantidad de nada menos que ¡60 toneladas de oro escondidas en algún lugar del desierto de Judea!

Parte del enigmático «Rollo de Cobre» (Fuente: Wikipedia. Free License)

Al margen de la expectación despertada por este misterioso texto, los escritos que más polémica desataron fueron los que se referían a «la Comunidad», una enigmática secta que habitaba en el desierto a orillas del Mar Muerto durante la época del Segundo Templo, y que algunos investigadores, como el padre De Vaux, se apresuraron a identificar con los esenios, según éste, una orden monástica ascética y célibe, aunque el tiempo demostró que el dominico se equivocaba en muchas cosas. Esta postura sigue siendo objeto de una agria polémica. Las excavaciones que tuvieron lugar años después en la zona, en la fortaleza de Masada, a algunos kilómetros de Qumrán y en los cementerios donde enterraban a sus muertos, demostraron que la secta no guardaba el celibato, pues encontraron los cadáveres de varios niños y mujeres que evidentemente vivieron con ellos. Ahora, los nuevos hallazgos del equipo liderado por Oren Abelman podrían revelar quiénes eran realmente, y si se trataba, efectivamente, de una secta judía…

Este post tendrá una continuación en breve.

Oráculos. Vaticinando el futuro desde la Antigüedad (III): Dodona

Junto a Delfos, el oráculo de Dodona, fue el más célebre de la antigüedad. Su nombre se debe a un lugar que se halla a 80 km al este de la isla de Corfú, en la región de Epiro, cerca de la frontera de Grecia y Albania. Centro de peregrinaje de tiempos pretéritos al que también se acercaron reyes y emperadores, fue un imponente santuario dedicado al dios Zeus y a la Diosa Madre naturaleza. Viajamos a sus entrañas…

Óscar Herradón

(Dodona en la actualidad. Fuente: Wikipedia)

Una de las más valiosas descripciones que poseen los arqueólogos del milenario oráculo fue la dejada por Heródoto: «Las sacerdotisas de los dodonienses cuentan que de Tebas, en Egipto, partieron dos palomas negras; una viajó hasta Libia, y la otra hasta ellas; una vez allí, la paloma se posó sobre un roble, y con voz humana articuló que el destino quería que se estableciera en aquel lugar un oráculo de Júpiter; los dodonienses, mirándola como una mensajera de los dioses, obedecieron de inmediato. Cuentan también que la paloma que voló hasta Libia ordenó a los libios construir el oráculo de Amón, que es también un oráculo de Júpiter. Esto es lo que me dijeron las sacerdotisas de los dodonienses, de las cuales la más vieja se llamaba Preumenia, la siguiente, Timarete, y la más joven, Nicandra. Su relato fue confirmado por el resto de dodoneos, ministros del templo».

Fue así como surgió el culto al «Gran Roble», un árbol sagrado en el que se adoraba al dios Zeus Naios –Zeus residente– y Dione Naia, su contrapartida femenina. En el siglo V a.C. las sacerdotisas serían tomadas por adivinas y conocidas como las Sellas. El propio Homero hablaría del oráculo de Dodona en la Ilíada hasta en dos ocasiones, otra de las fuentes de la que han bebido con profusión los historiadores. Al parecer, las Sellas vaticinaban el futuro de diversas formas: interpretando la caída de las hojas del roble sagrado, el ruido causado por uno o varios recipientes de bronce y puede que también el vuelo de las aves –lo que se conoce como ornitomancia–, en este caso de las palomas. En el siglo IV a.C. el ateniense Demón ofreció una tradición paralela sobre el oráculo: afirmaba que el santuario estaba delimitado por un cerco de calderos de bronce que estaban dispuestos en trípodes y que, cuando el viento los golpeaba, el sonido que emitían por medio de una cadena era el que debía ser interpretado por las sacerdotisas.

Por su parte, Homero apuntaba que, en relación con el simbolismo de los árboles y el roble sagrado del santuario, los sacerdotes y sacerdotisas de Dodona no podían lavarse los pies y debían dormir en el suelo. Algunos cronistas señalan que en los primeros tiempos, el oráculo ordenaba a los consultantes sacrificar una víctima al río Aqueloo cada vez que debía contestar una pregunta, aunque no existen vestigios arqueológicos de ello.

Rascando vestigios arqueológicos

La historia del santuario guarda numerosos enigmas, y la arqueología no ha podido datar con exactitud su origen. En fecha reciente se han encontrado restos de la época micénica, de alrededor del siglo XV a.C. El culto al Zeus Dodoniano llegaría a Epiro con los tesprotios en el conocido como periodo Heládico reciente, en torno al 1200 a.C., aunque parece ser que existía un culto anterior dedicado a la diosa ctónica prehelénica de la fertilidad y la abundancia relacionada con las raíces sagradas del «Gran Roble».

Ruinas de Dodona (Licencia Libre: Wikipedia)

Hasta el siglo VI a.C., el santuario gozaba de gran renombre y consultado regularmente por los atenienses, que enviaban a su consulta una embajada anual. Incluso Creso, rey de Lidia, consultaba a los célebres oráculos si debía declarar o no la guerra a los persas, como harían otros mandatarios de manera habitual. Plutarco cuenta cómo Agesilao II (444-360 a.C.) rey de Esparta, preguntó al oráculo sobre si sería oportuno lanzar una gran ofensiva contra los persas, mientras que los espartanos viajaron también a Dodona para que les realizaran un vaticinio antes de la batalla de Leuctra contra Tebas, en el 371. Las consultas parece que se hacían en laminillas de plomo de las que se han hallado bastantes ejemplares en las excavaciones.

Pirro

Después, Delfos suplantaría progresivamente a este como sede principal de los oráculos del mundo heleno y en torno al siglo IV a.C. el santuario parecía haberse reducido a un simple templo en torno al Roble Sagrado, hasta que recuperaría su máximo esplendor gracias al mandato de Pirro –célebre por las guerras que emprendió– en Epiro, entre el 297 y el 272 a.C., quien reconstruiría casi todos los edificios de Dodona, convirtiéndolo en una especie de santuario nacional de Epiro: reconstruyó el templo de Zeus, el de Heracles y el de Temis, que ganaron en espacio y también los edificios cívico: el Bouleuterión y el Pritaneo, además de ordenar construir el teatro para acoger espectáculos dramáticos y musicales que servían como acompañamiento de la fiesta de los Naia en honor de la tríada constituida por Zeus, Dione y Temis y que en época romana sería reconvertido en circo.

Tras la repentina muerte de Pirro en Argos en el 272 a.C., se produciría el rápido declive del enclave sacro, que sería saqueado en diferentes épocas y de nuevo reconstruido. Se sabe que el emperador romano Adriano visitó el oráculo hacia el año 132 de nuestra era, al igual que el geógrafo e historiador griego Pausanias poco tiempo después. El santuario sería destruido en el año 218 a.C. durante la guerra con los etolios, aunque los arqueólogos creen que volvió a ser restaurada. Un misterio que sigue sin aclararse.

BIBLIOGRAFÍA:

DAKARIS, Sotirios: Dodona (en inglés) 1993.

VANDENBERG, Philipp: El Secreto de los Oráculos. Destino, 1991.

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

Y si lo que queremos es una visión pormenorizada –a la vez que detallada y apasionante– sobre la civilización griega, en este caso centrada en el aspecto bélico de uno de sus mayores enemigos en la antigüedad, nada mejor que sumergirse en las páginas de Viaje a la Grecia clásica. Del monte Athos a Termópilas (Almuzara, 2020), del periodista y escritor Antonio Penadés, autor del también recomendable ensayo Tras las huellas de Heródoto. Crónicas de un viaje histórico por Asia Menor, publicado igualmente por Almuzara en 2015.

El autor, con un pulso narrativo electrizante, nos sitúa en el año 480 a. C., para seguir el itinerario del ejército del rey persa Jerjes, el mayor despliegue militar terrestre visto hasta entonces. Una vez que tamaña fuerza atraviesa el Helesponto y, ya en el Viejo Continente, se dispone a recorrer las regiones de Tracia y Macedonia, apoyado por una colosal flota, para vengar las afrentas que los atenienses hicieron a su padre, el rey Darío, incorporando así –o esa era la idea– tan estratégicos territorios helenos al inmenso imperio asiático, aquel ejército legendario se topará en el paso de las Termópilas, la puerta natural de entrada a la Grecia central, con las fuerzas mucho menores pero implacables del rey de Esparta Leónidas.

La misma historia que narra 300 y que Frank Miller llevaría con gran éxito a la novela gráfica y más tarde Zack Snyder a la pantalla grande, aunque con una fidelidad historiográfica que el espectáculo de ficción ni ofrecía ni requería. En estas páginas, Penadés seguirá a aquellos ejércitos y su paso por Alexandrópolis, Dorisco, Abdera, Kavala, la isla de Tasos, Filipos, Drama, Tesalónica o el monte Olimpo, entre muchos otros enclaves fundamentales de tan épico avance, para culminar en Termópilas, donde tendrá lugar uno de los encuentros más emblemáticos de la historia antigua de Occidente en su choque con Oriente. He aquí la web de la editorial donde podrás adquirir el libro:

https://www.marcialpons.es/libros/viaje-a-la-grecia-clasica/9788418089855/