Guns N’ Roses: 30 años de «illusion» (Vol. 1)

Este 2021 se cumplieron 30 años del lanzamiento del doble disco de Guns and Roses Use Your Illusion, uno de los grandes acontecimientos del rock de principios de los 90 que contenía temas inolvidables como You Could Be Mine, Civil War, November Rain, Don’t Cry o Estranged, y potentes versiones de temas como Knockin’ On Heaven’s Doors de Dylan o Live and Let Die de McCartney. El doble plástico de mi adolescencia, y la banda sonora de toda una generación. Ahora que se publica la biografía en castellano de su bajista, Duff McKagan, de la mano de Libros Cúpula, éste es el particular y humilde homenaje desde las entrañas del Pandemónium.

Óscar Herradón ©

Su eslogan fue «la banda más peligrosa del mundo» y, de 1988 a 1993, año de su traumática disolución (traumática, se entiende, para sus millones de fans, un servidor incluido), se convirtieron nada menos que en el grupo de rock más importante del planeta. Ahí es nada. Más incluso que sus eternos competidores Metallica –me refiero a entonces, hoy la cosa ha cambiado– y aquella banda que revolucionó la música alternativa desde un lugar tan poco glamuroso como Seattle: Nirvana; grupos con los que, precisamente, los Guns N’ Roses comandados por Axl Rose no tendrían lo que se dice una buena relación.

Termina 2021, sacudido todavía por el dichoso Coronavirus (en su variante de ecos lovecraftianos «Ómicron»), el silencio aún humeante del volcán de La Palma y el primer año de decepcionante mandato de Joe Biden (menos tumultuoso, eso sí, que el de Trump, con quien Mr. Rose tuvo abiertos y sonados enfrentamientos en Twitter) y estas líneas las escribo, más con devoción que sabiduría de crítico musical, porque este mismo año se cumplieron 30 del lanzamiento del doble plástico que encumbró a los chicos malos de Hollywood: los Use Your Illusion.

Axl en 1993, cerca del final…

Treinta años… se me pone la piel de gallina, pero no por fascinación por aquel disco en dos partes (que la tengo), sino por hacerse palpable ese dicho tan manido y tan cierto de «qué rápido pasa el tiempo». Acabo de ser papá, y el tiempo, si cabe, pasa todavía más rápido… Qué razón tienen las abuelas. Tres jodidas décadas (no voy a andarme con remilgos y lenguaje comedido cuando hablo de unos tipos que lanzaban exabruptos cada dos palabras). Los mismos que hace que se lanzó otro disco emblemático, «disco de discos», el álbum negro de Metallica, némesis de los Guns por aquellos años y al que dedicaré también su pertinente post, el contundente Nevermind de Nirvana (que cambió el rock alternativo) y el menos ensalzado pero no por ello poco relevante (en lo que a la evolución del «ruido» se refiere), Blood, Sugar, Sex, Magik, de los californianos Red Hot Chili Peppers… y va triplete de la costa oeste, debe ser que el sol de Malibú inspiró a aquellos otrora jóvenes como hiciera décadas antes con Jim Morrison y Ray Manzarek. El trío de Seattle estaba en la costa opuesta, mucho menos soleada y con mayor tendencia a la melancolía. Eso explica algunas cosas.

De comerse el mundo al letargo musical

Fue el grupo de mi primera adolescencia, y de muchos años después. Todavía hoy «uso mi ilusión» cuando escucho cada acorde de aquel LP. Tenía unos doce años, allá por 1992, cuando me quedé paralizado por primera vez ante el irreverente Axl Rose, su voz rasgada y la guitarra hipnotizante de Slash; hacía solo unos meses que habían lanzado aquel disco. Fue gracias a un colega del colegio, Paul, el primer «rockero» con el que me topé en mi vida. Luego, aquel verano, mis primos gallegos mayores que yo tenían el doble cassette del «Illusion» (comprado en Círculo de Lectores, o a través de la revista Tipo, qué tiempos). No dejé de escucharlos una y otra vez. Creo que desgasté algo las cintas, aunque no recibí reprimenda alguna por ello. Y empezó una historia de amor que no terminaría nunca.

Guns and F*** Roses (Imagen promocional de la banda en los Illusion)

Otros tuvieron la suerte de conocer a los Guns antes, con el lanzamiento de un disco debut que hoy se mantiene como uno de los más exitosos (y brillantes) de todos los tiempos, Appetite for Destruccion; pero un servidor tenía entonces 7 años, y no sabía qué demonios era eso de los pantalones de cuero, las botas de vaquero, el pelo cardado o las botellas de Jack Daniels (¡y menos mal!). Podría elucubrar durante horas y llenar este blog de flashes y recuerdos sobre lo que significó para mí Guns N’ Roses. No tendría mucho sentido.

Todo el que me conoce relaciona mi persona con aquel grupo que se merendó el mundo, cautivó a millones de jóvenes (y no tan jóvenes) y que después se quedó más como un recuerdo de otra Era del rock duro. Al contrario que Metallica, que han mantenido el tipo, a pesar de los altibajos, algunos graves, desde entonces hasta el día de hoy. Lo de los Guns tampoco fue un adiós definitivo, aunque quizá hubiese sido lo correcto, como hicieron Héroes del Silencio apenas tres años después, en 1996. Vaya década… de infarto.

Sí, Axl siempre dijo que regresaría. Lo hizo, con él y solo él (y algunos músicos de «sesión») y acompañado únicamente de un Dizzy Reed a los teclados que al margen de los fans no conocía ni su P.M. Trece años y más de trece millones de dólares de producción le costó al oriundo de Laffayette (donde, según su compañero de infancia y miembro fundador de los Guns, Izzy Stradlin, nadie le hacía ni puñetero caso, razón por la que siempre buscó convertirse en un semi dios tras alcanzar la fama), lanzar al mercado Chinese Democracy en 2008, cuando ya ni el mismo Dios al que cantaban las provocadoras camisetas del músico creía que aquello fuera a ser real. Era un disco con algunos temas buenos, trabajado, pero estaba a años luz del Appetite o los Illusion. Y desde luego no necesitaba tamaño desfalco de dinero.

Un par de años antes del lanzamiento, en 2006, se cumplía uno de mis sueños de adolescencia: ver a los dichosos Guns N’ Roses (o lo que quedaba de ellos). Fue en el auditorio del recinto ferial Juan Carlos I, y aunque muy decepcionante en comparación con aquella gira de 1991-1993 con escenarios de vértigo y la atención focalizada de los medios musicales de todo el orbe –otra Era–, que no pude disfrutar debido a mi corta edad (algo que nunca le «perdonaré» a mi madre), hubo momentos en que volví a soñar despierto. Lo hice observando con precisión de cirujano a un Axl entrado en carnes (y con la frente más despejada), que se movía por el escenario en un estilo más parecido al de la Pantoja (sin desmerecer con estas palabras a la folclórica, ni mucho menos) que con la rabia y energía atlética de principios de los noventa.

Madrid 2006, Appetite for Destruction…

Antes de que el señor Rose, mi ídolo de juventud (hoy tengo unos cuantos ídolos más, qué voy a hacerle, soy un mitómano sin remedio), hiciera acto de presencia ante una multitud mucho menos multitudinaria que en los tiempos de un Vicente Calderón ya desaparecido y entonces afectado de aluminosis (lo que obligó a cancelar el ansiado concierto en Madrid de 1992 para tocarlo en 1993), se repitió un mantra de su carrera musical: llegar tarde, cabrear a todo el mundo y erigirse en diva rockera, pero mucho más crepuscular que en los tiempos del accidentado concierto de Chicago del 91 que merece entrada aparte.

Llegó más de dos horas y media tarde cuando una gran parte de la gradería, literalmente hasta los huevos –y algo sobrada de alcohol y lo que se terciara– había comenzado a arrancar los asientos de un auditorio tornado inaudito. Un servidor estaba junto a varios compañeros –otros mitómanos–, «Muis» y Ramón, en la pista, como creíamos que debían verse los conciertos de rock (éramos jóvenes, hoy prefiero el asiento). Desde entonces, el auditorio permanece en ruinas, olvidado por la administración, aunque la concejala madrileña del PP Andrea Levy ha manifestado su intención de rehabilitarlo para 2023.

El caso es que al final el bueno de Axl llegó y dio su concierto; y no fue inolvidable ni nada parecido, pero sí una forma de quitarme media espina del corazón barnizado aún de pintura adolescente. No obstante, los Guns fueron mucho más que un grupo de moda (mal que le pese a algunos) o un fenómenos de masas juvenil. Fue toda una banda de rock en el más amplio sentido de la palabra (algunos críticos hablaban de ella como la última gran banda de esas características), y aunque ahora el señor Rose no sea físicamente ni su sombra (el tipo va para los sesenta, todo un abuelete), muy lejos de aquella imagen de sex-symbol de portadas de revistas (que empapelaban, literalmente, los kioscos, allá por 1992, nunca lo olvidaré, esos mismos que ya apenas existen) y carpetas de instituto, sigue siendo el artífice de aquellas multitudinarias ilusiones. He recortado tantas fotos de revistas y guardado tantos póster que ni me acuerdo. Y los libros de la editorial La Máscara… joyazas hoy muy buscadas (en Wallapop, el «desván de la Red», por un precio considerable, pero asequible, se pueden encontrar la mayoría de números).

Los excesos de la última gran banda de rock and roll los dejo para un siguiente e inminente post, mientras tanto, recomiendo algunas novedades editoriales para saber más de los chicos malos de Hollywood.

Créditos de imágenes: Wikipedia (Free Use), LP covers and magazines & marketing posters.

PARA SABER ALGO (MUUUCHO) MÁS:      

En 2007 Slash, con la batuta del periodista neoyorquino Anthony Bouza, publicaba sus memorias, traducidas al castellano en 2010 bajo el título de Slash: de Guns and Roses a Velvet Revolver. La Autobiografía, de la mano de Es Pop Ediciones, y este mismo año ha salido publicada de mano de Libros Cúpula (Grupo Planeta) la susodicha del bajista y también miembro de Velvet Revolver, Duff McKagan: It’s So Easy (Y Otras Mentiras). Sigue la estela de las biografías de los malditos rock-star (qué coño, él fue uno de ellos, y de los grandes), pero sin aditamentos ni ensoñaciones: muchas drogas y demasiado descontrol que no arregla la creatividad (o al menos no siempre). Y aunque pueda parecer más de lo mismo, lo cierto es que es una muy buena traducción, y además se nota que McKagan es un tipo con una importante cultura, y mucha honestidad, algo que se respira en cada párrafo, sin miedo a ser juzgado. En este caso no ha contado (o al menos no oficialmente) con la colaboración –o la autoría– de un periodista musical, sino que todo surge de su inquietud y sus vivencias –muchas y a veces al límite–, y eso se nota a la hora de comprobar la autenticidad de este libro frente a otros similares.

En este sentido, es tanto o más cautivador que la biografía de otro bajista emblemático, Flea, de los Red Hot Chili Peppers, cuyo libro Acid for the Children. Memorias, fue publicado hace unos meses también por Libros Cúpula y de cuyo lanzamiento nos hicimos eco en este blog.  

Duff, que originalmente publicó el libro en 2015 bajo el título de How to be a Man (Cómo ser un hombre), no se anda con pelos en la lengua, y narra en primera persona, con gancho y cierta «macarrería», reconociendo sus errores pero sin ningún atisbo de autocompasión, su participación en Guns N’ Roses, sus excesos (y los problemas de salud ocasionados por éstos), las contradicciones de una banda llena de egos comandada por un megalómano (de innegable creatividad y estilo, eso no puede negársele a Mr. Rose) y la dificultad para mantener vivo el colosal mecanismo del grupo, un gigante con los pies de barro.

Duff se encarga de recordar el lamentable episodio que tuvo lugar entre Nirvana y los Guns, que recogeré en el siguiente post, y, caprichos del destino, cómo años después coincidió en un vuelo con Kurt Cobain, compartió asiento con él y charlaron de numerosas cosas. Fue en 1994, apenas dos días antes de que el frontman de Nirvana se descerrajaba un tiro en la cabeza (al menos si no hacemos caso a los conspiracionistas más recalcitrantes, que los hay, sobre que aquello no fue un suicidio…). En definitiva, una autobiografía memorable de uno de los tipos más auténticos , «punkis» y relevantes de la escena rockera de las últimas tres décadas.

He aquí el enlace para adquirirla, una gran idea para regalar en Reyes:

https://www.planetadelibros.com/libro-its-so-easy/323828

Los Guns, también en cómic…

De mano de Redbook Ediciones podemos disfrutar de la historia de Guns N’Roses en versión gráfica, y una versión gráfica de infarto, dentro de su colección «La Novela Gráfica del Rock» (Ma Non Troppo) que a los mitómanos y apasionados del cómic nos ha brindado biografías en imágenes de otros dioses de la música como Metallica, The Ramones, Led Zeppelin, The Who o Sex Pistols, entre otros. A cuál mejor.

Guns N’ Roses. Reckless Life es una delicia para fans que abarca desde los humildes orígenes de William Bruce Rose Jr. (de nombre artístico W. Axl Rose) y su amigo Jeffrey Dean Isbell (alias Izzy Stradlin) en Laffayette, Indiana, o la acomodada vida en Londres de Saul Hudson (Mr. Slash), hijo de una diseñadora afro-estadounidense y del artista inglés Anthony Hudson –diseñador de cubiertas de álbumes musicales de artistas como Joni Mitchell («Court and Spark») o Jackson Browne («For Everyman»)–, hasta los años del grupo malviviendo en las calles de Los Ángeles y Hollywood, a principios de los 80, la fundación de Guns N’ Roses (tras la escisión de dos bandas en las que se movió Axl, Hollywood Rose y L.A. Gun), tomando el testigo de los desenfrenados Motley Crüe, el estrellato y la caída.

Obra del dibujante Marc Olivent (cuyas impresionantes ilustraciones parecen en ocasiones fotografías reales) junto a los guiones incisivos, a veces sarcásticos y nada complacientes de Jim McCarthy, captan a la perfección el espíritu rebelde y peligroso de la banda –principalmente del Sr. Rose–, el ascenso al Olimpo del rock and roll como solo lo hicieron bandas como Led Zeppelin, Black Sabbath, Pink Floyd o Queen, y el colapso de algo demasiado ambicioso para durar. Una historia de excesos y descontrol por cuyas páginas desfilan trifulcas, personajes controvertidos como Charles Manson, las groupies (millones alrededor del globo), y, ante todo, la MÚSICA con mayúsculas. Una novela gráfica épica para una banda de rock legendaria. He aquí el enlace para hincarle el diente:

GUNS N’ ROSES (NOVELA GRÁFICA)

Piratas y filibusteros: los saqueadores del océano (I)

Hermandades secretas, maravillosos tesoros escondidos, mapas imposibles, barcos encantados… y al margen de la leyenda, mucha historia. Hace tiempo que el tema de la piratería pasó de ser un recurso romántico de la literatura y el cine a convertirse en objeto de estudio de los historiadores más prestigiosos. Ahora, la editorial Crítica publica el que puede ser el ensayo definitivo sobre estos «outsiders» del pasado… y del presente, pues la piratería vuelve a ser algo trágicamente común en ciertas partes del planeta.

Aunque casi todo el mundo asocia a estos personajes con el estereotipo romántico –que reimpulsaría la exitosa y longeva saga Piratas del Caribe–, que se ajusta al aventurero por lo general inglés que comenzó a saquear a partir del siglo XVI hasta bien entrado el XVIII, habitualmente en las costas del Caribe o de las Antillas, lo cierto es que nos podemos remontar muchos siglos atrás para encontrar a los primeros de ellos. Desde el mismo momento en que el hombre empezó a navegar, surgieron individuos que adoptaron como «profesión» desvalijar los cargamentos de otras embarcaciones y a veces convertir a sus tripulantes en esclavos.

Hace más de cuatro milenios que las naves egipcias y fenicias eran acechadas por estos primeros bandidos del mar, pero no sería hasta el siglo VI a.C. en Samos (Grecia), cuando aparecerían los primeros «piratas» propiamente dichos: el más cruel y ambicioso de ellos respondía al nombre de Polícrates, quien fundó un auténtico «estado pirata» en la zona, dominando importantes zonas costeras del Peloponeso y del Asia Menor.

Drake

Muchos siglos después nos encontramos con el que sería uno de los piratas más famosos de la historia, el inglés Francis Drake, quien tras una exitosa carrera desvalijando navíos enemigos, obtuvo «patente de corso» de la propia reina de Inglaterra, Isabel I, por lo que podía abordar los buques –desvalijar, vamos–, de forma oficial. Sus éxitos le granjearían ser nombrado Sir por la soberana. Drake se convertiría en el azote de los españoles en ultramar y en el enemigo número uno de la Corona española ceñida por Felipe II. Hizo carrera en las Indias, pero sus navíos llegaron a desembarcar en las costas de Vigo y Cádiz, entre otros puertos patrios, sembrando el terror entre los habitantes de la Península y granjeándose una leyenda que todavía hoy permanece muy viva en nuestras costas.

Otros célebres piratas fueron Henry Morgan y su asalto a Panamá, y el capitán William Kidd, quien se haría célebre gracias al escritor Robert Louis Stevenson y su novela La isla del tesoro, y quien sería el primero en extender la leyenda –o no– de un fabuloso tesoro escondido en… ¿el mar de la China? Existen numerosas teorías sobre el mismo y muchos han sido los buscadores que han ido tras él, sin éxito. Esos, y otros muchos «tesoros malditos» codiciados por bucaneros, buscavidas, corsarios, arqueólogos y meros sinvergüenzas continúan muy vivos en el folclore de distintos pueblos. También Oak Island, a la que algunos se refieren como la verdadera «isla del tesoro», que oculta un supuesto secreto templario. 

Orígenes intemporales

La palabra «pirata» deriva del griego peiratés y tenía el significado de «bandido» o «saqueador», ya que con este vocablo los helenos se referían a los saqueadores de navíos. Con el paso del tiempo términos como «filibustero» o «bucanero» han pasado también a ser sinónimos de pirata, pero lo cierto es que existen matices diferenciadores. Los primeros piratas franceses del Caribe fueron llamados «bucaneros» ––del francés boucaniers–– porque solían alimentarse de carne ahumada –(viande boucanée)–, mientras que los marineros de varios países que se asociaban para navegar de forma libre en busca de un botín –(en inglés booty)– fueron designados por los ingleses como freeboters, palabra que pasó al francés como flibustiers y al castellano como filibusteros.

La Gran Armada

En el siglo XVI, bajo el reinado de la inglesa Isabel I, se pasó a utilizar la denominación «corsario» para definir a los piratas «legales», aquellos que pasaron a servir a la Corona atacando navíos de países enemigos –los españoles de Felipe II fueron los que más abordajes sufrieron–. Fue el momento histórico en el que surgieron las conocidas como «patentes de corso», documentos oficiales que se presentaban a la hora de demostrar que uno tenía licencia real para «hacer un corso» (del latín cursus, carrera)–, es decir, autoridad legal para perseguir y saquear naves enemigas. Aunque dichos ataques no se consideraban acciones de guerra, eran autorizados por el gobierno. El citado Drake fue uno de sus máximos exponentes.

Polícrates, el primer «pirata» del Viejo Continente

Samos

A mediados del siglo VI a.C. desembarcaron en Samos tres hermanos con una partida de marineros curtidos en batallas navales contra los persas. El más cruel y ambicioso de ellos, de nombre Polícrates, tomó el poder a base de derramar sangre y fundó un auténtico «estado pirata» en la zona. Con su imponente poderío naval, eje central de su fuerza, proclamó una tiranía unipersonal con la que consiguió dominar importantes zonas costeras del Peloponeso y del Asia Menor.

La crucifixión de Polícrates, de Salvator Rosa (1615-1673)

Como anécdota podemos resaltar que a pesar de su crueldad, Polícrates era un apasionado de la poesía, y favoreció en las artes y las letras, siendo amigo del famoso poeta Anacreonte. Su vida estuvo llena de sobresaltos, como era de esperar, y tampoco tuvo una buena muerte: terminó sus días crucificado por los persas tras una trampa que le tendió Darío I.

Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium».

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

La editorial Crítica lanzó recientemente un vibrante ensayo que lleva ya varias ediciones. Se trata del libro Piratas. Una historia desde los vikingos hasta hoy. Su autor es Peter Lehr, profesor de estudios sobre terrorismo en The Handa Centre for the Study of Terrorism and Political Violence de la Universidad de St. Andrews, en Escocia. Ha firmado otros exitoso ensayos, como Counter-Terrorism Technologies: A Critical Assessment o Militant Buddhism: The Rise of Religious Violence in Sri Lanka.

En su último libro, de espíritu fundamentalmente divulgativo, lo que logra gracias a su facilidad de lectura y un ritmo que no cae en ninguna de sus páginas, aunque aportando la precisión del especialista, aborda la piratería desde tiempos inmemoriales hasta la misma actualidad, donde, debido a diversas circunstancias de este tumultuoso siglo XXI, ha resurgido con fuerza. Y Lehr sabe de lo que habla, pues uno de sus trabajos más exitosos se centraba precisamente en este punto, el terrorismo marítimo: Violence at Sea: Piracy in the Age of Global Terrorism.

Desde los vikingos y los piratas Wako medievales hasta los asaltantes somalíes de la actualidad, Lehr analiza la motivación que lleva a algunos individuos a convertirse en piratas, así como su organización, la violencia en el mar y las tácticas de terror utilizadas para saquear barcos y regiones costeras. También se ocupa del papel del Estado en el desarrollo de la piratería desde los corsarios que actúan bajo una autoridad legítima hasta los piratas que operan tomándose la justicia por su mano, y explora cómo la combinación de factores estructurales como la debilidad de la vigilancia marítima y la liberalización del comercio ha hecho posible que la piratería persista hasta nuestros días.

He aquí el enlace para adquirir este vibrante ensayo:

https://www.planetadelibros.com/libro-piratas/333733

La Marca del Diablo (Nota Diaboli I)

Agazapado en las sombras, silente –salvo cuando toca el violín–, puede permanecer horas, días y a veces siglos a la espera de una nueva presa, un incauto con ínfulas de grandeza, con sed de enriquecerse en un abrir y cerrar de ojos o de alcanzar la tan ansiada inmortalidad prometida –en vano– por los alquimistas. Le gusta estampar su rúbrica en rojo sangre sobre un grimorio medieval, o su impronta –ya sea la mano o el pie, o más bien la pezuña– sobre el suelo y la piedra de una catedral; cómo cruzó las puertas de lugar sagrado es asunto aparte… Se habla de numerosos monjes que vendieron su alma al diablo. Quién sabe.

Por Óscar Herradón ©

El caso es que, sea cual sea el verdadero origen de su nombre, o si las primeras religiones monoteístas, como el judaísmo, lo adaptaron –y desvirtuaron– de cosmogonías anteriores, lo cierto es que el diablo, Satanás, la Bestia, Lucifer o Jaldabaoth  tiene tantos nombres como adeptos, tradiciones, objetos y cultos de un rincón a otro del planeta. Es, por utilizar terminología contemporánea, una suerte de rock-star, más célebre aún que aquellos músicos a los que el folclore atribuye un pacto con el mismo para alcanzar «fortuna y gloria», desde Sus Majestades Satánicas –los Rolling Stone– hasta el violinista Paganini o el padre del blues-rock, Robert Johnson.

En este post no voy a realizar un sesudo recorrido antropológico por el origen del mal, el demonio, el infierno o los ángeles caídos, en cuya historia ya se ha gastado mucha tinta, sino a seguir la pista del «maligno», su aliento fétido y su dañina mirada y la de sus prosélitos –ese «aojamiento» o mal de follo tan presente en todos los pueblos bajo diferentes formas– y a conocer sucintamente los múltiples objetos, enclaves y obras que se atribuyen a su pérfida acción. Allí donde ha quedado grabada a fuego, desde tiempos antiguos, la Marca del Diablo…

Los múltiples rostros del maligno

Aunque el miedo al diablo pueda parecer cosa del pasado, pergaminos amarilleados de un grimorio medieval escrito con una mezcla de fanatismo y temeridad ante Dios, lo cierto es que sigue estando muy presente en diversas formas en todo el mundo, tanto, que ahora se le rinde culto en iglesias edificadas ex profeso por grupos luciferinos y el Vaticano lleva años viendo cómo aumenta el número de demandas de exorcismos entre la población, incluso a través de su propia línea telefónica habilitada por la Santa Sede en 2012.

En la era de la tercera revolución industrial o científico-tecnológica, todavía se descuartiza a personas en África para fabricar amuletos y hacer pociones «mágicas» –principalmente a los albinos, una de las mayores aberraciones de estos tiempos–, en la India se considera que algunas enfermedades mentales o deformaciones son causa de la acción de los «demonios» y, en los países de este mal llamado primer mundo, donde no suelen ser la miseria y el analfabetismo los desencadenantes de la superstición (hoy podríamos atribuirle el mérito al coronavirus y a una realidad de pandemia casi endémica), se realizan exorcismos en grupo que, en ocasiones, acaban en verdaderas desgracias …

Göbekli Tepe

Por su parte, la arqueología no deja de sorprendernos con nuevos hallazgos que nos descubren que el miedo al diablo, al demonio, a sus acólitos o a seres malévolos en general, está presente en todos los pueblos desde tiempos inmemoriales, por citar un ejemplo, el descubrimiento en un ya lejano 1994 de representaciones de seres demoníacos y animales protectores en el que los antropólogos consideran el primer santuario de la historia, Göbekli Tepe, en Turquía.

Más reciente fue un sorprendente hallazgo de 2014, cuando un grupo de arqueólogos ingleses, al levantar los tablones de una mansión abandonada y semiderruida en el condado de Kent, de nombre Knole, encontraron el lugar donde se grabaron líneas entrecruzadas talladas y símbolos indicativos de una «trampa para demonios».

Según Rossell Hope Robbins, los primeros cristianos no siempre concebían al diablo bajo forma humana. En la Vida de San Antonio, obra atribuida a Atanasio alrededor del año 360 d.C., los diablos aparecen bajo múltiples formas, entre ellas las de un muchacho negro y un hombre de gran envergadura. Hacían su aparición ante los aterrados testigos como «¡una bestia parecida a un hombre con patas como las de un asno!», y también como leopardos, osos, caballos, lobos y escorpiones. Curiosamente, para éstos estaban prohibidas –según el texto– las formas de la paloma y el cordero, símbolos de santidad. Era habitual que los diablos se transformaran con frecuencia, «adoptando la forma de mujer, bestia salvaje, seres reptantes, cuerpos gigantescos y legiones de soldados… otras veces asumían el aspecto de monjes y hablaban como hombres santos». Con los siglos, adoptaría formas más sutiles y actuaría de forma menos pendenciera, pero igual de letal…

Las tentaciones de San Antonio
San Hilario

Siguiendo la Vida de San Antonio, la aparición de los diablos solía ir precedida por un gran estruendo, «con ruidos y gritos como los que hacen los jóvenes toscos o los ladrones», o con «gemidos de niños, aletear de bandadas de pájaros, mugir de bueyes… el rugido de leones, el clamor de un ejército». El propio Atanasio dejaba constancia escrita de que estos seres entraban y salían a voluntad por puertas cerradas, a veces despedían un hedor repugnante, y por su parte san Hilario, con un agudo olfato, aseguraba ni corto ni perezoso que podía «distinguir por el olor de los cuerpos y las ropas (…) qué demonio importunaba al hombre». Esta imagen penetraría con fuerza en el imaginario colectivo de Occidente.

La Marca de la Bestia

Así se conoce a un término bíblico del Apocalipsis de San Juan, incluido en el Nuevo Testamento, concretamente en el capítulo 13. En este texto que aventura el Armagedón y que ha sido interpretado a lo largo de los siglos como a cada uno le ha venido en gana –dependiendo de su fervor religioso e intereses varios–, nos encontramos con esa famosa «Marca de la Bestia» o «Número de la Bestia», que sería el archifamoso, temido y venerado a partes iguales 666 –que, curiosamente, o no tanto, para los protestantes era representado por la propia Iglesia católica–.

Sin embargo, nuevas investigaciones parecen apuntar que el número escrito por el evangelista representado por un águila no fue éste, sino el 616, al menos eso se desprende de los descubrimiento hace no muchos años en los papiros de Oxirrinco en el Ashmolean Museum de la Universidad de Oxford, y que parece indicar que en su primera redacción en griego del texto de San Juan, éste debió contener el número 616 «para referirse al nombre de una persona a quienes los cristianos denunciaban como enemigo».

Controversias aparte, parece que este nuevo número no va a desbancar de su trono satánico a ese 666 que tenemos hasta en la sopa, la marca de la bestia, «Six, six, six, the number of the Beast…» que cantaban los británicos Iron Maiden allá por 1982 y que continúa siendo el himno de los «malvados», la misma cifra que muchas décadas antes adoptara como propia el gran mago y ocultista Aleister Crowley en su nuevo sistema religioso al que bautizó con grandilocuencia como Thelema. Como decía el personaje de Santiago Segura en El Día de la Bestia: «Soy satánico; y de Carabanchel». Siempre es mejor acercarse al maligno con algo de humor… por lo que pueda pasar.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Si queremos adentrarnos en el turbio mundo del «Innombrable» nada mejor que sumergirnos en las páginas de una de las últimas novedades de Blackie Books: el monumental El Gran Libro de Satán, un compendio escalofriante –y seleccionado con mimo– de los mejores relatos, ensayos y poemas de la literatura maligna universal, en una cuidada edición a cargo de Jorge de Cascante e ilustrada con irónico ingenio por Alexandre Reverdin, los mismos que nos brindaron otros dos exitosos «tochos» lanzados por Blackie: El Gran Libro de los Perros y El Gran Libro de los Gatos. Ahora en una vertiente algo más oscura…

Como bien reza la sinopsis, estamos ante «la antología de literatura diabólica más completa que existe en el mundo». Y es que, ¿qué hacen juntos autores como el estadounidense Clive Barker –responsable de títulos emblemáticos como Libros de Sangre o la saga cinematográfica Hellraiser– y nuestra Ana María Matute? Pues eso… hablar sobre, en función o acerca del maligno y sus prosélitos. Nada menos que 56 piezas largas y más de cuatrocientos pasajes breves de índole nada complaciente –más bien perniciosa– con Satán, Lucifer, Behemoth, El Innombrable… como figura central o secundario imprescindible de la trama, la composición o el verso libre.

Así, el lector que se atreva a penetrar en el oscuro reino del «pandemónium» se topará con poemas, cuentos, ensayos e incluso extractos de novelas de autores tan variopintos como Nathaniel Hawthorne, Sharon Olds, Dante Alighieri, Charles Baudelaire o Ambrose Bierce; de Iris Murdoch a Sara Mesa, pasando por Michael Chabon, Belén Gopegui, Mark Twain, Shirley Jackson o Mijaíl Bulgákov. Y muchos más.

El resultado que brinda tal antología son horas y horas de inquietud y malos pensamientos… DANGER! Avisados quedáis. Si aún así decidís sumergiros en sus páginas, he aquí el enlace para adquirirlo:

CIENCIAS OCULTAS, HECHICERÍA Y MAGIA (BLUME):

La editorial Blume, que siempre nos brinda maravillosas ediciones profusamente ilustradas de las más variadas temáticas, también de los misterios históricos (como resalté en su momento numerosas veces en las páginas de las revistas Enigmas y Año/Cero), publicó hace unos meses un volumen excepcional para aquellos que quieren saber un poco más sobre satanismo, brujería y hechos insólitos: Ciencias ocultas, hechicería y magia: Una historia ilustrada, del escritor británico Christopher Dell, licenciado en Historia del Arte por el Courtauld Institute of Art de Londres, un autor del que en su momento Lunwerg Editores publicó Monstruos. Un bestiario del mundo extraño, otro portento visual que se encuentra entre los volúmenes más preciados de mi escogida (más por rara que otra cosa) biblioteca.

El presente libro de Blume es una cautivadora e inquietante antología del pensamiento esotérico que por supuesto no se olvida del maligno y su perniciosa presencia, como tampoco de la nigromancia, la demonología, los grimorios o la Caza de Brujas. Un compendio mágico que aúna astrología, adivinación, amuletos, tradición hermética, vudú, quiromancia, Tarot, espiritismo, Wicca, teosofía, Magia del Caos, fantasmagoría, lugares mágicos o procedimientos alquímicos.

He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:

https://blume.net/historia/1857-ciencias-ocultas-heciceria-y-magia-9788417757304.html