Un enemigo del pueblo. La adaptación gráfica

Planeta Cómic publica la adaptación al cómic de una de las obras más emblemáticas del dramaturgo Henrik Ibsen. Un discurso pleno de actualidad en tiempos de convulsión política donde se evidencian los problemas que ponen en jaque a la democracia: la corrupción, la doble moral o la falta de credibilidad de los medios de comunicación.

Por Óscar Herradón ©

En 1882 el dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen (1828-1906) publicaba Un enemigo del pueblo (En Folkefiende), una obra que, con más de un siglo a sus espaldas, goza de completa vigencia en la actualidad: la historia del malogrado doctor Thomas Stockmann y de la ciudad en la que vive, donde su balneario, «La Ballena Feliz», es el principal atractivo turístico y fuente de ingresos de la comunidad. Idea concebida por el protagonista, será precisamente su hermano, el corrupto y fanfarrón alcalde Peter Stockmann (personaje que de haber sido creado hoy bien podría ser un trumpista) quien se la apropie y la exprima en su propio beneficio.

Un día, debido a varias infecciones dermatológicas entre los turistas que visitan el balneario, Thomas decidirá mandar sus aguas a analizar y descubrirá que contienen un agente contaminante a causa de la imprudencia del consistorio y la empresa constructora a la hora de realizar el trazado del edificio. A partir de entonces, el médico iniciará una lucha por sacar a la luz la verdad a través de una serie de artículos de prensa.

Pero pronto se verá neutralizado e indefenso ante la corrupción de todo el sistema: los poderosos, los propietarios y también los periodistas, quienes en un principio lo bautizaron por sus hallazgos como «el amigo del pueblo» pero que debido a los intereses creados (y a un cheque extendido por el alcalde para apaciguar los ánimos) no tendrán problema en rebautizarlo ante una opinión pública maleable y acrítica como «el enemigo del pueblo». Y eso que el rotativo La voz del pueblo afirmaba ser azote de aquellos que ostentan el poder…

Un discurso de plena vigencia que habla de políticos expertos en manipular el lenguaje (y por tanto los hechos que se esconden tras sus palabras), y del cuarto poder como vehículo de promoción de los que mandan, unos medios que enarbolan a los cuatro vientos la bandera de una independencia que no cumplen; también se denuncian los intereses particulares enmascarados bajo la noción del «bien común», donde las ambiciones del capital se anteponen a la protección de la vida y del medio ambiente –un medio ambiente mucho más dañado 120 años después de la publicación de la obra teatral–. Ibsen tampoco se olvida de denunciar la manipulación de la opinión pública y la maleabilidad del pueblo a la hora de juzgar los hechos de un hombre bueno reconvertido en paria.

Una magistral adaptación al cómic

Ahora, más de un siglo después de su primera representación teatral, Javi Rey revisita la obra de Ibsen en una historia cautivadora envuelta en una sorprendente reflexión sobre el concepto de democracia en tiempos en que esta está en peligro por el auge de los extremismos (de ultraderecha, claro, pero también de la izquierda radical que no admite disidencias) y políticas populistas.

Rey presentó en 2016 la adaptación al cómic de la novela Intemperie (publicada por Seix Barral en 2013), del escritor Jesús Carrasco, también editada por Planeta Comic y que le valió el Premio a Mejor Autor Revelación en el Salón del Cómic de Barcelona 2017. Con un trazo realista y de colores vivos (aunque utiliza con maestría los tonos opacos, los grises y los colores oscuros cuando la trama lo requiere), en Un enemigo del pueblo se adivinan influencias de Hergé, André Juillard o en palabras del propio artista, de Miguelanxo Prado; una novela gráfica que es un disparo a la conciencia, una historia cuyas problemáticas siguen de plena actualidad en 2023.  He aquí el enlace para adquirirla:

https://www.planetadelibros.com/libro-un-enemigo-del-pueblo/361555

Patos: la extracción de petróleo como paradigma de la soledad

Norma, una de nuestras editoriales favoritas del noveno arte, nos trae estos días un impresionante volumen que nos hará meditar: una novela gráfica de formación donde vemos el paso (a veces forzado) de la adolescencia a la madurez de su autora y protagonista, la escritora y dibujante canadiense Kate Beaton. El libro es Patos: dos años en las arenas petrolíferas, una delicia para ojos y mente.

Óscar Herradón ©

Nacida en una familia de extracción humilde, en Mabou, Nueva Escocia, Beaton se vio asfixiada al acabar sus estudios por el préstamo bancario que debía de la beca que le permitió estudiar en la Universidad Mount Allison de Nuevo Brunswich, en las ramas de historia y antropología. Así que decidió irse de su pueblo al único lugar en el que podía hacer dinero «fácil», la industria petrolera (que aumentó exponencialmente en el año 2000) de las Arenas de Alberta, al igual que las generaciones anteriores emigraban en busca de fortuna en la pesca, las minas de carbón y las fábricas de coches.

Aquel viaje, casi iniciático, será toda una lección de vida para la joven, que habrá de enfrentarse a los monstruos de una sociedad industrializada e impersonal, aislada, retrógrada y profundamente misógina. Una vez allí, se sentirá acosada por sus compañeros, la mayoría hombres, que la consideran poco menos que un objeto sexual, y también por otras mujeres que, cosificadas por el asfixiante y hermético sistema, la tendrán por una amenaza a su independencia y éxito para con los compañeros varones; e incluso, lo más duro, Kate habrá de hacer frente al abuso sexual, que la atormentará haciéndole sentir culpable.

Esta suerte de «memorias» gráficas es toda una declaración de intenciones y una abierta denuncia de las grietas del sistema, de la máquina  de hacer dinero a base, también, de una explotación inmisericorde del planeta y sus recursos y del azote continuado al medio ambiente.

Un arduo trabajo de introspección

Beaton aseguró que para llevar a buen puerto el proyecto de Patos hubo de tomar distancia de sí misma: «Tuve que referirme a ella como una persona diferente, como Katie, para quitarme como autora y poder verla como su propia historia. Me llevó mucho tiempo adquirir las habilidades como narradora, como dibujante de cómics. Y luego tuve que reunir el valor y todo lo necesario para hacerlo. Era una historia muy cruda en muchos aspectos. Y aunque realmente quería contarlo, también tuve que ser muy distante y fría al respecto, porque de lo contrario nunca sería capaz de hacerlo bien».

Gracias a su habilidad con el dibujo, Kate pudo reflexionar sobre un amplio abanico de injusticias: la precariedad, la emigración, la alienación, las masculinidades tóxicas, la destrucción del medio ambiente por la feroz explotación de los recursos de las compañías energéticas, y los riesgos laborales, pero también sobre cosas más íntimas (y universales) como la soledad o la nostalgia por el lugar de origen, aunque este no ofrezca ninguna oportunidad vital.

Un magnífico trabajo respaldado por crítica y público. Rachel Cook, en The Guardian, dijo que podía ser «el mejor libro que haya leído sobre el acoso sexual» y el ex presidente de EE.UU., Barack Obama, lo citó como uno de sus libros favoritos de 2022. Por su parte, Jessica Bruder, de Nomadland, señaló que «Patos presenta un inmersivo y desgarrador viaje a una industria en la que la llamada del dinero rápido no permite ver oscuras realidades de brutalidad fortuita, profunda soledad y aislamiento desesperanzador. Los incómodos ecos de la historia de Beaton resuenan incluso después de pasar la última página. Demoledor».

He aquí la página de la editorial para hacerse con esta rompedora novela gráfica:

https://www.normaeditorial.com/ficha/comic-americano/patos-dos-anos-en-las-arenas-petroliferas

10 cosas que (quizás) no sabías… del Imperio Español

Edaf publica un alucinante volumen profusamente ilustrado –e ilustrativo–, Infografías del imperio español, confeccionado a cuatro manos por dos de los mejores divulgadores de nuestro pasado, Carlos Canales y Miguel del Rey. En las próximas líneas, y con este documentado ensayo que ha visto recientemente la luz como timonel, nos sumergimos en algunas curiosidades de aquel tiempo, más o menos por las fechas en las que el insigne Miguel de Cervantes escribió aquello de «la más grande ocasión que vieron los tiempos».

Óscar Herradón ©

Hace unos 20 años que conozco a Carlos Canales. Entonces formaba parte del equipo de «La Rosa de los Vientos» (Onda Cero) y un servidor, que era becario de Año/Cero (y después pasó a engrosar las filas de la redacción de la revista Enigmas), todo un mozuelo de veintipocos ahora cuarentón, acudía a los conocidos como «Sertaos» donde se juntaba una buena panda de periodistas y divulgadores a los que unía la pasión por eso que llamamos misterio y que tiene mil y una bifurcaciones: el propio Canales, Jesús Callejo, Lorenzo Fernández Bueno, Enrique de Vicente, Miguel Blanco, Nacho Ares, Pablo Villarrubia, David Sentinella, Juan Ignacio Cuesta, Miguel Pedrero, Juan José Revenga, Javier García Blanco, Josep Guijarro, Janire Rámila, otro gran conocedor de los temas tratados en este post como Fernando Martínez Laínez y otros tantos amigos (o al menos conocidos) de lo insólito y la historia entre los que de cuando en cuando se dejaban caer compañeros de otras latitudes como Fernando J. López del Oso, Mariano Fernández Urresti o Miguel Aracil, entre otros.

Hace ya muchos años que no veo al señor Canales, y creo que la última vez que hablamos fue para una entrevista que me hicieron en el programa de referencia «La Escóbula de la Brújula» sobre el libro Espías de Hitler, tiempo ha, pero recuerdo las numerosas conversaciones sobre historia (y también desmenuzando la «realidad» que nos rodeaba por aquel entonces); yo con un nivel de conocimientos, por supuesto, a años luz de este hombre de memoria cuántica que contaba tantas cosas que uno era incapaz de asimilarlas todas. Así que lo mejor era acudir a sus numerosos ensayos. Desde entonces –y ha llovido sobre mojado y sobre secano–, su obra ha crecido de forma más que notable, casi exponencial.

Ahora que ha llegado a mis manos su último trabajo, con una editorial bien conocida de un servidor, Edaf (con la que he publicado La Orden Negra. El ejército pagano del Tercer Reich un ya lejano 2011 y La Gran Conspiración de QAnon y otras teorías delirantes de la Era Trump hace poquito, el pasado 2022, sobre un personaje que sigue dando que hablar, y tanto, semana tras semana), me vienen al recuerdo aquellos encuentros y me sirven como nostálgica introducción, de pincelada, a varias curiosidades englobadas en ese gigante con pies de barro pero injustamente tratado por la historiografía más reciente (y, por el contrario, exaltado en demasía por nostálgicos de arcabuz y florete) que es el imperio español. Veamos…

–A finales del siglo XVIII, los dominios del imperio español superaban los 20 millones de kilómetros cuadrados, repartidos en tres continentes, por lo que fue nada menos que el primer imperio global de la historia. Su máximo esplendor llegó bajo el reinado de Felipe II, momento en el que el reino llegó a tener el control de extensos territorios ubicados prácticamente en todo el planeta. Y aunque los ingleses derrotaron a la «Grande y Felicísima Armada», llamaban a nuestro soberano «el demonio del Mediodía»– (en contraposición a como conocíamos por estos lares a la Reina Virgen, «la Jezabel del Norte»), y sufrimos varias bancarrotas, basta con darse un paseo por el monasterio escurialense que el monarca mandó edificar en base a numerosas claves herméticas para ser conscientes de la magnificencia de aquel personaje «más allá de la Historia» bajo cuyos dominios, efectivamente, «no se ponía el Sol».

–Durante los tiempos de Felipe II, la Corona hispánica se planteó conquistar China, entonces bajo la longeva dinastía Ming, como ya hicieran con los imperios mexica e inca. Tan ambiciosa posibilidad tomó mayor entidad cuando se conquistó Portugal, que tenía puertos comerciales en aquella zona de Asia. El jesuita Alonso Sánchez (quien fue enviado por el gobernador de Filipinas a China, realizando dos viajes diplomáticos a Macao en 1582 y 1583) explicó que para la campaña se necesitaban 15.000 hombres venidos de todos los confines del imperio, así como 6.000 soldados de Manila y 6.000 japoneses, enemigos históricos de los chinos, y la incursión se realizaría desde las Filipinas, que debe su nombre precisamente al rey español. Un plan que Felipe II no autorizó finalmente tras la derrota de la Armada (In)vencible, prefiriendo optar por los intercambios comerciales.

–El símbolo del dólar viene del español y procede del siglo XVII, cuando las monedas del imperio eran una parte muy importante del comercio mundial y estaban extendidas por lo que después sería Estados Unidos ante la política monetaria restrictiva del Imperio británico sobre sus colonias. Aunque la mayoría cree que el símbolo del dólar procede de la abreviatura US (United States), una teoría bastante plausible afirma que su origen es el escudo que aparecía en los reales de plata (real de a ocho), la S como representación del emblema «Non Plus Ultra» –límite del mundo conocido en la Antigüedad, Gibraltar– y las dos barras que lo cruzan simbolizando las dos columnas de Hércules.

–Y ya que hablamos de tal expresión, Nos Plus Ultra («No más allá»), tan célebre o más como «Tanto monta» de sus católicas majestades, viene de la antigua Grecia, concretamente donde se sugería que finalizaba el mundo. Expresión que se atribuye al héroe clásico de los Doce Trabajos con la que describía los pilares que marcaban el fin del mundo conocido en el extremo occidental mediterráneo y que erigió, según la mitología, en Gibraltar y en Ceuta. Fernando de Aragón eligió aquel símbolo al conquistar Gibraltar. Aunque sería bajo Carlos V, consolidado el imperio y tras el descubrimiento de América, cuando Plus Ultra (ya sin el Non) se extendió a través de las monedas como símbolo de su poder. 

–En tiempos de Carlos III, durante el último cuarto del siglo XVIII, había una fuerte presencia española en California por medio de las misiones evangelizadoras y, ante los rumores de que los rusos –y también los británicos– estaban realizando incursiones ilegales en la zona helada de Alaska (territorio que según una bula papal de 1493 era de soberanía española, que se otorgó a toda la costa noroeste del Pacífico, derechos contenidos un año después en el Tratado de Tordesillas) desde Madrid llegó la orden de colonizar dicha zona del Pacífico para frenar el avance ruso y a la vez descubrir nuevos territorios para la Corona hispánica. Se impulsó la conquista con la idea de comprobar si existía realmente el llamado Estrecho de Anián, un paso que conectaba el Atlántico con el Pacífico por vía marítima que los exploradores buscaban sin éxito desde el siglo XVI.

Bodega

Hubo varias expediciones, como la de Pérez Hernández, la de Bruno de Heceta y Juan Francisco de La Bodega y Quadra, y la de Ignacio de Arteaga (en la que también participó Bodega y Quadra) cuyas embarcaciones subieron más hacia el norte con varios objetivos: evaluar la penetración rusa en tierras alaskeñas, la búsqueda de un paso del Noroeste y apresar al explorador y cartógrafo británico James Cook si lo encontraban en aguas pertenecientes a la Corona hispánica.

Entonces comenzó una lucha por hacerse con unos territorios ricos para el comercio de pieles de nutria, pero los 10 años de ausencia de los españoles (que se centraron en la evangelización) hicieron perder la oportunidad de conquista. No obstante, el nombre de ciertas localidades de aquellos lares, como Valdez o Cordova, evoca aquel efímero pasado español.

–Felipe II fue conocido como «el Rey Prudente» pero sin duda tal apelativo no se debía precisamente a los títulos que ostentaba. Fue «Duque de Milán» (1540-1598), Rey de Nápoles, Rey de Inglaterra e Irlanda (1554-1558), Duque de Borgoña, Rey de España, Rey de Cerdeña, Rey de Sicilia, soberano de los Países Bajos y Rey de Portugal (1580-1598). Fue también rey de Jerusalén, de las islas y tierra firme del mar océano, del Perú, así como Conde de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina de Aragón, Duque de Atenas y de Neopatria, Conde de Rosellón y de Cerdaña, Marqués de Oristán y de Gociano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante, de Milán, Conde de Flandes y de Tirol, entre otros.

–Como cuenta Infografías del Imperio Español, a comienzos del siglo XIX la Corona perdió áreas de territorio extraordinarias que hoy ni recordamos que le pertenecieron, como todo el oeste de Estados Unidos (de California a Tejas), la citada Alaska, Luisiana, la Florida o las islas Carolinas, Marianas y Palaos. En 1898 se producía el «Desastre» por el que España perdía sus tres últimas ricas colonias, Cuba y Puerto Rico en el Caribe y el archipiélago de Filipinas en el Pacífico, cuyas islas superaban el número de 3.000.

–Uno de los emblemas de la grandeza del Imperio Español (símbolo recuperado del olvido en los últimos tiempos por patriotas y nostálgicos de pro), es la Cruz o Aspa de Borgoña. Fue la enseña de los ejércitos del Imperio hispánico, una representación de la cruz de San Andrés, dos aspas rojas anudadas cruzadas. Puesto que San Andrés era el patrón de Borgoña, fue el emblema utilizado por las tropas de Juan I de Borgoña (que pasaría a la historia como Juan sin Miedo) en la Guerra de los Cien Años (que en realidad duró 116). Luego, sería la cruz que ostentaba en los uniformes y banderas de su séquito Felipe de Borgoña, primogénito de María de Borgoña y Maximiliano I de Habsburgo. Cuando «el Hermoso» contrajo matrimonio con Juana de Castilla (mal llamada «la Loca»), trajo aquel emblema a la península ibérica y fue heredado y adoptado de forma expresa por su hijo, Carlos I de España.

Desde 1785, la Cruz de Borgoña fue el símbolo más utilizado en las banderas españolas. Curiosamente, durante la guerra carlista de 1833-1840 continuaba siendo la bandera del Ejército español, de las fuerzas regulares liberales (que no adoptaron la rojigualda hasta 1843).

–El Imperio español, integrado por un conjunto de territorios europeos, americanos, asiáticos, africanos y de Oceanía, fue desde el siglo XVI al XIX el primero de alcance global, al abarcar inmensas extensiones muy alejadas de la metrópoli imperial. A diferencia de otros grandes imperios anteriores, sus amplias posesiones no siempre se comunicaban por tierra, por lo que exigieron el mantenimiento constante de un importante poder marítimo.  Las llamadas flotas de Indias fueron el sostén de tan inmenso poderío, pues permitieron mantener un despliegue territorial de tales dimensiones y la infraestructura política, económica y militar. Un esfuerzo colectivo que se mantuvo durante casi tres siglos y desarrolló una auténtica revolución a través de las rutas marítimas que conectaron Europa, América y Asia; una suerte de primera globalización geográfica, económica y política. Constituían todo un monopolio comercial controlado a través de la llamada Casa de Contratación de Sevilla, puerto de donde partían y arribaban las flotas, siendo muchas veces acechadas por piratas y corsarios ingleses como el legendario sir Francis Drake o Walter Raleigh.

–Los célebre tercios, que alcanzaron una mayor popularidad gracias a la saga de novelas del capitán Alatriste, fueron la piedra de toque de la hegemonía terrestre del imperio español y los amos de la guerra de la Europa moderna. Creados por Carlos I de España en 1536 a través de la llamada ordenanza de Génova, constituyeron la élite de los ejércitos españoles entre los siglos XVI y XVII al ser la primera fuerza que combinó en una misma unidad armas blancas y de fuego, lo que convirtió a sus soldados prácticamente en invencibles durante más de un siglo en los campos de batalla del viejo continente.

Los tercios (los primeros fueron el Tercio Viejo de Sicilia, el Tercio Viejo de Nápoles y el de Lombardía) estaban formados íntegramente por soldados profesionales, en su mayoría hijos no primogénitos de la baja nobleza (aunque su grueso procedía de todos los dominios hispánicos) que solían hacer gala de un marcado orgullo y un concepto del honor que no concebía la rendición y buscaba permanentemente la gesta militar. Y aunque alguna sonada derrota eclipsó sus hazañas, como la de Rocroi, frente a las tropas francesas al servicio de Luis XIV (el 19 de mayo de 1643), lograron muchas de las mayores victorias de aquel tiempo: la batalla de Pavía (1523), la de Mühlberg (1547), la de San Quintín (1557) o la de Breda (1624).

PARA SABER MÁS (DE AQUELLA ÉPOCA):

Puesto que el Imperio Español y sus siglos de historia se encuadran dentro de lo que se denomina «Historia Moderna», nada mejor que acercarnos a este concepto a través de las páginas de un particularísimo ensayo recientemente publicado por Alianza Editorial: Historia moderna. Siglos XV al XIX, hecho a cuatro manos por Manuel Rivero Rodríguez y José Martínez Millán.

El concepto de Historia Moderna ha tenido distintas interpretaciones a lo largo de los siglos. En este documentado trabajo se estudia el periodo que va de los siglos XV al XIX, estructurado en cuatro bloques que proponen una relectura de la cronología tradicional. En primer lugar, «La crisis de la estructura de la Cristiandad», partiendo de Italia, como antiguo campo de batalla entre los poderes universales del Papado y del Imperio en las guerras de las investiduras, porque el vacío que ambos provocan permite que se produzcan los cambios culturales, sociales y políticos de la modernidad, la importancia decisiva de sus comerciantes y navegantes en la expansión ultramarina y su centralidad política, pues fue el campo de batalla en el que las potencias compitieron para hacerse con la hegemonía en Europa.

La segunda parte, «La Lucha por la Monarchia Universalis», analiza y describe la evolución de estas premisas, el desarrollo de las cortes europeas y la complejidad que va adquiriendo el gobierno de los estados, la división religiosa y la compartimentación de Europa en confesiones, el alcance y efecto de la expansión europea en el mundo en la manera en que América, África y Asia se transforman con el contacto de los europeos.

La tercera parte estudia el comienzo del cambio de paradigma a finales el siglo XVII, «La ruptura del concepto Monarchia Universalis y la búsqueda de un equilibrio político», el sistema post westfaliano que afecta en su ideal de equilibrio tanto al orden interno de las monarquías y su reconfiguración como a la creación de los cimientos del moderno sistema internacional de estados. Los seis últimos capítulos constituyen un bloque marcado por la crisis del Antiguo Régimen, un término empleado para significar un nuevo modelo de sociedad, la sustitución del «sistema cortesano» por el paradigma del «Estado nacional». Lo que se sitúa entre los años 1735 y 1820 en que concluye esta «Historia Moderna».