Pasajes históricos en Juego de Tronos

Si hay algo de lo que se habló en los últimos años fue de la serie de HBO Juego de Tronos, hasta que puso el broche final con su último episodio, el 19 de mayo de 2019. Ahora, la serie completa continúa arrasando en formato digital, en DVD, Blu Ray y 4K, y en la propio plataforma que apostó –con algo más que mucho éxito– por adaptar las novelas hasta entonces de discreta popularidad «Canción de Hielo y Fuego» de George R. R. Martin. Todavía hoy es infinito el merchandising alrededor de la misma e incluso muchos neonatos son «bautizados» –por padres muy frikis, eso sí– como Daenerys –y Khaleesi–, Arya  o Lyanna. El motivo de escribir este post, cuando parece que el invierno cayó hace mucho tiempo sobre los siete reinos, es el lanzamiento del libro «De Roma a Poniente: la huella clásica en Juego de Tronos», editado por Tecnos, un sugerente viaje a este universo fantástico –y cruel, como la vida misma– preñado de curiosidades y aclaraciones históricas.

Óscar Herradón ©

Veamos cómo las civilizaciones clásicas han influido en la concepción del universo de Martin, pero hay numerosos episodios históricos y culturas que han ayudado a configurarlo. Por ejemplo, los miembros de la Casa Stark, de Invernalia, poseen lobos gigantes con los que mantienen un vínculo especial, principalmente el pequeño Bran Stark –que con el paso de los tiempos crecerá, sufrirá, desarrollará poderes increíbles y acabará ciñendo coroñas–, que además de ser un «cambiaformas» y tener el don de la profecía, es capaz de controlar mentalmente –en una suerte de simbiosis– a su fiel compañero de cuatro patas.

Éstos enormes cánidos de color blanco grisáceo que en la serie catódica tiene un rol menos relevante que en las novelas, son denominados huargos, nombre que hace una alusión evidente a una criatura con forma de enorme lobo de la mitología nórdica, los wargos, seres que también aparecen en la saga El Señor de los Anillos de Tolkien, evidente inspiración para George R. R. Martin, al igual que los Eddas y las sagas nórdicas que también despertaron la imaginación del primero mientras estudiaba en Oxford.

En la Tierra Media los huargos eran criaturas malvadas con forma de lobo –que vivían en las Tierras Ásperas–, pero de un tamaño mucho mayor, como en Juego de Tronos, aunque en este caso las mascotas de los Stark muestran una lealtad a sus amos muy alejada de la visión maligna de dichas criaturas. Según los mitos nórdicos –o norteños si aludimos a la saga–, el wargo era una criatura fantástica, como ya he señalado, semejante a un lobo, pero de mayor tamaño, fiereza e inteligencia. Etimológicamente, en antiguo nórdico varg era un eufemismo para denominar al lobo –ulfr–, y es la palabra moderna en sueco para definir a dichos animales. También en el inglés antiguo warg –del que derivaría wargo– tiene el significado de “lobo de gran tamaño” y, en una zona tan alejada como Irán del Norte, en la lengua de aquellos que viven en la zona de Guilán, warg también significa lobo. No puede ser una casualidad, por muy distantes que sean ambas culturas.

Según los especialistas, en la primera temporada de Juego de Tronos se utilizaron para representar a los huargos a perros de la raza Inuit del norte, de una apariencia similar al lobo, aunque a partir de la segunda, donde tienen una mayor  presencia, se utilizaron lobos reales retocados digitalmente, ya que los huargos debían tener un tamaño mucho mayor. Y vaya si lo tienen… Mejor no cruzarse con ellos.

Existen claras similitudes entre la figura de los «cambiadores» y la cosmovisión de los indios norteamericanos, quienes no solo consideraban tótems a los animales «sagrados» que les rodeaban, sino que pensaban que su espíritu podía transformarse en éstos. También la licantropía es una evidente inspiración para George R. R. Martin a la hora de definir a los cambiaformas de su relato.

Oráculos de la antigüedad

La profecía está presente en toda la saga, desde la canción que abre los títulos de crédito en homenaje al verdadero título de la saga literaria, Canción de Hielo y Fuego, hasta muchas de las subtramas que se desarrollan, tantas, que en ocasiones llegan a confundir al lector/espectador (una de las pocas pegas que se le pueden poner a la misma); de ellas es obligado hablar también, pero es un recinto concreto que aparece en la tercera temporada el que nos retrotrae a los grandes oráculos del mundo antiguo. Aquí vamos directamente a la influencia de la huella clásica en la serie.

La Casa de los Eternos, a la que es invitada a entrar Daenerys Targaryen, es la morada de los brujos de Qartz, y recuerda sobremanera a los oráculos de la antigüedad que estaban presentes en la vida cotidiana y cuyos «vaticinios» eran seguidos por grandes líderes como Alejandro Magno o el emperador romano Adriano. Uno de los episodios más célebres y a su vez enigmáticos de la corta pero intensa vida de Alejandro de Macedonia fue su visita al Oráculo de Amón, en el desierto libio, alrededor del año 331 a.C., según recogen las polvorientas crónicas de sus gestas. Al parecer, además de consultar imperiosamente al oráculo sobre quiénes habían sido los asesinos de su padre Filipo de Macedonia, quiso saber si el dios oracular le concedería el honor de convertirse en «rey de todos los pueblos». Al parecer, la respuesta fue afirmativa, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta lo que podía acarrearle una respuesta negativa a los sacerdotes encargados del templo.

El Oráculo de Amón

Del mismo modo, Daenerys, que se mueve en unas tierras que recuerdan esa misma antigüedad exótica de Oriente, Babilonia, Sumeria y, por qué no, la misma Macedonia alejandrina, entra en la Casa de los Eternos con la intención de descubrir qué le deparará el futuro. Pronto volveremos en «Dentro del Pandemónium» sobre el fascinante tema de los oráculos del mundo antiguo.

¿Fuego valirio o fuego griego?

Ninguno está en la cabeza de George R. R. Martin para saber en qué se inspiró para todas y cada una de las ficciones de su saga –a no ser, claro, que lo haya confirmado el propio autor durante las entrevistas, como ha hecho en ciertos casos–, pero algunos símiles, aunque quizá sean casuales, parecen evidentes entre Juego de Tronos y la historia universal. Uno de esos «parecidos razonables» es el de un elemento fundamental en la segunda temporada, el llamado fuego valirio, un arma capaz de destruir al más preparado de los ejércitos, en este caso una flota naval enemiga, comandada Stanis Baratheon, aspirante a sentarse, cómo no, en el trono de hierro, en la llamada batalla de Aguasnegras.

George R. R. Martin (Fuente: Wikipedia).

Pues bien, aunque el verdoso fuego ideado por Martin no existe, claro, es muy probable que se inspirase en el llamado «fuego griego» del que sí queda registro en los anales de la diosa Clío y que, curiosamente, continúa siendo uno de los mayores misterios bélicos sin dilucidar. Su composición no ha llegado hasta nuestros días, aunque las crónicas hablan de un invento bizantino que provocaba unas llamas capaces de devorar los navíos enemigos, flotas enteras, con rapidez, pues apagarlo era una hazaña casi imposible, ya que ardía en contacto con el líquido elemento, una fórmula perdida que químicos e historiadores están intentando reescribir, al parecer, todavía sin éxito.

Ésta fue un arma incendiaria utilizada por el Imperio bizantino en numerosas batallas navales entre los siglos VII y XIII –una sorpresa táctica decisiva, según el experto en historia medieval José Soto, en los dos grandes asedios árabes de Constantinopla de 674-687 y 717-718– capaz de arder sobre el agua o en contacto con ella y que recibió diversos nombres: fuego marino, fuego romano –según lo designaron los árabes– o fuego griego, como comúnmente se conoce y como lo bautizaron los cruzados. Los bizantinos guardaron celosamente el secreto de su composición. A pesar de ello, se sabe que la enigmática mezcla, que era líquida, incluía nafta –una fracción del petróleo conocida como benciza–, azufre y es probable que también amoníaco, aunque han sido propuestas otras sustancias como la cal viva o el nitrato.

La invención del «fuego griego» se atribuye a un ingeniero militar de nombre Callínico, original de Siria, que llegó a Constantinopla en los días previos al primer gran asedio árabe. A pesar del nombre con el que ha pasado a la historia, según declaraciones de Soto al diario La Razón, «en la antigüedad, griegos y romanos usaron líquidos inflamables parecidos, pero sin el poder del arma de Callínico», para añadir a continuación que «Más tarde árabes y cruzados intentaron copiarlo y sólo consiguieron compuestos de peor calidad, y sin los devastadores efectos del fuego griego». Desde luego, la batalla marítima en desembarco del rey bien podría retrotraerse a una pugna naval en el Bizancio de la Edad Medio; es más, Bizancio y Desembarco son ciudades con muchos elementos en común, arquitectónicos, decorativos, etc…. pero esa es otra historia.

De la mitología nórdica a la Italia del Renacimiento

Lo cierto es que para dar forma a los Lannister existen muchas probables inspiraciones históricas ­–ver recuadro–. Teniendo en cuenta la importancia del personaje en cuestión, y el hecho los muchos matices de su personalidad, me centraré en este caso más ampliamente en el personaje de Jamie Lannister. Es posible que George R. R. Martin se inspirase en un personaje histórico pero también en uno mitológico. En la segunda temporada a Jamie le cercenan la mano derecha, la cual es reemplazada más tarde por una de oro, paso previo para volver a poder luchar con la espada –usando la izquierda, claro–. Su evolución es también notable: pasa de ser un individuo pérfido y vil, que ha cometido incesto con su hermana Cersei Lannister –por ello muchos relacionan a dicha familia con los conspirativos Borgia de la Italia del Renacimiento–, y al que conocen como «el Matarreyes» –símbolo de la peor traición que se pueda cometer, el regicidio–, que evoluciona hasta erigirse en salvador de su propio hermano, y también de la vida de Brienne de Tarth. Pero dejemos los spóilers por si, increíblemente, alguien no ha visidonado la serie.

El caso es que en el terreno de la mitología nórdica, Tyr es el dios de la guerra –equivalente al Marte romano–, descrito en las sagas épicas como «el Hombre de una Sola Mano», aunque existen contradicciones en los Eddas sobre su verdadero origen que, en este caso, no es relevante. Según las sagas nórdicas compiladas por el islandés Snorri Sturluson en el siglo XIII, en cierto momento los dioses decidieron encadenar al lobo Fenrisulf ­o Fenrir –nueva alusión a este animal rico en simbolismos–,  una peligrosa bestia que gracias a su fuerza rompía su cadena una y otra vez. Al final, tan sólo a través de la magia pudieron encadenarlo, pero, para ir al grano, en cierto momento cercenó la mano de Tyr con su poderosa mandíbula. Así, el dios de la guerra –Jamie era quien mejor manejaba la espada en todo poniente– era zurdo, algo extrañamente atípico si tenemos en cuenta que en aquellos tiempos ello estaba asociado con la mala fortuna. El poema rúnico feroés canta al Dios de la guerra con estas palabras: «Tyr es un dios manco,/ y la despedida del lobo,/ y el príncipe de los templos». ¿Un nuevo acertijo poético que podría tener su reflejo en la saga, en el destino del Lannister manco?

Y el personaje histórico que bien podría haber servido de inspiración para crear a Jamie, pues su historia es muy similar, es la del militar Götz von Berlichingen, apodado «mano de hierro», un caballero imperial franco de finales del siglo XV que inspiraría una obra de Goethe. Son muchos más los personajes inspirados en personas reales, históricas, sobre los que volveremos en un próximo post. Para abrir boca, nada mejor que sumergirse en las páginas de De Roma a Poniente, de Aurora López Güeto, que acaba de publicar Tecnos. He aquí el enlace:

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