Payasos «asesinos»: algo más que una moda pasajera (II)

Este año no han causado los mismos estragos, quizá porque ya se ha encargado el Covid de desconcertarnos en un grado mucho mayor, y por desgracia más mortífero. No obstante, ante el debate en redes sobre si realmente se está trabajando en el proyecto de It capítulo 3, con regreso delirante del Pennywise de Stephen King, y con la resaca de un Halloween con mascarillas sanitarias en detrimento de terroríficas máscaras de látex o maquillajes imposibles, más por obligación que por placer, el fenómeno de los «payasos asesinos» vuelve a estar de actualidad. Recordamos sus excesos

Óscar Herradón ©

Pexels (Free License) Cottonbro

Pronto la CNN, aquel 2016, informaba de que la psicosis colectiva había saltado a Europa y que la moda «payasa» había causado numerosos incidentes en diversas localidades de Reino Unido: en Cumbria, por ejemplo, se los pudo ver en distintos lugares portando cuchillos y otras armas. En Durham, las autoridades investigaron la persecución de un hombre disfrazado que persiguió a cuatro niños con un cuchillo en lo que parece ser una grotesca broma globalizada. La policía de la región de Thames Valley, al oeste de Londres, registró hasta 14 casos en un solo fin de semana.

Por otro lado, un usuario de Facebook de la localidad de Leicestershire señaló que: «Estaba caminando por el cementerio de Shelthorpe en la acera junto a la escuela y se me acercó lo que solo puede ser descrito como un payaso con un hacha. Nunca he estado tan aterrorizado en mi vida».

También hubo notables incidentes en Australia y Canadá, donde se reportaron avistamientos en Quebec, Halifax, Gatineau, Ontario, Toronto y Ottawa, entre otros populosos lugares.

Pexels (Emre Kuzu)

En Mexicali, Baja California, era detenido a primeros de octubre de aquel año un menor de 15 años de edad ataviado con una máscara de payaso –bastante cutre, todo sea dicho– y un hacha, por la Dirección de Seguridad Pública en el Valle de Puebla. Fue identificado como Víctor Javier y, por gracioso, no tardó en tener su propia ficha policial y su posado ante las cámaras dio la vuelta al mundo.

También en México, en la ciudad de Querétaro, fueron detenidos el 18 de octubre de aquel año cinco adolescentes disfrazados de clowns que según la policía amenazaban a las personas con golpearlas con bates de béisbol, aunque no se les pudo importar cargos por ser todos menores.

Una cuenta de Twitter llamada Clown Sightings («Avistamientos de payasos») contaba entonces con casi 100.000 seguidores y compartía decenas de vídeos y fotos de casos en Norteamérica y otros lugares del orbe, extendiendo la fiebre coulrofóbica como nunca antes.

Pero el incidente más grave relacionado con el asunto fue el ataque a un payaso asesino en Berlín: un joven de 14 años apuñalaba a un chico de 16 que le asustó disfrazado de tal guisa, resultando que era un conocido de su colegio. Era el 24 de octubre de 2016 y el portavoz de la policía berlinesa Thomas Neuendorf lamentó el suceso en unas declaraciones a la emisora pública regional radioeins: «Ayer pasó lo que nos estábamos temiendo, que todo esto escalase», informaba al día siguiente EFE.

Y es que los creepy clowns consiguieron en muchos sitios el efecto contrario al de su intención primera: en vez de asustar a las gentes, fueron objeto de todo tipo de agresiones por parte de sus «víctimas», hasta el punto de que se han hicieron virales también los vídeos en los que estos incautos eran golpeados. Es más, en algunos lugares aparecieron una suerte de justicieros que, también disfrazados, en este caso de sus superhéroes favoritos, a cuál más hortera, se pusieron a patrullar las calles en busca de «payasos asesinos». A la aparición del payaso diabólico catalán, que utilizaba la cuenta de Instagram #LleidaClown y amenazaba con salir a sembrar el terror bajo el lema «Andad de día, que la noche es mía», colgando hasta 14 tétricas fotografías nocturnas merodeando por las calles del centro de la ciudad, antes de dar de baja la cuenta, le salió un competidor: un Batman justiciero que afirmó que saldría a darle caza, algo que ya pasara también en Inglaterra o, semanas después, cuando la policía de Fairport (Nueva York) hizo público un comunicado en el que, irónicamente, afirmaba que había pedido la ayuda del hombre murciélago para perseguir a los killer clowns. Ya había pasado Halloween y seguían dando que hablar.

La de Berlín no fue la única agresión con arma blanca. En Suecia, concretamente en la localidad de Tvaaker, un desconocido vestido de clown se acercó a un hombre y le apuñaló en el hombro. Sin embargo, también se acumularon en medio de aquella ola de histerismo las denuncias falsas. Por ejemplo, durante días en nuestro país corrió la noticia de que un grupo de «payasos diabólicos» habían agredido a un joven de 19 años con una llave inglesa. Finalmente, la policía descubrió que se había infligido las heridas y lo había hecho a modo de «broma», asegurando que nunca imaginó sus consecuencias.

Antes del Halloween de hace cuatro años, se sucedieron altercados que incrementaron la histeria por la viralización del fenómeno: en la ciudad valenciana de Paterna, la Jefatura de Policía llegó a emitir un comunicado con una serie de recomendaciones a los vecinos de cómo actuar ante los avistamientos de «payasos diabólicos». El Jefe de la Policía Local, Rafael Mestre, señaló que éstos «pueden convertirse en un riesgo debido a su rápida propagación por Internet». Los incidentes fueron incontables…

Tras la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, los incidentes se siguieron sucediendo: en León era golpeado en la boca un chico disfrazado de payaso por un grupo de jóvenes. Y las noticias no dejaban de surgir: el día 2, la Policía Municipal de Pamplona acudía a una llamada de unas jóvenes de 13 años que aseguraban haber sido amenazadas por un clown que esgrimía un cuchillo.

Coulrofobia, algo más que temor

El miedo irracional a los payasos y mimos tiene su origen en una palabra griega, según la cual el prefijo coulro proviene de un término cuyo significado era «aquél que va sobre zancos», puesto que antiguamente eran numerosas las ocasiones en las que los bufones –antecesores de los payasos– y más tarde éstos, como puede apreciarse aún hoy en circos y desfiles carnavalescos, iban precisamente sobre zancos, causando un mayor pavor entre las gentes.

Un estudio de la Universidad de Sheffield incide en que es a los niños a quien más afecta, aunque también hay casos, dignos de estudio, de coulrofobia entre adolescentes y adultos. Al parecer, según documentó el periodista Finlo Rohrer en 2008 en un artículo para la BBC titulado Why are clowns scary?, a los niños les asusta, por ejemplo, que las habitaciones de hospital estén decoradas con muñecos o dibujos que representan a estos personajes, y eso que es un lugar habitual al que acuden los Clowns para amenizar las enfermedades de los pequeños. Y por lo general, su efecto es muchísimo más positivo que negativo.

A esta fobia han contribuido sin duda el cine y la literatura de terror, así como la industria del videojuego, que han explotado la figura del clown como un ser maligno que poco tiene que ver con la realidad.

Por otra parte, hay exégetas que rastrean el origen de la palabra inglesa clown en el antiguo vocablo clod, cuyo significado es «aldeano», y que aludía a que los primeros payasos de circo utilizaban grotescas vestiduras de origen campesino generando parodias con la intención de arrancar el regocijo de los espectadores durante los festejos populares, que acompañaban de cabriolas, volatines, saltos y acrobacias varias, según señala el libro El maravilloso mundo del circo.  En relación con este origen de la palabra clown, se puede encontrar en la Red una historia que huele a creepypasta originada a raíz de la psicosis generada en todo el mundo con los payasos cuatro años atrás y que toma algo de sus verdaderas raíces, mezclándolo con ingredientes del más puro género gore.

A pesar de su tufillo apócrifo, el relato no desmerece de lo que venimos contando en este artículo: según una creencia popular, clown proviene de un antiguo vocablo cuyo significado, como dije, era aldeano, y su origen se rastrea hasta tiempos inmemoriales –lo que da que pensar–, en las zonas altas de las montañas heladas de una villa europea de nombre Momokha –de la que no he hallado referencias tangibles–, donde existían unos seres alargados y deformes conocidos como Crathull o Clouides que salían de las oquedades de las montañas para secuestrar y devorar niños, pues pensaban que su pureza les daba a la carne un sabor único y especial.

Las crónicas, si es que realmente existen más allá de la Red de Redes, señalan que su piel era verdosa pero con el rostro blanco y la nariz roja por el frío extremo, grandes ojos amarillentos por su adaptación a la oscuridad, dientes enormes y torcidos, con el cabello alborotado de color rojizo a causa de las abundantes salpicaduras de sangre de sus execrables crímenes. Además, sus pies eran largos y deformes.

Existen dos versiones sobre quiénes eran realmente: una afirma que las gentes llegaron a pensar que se trataba de demonios del inframundo que surgieron de las cavernas subterráneas para devorar a los infantes, los únicos que les daban vitalidad para sobrevivir en la superficie. Otra versión señala que eran una familia de hombres deformes provenientes de circos clandestinos que, en la línea de la película Las colinas tienen ojos, escogieron el interior de las montañas como hogar, desarrollando «una alimentación salvaje y carnívora».

Durante el invierno o en medio de fuertes tormentas, los crathull bajaban a los pueblos cercanos durante la noche, disfrazados de aldeanos para pasar desapercibidos, acercarse a los niños y, tras estrangularlos, llevarse sus cuerpos. Pasados los años, los lugareños, dejando el temor a un lado, comenzaron a perseguirlos. Después los degollaban, los desollaban y se colocaban su piel encima imitando su modo de caminar, para burlarse de ellos, celebrando así su victoria sobre el mal. La costumbre fue pasando de generación en generación y el disfraz de Crathull, con nuevos aderezos, se fue convirtiendo en algo familiar, y, contrariamente a los personajes amenazantes de los que nació, se convirtieron en sujetos estrafalarios y graciosos, adaptando sus vestimentas según la época.

Este post continuará, muy a pesar del acecho de los enojosos crathull

Curiosidades de Halloween (Segunda Parte)

En plena resaca de Halloween, recordamos en este post unas cuantas curiosidades, algunas realmente increíbles, sobre lo que esconde una festividad «siniestra» que de una y otra forma se celebra en casi todos los rincones de un planeta cada vez más dañado –y no precisamente por espíritus de ultratumba–.

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Pomona, el festival de la cosecha

Los adornos de frutas para las mesas la noche de Halloween, tales como manzanas y nueces, también tienen su particular significado simbólico. Tres de las frutas sagradas de los celtas eran la bellota, la manzana y la nuez, especialmente la avellana, que era considerad aun dios, y la bellota, considerada sagrada por estar asociada con el roble, algo que parece también estaba relacionado con la fiesta de la cosecha romana de la Pomona, en la que las manzanas servían para ritos adivinatorios. Así, Roma se adueñaba de una fiesta pagana como más tarde lo haría el cristianismo.

Mediante esta festividad, los romanos daban gracias a los dioses por los alimentos recibidos. Pomona era una diosa autóctona de la mitología romana protectora de la fruta, los árboles frutales y los jardines, y simbolizaba la abundancia. El culto de la diosa estaba a cargo de un flamen minor, el Flamen Pomonalis, el cargo más ínfimo dentro de la estructura sacerdotal.

El día 1 de noviembre los romanos celebraban el Día de la Pomona, pero realmente para honrar a los muertos contaban con otra festividad: las Feralia, que se celebraban el 21 de febrero como culminación y punto y final de otra fiesta, las Parentalia –o Fiestas Parentales–.

Ese día los romanos llevaban alimentos a las tumbas de sus seres queridos y es muy probable que se celebrasen festejos en los que no faltase el vino y las orgías. En el trascurso de esta celebración, una vieja hechicera ofrecía a Tácita, diosa del silencio, un sacrificio de connotaciones mágicas muy singular.

Un gato negro… ¡peligro!

Los druidas pensaban que los gatos negros eran seres humanos reencarnados y que el sacerdote tenía la habilidad de adivinar el futuro a través de ellos. De aquel tiempo parte la superstición que acompaña al desdichado minino: si alguno se cruzaba en el camino de una persona, significaba que podía poseerla, un mal augurio, y empezaron a coger mala fama.

Lo peor para ellos llegó con la Edad Media y la fiebre de la brujomanía: empezó a circular la leyenda de que las brujas adoptaban la forma de gato negro –entre otro tipo de teriantropía– para pasear por el vecindario o acudir a los aquelarres, y empezó su matanza indiscriminada. De ahí parte la creencia de que si se cruza uno en tu camino, te espera un cúmulo de desgracias… en Halloween, si esto te pasa, hay solución: caminar siete pasos hacia atrás y ¡maldición conjurada!

Todo aquel que tuviera un gato negro era sospechoso de ser un pagano, o aún peor: de practicar la brujería o de adorar al demonio, creencia auspiciada por la propia Iglesia católica. Debido a que en parte del folclore se atribuía a los mininos poderes psíquicos especiales, era lógico que se eligiese a este tipo de animal –pensaban algunos inquisidores– para que asistiera a la bruja en sus conjuros.

Llegaron a tener tan mala estrella, que incluso se les culpó de influir en la propagación de la Peste Negra, exterminándose a miles de ellos. Paradójicamente, al eliminar a tantos felinos, proliferaron aún más las ratas, verdaderas causantes de la expansión de la pandemia causada por la bacteria Yersinia pestis.

Lo increíble es que a día de hoy persisten muchas de estas prácticas. En 2014, saltaba a la prensa la noticia de que en Budapest se estaba protegiendo a los gatos negros ante la inminente llegada de Halloween. Al menos eso es lo que declaró Kinga Schneider, la responsable del «Arca de Noé», el principal refugio de animales de Hungría: acosados por múltiples peticiones de adopción de gatos negros antes de la festividad, descubrieron que dichas solicitudes procedían en su mayoría de grupos satánicos, por lo que se denegó su entrega: «Esos gatos gustan mucho a los satánicos, que quieren sacrificarlos durante misas negras en el periodo de Halloween».

Si nos remontamos a 2006, una noticia similar tenía lugar en los EEUU, donde se prohibía la adopción de gatos negros hasta que pasara Halloween, pretendiendo así evitar el maltrato durante la festividad. Según Phil Morgan, director ejecutivo de la Sociedad Protectora de Animales de Kootenai, Idaho: «Es como una leyenda urbana. Pero en la industria de las agencias de protección es bastante común que no se de en adopción gatos negros o conejos blancos debido a todo esto de los sacrificios satánicos».

Como curiosidad: en Reino Unido existe la creencia de que los que traen mala suerte son los gatos blancos, no los negros y, por contra, en la Midlands se creía que regalar un ejemplar blanco durante una boda traía buena suerte a la novia. Y en el sur de Francia se conocía a los gatos negros como «matagots» o «gatos magos», aprovechados por el sugerente y mimético universo Harry Potter que, según una tradición local, traían buena suerte a las personas que los trataran con respeto. En Irlanda, sin embargo, cuando un gato negro se interponía en el camino de una persona, anunciaba un peligro de muerte o una epidemia. 

Unas pinceladas más:

–Una tradición arraigada entre las escocesas consistía en creer que la noche de Halloween podían ver el rostro de su futuro marido en el espejo si colgaban sábanas mojadas frente al fuego. Otra versión es que las jóvenes debían pelar una manzana frente al espejo, alumbradas únicamente con la luz de una vela: si lograban pelarla en una única tira, el espejo les mostraba a su prometido. 

–Las primeras calabazas de Halloween eran nabos. Los druidas portaban un gran nabo hueco al que habían esculpido un rostro y que llevaba una vela encendida a modo de linterna o farol, para representar al espíritu maligno del que debían obtener poder o expulsarlo. Cuando esta tradición llegó al Nuevo Mundo, no había nabos, pero sí un vegetal nativo con mucho excedente: la calabaza.

–Los jóvenes estadounidenses suelen acudir a scary farms o «granjas terroríficas» –este ingrato 2020 imagino que en mucho menor número y con mascar(rilla)–, grandes espacios donde se crean escenas especiales como si de platós de rodaje se tratara, una especie de «pasajes del terror» a gran escala, algunos tan célebres como el californiano Knott’s Scary Farm.

–El miedo a Halloween existe, y está catalogado dentro de las patología psiquiátricas: la Samhainofobia.

Las gemelas de El Resplandor (The Shining, 1980)

–Las películas de terror son, claro, las favoritas para estas fechas. Según un estudio realizado por la Universidad de Westminster (Reino Unido), el visionado de este tipo de largos puede hacernos quemar cerca de 200 calorías. Según la compañía de distribución Lovefilm, la cinta que consigue que un espectador queme más calorías –hasta 184– es El Resplandor, de Stanley Kubrick, adaptación de la novela homónima de Stephen King.

–Salem (Massachussetts) –sí, donde las brujas– y Anoka (Minnesota), tienen el dudoso privilegio de ser consideradas capitales mundiales de Halloween.

Los difusos orígenes de Halloween

Corría el año 835 de nuestra era cuando el pontífice Gregorio IV designaba el 1 de noviembre como All Hallow’s Day (Día de Todos los Santos). El día anterior, 31 de octubre, fue conocido como All Hallow’s Evening (Noche –Víspera– de Todos los Santos); de la evolución de la palabra a lo largo de los siglos, y de su contracción, surgió «Halloween», probablemente en el siglo XVI, de una variación escocesa de la expresión irlandesa All Hallows’ Even.

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No hay que olvidar que ese es el nombre que recibe en otros países, o recibía, incluido España. En México se conoce como Día de Muertos y es la fiesta capital –al menos en sentido espiritual– del país. El origen de la festividad que hoy día se celebra de un rincón a otro del mundo gracias al marketing estadounidense, muy alejado de la Roma pontificia, parece ser celta, el Samhain. Al parecer, los celtas estaban convencidos de que la frontera entre los vivos y los muertos se estrechaba en la noche anterior a la llegada del nuevo Año –nuestro 31 de noviembre–, permitiendo a los espíritus volver a nuestro mundo.

Algunos folcloristas han señalado que, para ahuyentar a los malos espíritus en ese momento clave, los celtas se ataviaban con cabezas y pieles de animales con la intención de tener una apariencia tenebrosa y evitar sufrir daño a malos de los espíritus malignos. Adoraban al dios Sol (Belenus), especialmente en Beltane, el primero de mayo, pero también adoraban a otra deidad: Samagín o Samhaín, el Señor de la Muerte o de los Muertos –y quien daría nomenclatura a la festividad–, el 31 de octubre, donde parece que se realizaban sacrificios no sólo animales sino también humanos. Según Julio César en sus Comentarios, los celtas de Britania creían que eran descendientes del dios Dis, una tradición transmitida oralmente por los druidas.

Beltane

Los celtas y sus sacerdotes druidas comenzaban su año nuevo el día correspondiente al 1 de noviembre de nuestro calendario, que marcaba el comienzo del invierno. Al parecer, estaban convencidos de que el 31 de octubre, la noche previa, el Señor de la Muerte reunía las almas de los difuntos que en vida habían sido malvados y que habían sido condenados a encarnarse en cuerpos de animales –aquellos que habían llevado una vida honorable, creían, se reencarnaban como humanos y volvían a sus hogares–.

Para evitar sufrir daño a manos de los espíritus del inframundo, se ataviaban con cabezas y pieles de animales; asimismo, los druidas estaban convencidos de que el castigo a ese espíritu maligno podría ser favorecido a través de sacrificios, oraciones y dones ofrecidos al Señor de la Muerte.

En La Historia y orígenes del Druidismo, del folclorista escocés Lewis Spence (1874-1955), podemos leer: «El rasgo sobresaliente de Samagín consistía en encender una gran hoguera… Samagín también era el festival del muerto, se pensaba que en esta estación los espíritus recorrían los campos, asustando a la gente en sus recorridos.

Para ahuyentarlos de los campos y de los recintos de las villas, encendían teas desde la fogata, las cuales eran llevadas alrededor del territorio… al tiempo que adivinaban el destino del individuo para todo el año».

Durante los días anteriores a la víspera del año nuevo, los jóvenes de la comunidad recorrían el vecindario pidiendo materiales para la gran hoguera, en la creencia de que el fuego no sólo desterraba los malos espíritus, sino que «rejuvenecía al sol». No en vano, hasta hace poco la montaña de fuego de Halloween que encendían los escoceses se conocía como Samagín o Samhain, indicando la fuerte influencia del antiguo festival celta.

Además de las mascaradas y los bailes alrededor del fuego, el interés por la adivinación y los sortilegios llegó a ser importante en el marco de la festividad. Los druidas creían que por las particulares formas de los frutos y los vegetales podían adivinar el futuro, y con el mismo propósito se utilizó a las víctimas de los sacrificios humanos, práctica prohibida con la conquista romana de Bretaña.

Así, Halloween rivaliza con los agüeros, hechizos y toda clase de prácticas místicas que también se realizan en la noche de San Juan, aunque en este caso en relación con el declive del sol, y no con el solsticio de verano. En Irlanda, esta fiesta incluye tradiciones propias, como el barmbrack, un pan dulce que lleva pasas y pequeños objetos en el interior de la masa –algo así como nuestro Roscón de Reyes–; cada objeto tiene un significado específico que, al parecer, sirve para predecir el futuro de aquel que lo encuentra. Una práctica bastante similar a la del soul cake, que se cocía en honor de los muertos en la tradición cristiana. Esta práctica comenzó en la Inglaterra medieval y se mantuvo hasta los años 30 del siglo pasado, y era llevada a cabo tanto por protestantes como por católicos. Hoy se continúan realizando «soul cakes» en Portugal o en la Francia rural.

Los pasteles, tradicionalmente denominados «almas», se entregaban a «las almas gemelas» –generalmente a niños y pobres– que iban de puerta en puerta durante los días de Difuntos rezando «por las almas de los benefactores y amigos», y muchos folcloristas han visto en esta tradición el origen del «truco o trato». Entre los católicos, era una tradición que los pasteles fueran bendecidos por un sacerdotes antes de ser repartidos en el Día de Todos los Santos.

A cambio de aquel presente en tiempos de precariedad, los niños prometían orar por las almas de los parientes fallecidos del donante durante el mes de noviembre, que creían se hallaban en el Purgatorio.

Ya que la celebración de Halloween era una noche donde se creía que las almas de los muertos vagaban por todas partes, la costumbre de narrar historias de fantasmas a la luz de la lumbre se originó como una consecuencia natural de tales creencias, y se mantiene hoy con fuerza en distintos países.

Según un estudio realizado en por la empresa The Harris Poll en 2014, un 42% de los estadounidense cree en fantasmas, cifra que aumenta hasta el 52% en Gran Bretaña. No es raro que Halloween sea para ellos una festividad especial.

2 lecturas –recién publicadas– que no te dejarán pegar ojo este Halloween:

–El maestro del horror contemporáneo, el señor Stephen King, regresa con cuatro novelas cortas publicadas por Plaza & Janés, editorial habitual de sus libros en España, bajo el sugerente título de La Sangre Manda y con una portada en tonos naranjas con un gato negro, símbolo –algo injusto– del mal fario y el satanismo que adquiere aún mayor significado en estas festividades. Relatos que se centran en las fuerzas oscuras que nos acechan. El primer texto, que da título al libro, es un absorbente noir paranormal protagonizado por la detective Holly Gibney, al frente de la ya legendaria agencia Finders Keepers, quien siguiendo la máxima de una cruenta y violenta noticia precisamente bajo el potente titular de «La sangre manda», investigará una matanza en el instituto Albert Macready, enfrentándose a sus propios temores interiores. Le siguen tres narraciones no menos inquietantes para este Halloween: El teléfono del señor Harrigan, La Vida de Chuck y La rata, un relato sobre un escritor que, desesperado, se enfrenta al lado más oscuro de la ambición y parece contener ciertos ecos de la película En la boca del miedo que en 1994 dirigió el también multifacético John Carpenter.

–Por su parte, la Editorial Minúscula nos trae una de las joyas de la novela «gótica» contemporánea, La maldición de Hill House, probablemente la novela más emblemática de escritora estadounidense Shirley Jackson (1916-1965) que ha gozado de un nuevo impulso gracias al éxito de la serie homónima de Netflix que es otra buena opción para pasar este «Día de los Muertos» en familia y en semi confinamiento. Maldiciones familiares, fantasmas, premoniciones y fenómenos poltergeist que acaban en tragedia, se dan la mano en esta vertiginosa trama, uno de los grandes libros de terror del pasado siglo.

Cuatro personajes llegan a un viejo y laberíntico caserón que da nombre a la novela, Hill House. El doctor Montague, estudioso de lo oculto, y tres personas que éste ha reclutado para llevar a cabo un experimento que arroje pruebas evidentes de fenómenos psíquicos en casas encantadas. A pesar las reticencias de la familia, que arrastra una terrible tragedia vivida entre esos angostos y ahora abandonados muros, la joven y atormentada Eleanor acabará formando para de esa singular comitiva. También Theodora –con quien Eleanor establecerá un fuerte vínculo desde el principio–, y Luke, el heredero de tan desagradable mansión. Como un organismo que tiene vida, la casa pondrá a prueba a los incómodos visitantes, que serán testigos de situaciones extremas que escapan a su compresión, con la intención de escoger a uno de ellos y atraparlo para siempre. Una delicia… terrorífica.