Gremlins. 40 años sin comer a medianoche

Este verano se cumplen 40 años del estreno de una de las cintas familiares más icónicas de los 80, Gremlins, de Joe Dante. Todos sus entresijos se cuentan con detalle y especial cariño en el libro Gremlins. Nunca les des de comer después de medianoche, firmado por Francisco Javier Millán y publicado por Diábolo Ediciones.

1984 fue un año muy productivo en lo que al séptimo arte se refiere, e inolvidable para los nostálgicos. Un servidor tenía solo cuatro años por aquel entonces (vamos, que veía Barrio Sésamo, la Bruja Avería y, sin entenderlo mucho, V y El Gran Héroe Americano), lo que significa que realmente no eran series y películas «de mi época», como suele decirse, pero con los años, las visitas a los inolvidables videoclubs y las eternas reposiciones por televisión (de dos canales), se convirtieron por derecho propio en el lugar para soñar de toda una generación (ya de varias).

Cuatro décadas más tarde, basta con echar un vistazo al infinito merchandising, las ediciones especiales en múltiples formatos o su éxito en plataformas digitales (donde compiten, y muchas veces ganan, a producciones multimillonarias que utilizan la vanguardia tecnológica para sus efectos especiales), para comprobar que su empuje no ha decaído. Que forman parte de la cultura popular (pop o como quiera llamarse). Hablo de películas como Regreso al futuro, Cazafantasmas o la que aquí nos ocupa, Gremlins. Y vamos ya al turrón, que en el Pandemónium tenemos tendencia a irnos un poco por las ramas cuando el tema nos toca el corazoncito.

En este post, con motivo de ese 40 aniversario y del lanzamiento de un libro único que lo conmemora, realizado con mimo por una editorial habitual de este blog, Diábolo Ediciones, recogemos 10 cosas que (probablemente) no sabías –cinéfagos aparte– sobre Gremlins, dirigida por Joe Dante, con guion de Chris Columbus y producida por un visionario Steven Spielberg a través de Amblin Entertainment. 

-El libreto original era cosecha de un joven y desconocido guionista llamado Chris Columbus, y pasó por las manos de al menos 20 productores, hasta que llegó a Steven Spielberg, al que le llamó la atención el título y decidió comprarlo. El propio realizador diría más tarde: «Es una de las cosas más originales que he encontrado en muchos años, por eso compré el guion y se lo di a Joe para que la hiciera». El propio Spielberg encargaría más tarde a Columbus escribir el libreto de Los Goonies, otra cinta familiar que marcó los 80.

-La fuente original de Gremlins se hallaba en una leyenda que contaban los pilotos de la Royal Air Force (RAF) durante la Segunda Guerra Mundial, principalmente durante la Operación León Marino mediante la cual los alemanes pretendían conquistar Inglaterra: hablaban de unas criaturas extrañas y traviesas que se introducían en los motores de los bombarderos pesados trimotor (Fortalezas Volantes) Boeing B-17 Flying Fortress. Pero existían referencias anteriores: la primera, en la revista Airplane, publicada el 10 de abril de 1929 en Malta, donde se señalaba que pilotos británicos destinados en la isla mediterránea, en Oriente Medio y en la India, ya hablaban de ellos.

-Nuevamente, en plena Segunda Guerra Mundial, el escritor Roald Dahl (autor de clásicos infantiles como Charlie y la Fábrica de Chocolate o Matilda), escribió su primera obra para niños tras ser enviado a Washington DC como agregado aéreo de la embajada británica en enero de 1942 (precisamente, Dahl había realizado el servicio militar en el Escuadrón 80 de la RAF en Oriente Medio). En el cuento, los gremlins son hombres diminutos que habitan dentro de los aviones de la fuerza aérea británica, y que a punto estuvieron de protagonizar una producción animada de Disney.

-El guion original de Columbus era bastante más oscuro y las sucesivas reescrituras irían cambiando la idea primigenia hacia una vertiente más familiar (no exenta de momentos desconcertantes, como la confesión de Kate –Phoebe Cates– sobre la muerte de su padre y otros también truculentos ). Nada que ver, no obstante, con la idea primigenia: las criaturas se comían al perro de Billy (escena que se sustituiría finalmente por la de colgarlo de las luces navideñas), mataban a su madre (que finalmente sería capaz de acabar con la vida de varios gremlins, entre ellos el que explota en la memorable escena del microondas –cuando en España no sabíamos ni qué electrodoméstico era-) y en otro alarde retorcido made in Columbus los bichejos se ponían las botas con carne humana en el McDonald’s de Kingston Falls, secuencia sustituida por los excesos alcohólicos de la parranda en la taberna de Dorry. Otra muerte terrible que se recogía en el libreto original y nunca se llegó a rodar era la del mejor amigo de Billy, Pete (interpretado por Corey Feldman, secundario de lujo en producciones ochenteras posteriores de la talla de Los Goonies, Cuenta Conmigo o Jóvenes Ocultos) al que devoraban algunos gremlins en medio de terribles gritos de agonía que nadie escuchaba debido a los villancicos entonados por los niños.

– Si algo destaca en la cinta, y contribuyó sin duda a su enorme éxito, es la gran expresividad de Gizmo, el mogwai que la protagoniza (todo ternura, menos cuando le dan de comer después de medianoche o lo mojan). Fue fruto de un minucioso trabajo del equipo de marionetistas. Según su responsable, Chris Walas, acerca de las pruebas previas que tuvieron que realizar: «Nos colocábamos frente a un espejo y hacíamos pequeñas actuaciones, solo para comprender los conceptos básicos de los títeres. Una vez que éramos conscientes de su movimiento buscamos los pequeños rasgos que definían al personaje. La dificultad de movimientos, y el hecho de que la cabeza del mogwai tenía solo 6 centímetros (lo que limitaba los espacios para colocar los mecanismos electrónicos) hizo que Walas optara por crear 10 cabezas de Gizmo con diferentes acciones: estas se fotografiaron con una máquina Polaroid y, cuando Joe Dante preparaba una toma, conectaban el mecanismo y ponían al adorable muñeco frente a la cámara. Además, a las max puppets (como se conocían) se sumaron las cabezas superfaces, con un tamaño algo más grande para que soportasen bien los primeros planos,  controladas mediante cables, dando lugar, en palabras de Javier Millán, «a matices inimaginables que parecían extraídos de los dibujos animados ».         

-Puesto que Gremlins se rodó casi en verano y estaba ambientada en navidad, tuvieron que usar grandes cantidades de nieve artificial: varios sets tenían que ser preparados a diario con un empavesado de poliéster blanco que creaba la ilusión de la nieve acumulada en las calles y tejados; además, se utilizó yeso en polvo que se espolvoreó sobre las copas de los árboles. El jefe de efectos especiales, Bob McDonald Jr., recordaba cómo se logró crear esa ilusión a mediados de mayo de 1983 en la calurosa e iluminada California: «Para hacer que la nieve cayese, usamos máquinas de viento. La echábamos desde elevadores frente a dichas máquinas y simplemente la dejábamos caer». También se usó piedra caliza para simular que los bancos estaban llenos de nieve. Una tarea compleja si tenemos en cuenta que cuando rodaban por las noches en exteriores la temperatura ambiente llegaba a oscilar entre los 18 y 20 grados y el equipo, por supuesto, debía ser muy rápido y eficiente con las escenas, trabajando a contrarreloj frente a la descongelación del hielo.

-A todo ello se añadía otra dificultad: ocultar todo el entramado de cables, para manejar las marionetas, fuera del objetivo de la cámara. Todo el set estaba construido sobre una plataforma, varios metros por encima del suelo, con un hueco donde los marionetistas trabajaban tirados por los suelos. Con el fin de facilitar la manipulación, se instalaron monitores para que pudieran ver en directo –como si se tratase de un espejo– la interacción de los actores. Para mover las criaturas más complejas, hacía falta en ocasiones el trabajo de hasta 18 operadores y unos 14 cables, todo un desafío del lenguaje corporal que obligaba a los operadores a estar horas interminables en posiciones incómodas y hasta dolorosas.

-Si uno presta atención al ver ambas películas –estrenadas apenas con un año de diferencia–, verá que son muy similares la plaza de Kingston Falls en Gremlins y la de Hill Valley en Regreso al Futuro. ¿La razón? Ambas son en realidad Courthouse Square, un veterano decorado de los estudios Universal que se levantó un lejano año de 1949 y que aparece en otras producciones de Hollywood como Matar a un Ruiseñor, ¡Como Dios! o Batman y Robin y que ardió en 2008, quedando únicamente en pie la icónica fachada y el ayuntamiento. Durante la fotografía principal, el equipo tuvo muchos problemas con otro rodaje que se estaba llevando a cabo en los alrededores, casi pared con pared del decorado: Calles de Fuego, dirigida por Walter Hill y protagonizada por Michael Paré y Diane Lane; según cuenta Francisco Javier Millán, los responsables de esta producción comenzaron a levantar grandes postes y lonas, impidiendo al equipo de Gremlins encuadrar la parte superior de los edificios. Había una legión de carpinteros al otro lado de los decorados que tan solo guardaban silencio durante la filmación, lo que obligó a que tuvieran que añadir una pintura mate en el arranque de los créditos realizada por Rocco Gioffre, artista de la empresa de efectos especiales Dream Factory que trabajó en otras producciones de la talla de 1997: Rescate en Nueva York (John Carpenter, 1981) o ET, el Extraterrestre, de 1982.

-Durante la convención de inventores a la que asiste el padre del protagonista, Randall «Rand» Peltzer (interpretado por Hoyt Axton), Dante hizo alarde de su pasión por el cine fantástico y sci-fi: pueden verse la máquina transtemporal pilotada por Rod Taylor en El tiempo en sus manos (1960), y a Robby, el robot de Planeta Prohibido (1956); además de un maletín en el que puede leerse S.S. Enterprises (hoy nombre de algunas empresas muy potentes, entonces un guiño a Star Trek), y un monitor con lo que parece ser una escena que alude a Poltergeist (otro de los éxitos de Spielberg como productor, estrenada dos años antes, en 1982, y dirigida por Tobe Hooper, el célebre realizador de La Matanza de Texas, de 1974).

-La frase que enuncia el padre de Billy sobre Gizmo acabaría por hacerse profética: «Todos los niños de América querrán tener uno». Es más, no solo de América, de prácticamente todo el planeta (al menos en Occidente). Me refiero al merchandising. El visionario Spielberg ya había sido un maestro de este tipo de beneficios añadidos a la industria cinematográfica con E.T., y su colega George Lucas principalmente con las figuras de Kenner de Star Wars, historia que da para varios post. El Rey Midas de Hollywood vio el potencial del mogwai desde el primer momento y, según Joe Dante: «El merchandising comenzó cuando nosotros ya estábamos inmersos en el rodaje, conceptualmente, esto jugó un papel muy importante».

-Según recogía la revista Variety, Gremlins fue una de las campañas más lucrativas de la historia de Warner Bros. Logró arañar parte del mercado que hasta entonces estaba monopolizado por Star Wars y E.T. Las figuras de PVC fueron unas de las más exitosas. En España fue la empresa Comic Figure Spain S.L. la que disponía de las licencias para explotarlas y sacó al mercado una figura de Gizmo y otra de Stripe. Todavía conservo un ejemplar de esta última, cuando con solo cuatro o cinco años mis padres, por supuesto, no me pusieron la película –y eso que llegamos a tener un Beta–, que vería por vez primera a los ocho o nueve años para no dejar de volver a visionar mil veces hasta hoy. Actualmente, el merchandising de Gremlins (y tantas cintas ochenteras) goza de un renacimiento, o más bien una segunda vida, y son infinitas las figuras que existen de sus criaturas, la mayoría fabricadas por la empresa estadounidense NECA –de la que me confieso fan incondicional–, con un realismo impensable hace cuatro décadas (y unos precios en sintonía, claro).

El castillo de los animales (Integral 1)

Norma editorial lanza en formato integral (en un primer volumen) el que es considerado por la crítica especializada uno de los mejores cómics europeos de las últimas décadas.

Óscar Herradón ©

Como los propios autores reconocen en la introducción, El castillo de los animales no existiría sin la excelsa obra literaria Rebelión en la Granja, del inglés George Orwell (artífice de la igualmente distópica y sensacional 1984), en la que está basada. Sin embargo, la novela gráfica, aprovechando la materia prima, sin duda oro puro, tiene una importante carga de originalidad teniendo en cuenta el desafío (algo así como convertir el metal dorado en joya en un proceso alquímico a través del lápiz y el papel), y lo que es más importante, transmite con mayor eficacia lo que en la novela se pretende contar, gracias a la potencia de las imágenes, pues no escatima ni en crueldad ni en violencia ni en desolación, tanto, que algunas viñetas te encogen el corazón. Y aún así hay espacio en sus páginas para la ternura y la bondad (cosas de la ambivalencia humano/animal).

Como apunta uno de sus autores, el guionista parisiense Xavier Dorison, en el conciso preámbulo, Rebelión en la Granja puede que sea la novela que mejor describe «a través de una fábula con animales –género por excelencia del relato universal y atemporal– la gran tragedia de su tiempo: el proceso de confiscación de los ideales democráticos por dictadores sangrientos»

Y es que George Orwell estuvo en España en la Guerra Civil, prolegómeno de la Segunda Guerra Mundial (donde luchó en el POUM, origen de su obra Homenaje a Cataluña), viviría el ascenso del nazismo y después sería un «traidor» al comunismo en un episodio un tanto oscuro de su biografía. Vivió entre fascismos y totalitarismos, como queramos llamarlos (de izquierdas y de derechas) y eso dejó una profunda huella en su obra –y en su atormentada alma–.

De hecho, el cerdo Napoleón «no es solo un retrato de Stalin; lo es también de los artífices del Terror de la Revolución Francesa y, premonitoriamente, el de las derivas de movimientos independentistas en Cuba, Libia o Irán». Como apunta Dorison, a pesar de sus sombre, Orwell conocía las dictaduras: «las vio, las combatió y las entendió. El retrato que hizo de ellas fue y es asombrosamente real».

El poder de la determinación

En El Castillo en los Animales el rol del cerdo Napoleón lo representa el toro Silvio, y los perros serán, igual que en la novela original, la «guardia pretoriana» del dictador astado. Esos canes sumisos a su líder y sanguinarios para con el resto eran para Orwell una representación de la NKVD, la policía secreta de la URSS, del «Hombre de Hierro» Stalin, pero bien podrían haber sido reflejo de la Gestapo nazi o cualquier otra policía del Estado totalitaria del pasado siglo XX, abundante en ellas.

Por supuesto, habrá una rebelión, pero no la rebelión que habrían llevado a cabo (y en ocasiones hicieron realmente) personajes que como Stalin acabarían por convertirse en dictadores (la inspiración de los autores va más en la línea de un Gandhi), una lucha no a través de las armas ni de llamadas al odio, a la rabia o a la venganza, sino hecha por héroes anónimos dispuestos a morir por la causa, no a matar.

Como apunta Dorison al final de su elocuente introducción: «Esta fábula espera rendir un modesto homenaje a todos aquellos que mostraron que existía un camino –estrecho, peligroso, incierto, pero muy real– hacia un mundo mejor». La sinopsis de la novela gráfica no puede ser más reveladora: «Érase una vez un castillo en mitad del bosque. Al principio fue una fortaleza, luego fue una granja hasta que los hombres que la explotaban la abandonaron dejando allí, olvidados, unos pocos animales que fundaron una república. Por desgracia, el egoísmo y el paso del tiempo han erosionado esa utopía animal. Hoy es gobernada por una casta privilegiada mientras que el resto se resigna, se indigna o se rebela. Pero ¿cuál es la forma más efectiva de cambiar las cosas?

Toneladas de talento

No había nadie mejor que Xavier Dorison para llevar adelante este proyecto: es uno de los guionistas más célebres de la Bande dessinée francobelga y ha firmado joyas gráficas como Undertaker, publicado también en Norma, que hace no mucho sacó un monumental Integral de la serie en blanco y negro, Aristophania o Long John Silver, esta última editada también en España por Norma, con Integral de lujo incluido. Félix Delep, mucho más joven, se graduó en la escuela de Arte Émile-Cohs, quien publicó algunas páginas de cómics de animales en Spirou. Su talento, y quizá la suerte, hicieron que Xavier Dorison lo descubriera, y le pidiera que dibujara El Castillo de los Animales, que lo ha catapultado a la fama internacional gracias a su trazo limpio, una excelente combinación de los colores que genera un impacto visual que tarda en borrarse de la retina y una fluidez que agiliza la trama; los movimientos de los animales, las expresiones tan humanas (en el buen y en el mal sentido) de sus rostros y detalles como su pelaje o su plumaje hacen de este un trabajo minimalista y casi excelso.

Puesto que la historia no concluye con este primer integral, estamos impacientes en «Dentro del Pandemónium» por el lanzamiento del segundo y saber cómo se desenvuelven estos animales personificados cuya epopeya pretende transmitir una revisión de los poderosos mensajes de George Orwell a este también muy incierto y belicoso siglo XXI. ¿No hemos aprendido nada? Teniendo en cuenta la situación en Ucrania, la franja de Gaza, Siria y tantos otros rincones, parece que no.

He aquí el enlace para adquirir esta magnífica novela gráfica que nos hará pensar:

https://www.normaeditorial.com/ficha/comic-europeo/el-castillo-de-los-animales/el-castillo-de-los-animales-integral-1

La Debacle, de Pascal Rabaté

No solo el horror de la guerra, sino también, en muchas ocasiones, su sinsentido, su absurdez, es lo que refleja esta fantástica novela gráfica de BD que nos trae en castellano la siempre meticulosa Norma Editorial.

Óscar Herradon

Un fresco casi campechano (y a la vez terrorífico, por su trasfondo) de los comienzos de la sanguinaria Segunda Guerra Mundial, cuando los ejércitos de Hitler, en el marco de su Guerra Relámpago (Blitzkrieg) sometieron en apenas unos meses a las tropas de media Europa, cercando a los otrora orgullosos franceses y obligándoles a rendirse o huir hacia la costa, como ya hicieran los británicos por esos mismos días con el llamado Desastre de Dunkerque.

Desde la invasión de Polonia el 1 de septiembre de 1939 por la Wehrmacht (el ejército alemán), los señores de la esvástica avanzaban de forma implacable y homicida por la vieja Europa, sorprendiendo a los aliados y a quienes encabezaban sus tropas, en ocasiones reputados militares de la Gran Guerra, esa misma conflagración anterior, también terrible, que acabó con la derrota alemana y unas reparaciones de guerra humillantes a partir de las cuales precisamente se gestarían (que no justificarían) las semillas del nacionalsocialismo.

Para el ejército francés, la Segunda Guerra Mundial terminó cuando las tropas nazis rompieron de forma vertiginosa y feroz la llamada línea Maginot, que se creía inexpugnable. Superadas en todo el frente, las unidades galas iniciaron una retirada estratégica que se convirtió en una auténtica desbandada. Precisamente La Debacle (un título sin duda acertado) narra la historia de un soldado cualquiera atrapado en aquel torbellino, en un desastre que anunciaba a gritos la hasta entonces quimérica conquista de París y la división de aquella nación, en una zona ocupada y en otra (no tan) libre, silenciando su lema de «Libertad, Igualdad, Fraternidad» durante años bajo el yugo de la Gestapo y las SS.

Esta maravillosa novela gráfica, de trazo realista y suave (aunque, por el contrario, de trasfondo trágico y grave), en precioso blanco y negro, es obra del genial historietista francés Pascal Rabaté, que tiene en su haber títulos tan emblemáticos como La tienda de las ilusiones, Un gusano en la fruta, La virgen de plástico (a cuatro manos con David Prudhomme) o Revienta, cerdo, en colaboración con Simon Hureau, todos ellos publicados por Norma Editorial en nuestro país y que regresa al noveno arte, que tan bien conoce, con esta historia rabiosamente antibélica que ilustra sin heroísmos el espíritu de una gran derrota.

He aquí el enlace para hacerse con ella en la web de la editorial:

https://www.normaeditorial.com/ficha/comic-europeo/la-debacle