Es una noche mágica, incluso este año, sumidos en una tragedia de ecos wagnerianos. Los niños, soñadores, se van pronto a la cama a la espera de que Sus Majestades de Oriente vengan a dejarles regalos… o carbón, y no les pillen in fraganti. Los padres suelen acostarse algo más tarde, quizá con la visión algo nublada, pero siempre antes de la llegada de aquellos que reparten amor y regalos. Sin embargo, hay muchas cosas que desconocemos sobre el origen de esta importante festividad, algunas más que singulares. Aunque este año el coronavirus haya obligado a dejar las carrozas en sus recintos, nadie podrá evitar que sigamos soñando, aunque algunos pasemos de los cuarenta. Mientras esperamos, unas cuantas anécdotas…
Por Óscar Herradón

1. En un principio la Biblia no indicaba que los Reyes Magos fueran tres, ni siquiera que fueran «Magos». La palabra proviene del persa «ma-gu-u-sha» y del acadio «ma-gu-shu», cuyo significado era sacerdote. Fue la evolución semántica del término, al griego «magós/magoi» y después al latín «magus/magi», pasando al castellano como «magos», parece que provocó la confusión. En realidad, quienes visitaron al niño Jesús en Belén eran sacerdotes persas y no parece que tuvieran poderes sobrenaturales –creo–, aunque siguen apañándoselas para entregar los regalos a tiempo.
2. Por el contrario, según Herodoto, dicha casta sacerdotal estaba vinculada a la magia, pues practicaba la adivinación, la astrología –pensemos en la estrella de Belén que los guiaba– y la medicina, que en tiempos antiguos estaba muy ligada a lo supersticioso y a lo sobrenatural. Puesto que vinculaban a dichos sacerdotes con «magos», y dicha denominación tenía connotaciones negativas para la ortodoxia, por iniciativa del arzobispo francés Cesáreo de Arlés los gorros que los caracterizaban fueron cambiados por coronas en el siglo IV. Entonces, ¿fueron magos o no? En relación a la exégesis bíblica, pocas son las fuentes que se ponen totalmente de acuerdo.
3. Los cristianos sirios y armenios afirman que, como los Apóstoles, los Reyes Magos no eran tres ¡sino doce! mientras otras fuentes apuntan a siete. Sin embargo, triunfó el número tres, que se convirtió en la versión oficial. Fue el teólogo Orígenes quien lo estableció así en el siglo IV. Y en el siglo V, sería el Papa León I el encargado de asentar oficialmente dicha tríada para la toda la cristiandad.
4. Y hablando de números, hay más: la leyenda de un «cuarto rey mago» de la que me ilustró en su día, cuando trabajábamos codo con codo en la redacción de la revista Enigmas, mi buen amigo Javier Martín. Y es además de Melchor, Gaspar y Baltasar… estaba Artabán. Aunque es una leyenda que parece más antigua, se hizo popular cuando en 1896 Henry van Dyke escribió un cuento de Navidad titulado precisamente El otro rey mago, al que bautizó con dicho nombre. Un rey mago que nunca llegó a su destino: los cuatro habían fijado su punto de encuentro para partir hacia Belén en el zigurat de Borsippa, en la antigua Mesopotamia –recordemos que eran sacerdotes persas–. Artabán partió con un diamante de la isla de Méroe, un jaspe de Chipre y un rubí de las Sirtes, pero tras socorrer a un moribundo por el camino, llegó tarde a la cita, y cuando llegó a Judea, el niño Jesús ya no se encontraba allí. Así, solo le entregaron «oro, incienso y mirra».
5. Por otro lado, dicha teoría puede no ser tan apócrifa, y apoyarse en la ciencia. El astrónomo Mark Kidger de la Agencia Espacial Europea (ESA), aseguró en un artículo en la revista Astronomy que ese posible cuarto rey mago pudo perderse en el camino «por un fenómeno (astronómico) que le habría llevo a error». Según Kidger, la estrella que los Reyes Magos siguieron pudo tratarse de una nova. Melchor, Gaspar y Baltasar –capaces de interpretar, pues, las señales del cielo– tardaron entre cuatro y cinco semanas en llegar a Jerusalén siguiendo la nova, esperaron varios días una audiencia con Herodes y volvieron a ver la estrella a unos diez kilómetros, hasta llegar al punto exacto donde se encontraba «el hijo de Dios». Artabán, sin embargo, no la pudo seguir. ¿Por qué? Según el astrónomo, el cuarto Rey Mago pudo perder su referencia después de que la Luna y la nova estuvieran en conjunción, lo que habría ocultado su luz, dejándole sin guía.
6. Según este astrónomo, que parece que sabe de lo que habla, todo aquello –la visita y la pérdida del rastro por Artabán– habría sucedido «cerca del 21 de marzo del año 5 antes de Cristo». Vamos, más dudas todavía sobre tan ilustre evento que hoy, aproximadamente 2021 años después, volvemos a celebrar.
7. En la tradición católica la Epifanía o Adoración de los Reyes (comúnmente conocida como Día de Reyes) se celebra como ahora, poco después del nacimiento de Cristo, pero algunos documentos históricos proponen que aquella visita se produjo realmente dos años después, tras la circuncisión de Jesús y su presentación en el Templo (sí, originariamente, Jesús era judío).
8. Todos comemos –unos más que otros– esa deliciosa «rosca de Reyes». Parece que la original fue creada en Francia en 1311 y después cruzó los Pirineos y se convirtió, en España, en el celebérrimo «roscón» que no puede faltar la noche del 5 de enero y el consiguiente día 6. Tras la conquista de América por los españoles, la tradición pasó a México y otros territorios, donde, con diferentes versiones de dulces, se ha mantenido hasta el día de hoy.
9. Otras fuentes apuntan a que el remoto origen del dulce de este día puede rastrearse hasta las fiestas paganas de las Saturnales, allá por el siglo II a.C. que coincidía en el tiempo con las futuras Navidades y que la Iglesia católica «sustituiría» para no confundir demasiado a los nuevos fieles. Vamos, que en mismo portal de Belén quizá ya estaban comiendo el roscón.Entonces los romanos homenajeaban a Saturno –de ahí el nombre–, dios de la agricultura y la cosecha, celebrando el fin de la temporada agraria y el comienzo de los días más largos del año tras el solsticio de invierno. En aquellos festejos se elaboraban unas tortas redondas hechas con higos, dátiles y miel que se repartían por igual entre plebeyos y esclavos. ¿El origen del roscón? Cualquiera sabe.
10. Y claro, tenemos la «sorpresa». Ya en el siglo III, en el interior del dulce que se había apropiado el nuevo credo, se introducía un haba seca, y el afortunado al que le tocaba era nombrado por un corto periodo de tiempo nada menos que «Rey de Reyes». Desde tiempos romanos se pueden rastrear «juegos de habas» en la Península Ibérica. Según Julio Caro Baroja, en 1361, en el Reino de Navarra, se designaba «Rey de la Faba» al niño que encontraba el haba en el roscón, algo parecido a lo que sucede hoy. Existe la tradición de que a quien le toca la sorpresa –el haba que hoy es una figurilla de todos los tipos y colores, unas más cutres que otras, y en México llegó a ser una pequeñito niño Jesús de plata coronado–, debe pagar el roscón. Por eso, hay quien, algo agarrado, decide tragársela… ¿o no?
¡Feliz Noche de Reyes!