Fueron –son– unas de las grandes bandas de AOR (Adult Oriented Rock), o simplemente de Hard Rock, de los 70, y aunque más de una, dos y tres veces parecía que, a causa de sus excesos y egos, desaparecerían, volvieron a remontar el vuelo, reconvirtiéndose en los 90 en megaestrellas cuyas canciones (léase «Crying», «Crazy», «Eat the rich» o « I don’t want to miss a thing») tarareó toda una generación (la mía) y la siguiente.
Óscar Herradón ©
Y aún hoy, ya septuagenarios, continúan, como sus admirados maestros los Stones, sobre los escenarios, haciendo lo mejor que saben hacer, aunque sin ser ya esos «malos» del rock que en la línea de bandas como The Black Crowes o Mötley Crüe casi acaba con ellos, lo que les ha permitido seguir en activo y con billetes en el bolsillo.
La última controversia la vivieron justo antes de la pandemia, a comienzos de 2020, cuando comunicaron que echaban de la banda a su batería, Joey Kramer, al parecer, por no entregarse a su trabajo como debía, hecho por el que éste los demandó. Demasiados años en la carretera, juntos y revueltos. Kramer fue miembro fundador de Aerosmith y, de hecho, en sus memorias, se atribuye la idea del nombre, que se le ocurrió dos años antes de la formación de la banda, en 1968, mientras escuchaba el álbum de Harry Nilsson Aerial Ballet. Eligieron el que los llevaría a lo más alto del Billboard descartando otros como The Bananas, Stit Jane y Spike Jones.
Y es que cuando se refiere a rock stars, contratos millonarios y mucho glamour, los problemas entre los integrantes suelen aflorar más pronto que tarde (ahí tenemos el ejemplo de Black Sabbath, Pink Floyd, Guns N’ Roses y un largo etcétera). Hubo un tiempo en que el cantante, Steven Tyler, y el guitarrista, Joey Perry, engrosaron las listas de los personajes más problemáticos de la escena. No en vano, no tardaron en ser conocidos como «los gemelos tóxicos» (The Toxic Twins), en alusión tanto a la sensación que generaba estar a su lado como por la dependencia que desarrollaron a múltiples sustancias prohibidas.
Con más éxito que ninguna otra banda americana de su tiempo, los egos y los excesos los tenían sumidos en las tinieblas. Sus muchos hábitos empezaron a ser un problema a raíz del éxito de uno de sus mejores álbumes, Toys in the Attic, publicado en 1975. En la gira del álbum Tyler comenzó a mezclar un peligroso cóctel de sustancias ilegales (cocaína, ácido, marihuana…) y también drogas legales (barbitúricos y alcohol. Mala mezcla, si no que se lo digan a Judy Garland…).
Según quienes le frecuentaban entonces, se volvió un tipo violento e intratable. Una superestrella endiosada a la par que colgada. Por su parte, Joe Perry tardó algo más que su colega en seguir sus pasos, aunque no demasiado y durante la grabación del siguiente disco de estudio, Rocks (su álbum más aclamado), se hizo adicto a la heroína, como otros grandes rockeros (Joplin, Hendrix o Keith Richards, y, ya en la década de los 90, Kurt Cobain o Laney Staley, entre otros muchos).
Entonces tenían una legión de groupies siguiéndolos a cada paso y camellos por todas partes, todo ello en una proporción igual o mayor a los ensayos y a los conciertos. Eran los 70, y la policía no se andaba con chiquitas; al parecer, los miembros de la banda (que se ganaron el apelativo de «los chicos malos de Boston»), paranoicos por sus dependencias y asustados de ser descubiertos por las autoridades, camuflaban los estupefacientes en cualquier sitio: en los dobladillos de las camisetas, los pases de backstage e, incluso, en el agujero del culo… Sin comentarios. Así lo contaba con su habitual ironía el decano periodista musical César Martín, al frente de la legendaria revista Popular 1 desde hace décadas en su mítica sección «No me judas, satanás», que ahora recupera en forma de libro.
Según confesaría años más tarde un rehabilitado y expresivo Steven Tyler, era quien más dependencia sentía por las sustancias prohibidas y salía al escenario con su voz rasgada, cubierto de fulares y pañuelos llenos de pastillas escondidas porque necesitaba «sentirlas y tocarlas». Y aún así seguían haciendo gloriosos directos y deleitando a su legión de fans (generalmente femeninas) a pesar de que las prensa especializada se empeñase en afirmar que eran una copia «burda y barata» de los Rolling Stones.
Aquello era algo en lo que muchos periodistas no estaban de acuerdo, pero mandaba quien mandaba, y aquellas palabras las dijo nada menos que la decana revista Rolling Stone, que a principios de los 70 no titubeó al calificarlos de «basura», una animadversión que se incrementaría con los años, incluso con las décadas, hasta firmar la pipa de la paz. Fueron sus periodistas los primeros en tildarlos de mala imitación de los Rolling, lastre que los AERO arrastrarían durante toda su carrera.
Sin embargo, según apunta el divulgador musical Eduardo Izquierdo, en Boston los medios sí fueron unánimes con el grupo, en parte porque la ciudad estaba necesitada de un referente musical. Un grupo fresco, dominado por un excéntrico cantante que rebosaba personalidad y que parecía tener dentro el baile de San Vito. Que aullaba, gritaba, saltaba y sobre todo cantaba como pocos (será una de las grandes influencias del inquieto frontman de Guns N’ Roses, Axl Rose, de tiempos mejores, se entiende, cuando recorría de punta a punta el escenario como si tuviera alas…).
Made in Europe
Para ser recordado, Tyler necesitaba un elemento distintivo, algo que le diferenciase de los demás cantantes de rock, y eligió colgar un pañuelo vaporoso del pie de micrófono, imagen que sería indisoluble ya de la suya propia, con el cuello plagado de pañuelos estrambóticos. A pesar de las críticas sobre su música de gran parte de la industria, siguieron a todo tren, y tras años girando con éxito por los Estados Unidos, su salto a Europa fue un verdadero fracaso. A ello se sumaban sus excesos y su gusto por destrozar los hoteles por los que pasaban, algo que acostumbrarían a hacer años más tarde los también colgados Mötley Crüe. Tras un concierto en el Hammersmith Odeon que pasó casi desapercibido, pues a los ingleses, cuna de sus héroes los Stones, Cream o los Yardbirds, no les gustaba nada su estilo, Tyler y su por entonces compañera, la supergroupie Bebe Buell (madre de su hija Liv Tyler y quien compartió cama también con otras estrellas como el icono punk Stiv Bators), destrozaron uno de los camerinos del Hammersmith, ganándose unos cuantos enemigos e incrementando su fama de tipos malos.
En Japón la cosa fue algo mejor, al menos en lo que a público se refiere, pero Steven y Joe, Joe y Steven, los «gemelos tóxicos», tras enojarse con su productor en Asia por no cocinarles –dicen– un pato asado a su gusto, destrozaron el camerino, lo que les impidió volver al país del Sol Naciente durante unos cuantos años. Además, exigían todo tipo de sustancias prohibidas, comidas selectas, vinos de precios desorbitados, alfombras aterciopeladas en los camerinos… que después destrozaban y costaban una fortuna a la discográfica. Vamos, el grupo acabaría siendo la principal inspiración del documental de ficción paródico This is The Spinal Tap, dirigido en 1984 por Rob Reiner. Un golpe al estómago de Steven Tyler.
Este post tendrá una inminente y eléctrica continuación en «Dentro del Pandemónium».
PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:
Red Book Ediciones, a través de Ma Non Troppo, uno de los sellos editoriales más volcados en la edición de libros de música (principalmente de mi amado rock) publicó recientemente el libro más completo hasta la fecha en castellano (y actualizado) sobre la banda comandada por Steven Tyler y Joe Perry hace la friolera de medio siglo. En Aerosmith, con una potente imagen de portada que precisamente retrata a los «Toxic Brothers» en pleno y potente directo, el periodista musical Eduardo Izquierdo, autor de importantes volúmenes sobre rock como Jim Morrison y The Doors (también editada por Ma Non Troppo), excelente crónica de los californianos, es su autor. Y sabe bien de lo que habla, no en vano lleva una larga trayectoria como colaborador de revistas como Ruta 66, Mondosonoro, Efe Eme o Rock On: realiza un exhaustivo y muy ameno recorrido por la turbulenta historia de los chicos malos de Boston. Sin obviar sus excesos y escándalos, el libro hace un minucioso recorrido por lo más importante, su música, sus inicios, influencias, sus letras y discos más memorables (sin olvidar los fallidos), y es que, como dice el autor, los fantasmas de Aerosmith no dejan de perseguirles, pero sus canciones están más vivas que nunca. Toda su historia en el siguiente enlace: